Tuesday, April 29, 2008

FOTOS DE OTRO TRAIDOR


Igual que hemos subido a esta pagina su libro, como los de Salas, para que nadie mas lo compre y no gane mas dinero a nuestra costa, y también igual que os pusimos fotos de la verdadera cara de Antonio Salas http://antonio-salas.blogspot.com/2006/09/le-quitamos-la-mascara-antonio-salas.html de la de su amigo el policia David Madrid http://antonio-salas.blogspot.com/2006/07/identificamos-al-infiltrado-david.html o de otros amigos suyos como Juan Cantarero http://antonio-salas.blogspot.com/2007/01/juan-cantarero-otro-antonio-salas-de.html o Jose Mata http://antonio-salas.blogspot.com/2007/03/otro-traidor-amigo-de-antonio-salas.html todos ellos igual de traidores a sus camaradas de Valencia, os pasamos ahora gracias a los camaradas valencianos, mas fotos de este traidor que ahora esta profugo de la policia gracias a la ayuda que le presto Gabriel Lopez para que se fugase de la carcel http://antonio-salas.blogspot.com/2006/11/juanma-crespo-en-busca-y-captura-por.html


Quedaros con su careto


Wednesday, April 02, 2008

EPILOGO

Si tienes este libro en tus manos, significa que yo estaba equivocado.
Significa que, a pesar de los controles de los funcionarios y de los responsables de prisiones, he encontrado la manera de escribirlo dentro de prisión y que he podido sacarlo de estas paredes para hacérselo llegar a la editorial. Y significa también que tanto Antonio Salas como Temas de Hoy tienen más valor del que yo pensaba.
Sé que, posiblemente, se vertirán descalificaciones personales hacia mí. Los cobardes siempre aprovechan las desventajas del contrario para arremeter, pero no me importa... si lo referido pica a alguien, ¡que se rasque!
Con este escrito aspiro a dos cosas: mostrar la parte negativa de los movimientos radicales, sean del signo que sean, para que nadie perpetre los errores que yo consumé; y que el artículo 14 de la Constitución Española, en el cual se afirma que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, sea una realidad y no papel mojado. Quisiera, ante todo, que mis denuncias y vivencias no cayeran en saco roto.
Doy mi palabra de honor, ¡y lo tengo!, de que todos y cada uno de los sucesos descritos son tristemente reales.
Es cierto lo de la conspiración para asesinar a Albert Boadella cuando la representación del Teledeum; la implicación de sectores ultraderechistas españoles en el atentado a la estación de ferrocarriles de Bolonia; la sombría historia negra de José Luis Roberto; la oferta de traficar con cocaína realizada por Enrique Tomás Segarra, así como la implicación del grupo de la comisaría de Abastos en este asunto. También es verdad el pasotismo que mostraron determinados fiscales en investigar lo aquí expuesto y la tremenda persecución que, tanto mi familia como yo, hemos pasado y estamos soportando.
Quizá haya cometido algún error cronológico o de fechas en la exposición de ciertas situaciones vividas mientras militaba en las diversas organizaciones ultras. Pido al lector que entienda la falta de medios, así como la imposibilidad de recurrir a hemerotecas. Pero, salvando esos detalles, todo lo expuesto es rigurosamente verídico, como lo son las conversaciones con etarras, el comandante Cortina, Pilar Primo de Rivera, García Juliá, Ynestrillas, Eduardo Arias y José Luis Roberto, entre otros. Evidentemente, no son diálogos literales, pero garantizo que muy poco se va de lo contado por sus protagonistas y que todas las afirmaciones expuestas fueron realizadas en los mismos términos, salvaguardando fielmente el contenido original.
Continúo en la cárcel. Con la ley en la mano, hace mucho tiempo que debería estar en régimen abierto y disfrutando de permisos de salida, pero no es así. A mi condena inicial de tres años y diez meses por los inexistentes delitos narrados, se sumó un año por no poder satisfacer el importe de la multa impuesta en el mismo procedimiento y otro año por haber empleado ochocientas mil pesetas de las facturas de un cliente en abonar parte de los salarios que la empresa Ombuds adeudaba a los trabajadores. Ésa es la verdad y quien quiera comprobarlo cuenta con mi total apoyo. Ahora llevo tres años y medio preso. Aun con esta pena debería estar en la calle, pero <> impide por todos los medios mi salida. Sin embargo, no han podido impedir que mi voz se filtre entre los barrotes y llegue a todos a través de estas páginas.
Sé que algunas de mis afirmaciones son graves e incluso pueden sentirse ofendidos determinados colectivos, créanme que no es esa mi intención. He vivido muchísimos años inmerso en el mundo de la seguridad privada y conozco a multitud de policías, también a algunos jueces y fiscales. No dudo para nada de la importancia del trabajo que desempeñan, ni de la profesionalidad de la mayoría de los componentes de estos colectivos; pero en todas partes existen manzanas podridas que perjudican la imagen de los gremios a los que pertenecen y, por el bien de todos, merecen, por lo menos, ser apartados de sus puestos.
Por fortuna, la prisión no ha anulado mis sentimientos. Continúo emocionándome cuando observo por televisión los bellos paisajes naturales ibéricos o al contemplar un gorrión parado sobre el alféizar de mi enrejada ventana y, evidentemente, sigo lamentando intensamente cada vez que algún agente de la ley muere asesinado por los disparos de delincuentes o terroristas...
¡Y hablando de terroristas! Supongo que debe haber quedado claro la vida tan intensa que he llevado. Igualmente, con seguridad algún lector pensará que justifico, aunque sea levemente, a determinados grupos o comportamientos fanáticos. Se equivocan. Soy español, patriota y falangista, y precisamente por eso ya jamás volveré a entender que se utilice la violencia contra NINGÚN ser humano. La muerte de una sola persona debería ser considerada penalmente un crimen contra la humanidad. Simplemente, me he limitado a exponer, lo más imparcialmente posible, aspectos y conversaciones que he creído interesantes.
Al finalizar la redacción de estas páginas solicité a una docena de compañeros su opinión personal y elegí a aquellos con afición a la lectura. El elenco de mi <> lo formaban: dos etarras, un grapo, un militante del grupo nazi Armagedón y el resto, gente más normalita, socialistas y peperos a partes iguales. ¡Vamos, nada que ver con una representación tipo! Esto dio lugar a alguna situación curiosa, como por ejemplo un miembro de ETA que se mosqueó por la imagen que transmito sobre Idoia López Riaño y afirmó que, para él y otros muchos compañeros, se trataba de una chica muy simpática, abierta y excelente luchadora. También me dijo que especificara que el sobrenombre de la Tigresa no les gusta en absoluto a los miembros de la organización terrorista vasca, porque se trata de un seudónimo puesto por la policía española para identificarla.
Otra curiosidad vino de Joaquín, un histórico militante de los GRAPO. Al leer el capítulo en donde hago referencia a mi afiliación a Fuerza Nueva y a las conmemoraciones del 20-N, indicó:
-Oye, Juan... ¿Recuerdas un 20-N, allá a principios de los ochenta, en que el Ayuntamiento de Madrid colocó unas enormes vallas publicitarias en la plaza de Oriente a favor de la Constitución Española?
Hice memoria y recordé ese detalle.
-¡Anda, pues es cierto! Recuerdo que tiramos las vallas y se montó una buena con la policía...
-¡Cierto, lo tomasteis como una provocación y después de derribarlas os liasteis a palos con los antidisturbios!
-Es verdad... es verdad, ¿cómo lo sabes? ¿Estabas ahí, Joaquín?
-¡Hostias... claro! Si no llega a ser por las cargas policiales, os hubiéramos <> un <> de los que hacen historia...
-¡No me jodas! ¿Y eso?
-Unas semanas antes, un comando de los GRAPO acudimos para estudiar el terreno. Al contemplar los andamios que sujetaban los carteles, encontramos un sitio perfecto para colocar los veinte kilos de Goma-2 que teníamos dispuestos. Durante la semana lo preparamos todo; únicamente quedaba instalar el explosivo. Decidimos hacerlo el mismo día de la concentración para evitar que la policía lo detectase. Cuando llegó el momento, un compañero ataviado con la camisa azul fascista se preparó para ponerlo... ¡Y entonces es cuando se lió el follón, cargó la policía y se jodió el invento! ¡Hala, <>, a freír espárragos!
El destino es caprichoso. Aquel GRAPO podía haber sido mi asesino si aquella bomba antifascista hubiese llegado a funcionar, y ahora era mi compañero en prisión. No diré que el terrorista no mereciese estar entre rejas, ni yo tampoco. Pero quizá si hubiésemos sabido que el destino nos reservaba este guiño, el de terminar compartiendo coincidencias en la misma celda, el odio que nos profesábamos en aquellos tiempos, literalmente mortal, no habría existido.
Quién sabe, quizá a los lectores más jóvenes, pertenecientes al extremo izquierdo o derecho de la violencia, estas líneas les resulten útiles. Me hubiese gustado que mi padre también las hubiera leído. Pero la muerte se lo llevó antes de tiempo. Ojalá a otros padres les ayude a comprender mejor a sus hijos y a evitar que lleguen a redactar sus recuerdos desde la celda de una prisión, cuando ya es demasiado tarde para no cometer los mismos errores.

Saturday, March 22, 2008

CAPITULO 10
¿Por qué me encuentro ahora en la cárcel? ¿Acaso habré matado a alguien o tal vez atizado una paliza? ¿Seré un psicópata racista condenado por agredir a magrebíes? ¿Un violador maníaco sexual? ¿O puede que mi delito se deba a motivos terroristas? La realidad es más simple y aburrida. Aunque no puedo negar que, de alguna manera, mi entrada en prisión se debe a las personas que he conocido, con las que me he relacionado, y las situaciones en las que me he visto envuelto durante toda mi vida. No intento disculparme ni justificarme. Sé que soy inocente del delito por el que se me condenó en esta ocasión, pero soy culpable de otros pecados, los que estoy confesando a lo largo de estas páginas. Tal vez alguien evite cometer los mismos errores que yo.
A lo largo de mi vida había coexistido con las situaciones más radicales. Conocía y llegué a ver como algo rutinario el apreciar el frío contacto de la pistola en mi cintura; de hecho, esa sensación llegó a resultar tan habitual que no concebía salir de casa sin antes acoplarme mi <> de nueve milímetros entre camisa y espalda.
En mi ajetreada juventud sentí en innumerables ocasiones la llamada de la manada, manifestada en las monstruosas palizas que propinábamos a los que no pensaban como nosotros; contribuí a disolver manifestaciones a golpe de bate y percibí el poder que proyectan las armas de fuego cuando, en compañía de otros camaradas, obligábamos a cantar el Cara al sol a militantes comunistas, después de asaltar sus sedes. Es cierto: soy culpable.
También experimenté la adrenalina creciendo en mi interior ante cada bombazo que colocábamos en librerías y locales políticos y conocía todos los prolegómenos que conllevaban estas acciones: preparar cuidadosamente en casa la Goma-2 o el explosivo a base de cloruro potásico, hasta acabar rematando la faena colocándolos en el lugar convenido y esperar, con un pitillo en los labios, que todo saltara por los aires.
He visto a chavales destrozados por palizas, orejas arrancadas de cuajo a golpes de cadena, miembros fragmentados, decenas de navajazos y las macabras piruetas que ejecuta un hombre al recibir los impactos directos de varios proyectiles del nueve largo.
Yo tuve suerte y nunca maté a nadie, doy mi palabra, aunque conocí a no pocas personas con las manos manchadas de sangre. Pero, quizá, las enseñanzas católicas que recogí de mis padres provocaron que nunca llegara a traspasar la línea y que, en el ultimísimo instante, optara por no matar. A estas alturas, sé que no podría vivir con ese peso en mi conciencia y que nunca cruzaré esa siniestra meta.
Hace ya dos décadas que ocurrieron todos estos acontecimientos. Desde el día de la salvaje paliza que le propiné a aquel hombre inocente, al que rematé dentro de la mismísima catedral de Valencia, quedé tan hastiado que prometí no emplear jamás la fuerza sino para defender la justicia; y aun así, en el último extremo... He de decir que cumplí fielmente mi palabra, aunque eso no me exculpe de nada de lo anterior.
Durante los años que ejercí de vigilante, equipado con un revólver del treinta y ocho especial, pude recurrir a éste para solventar conflictos graves, pero no lo hice... Y los hechos hablan por sí mismos. En las múltiples intervenciones que tuve contra delincuentes armados jamás esgrimí el poder mortífero que la ley puso en mis manos.
Siempre he sido una persona sensible, incluso a pesar de mi aparente dureza. Jamás probé droga alguna ni acudí a un burdel. Las drogas y la prostitución no son cosas que cuadren con mis principios. Sin embargo, he vivido una intensa vida amorosa, llena de relaciones largas... Y fue precisamente en una de ellas en donde se juntaron mis males.
Había salido más en serio con un par de chicas a las que siguieron varios amoríos, hasta que en 1988 conocí a Mati; una bonita, trabajadora, dulce e inteligente chica quien, año y poco más tarde, pasó a convertirse en mi esposa. Vivimos tiempos difíciles debido a mi intenso trabajo en Levantina de Seguridad, pero siempre nos llevamos muy bien; convivimos nueve años hasta que el estrés, unido a mi infidelidad, condujeron a la ruptura. De ella me queda una amistad verdadera y una hija que lo vale todo. Su profunda paz interior acabó por apartarme del lado tenebroso de la fuerza.
Mi siguiente novia, Iris Aparicio Tomás, y mi pasaporte a prisión, llegaron en medio de una época de vacas gordas. Éramos la pareja perfecta: nunca discutíamos, nos queríamos mucho e intentábamos hacernos felices; por mi parte, no hubo un solo día, en que no la obsequiara con un presente... al igual que ella también me los hacía siempre que le era posible. Nunca llegamos a convivir: Iris paraba en casa con su familia y yo en un chalé de mi madre a una hora de la capital.
Nos llevábamos de perlas hasta que, como demuestro en el documento adjunto, denuncié a través de mi padre la propuesta ilegal que me hizo su tío, Enrique Tomás Segarra, para traficar con drogas.
Yo había sobrevivido a mis enfrentamientos (a veces armados) con los rojos y antifascistas; a las denuncias motivadas por las peleas y palizas en las que participé; a las amenazas de supuestos <> de otros partidos ultra derechistas, etc., pero esta vez me enfrenté a un hueso demasiado duro.
Merecería todo un libro detallar esos acontecimientos, pero baste decir que la misma fortuna que hizo que en tantas ocasiones saliese absuelto de delitos de los cuales yo era culpable ahora decidió que pagase, y muy caro, por algo que no había hecho.
Mi denuncia retumbó en la familia como una piedra al caer en la superficie de un lago: las ondas se expandían por la superficie llegando a miembros muy lejanos, y a otros implicados en el negocio.
Sé que parecerá una justificación absurda, un intento por defender mi inocencia, pero no es así. Sé que un libro no cambiará la sentencia judicial. Sé que no voy a salir de la cárcel ni a mejorar mi situación penal por estas líneas, sino más bien todo lo contrario. Despertaré más odios y pagaré un precio por cada acusación que dirijo a jueces y policías. Y, además, ya he reconocido que he utilizado la violencia injustamente y que soy culpable de palizas y agresiones violentas injustificadas. Sin embargo, lo sorprendente es que en la sentencia que me ha traído a la cárcel nadie me acusa de haber ejercido esa violencia explícita. Así que no hay justificación posible.
Tras mi denuncia, la familia de mi ex hizo un frente común. Primero intentaron convencerme, luego amenazarme y luego desacreditarme, para que retirase mi denuncia. Después mi novia tuvo que elegir entre su familia y yo, y la decisión no fue difícil. Aliada contra los nuevos enemigos, Iris utilizó su situación en mi empresa en mi propia contra, y lo hizo con gran eficiencia: Su acceso a mis cuentas, archivos, facturas, etc., se lo puso fácil para hacerse con documentación que me era imprescindible, profesionalmente hablando, y que supuso el primer golpe de su familia contra mi denuncia
El segundo era evidente. La mejor forma de desacreditarme era utilizar contra mí el pasado falangista y ultra derechista, que no oculto. Y lo hicieron.
Reconozco que se lo puse bastante fácil al intentar llegar hasta ella por mi cuenta para razonar lo que había ocurrido. Con mi pasado político era sencillo convertirme en un individuo peligroso a ojos de la sociedad. Pero todo iba a ir aún peor de lo que imaginaba.
Los acontecimientos se precipitaron. Rompimos y cada uno de mis intentos por comunicarme con ella para dialogar fue hábilmente convertido por la familia en una denuncia por amenazas, calumnias o acosos.
A estas denuncias de la familia se unieron la de los policías implicados en el negocio que yo había denunciado y, para hacer leña del árbol caído, a la cascada de acusaciones se unieron algunos de los viejos camaradas que me la tenían guardada hace años, como José Luis Roberto.
Al no conseguir comunicarme con mi ex novia para solucionar los trastornos que habían supuesto a mi empresa los documentos que ella robó al dejarla, me vi obligado a interponerle una denuncia. Ella respondió poniéndome inmediatamente otra por acoso; eso sí, con todo el apoyo de su familia mafiosa y sus contactos policiales en una de las comisarías más corruptas de España: la comisaría de Abastos en Valencia. Y empezó mi cacería. Fui sometido al placaje más brutal. Amenazas a mi familia, seguimientos y, por fin, la detención a cargo de los funcionarios de dicha comisaría. En ese momento ignoraba que dichos funcionarios, entre los que estaba el inspector Almagro, estaban siendo investigados por un sinfín de irregularidades y delitos. Yo no era su primera víctima.
A mis denuncias y las de un detective contra los policías de la comisaría de Abastos, se sumó la agresividad, cada vez más latente, que los miembros del grupo dirigían contra nosotros. Un día recibí una llamada.
-¿Es usted Juan Manuel Crespo?
No conocí la voz, aunque supuse que sería otra intimidación de cualquier agente de los habituales.
-Sí, ¿quién es esta vez?
-Verá, soy Joan Cantarelo... un periodista de Interviú. Estuve hablando con Juan de Dios y me comentó que estabais recibiendo amenazas de algunos miembros de la comisaría de Abastos, ¿es cierto?
-Sí, es tal y cómo te lo ha contado.
-Verás, estoy realizando un reportaje de investigación sobre esa comisaría, ¿Sabes que es la segunda de España con mayor número de denuncias contra sus agentes?
-No, ignoraba ese detalle.
-Pues así es. De hecho, un gran número de policías de Abastos están involucrados en detenciones ilegales e incluso por tráfico de drogas.
Al escuchar esta segunda aseveración abrí los ojos como platos y mi mente comenzó a razonar a mil por hora, atando cabos que podrían explicar el acoso que estaba padeciendo.
-¿Has dicho tráfico de drogas?
-Sí... Verás, el motivo de mi llamada es el siguiente: había pensado acceder a la comisaría haciéndome pasar por amigo tuyo para solicitar información sobre tu causa y el motivo de tu detención; pienso llevar una cámara oculta y grabar sus reacciones y comentarios sobre las denuncias que has presentado contra ellos... pero, claro, precisaría de tu autorización.
-Por mi parte lo veo perfecto. Oye, ¿no irán a pillarte?
-Espero que no. Bueno, haré eso y te informaré del resultado.
Esa misma tarde recibí una llamada con número oculto. Descolgué pensando que sería el periodista, pero se trataba del inspector Almagro.
-¿Quieres joderme? ¡Eh, cabrón! ¿Quieres joderme con la prensa? ¡Lo tienes claro, chaval! ¡Cuándo te pille no te va a reconocer ni la madre que te parió!
No dejé que siguiera amenazándome y colgué el móvil; posteriormente supe que cuando Cantarelo preguntó por mí, lo cachearon y descubrieron la cámara; pensaron detenerlo, pero al identificarse como periodista sintieron miedo y lo dejaron ir. Ahora iban a por mí a saco.
Las denuncias seguían lloviendo; las últimas se referían a unas cartas mecanografiadas que mi ex afirmaba que le llegaban constantemente y donde se vertían amenazas; jamás mandé ni una sola de las que dijeron recibir; únicamente al principio remití dos o tres manuscritas solicitando a buenas lo que era mío.
A principios de junio volvió a detenerme la policía cuando circulaba en coche cerca de mi casa. En esta segunda detención me acusaban de quebrantar la orden de alejamiento que prohibía acercarme a menos de doscientos metros del domicilio de Iris, pero la misma se produjo a varios kilómetros de su vivienda y muy próxima a la de mi ex mujer, que es a donde yo acudía para recoger a mi hija. Entonces se sacaron de la manga una nota mecanografiada y dijeron que atestiguarían que me habían observado colocarla en su automóvil, con lo cual supuestamente yo habría quebrantado la orden de no comunicarme. Todo se trataba de una maniobra más falsa que Judas, pero la sorpresa vino cuando el agente de la comisaría de Zapadores que me detuvo resultó ser un viejo conocido mío al que solamente trataba por teléfono debido a mi trabajo; al identificarme se sorprendió.
-¡Joder, no sabía que eras tú! La putada es que ya he comunicado al juzgado de guardia tu detención y ahora no puedo hacer nada... de haberlo sabido antes, no te hubiera detenido. ¡Pues no sé que has hecho…! Pero te advierto que el dispositivo que hemos realizado para detenerte viene desde muy arriba. Ignoro a quién le has tocado los cojones de esa manera, pero ándate con cuidado que van a por ti.
Esta afirmación me hizo comprender que mis veladas denuncias ante fiscalía contra colegas suyos habían topado con alguien importante que quería callarme la boca a toda costa. ¿Cómo podrían haberse filtrado mis revelaciones?
El agente, del grupo de Zapadores, se comportó como un señor y permitió que mi hija viniera a verme un buen rato e incluso que saliera a tomar un refresco con ella sin vigilancia policial, un gran favor máxime tratándose de un detenido bajo su custodia. Aunque, desde otro punto de vista, se trataba de una postura normal, máxime cuando tenía la certeza de que lo mío era una trampa muy bien orquestada.
Una vez en el juzgado, <> estaba de guardia el mismo juez que la vez anterior y amplió la orden de alejamiento de doscientos a mil metros; del mismo modo, ordenó el ingreso en prisión eludible bajo pago de una fianza de doce mil euros. Como evidentemente, no llevaba ese dinero encima y se trataba de un sábado, entré en prisión un par de días hasta que mi familia depositó ese importe. Salí en libertad y me propuse poner punto y final a tan truculenta historia de horror.
Al salir de la cárcel me encontré con una desagradable sorpresa: el juzgado que desde el principio llevaba la causa contra mí era el de Instrucción número dieciocho y el juez no encontraba muchos indicios de delito. A lo sumo, y basándose en las acusaciones policiales, un quebrantamiento de la orden de alejamiento que llevaría aparejada una multa... Pero el sumario apareció en el juzgado de mi vieja amiga: Josefina Tarodo Ortí, aquella que años atrás me condenó absurdamente en el único juicio que he perdido en mi vida; la misma que sentía un odio visceral hacia todo lo que significara Levantina de Seguridad o ultraderecha y que, para colmo de las casualidades, era vecina e íntima de unos tíos de la denunciante. Esta jueza consideró como delitos de lesa humanidad lo que su colega contemplaba como faltas.
Asesorado por mis abogados, decidí desplazarme al nuevo juzgado y permanecer en él durante todo el tiempo que permaneciera abierto, hasta que la juez descubriera una solución a mi problema. Así lo hice: por las mañanas madrugaba y me instalaba en los bancos de la entrada hasta que cerraban… del mismo modo un día tras otro, pero no sirvió de nada.
Las cartas mecanografiadas seguían llegando, aunque menos que antes, e incluso salió mi ex en la televisión autonómica diciendo textualmente: <>.
Roberto se sumó al carro de la prensa tomándose la revancha que me guardaba desde que mi partido lo abandonó; la policía de la comisaría de Abastos prosiguió atosigando a mi familia cada vez más insistentemente y siguieron las llamaditas anónimas coaccionando a mis clientes para que rescindieran los contratos conmigo. Pero esa absurda e injusta situación provocó que todos los empleados, amigos míos y de ella, así como los responsables de las empresas con las que trabajaba, se posicionaran de mi lado.
-Te han cogido como cabeza de turco no sabemos por qué -coincidían en señalar.
¿Pero quién ponía tanto interés en azuzarles? A fin de cuentas, no había pasado nada más que lo descrito: nunca existió violencia ni conatos de la misma y todo se debía a unas cartas mecanografiadas que cualquiera podía haber escrito. No tenía sentido.
El 19 de junio seguía sentado en el juzgado, como todos los días, cuando un amigo me informó que mi ex estaba poniéndome a caer de un burro en la radio autonómica; al finalizar la emisión llamé a Radio Nou y me invitaron a acudir al día siguiente. Así lo hice y el 20 permanecí durante una hora en directo, en un programa presentado por el popular periodista Ximo Rovira y que contaba con la presencia de Jerónimo Boloix, inspector de policía retirado y habitual en esos debates. Solo los tres cara a cara. Y, por línea telefónica, nos acompañó mi bella denunciante.
Me defendí de las imputaciones y culpé a algunos policías de Abastos de hostigarme, acosarme y amenazarme. Tras escuchar mi versión, probada con numerosa documentación, Ximo me dio públicamente la razón y aconsejo a mi denunciante que la solución perfecta pasaba por sentarnos los dos frente a un abogado para solucionar los problemas. ¡Que era justo lo que pedía yo! Posteriormente me entrevistó la televisión valenciana.
Al salir de la emisión, conecté el móvil y encontré tropecientas llamadas perdidas de la comisaría de Abastos. Al inspector Almagro no debió de gustarle lo que dije sobre él... o puede que alguien se hubiera puesto nervioso al ver que empezaba a declarar públicamente contra ciertos agentes… ¿Y si me atrevía a contar pormenores de otras situaciones más graves?
A lo largo de todo ese día y el siguiente recibí avisos amenazantes del entorno familiar de mi ex novia y de la policía.
Ahí no quedó el asunto. A casa de Paco, mi amigo guardia civil, acudieron cinco personas armadas y ocultas con pasamontañas que huyeron cuando la mujer de éste avisó a la policía. Un coche alquilado a la empresa AVIS, que utilizábamos en mi empresa para visitar clientes y que tenía estacionado frente a mi despacho, fue destrozado a golpes; y la tarde del 21, un grupo de enmascarados, probablemente los que amenazaron a Paco, me esperaron en la puerta de casa de mi hija y me persiguieron por la calle esgrimiendo pistolas automáticas y porras, hasta que pude refugiarme en el coche y salir a toda pastilla hacia la comisaría de Zapadores. Eso no evitó que abollaran el vehículo y que me llevara un par de trancazos en piernas y espalda. No lograron hacer uso de las armas porque la calle estaba llena de personas que acudían a recoger a sus hijos al colegio. Mientras conducía recibí una nueva llamada: <>.
Todos estos hechos, incluida la llamada, los denuncié la tarde de 21 de junio de 2002 en la comisaría de la policía nacional de Zapadores, en Valencia. Lo que no dije al agente que me tomó declaración es que entre los atacantes reconocí claramente a uno de los policías de Abastos que participó en mi primera detención. ¿Cómo iba a denunciarlo ante sus colegas?
Esa misma noche, mi madre estuvo recibiendo amenazas telefónicas, ininterrumpidamente, por parte del jefe del grupo, hasta las dos de la madrugada... al igual que mi ex mujer. Al final, harto de esa situación de pesadilla, marqué el número de comisaría y pregunté por el responsable. Me contestaron que a esas horas no quedaba nadie.
-¡Alguien quedará! ¡Acaban de llamar a mi familia desde este mismo número hace menos de un minuto! -exclamé airado.
En pocos segundos una voz distinta preguntó quién era yo.
-Soy Juan Manuel Crespo, ¿Es usted el inspector Almagro?
-No, Almagro no lleva ya este caso... soy su sustituto.
-¿Qué coño quiere, que no dejan en paz a mi familia?
-Le queremos a usted. Tiene que venir inmediatamente para que procedamos a su detención.
-¿Y eso por qué?
-Usted ya lo sabe.
-No tengo ni idea. ¿Qué ocurre, no le gustó lo que dije sobre ustedes? -inquirí.
-Si no viene inmediatamente, volveremos a molestar a los suyos -amenazó.
Quedé en pasar antes del viernes y telefoneé a mi nuevo abogado, Juan Carlos Navarro, para ponerle al día. Viendo el cariz que tomaban los hechos, un par de días antes opté por contratar a este conocido penalista valenciano.
-Esto es un absurdo y hay que ponerle fin. Mañana hay huelga general pero los juzgados trabajan. A las diez en punto nos vemos en la entrada -señaló.
A la hora marcada acudí. En seguida reparé en Juan Carlos.
-La jueza está ocupada, pero he hablado con ella y nos atenderá en media hora -indicó.
Marchábamos a tomar un café para matar el tiempo, cuando dos hombres nos interceptaron a la vez que mostraban placas de policía:
-Queda detenido -señaló escuetamente uno de ellos-. No intente resistirse o ya sabe... -añadió mientras enseñaba disimuladamente la culata de la pistola que llevaba al cinto.
-¡Hombre...! -exclamé irónicamente-. Pensaba que hoy ustedes no trabajarían... ¿O es qué no tenían nada mejor que hacer que ir a por gente honrada?
Me condujeron a la comisaría, en donde me negué a prestar declaración. Al día siguiente fui trasladado al juzgado de guardia para comparecer ante el juez.
Cuando llegó mi turno, dos agentes uniformados me sacaron de los calabozos y, después de esposarme, me subieron al juzgado. Allí estaba esperándome mi letrado; al verme, se acercó y dijo:
-Ha estado hablando conmigo la abogada de la otra parte... quiere hacerte una proposición, yo que tú la escucharía.
Instantes después se aproximó la letrada. Yo la conocía por coincidir, por la misma causa, en alguna otra ocasión. Pidió permiso a los policías que me custodiaban para parlamentar conmigo y expuso:
-He estado hablando con la jueza y la fiscal durante un buen rato y hemos decidido llegar al siguiente acuerdo: como no existen agresiones ni violencia y en todo caso de lo que se le podría acusar es de amenazas, la fiscal está conforme en que si retiramos las denuncias ella no actuará de oficio y usted quedará libre. Además, llamaré a la familia de esta chica y su madre le restituirá lo que su hija cogió sin querer...
-¿La documentación?
-La documentación y el dinero. A cambio, tiene que comprometerse a retirar la querella que presentó y a no mover más las cosas en relación con su tío. ¡Bueno! ¿Qué hago? ¿Los llamo y se acaba todo?
Me quedé inmóvil mirando seriamente a sus ojos y le dije, pausadamente:
-Escuche, los papeles que cogió... a estas alturas me importa un bledo que los devuelvan, porque ya es tarde para solucionar ese lío de Hacienda y de la Seguridad Social; que sus clientes entreguen lo que me pertenece no es un favor... es lo que deberían haber hecho desde un principio. Pero... ¿quién va a compensarme por los perjuicios morales y económicos ocasionados? ¿Y por los meses que me han hecho pasar? Llame a sus clientes y dígales que no hay trato, que de la cárcel saldré y que la justicia se encargará de poner los puntos sobre las íes.
Mi decisión cayó cómo un jarro de agua fría. En verdad he de decir que no pensé que estaría más de una semana en la cárcel e incluso que ahí estaría más seguro que en la calle; además, soy excesivamente orgulloso y cuando tengo razón, voy hasta el final, cueste lo que cueste.
Tras una breve vista oral y viendo que no habíamos alcanzado ningún acuerdo, la jueza decretó mi ingreso en prisión. Comenzaba el 23 de junio de 2002 y España entera seguía pendiente de los resultados de la huelga general convocada en la jornada anterior. Para mí comenzaba una larga pugna en la que trataría de demostrar que se había perpetrado un colosal error y para hacer valer a la justicia.
-Pase aquí y desvístase -dispuso el joven funcionario de prisiones, al tiempo que abría una puerta de hierro repintada de un avivado verde oliva.
Atendí la orden y penetré en el cuartucho. Remisamente, ante la mirada inquisidora del <>, fui quitándome, una a una, todas las prendas que me cubrían, hasta quedar en ropa interior.
-¿No piensa quitarse los calzoncillos? -interpeló el carcelero.
Tragué saliva y procedí a quedarme totalmente desnudo ante aquel desconocido que me observaba con tanta indiferencia y un gran sentimiento de impotencia y rabia comenzó a invadirme.
-Vaya hacia la pared, abra las piernas y flexione el tronco hasta el suelo -ordenó.
Satisfice su mandato, mientras sufría un profundo bochorno ante aquella situación tan desagradable. ¿Cómo podía ser posible que eso me estuviera pasando a mí? No hacía mucho, menos de una hora, estaba sentado frente a la jueza en su despacho y ahora me hallaba en pelotas frente a un extraño que se entretenía en revisar cuidadosamente mi ropa.
Mis sueños se habían esfumado de golpe: el incipiente negocio, los proyectos de expansión... Lo tenía todo: familia, amigos, una hija estupenda, buen trabajo, excelente coche... ¿Qué me quedaría después de esto?
-Entre ahí y dúchese -indicó señalando hacia un recinto en donde un par de oxidados grifos pendían del techo.
-Por favor, ¿podría proporcionarme una toalla y jabón?
-¿Cree que está en su casa? ¡Venga, dúchese y salga en un minuto... no tengo todo el día! Y si quiere secarse, utilice la camisa.
Seguí las indicaciones y me quité, bajo el frío chorro, el desagradable olor de los calabozos. Tras vestirme, me encerraron en una celda repugnante, llena de pintadas, cucarachas y manchas de sangre por las paredes, donde pasaría mi primera noche junto a un sicario colombiano. Un par de días después transité al módulo dispuesto a convivir con el resto de presos.
La vida en la prisión es, sencillamente, insoportable. Para que el lector pueda hacerse una idea, supone pasar instantáneamente de la vida habitual con tu trabajo y gente, a una inmensa y tétrica casa del Gran Hermano, donde convives con los protagonistas de los sucesos de los últimas décadas. Aquellos personajes que salieron en los titulares informativos comienzan a formar parte de la vida cotidiana. Los primeros días son los peores, hasta que te acostumbras a los nuevos

vecinos y eliges amigos; no se tarda mucho en comprender que detrás de esas fachadas existen personas que sufren y sienten... quizá no todos, pero sí la mayoría.
Porque en las cárceles se junta gente de todo tipo: desde el psicópata que asesinó a
su familia hasta el abogado que provocó un accidente de tráfico y que, por no llamarse Farruquito, se enfrenta a varios años de condena.
Policías, médicos, empresarios, trabajadores normales que algún día cometieron un error, en ocasiones insignificante, comparten espacio con delincuentes profesionales, yonkíes robabolsos y miembros de ETA. Personas que ingresan por quebrantar órdenes de alejamiento o impago de multas juegan al dominó con sicarios y atracadores. Es el absurdo mundo de la prisión.
Desde el principio tenía esperanza de salir rápidamente y así me lo confirmaba mi abogado cada vez que venía a visitarme.
-La jueza me ha dado su palabra de que antes de irse de vacaciones te dejará libre. Realmente no has hecho nada, pero conoce tu pasado y quiere cubrirse las espaldas; así que antes de agosto saldrás a la calle.
-¡Agosto! ¡Pero si queda un mes y medio!
-El tiempo pasa rápido; además, cinco semanas es muy poco... Ten paciencia y ve pensando en lo que harás este verano con tu hija.
La visita de Juan Carlos Navarro me dejó hundido... ¡Mes y medio!
La cárcel no ofrecía muchas elecciones, aparte de andar por el patio como animales enjaulados de un zoo y con idéntico resultado... ¡Todo el día caminando para no llegar a ninguna parte! Mi única ilusión consistía en hablar con mi hija, pero eso no era sencillo. La dirección autorizaba dos llamadas al mes de cinco minutos cada una, aunque los carceleros les permitían alguna extra a aquellos que colaboraran en la limpieza de las instalaciones; así que, cada vez que abrían las celdas, yo corría a coger escoba y recogedor para barrer el sucio cemento. A la semana me enteré de que el centro editaba una revista mensual y precisaban colaboradores; rellené una instancia y tuve la suerte de que me admitieran. Eso implicaba un triunfo: salir diariamente del módulo y conocer nueva gente. Simultáneamente inicié un nuevo trabajo que consistía en repartir la comida al resto de mis compañeros. Aunque no pagaban nada, la cuestión consistía en estar ocupado.
Entre pitos y flautas llegué a finales de julio; fecha en la que, en teoría y según la juez, saldría en breve. En mi casa se preparaban contentos para ese día y planificaban las vacaciones.
Llegó la fecha prevista y estaba impaciente esperando que me llamaran para salir. Al mediodía, y con el corazón en un puño, solicité permiso al funcionario para telefonear a mi ex mujer para que me informara del resultado de la vista.
-Mati, soy yo... ¿Te ha llamado Juan Carlos? ¿Sabes algo? -solté atropelladamente.
El doloroso silencio detrás de la línea indicaba que algo no iba bien.
-Hola, Juanma. Acaba de telefonearme tu abogado... La jueza ha denegado la libertad -pronunció intentando disimular los sollozos.
Al escuchar esa frase sentí una impotencia infinita y un horrible pesar.
-No te preocupes, Juanma, he quedado con Juan Carlos dentro de cinco minutos en el Juzgado. Hablaré con la jueza para que nos dé una explicación.
Noté un tremendo pesar en el tono de su voz. Tenía suerte de contar con alguien como ella a mi lado.
Posteriormente supe que acudió al despacho de la jueza y que ésta accedió a verla si la acompañaba un abogado.
-Entiendo su preocupación –le explicó a Mati-. Realmente no ha hecho nada para estar en prisión, pero no quiero sufrir riesgos innecesarios y aventurarme a que a esta chica pueda pasarle algo. Mire, existe una solución: si su ex marido acepta ser tratado durante el verano por un psiquiatra, no tengo ningún inconveniente en dejarlo en libertad condicional tan pronto yo vuelva de vacaciones... Evidentemente, siempre que el informe descarte cualquier tipo de peligrosidad.
Así quedó el asunto. Mi familia, destrozada, se movilizó buscando un psiquiatra experto en estos problemas. En pocos días el juzgado autorizó a don Rafael Muñoz Conde para que me atendiera en prisión.
El psiquiatra me visitaba varias veces por semana; se trataba de un buen perito que años atrás estuvo preso por sus ideas políticas contrarias a Franco. En seguida reconoció que no entendía cómo podían haberme ingresado en prisión basándose únicamente en denuncias sin consistencia.
-Les da miedo tu militancia ultra. La jueza hizo mucho hincapié en ese tema.
Para mitigar un poco ese temor, negué haber participado en acciones violentas durante mi afiliación política. ¡Total, de eso hacía veinte años y con el tiempo la gente cambia! Sin embargo el estigma fascista te acompaña para toda la vida.
A principios de septiembre, y después de un concienzudo trabajo por parte del profesional de la psiquiatría, éste llegó a las siguientes conclusiones: yo no presentaba ninguna patología psiquiátrica y no se apreciaban síntomas ni signos que pudieran presagiar comportamientos violentos hacia mi ex compañera, y añadía: <>. Igualmente matizó con lo siguiente: <>.
Una vez presentado el informe sólo faltaba que la jueza cumpliera su palabra, pero no lo hizo y sus mentiras cayeron como una pesada losa sobre los míos.
Mi padre continuó concurriendo a la fiscalía para intentar profundizar en las denuncias presentadas.
-Tu hijo dispara muy alto -señaló Luis Beltrán-. Seguiremos las investigaciones, pero debes saber que es una indagación ardua y no caerán todos los que son.
Mi progenitor intentó que emitieran un informe favorable para facilitar mi puesta en libertad, pero Beltrán se opuso.
-No interesa hacerlo, he estado viendo el sumario y no existen motivos para retener a tu hijo demasiado tiempo. Si realizáramos un informe positivo, la familia de esta chica podría suponer que habéis puesto una denuncia y fastidiarnos el operativo.
Mi padre comentó la relación de amistad entre la jueza y otro familiar de la denunciante, pero el fiscal jefe la defendió.
-Conozco a esta jueza desde hace tiempo y no creo que actúe basándose en su amistad con la familia, en todo caso, lo que está perjudicando a tu hijo es su pasado político.
Estaba abatido por permanecer injustamente encerrado y opté por cometer una medida drástica: realizaría una huelga de hambre. Elegí el seis de diciembre, Día de la Constitución, para iniciarla, y me preparé para cumplir esa dura prueba.
Antes de emprenderla me asesoré con los mejores expertos: los etarras y Grapos. Me dieron varios consejos: beber diariamente, aunque no tuviera sed, entre seis y nueve litros de agua, y realizar el menor ejercicio posible; igualmente recomendaron que renunciara inmediatamente si me resfriaba o cogía la gripe; ignoro los motivos de estas advertencias pero me dispuse a hacerles caso.
En la fecha designada, después de notificar mis intenciones por escrito a los responsables de la prisión, comencé la huelga. Los primeros días resultaron insoportables: únicamente pensaba en comer a toda hora, pero después de la primera semana el estómago se me cerró y no sentí más hambre. Lo más duro fueron las Navidades, pero estaba decidido a llevar a cabo mi protesta y seguí sin probar bocado a pesar de los intentos por hacerme renunciar. Pedía dos cosas para concluirla: mi libertad, pues no existía ni un solo motivo para tenerme encarcelado, o fecha para el juicio oral. Después de un mes sin ingerir alimentos, empecé a encontrarme mal y el juez de vigilancia penitenciaria ordenó mi alimentación forzosa, la que no pudo realizarse debido a mi negativa.
Lo peor ocurrió cuando no quedaba grasa en mi organismo y éste empezó a asimilar músculo; el elegido fue el de la pierna derecha y permanecí cojo durante varios meses. Después de cuarenta y cinco días de huelga de hambre recibí la notificación en donde se anunciaba que mi juicio tendría lugar del 21 al 25 de julio de 2003; viendo medio cumplido mi objetivo, finalicé la medida de presión. En total perdí treinta kilos y sufrí lesiones musculares permanentes, hoy en día, éstas todavía me provocan un entumecimiento en las extremidades y un dolor agudo en invierno que me impide conciliar el sueño.
Pocos días más tarde acudió a verme Juan Carlos Navarro: tenía en su poder la petición del ministerio fiscal. ¡Por fin sabría de qué se me acusaba! En total pedían cuatro años de prisión menor por los siguientes delitos: un año por amenazas, un año por coacciones, un año por lesiones psíquicas y un año por quebrantar la orden de alejamiento. La acusación particular solicitaba once años.

Con la fecha del juicio a la vista, me preparé para afrontar esos días. Faltando un par de semanas para sentarme ante el juez, cometí un error imperdonable: prescindí de los servicios de mi abogado y contraté a otro, José Antonio Prieto Palazón, quien, aunque buen profesional, careció de tiempo material para preparar la defensa.
Una semana antes del proceso acudieron a verme dos fiscales y me hicieron una propuesta: si me declaraba culpable, rebajarían su petición a dos años y así podría salir en libertad el mismo día del juicio, ya que al carecer de antecedentes penales, me aplicarían la suspensión de pena.
-¿Y si la acusación particular se opone? -cuestioné.
-No lo harán, hemos hablado con la abogada y está dispuesta a llegar a este acuerdo.
Se trataba de la segunda vez que pretendían un arreglo para sacarme de la cárcel. No hizo falta pensar mucho mi respuesta, reafirmé mi inocencia y aseguré que no quería pacto alguno con nadie.
-De no hacerlo, se arriesga a una condena superior -aconsejó una fiscal.
-Me arriesgaré. Si me condenan por lo que no he hecho, significa que la justicia española es una bazofia.
Me arriesgué, sí, y perdí la apuesta. Podría explicar todas las irregularidades de mi proceso, pero el lector pensaría que eso es lo que decimos todos los procesados. Podría proclamar mi inocencia, como la mayoría de los condenados. Pero no haré nada de eso, porque ya no tiene sentido. Sin embargo, invito al lector a solicitar al Juzgado de lo Penal número 6 de Valencia las copias del acta del juicio oral: PA 184/03, dimanante del Juzgado de Instrucción número 13 de Valencia, PA 240/02, DP 1747/02, y también el acta del Juzgado de lo Penal número 7 de Valencia, PA 364/04 F, dimanante del Juzgado de Instrucción número 13 de Valencia PA Nº 36/04, y a juzgar por sí mismo las absurdas pruebas que se utilizaron para condenarme.
La mañana del 28 de julio de 2003, un par de días después del juicio, mi nuevo letrado recibió un fax del juzgado en donde se indicaba que en esa fecha yo sería puesto en libertad condicional. Tan pronto mi padre se enteró de esto, visitó al juez para darle las gracias. Lo encontró en su despacho trabajando y preparándose para iniciar las vacaciones; ya habían tratado anteriormente debido a mi situación penal.
-Dejo en libertad a su hijo porque, sinceramente, dudo que exista riesgo para esa chica. No he finalizado todavía la sentencia, pero en todo caso la pena que podría aplicarle no excedería el tiempo que ya ha pasado en prisión. Sólo quiero que le transmita un mensaje: me estoy mojando por él porque pienso que este asunto se ha sacado de quicio, pero... ¡que no se pase un pueblo!
Aquella misma tarde salí a la calle después de más de trece meses en cautiverio.
El reencuentro con los míos fue emocionante, varios amigos acudieron a recogerme y posteriormente me llevaron a casa de mi ex mujer e hija, en donde pasamos una agradable velada. El día siguiente permanecí con mi pequeña: la llevé a visitar tiendas, a pasear y por la noche al cine; minutos antes de la medianoche la dejé en casa con su madre. No hacía ni diez minutos que me había marchado cuando Mati se sobresaltó al oír el timbre de la puerta. ¿Quién llamaría a esas horas? Se asomó por la mirilla y observó a dos hombres de paisano.
-¿Qué desean? -preguntó.
-¡Somos la policía! ¿Se encuentra su marido en casa? Tiene que acompañarnos...
El mundo se resquebrajó a sus pies; mi hija sintió pánico al escuchar la palabra <> y mi ex se pasó más de una hora intentando razonar con los agentes. No sabían los motivos, pero tenían orden de detenerme y trasladarme a la comisaría de Abastos. Un día escaso había durado nuestra felicidad.
Puse el hecho en conocimiento de abogados y me aconsejaron solicitar amparo al Tribunal Constitucional. La pega es que estábamos en agosto y casi todo el mundo permanecía de vacaciones. A los pocos días me llamaron del juzgado de guardia. Acababa de salir una ley para la protección de víctimas de la violencia doméstica y mi denunciante la había solicitado. Tenía que comparecer antes de veinticuatro horas para una vista oral. Intenté defenderme explicando que mi caso no correspondía a violencia de género alguna, pero el secretario judicial fue claro: <<¡O acude hoy o decretaremos una orden de detención!>>. Mi ex se comprometió a acompañarme.
Horas más tarde se celebró la vista y la acusación particular solicitó, por si las moscas, el ingreso en prisión. El interrogatorio practicado por esta letrada y por la jueza versaba sobre mi empleo en Levantina de Seguridad y mi conocida pertenencia a organizaciones políticas de extrema derecha. La magistrado acordó que en veinticuatro horas debería presentarme para conocer su decisión.
Puesto que pensaba irme con mi familia a Segorbe, se convino que comparecería a las once del día siguiente, ante el juzgado de dicha población castellonense.
En las dependencias judiciales observé tan sólo a un funcionario. Al verme, preguntó:
-¿Es usted Juan Manuel Crespo?
-Sí, soy yo.
-Lo estaba esperando.
Aprecié que abandonaba su despacho, entraba en otro anexo y descolgaba el teléfono. Me acerqué a él y agarré el auricular.
-¿A quién va a llamar? -pregunté.
Permaneció callado y noté que miraba de refilón unas hojas de fax.
-¿Qué pone en esos folios? -apremié.
-Son del juzgado de Valencia, ordenan su ingreso en prisión...
No le di tiempo a acabar la frase. Salí pitando del recinto, salté por una ventana de la planta baja y marché a esconderme al monte. Permanecí en rebeldía un par de semanas, acrecentando con ello mi pena. Pero, como era de esperar, finalmente me encontraron. Que nadie crea que puede burlar la persecución policial por mucho tiempo.
La detención fue pacífica, peo en cuanto me metieron en el furgón recibí la mayor paliza de mi vida. Quizá como las que propinábamos mis camaradas y yo a los rojos y antifascistas en otros tiempos. Ahora sé lo que se siente al ser la víctima y no el agresor.
Nada más entrar en la cárcel, inicié una segunda huelga de hambre hasta que alguien diera solución a mi problema.
Durante cuarenta y siete días permanecí sin probar bocado. Los mismos funcionarios afirmaban que lo que estaba ocurriendo clamaba al cielo.
-Tanto cabrón que anda suelto... y a ti, por chorradas, te están jodiendo la vida -decían.
Los presos opinaban igual y los etarras se sorprendieron al volver a verme.
-¿Es que no sabes cómo es la policía española? No te van a dejar en paz; cuando vuelvas a salir aparecerás en cualquier descampado con dos balazos en la cabeza... Ni investigarán. ¡Ajuste de cuentas... y caso cerrado!
Finalicé mi protesta debido a los ruegos familiares, sobre todo de mi madre, que bastante pesar tenía sabiendo que su marido se estaba muriendo por culpa de un cáncer de páncreas que acababan de diagnosticarle.
Por efecto de la huelga de hambre tuvieron que sacarme cuatro piezas dentales... ¡Esta vez a mi organismo le dio por el calcio!
A mitad de la huelga, me llegó la sentencia del juicio: me habían condenado a los tres años y diez meses que solicitaba el fiscal, a la prohibición de volver a Valencia durante cinco años, a dieciocho mil euros en concepto de daños y perjuicios y a otros tantos de multa. Al enterarse, mi padre visitó al juez: el fallo no correspondía a lo indicado.
-Mire, lo siento mucho, pero si usted hubiese visto los informes remitidos por la policía, entendería que no quiera arriesgarme a absolverlo. No obstante, con el tiempo que permaneció en prisión, probablemente salga en tercer grado en cuestión de semanas...
Sigo en la cárcel, así que obviamente eso no sucedió.
La mañana del 31 de diciembre de 2004 hablé con mi padre por última vez. Su salud había empeorado, pero nunca dejó de luchar por mí. Creía en mi inocencia y dejó la vida, literalmente, en defenderme. Pero al final su salud dijo basta. Aquella mañana èl estaba ingresado en la clínica La Salud y aproveché para felicitarlo por las fiestas. Las últimas semanas fueron un continuo trasiego de casa al hospital y del hospital a casa... Deseaba que al menos no sufriera.
Por la tarde del día siguiente telefoneé a mi madre. Al escuchar <>, dije lo típico en esas fechas:
-Mamá, feliz año nuevo.
-¿Es que no te han dicho nada? -dijo suavemente.
Al sentir esa frase imaginé lo peor y aprecié un tremendo nudo en el estómago que me dejó sin habla. Casi sin fuerzas acerté a decir:
-¿Ha pasado algo?
Suponía la respuesta, pero me negaba a creerla.
-Papá ha muerto esta mañana.
Mi padre nunca sintió estima hacia los presos. Lo recuerdo en las cenas despotricando cada vez que acudía a la cárcel a visitara a algún cliente; y de entre los reclusos, a los que odiaba con todas sus fuerzas, era a los etarras. Estoy convencido de que hubiera soltado una sonrisa irónica desde su tumba de haber sabido que decenas de compañeros míos, entre ellos miembros de ETA, me dieron el más sincero pésame cuando falleció. Sabían que era hombre de leyes y padre de un <>, pero eso no fue óbice para que alguno de éstos dejara escapar alguna lágrima furtiva cuando vinieron a darme un abrazo. Así es como funciona el surrealista mundo del <>, en donde, ante el sufrimiento, los malhechores se transmutan en hombres.
Después del segundo juicio aguardé a que la junta de tratamiento me concediera permisos de salida, pero continuamente me los negaban basándose en mi pasado político.
-¡Es qué eres el jefe de los skins! -afirmaban los muy imbéciles.
<>
Por aquellas fechas todo el mundo hablaba de dos libros de éxito: Diario de un skin y El año que trafiqué con mujeres. Un tal Antonio Salas se había infiltrado entre los cabezas rapadas durante un año y había radiografiado fielmente ese mundo que yo había conocido tan bien. Me fascinó leer sus incursiones en locales y lugares que yo mismo había conocido, como los circuitos de Ultrassur en Madrid. Si hubiéramos coincidido en el tiempo, tal vez yo mismo habría sido grabado por su cámara oculta.
Y si Diario de un skin me sorprendió, El año que trafiqué con mujeres me hizo quitarme el sombrero. Por primera vez alguien se atrevía a desenmascarar a Roberto y a mi ex empresa Levantina de Seguridad. Por primera vez un periodista publicaba la siniestra relación entre el mundo de la prostitución y la extrema derecha. Y es que parecía claro que Antonio salas, el autor de esos libros, los tenía bien puestos. El mero hecho de atreverse a entrar solo, y con una cámara oculta, en el local de Levantina de Seguridad, cuando todos los nazis de España lo estaban buscando, demostraba la pasta de la que estaba hecho. Pero una cosa es arriesgar la vida y otra, arriesgar la credibilidad. ¿Se atrevería Antonio Salas a ayudar a contar mi historia? ¿Osaría la editorial Temas de Hoy darle voz al jefe de los skins? ¿Un fascista con un pasado de violencia como el mío, y condenado por un delito de acoso, podría tener derecho a contar su historia?
A lo largo de mi vida he cometido muchos errores, algunos injustificables, y habría sido justo que pagara por ellos, pero la justicia se equivocó y eso no ocurrió. Tengo esperanza de que se revise mi juicio y, si es preciso, vuelva a repetirse; porque es injusto sufrir condena por algo que no he hecho y, encima, que los culpables se salgan de rositas. Pero, si por una de ésas se demostrara que miento y soy culpable, exijo que se aplique la ley hasta el final, sin misericordia alguna. Hace años la justicia erró a mi favor, ahora lo ha hecho en contra.
Soy falangista, sigo creyendo en la belleza del auténtico pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, considero que representa la más perfecta expresión de justicia, aunque haya sido manipulado por muchos... pero cada cual es libre de pensar lo que quiera.
Hace muchos años llegué al convencimiento de que por encima de las ideas están las personas que, en definitiva, son las que las hacen grandes. Respeto a quienes saben respetar y a los que no, los compadezco. Mis experiencias en ambientes violentos han determinado que sienta animadversión hacia toda forma de violencia y la considere como la expresión de la incultura más burda.
Entre mis ídolos hay uno por el que siento especial admiración. Se trataba de un hombre de talla menuda, aspecto delicado y miope... ¡Nada similar al típico ídolo ario! Sin embargo, nadie sospechó que con ese aspecto, y sin medios de comunicación a su servicio, sería quien consiguiera movilizar a la mayor cantidad de personas, cientos de millones, en el siglo XX.
Gandhi, sin más armas que sus argumentos, venció al imperio británico y obtuvo la independencia de su patria, la India.
Fue el creador del pacifismo militante, y su lucha, sin una sola pistola, el ejemplo más claro de heroicidad. ¡Porque hace falta tenerlos bien puestos para enfrentarse con las manos abiertas al mejor ejército del mundo! ¡Porque no es sencillo ocupar ciudades defendidas por regimientos con el poder que da la palabra, la razón y la forma de ser!
Anteponer mensajes a fusiles y, encima, conseguir la victoria. ¡Ahí radica el heroísmo!
Puede que yo descubriera eso demasiado tarde. Probablemente me dejé enredar con falsas arengas que incitaban al odio, y lo triste es que muchos jóvenes siguen haciéndolo.
¡Sí, señor! Me gusta Gandhi, admiro a José Antonio y siento muy dentro las estrofas del Cara al sol, que no sólo no tiene ni una sílaba que hable de odio ni rencor, sino que transmite un mensaje de esperanza y paz.
Quizá aquellos que cantan este himno antes de marchar a la <> o después de un partido de fútbol ignoran que están profanando la idea que tuvo el Jefe de crear una organización que avanzara en pos de la Justicia y la igualdad.
Igual desconocen que <> del Magreb y otros, negros como el carbón, entonaron ese mismo himno con orgullo. Puede que con este razonamiento esté perdiendo el tiempo; tal vez no saben siquiera quién fue José Antonio y sus ideas abiertas hacia los sudamericanos, como hermanos de la Hispanidad. Pero si con estas letras he conseguido que tan sólo uno se plantee el uso de la violencia, habré conseguido mi objetivo.

Monday, March 10, 2008

CAPITULO 9

La noche en que vaciamos la sede me acosté tarde. A las ocho de la mañana, el teléfono de casa y el móvil comenzaron a sonar a rebato. No los descolgué. Por el número sabía que se trataba de Roberto, quien de esa forma tan agobiante pretendía pedirme explicaciones.
Me imaginé la escena: él circulando tranquilamente por la avenida rumbo al despacho y volviéndose a admirar el rótulo, como hacía cada vez que pasaba por ahí, frenando en seco y alucinando con lo que ya no veía. ¡Debía de llevar un cabreo enorme!
En las jornadas posteriores contactaron conmigo antiguos compañeros de Levantina de Seguridad. Venían a avisarme de que Roberto había puesto precio a mi cabeza. Lo surrealista del asunto es que ellos eran precisamente los que tenían el encargo de darme una paliza.
-¡Es que eso de ser siempre el machaca del jefe al final cansa! -dijeron.
El resto de los camaradas de FE-FNS no estaban mejor que yo. Unos cuantos siguieron mis pasos y abandonaron <>, y éstos eran precisamente los que más amenazas seguían recibiendo. Les aconsejé que anduvieran con cuidado, no fuera que se toparan con algún cabrón que les amargara la existencia.
El que no tuvo suerte fue Lucas, el skin del partido. Dos de los matones de Roberto le propinaron una brutal paliza.
Supe que estos mismos matones me buscaban junto con unos cuantos más, pero debían de ser muy estúpidos o no lo hicieron con suficiente esmero, ya que un par de días después de abandonar <> comencé a trabajar en un local público a escasos doscientos metros de sus oficinas.
De vez en cuando me juntaba con la gente del partido para tratar de encontrar una nueva sede, pero mis empleos no daban tiempo para nada y, con el tiempo, postergamos la idea. Durante un año trabajé dieciocho horas diarias sin descanso.
Por otra parte, Arias viajaba constantemente a Valencia para despachar con su nuevo jefe, el capo. Por terceras personas me enteré de la elección en Falange de un nuevo jefe nacional. Se llamaba Jesús López y anteriormente había ejercido de jefe provincial en Toledo, su ciudad natal. Yo lo conocía y creí sinceramente que se trataba de la persona idónea para ese puesto.
Gustavo Morales, su predecesor en el cargo, se encontraba muy liado como para ejercer la jefatura. En los últimos tiempos había triunfado: fue nombrado director del periódico YA en su última etapa, y posteriormente contratado por Mario Conde para codirigir su revista MC. La transformación de Morales resultó ejemplar: de los <> al guapo sin ponerse colorado.
Mis últimas informaciones referían que Eduardo Arias había sido llamado a ocupar una secretaría en FE-JONS. Quedé un poco sorprendido por aquel cambio de ideas tan radical, aunque supuse que López no habría querido prescindir de alguien tan representativo.
No tenía tiempo para nada, salvo para trabajar; sentía cierta añoranza por lo que pudo ser y no fue, pero en los momentos difíciles toca levantar la cabeza y seguir adelante sin mirar atrás; me encontraba satisfecho de salir sin ayuda. Mi empleo en Protecsa me permitió conocer lo que se nos tenía vedado. ¡Por fin una empresa que cumplía rigurosamente con la ley!
Por las noches doblaba en un pub llamado Haddock y en Suso´s. En el primer local me encontraba precisamente para protegerlos de los cabezas rapadas, que habían ocasionado algún que otro problema al dueño; por fortuna, los <> me conocían y nunca montaron follón mientras yo prestaba servicio.
Aquella nueva etapa me traía sensaciones diferentes y por primera vez estaba satisfecho. En la sala de fiestas pronto conseguí la confianza de los responsables y, aunque no libraba nunca, me aplicaba a gusto.
Trabajaba de paisano y sin ningún tipo de arma; algo anormal, puesto que estaba acostumbrado a portar defensa y el pesado revólver reglamentario.
Los encargados del local percibieron mi satisfacción de estar de cara al público y me encargaron otra labor: actuar como relaciones públicas; eso implicó el complemento final de mi carrera como profesional de la noche valenciana.
La discoteca era una institución en la ciudad y por ella desfilaban figuras habituales de la televisión. Jimmy Jiménez Arnau era una de esas figuras. Se trataba de una persona muy inteligente y directa; solía acudir después de participar en tertulias de Canal Nou y, en ocasiones, las proseguíamos los dos juntos.
El periodista Carlos Dávila venía de vez en cuando. Nunca hablé con él, pues siempre se encontraba demasiado ocupado en sus cosas. Sin intención de entrar en detalles morbosos, baste decir que lo admiraba hasta entonces.
Lidia Lozano, también periodista, frecuentaba el local los jueves. Pocos famosos irradiaban tanta simpatía como ella con los clientes.
José Sancho, María Jiménez, Imanol Arias, Espartaco Santoni, el genial humorista Eugenio, las espléndidas The Supremes y un largo etcétera, compartieron conmigo, quizá sin saberlo, retazos de sus vidas. El mundo de la noche te permite esas licencias. Incluso durante un par de meses mantuve un idilio con una conocida actriz. ¡Lo que son las cosas!
Llevaba algún tiempo en ese puesto y algunas noches veía a Roberto caminando por la cercana Gran Vía; sabía que él estaba informado de mi presencia y, aunque al principio mantenía la guardia, conforme transcurrían las semanas, me descuidé.
Sucedió un jueves. En aquella velada la discoteca estaba repleta y me hallaba charlando con el portero junto al único acceso. De improviso aprecié que alguien entraba como una exhalación sin dirigirnos la mirada. Lo reconocí sin dudarlo: se trataba de Roberto, acompañado por un par de espectaculares chicas.
Permanecí alerta. Sabía que por fuerza él tendría que salir por mi lado. Al cabo de media hora se acercó directamente y profirió en plan cínico:
-¡Hombre! ¡Qué pequeño es el mundo! ¡Si tenemos aquí al jefe de Falange!
Lo conocía de sobra y supuse que esa ironía reflejaba un intenso deseo de hablar.
-Qué tal, José Luis... ¿Todo bien?
Me repasó lentamente con la mirada mientras las comisuras de sus labios dejaban ver una mueca de asco.
-No sé que hago parado frente a ti. Deberías estar muerto.
No me asustó. La vida me ha enseñado que quien piensa en quitarte del medio no suele avisar.
-¡Venga, José Luis! ¿Vas a matarme tú?
-Yo no, pero hay muchos que pagarían por verte en un ataúd.
-¡No digas chorradas! ¡El único inconsciente que lo haría eres tú y no lo has hecho! ¿Qué has venido a contarme? ¡Por qué no me digas que tu visita es casual!
Noté que se ponía nervioso: lo había pillado.
-¡Te invito a una copa! –apunté, para calmar el ambiente.
-¡Yo no tomo nada con traidores!
Cogí su ocurrencia en plan de broma e insistí:
-Venga, sólo una copa. ¡Joder, José Luis... no estarás asustado!
-¿Asustarme tú? ¡Bueno, una copa! ¡¡Pero pago yo!!
-Vale... vale... No te preocupes, que no lo impediré.
Pasamos al interior y pedí un par de whiskies; en seguida comenzó a hablar:
-Lo que hiciste no tiene nombre, ¿Sabes cómo quedé ante G. T. y Zaplana? ¡Debieron pensar que soy idiota!
-Mira... Cometiste un error imperdonable al amenazarme. Conmigo, por buenas lo tienes todo... pero por las malas me da igual lo que pase. Podría entender que me manipularas en tu empresa, a fin de cuentas explicaste las condiciones y acepté. Lo que no puedo y jamás consentiré es que pretendas hacer un negocio de la política y mucho menos si el partido lo he creado yo.
De pronto, me sorprendió con una propuesta inesperada.
-¿Quieres volver a Levantina de Seguridad? Hay una plaza vacante de subinspector y quizá te interese.
-Te lo agradezco, pero no. Además, el asunto no está resuelto. ¿Crees que voy a olvidar la paliza que le metieron a Lucas?
-Yo no la autoricé, sólo dije que le avisaran; es más, alguno ha querido venir a reventarte y se lo he impedido.
-No querrás encima que te dé las gracias. Escucha... estás rodeado de pelotas impresentables que se ríen de tus gracias, y yo no soy de ésos. Tengo orgullo y, al igual que sé reconocer mis errores, cuando tengo razón la defiendo hasta el final, ¡caiga quien caiga!
-¿Sabes una cosa?
-Qué.
-Nunca me ha vacilado nadie tanto como lo hiciste tú con el tema del partido. ¡Joder, quedé como un estúpido! Te juro que de haber sido otro, estarías bajo tierra... lo que ocurre es que te sigo considerando como parte de <>. Hazme un favor, piensa en la oferta y hazme llegar la respuesta... De todos modos, sabiendo que estás aquí, pasaré a visitarte de vez en cuando.
-Puedes venir cuando quieras.
Le acompañé a la salida y se despidió dándome la mano.

Lo que jamás imaginé que acontecería había sucedido, ¿Qué nuevas sorpresas me aguardarían? Comenté los pormenores del encuentro a los camaradas; se quedaron confusos.
-No te fíes, seguro que se trata de una trampa -expuso uno.
-Estaré con los ojos bien abiertos. Tranquilos, que el que me la hace una no me la hace dos.
Por esa época, principios de 97, un camarada de Patria Libre, llamado Ernesto Cortina, me ofreció empleo en la empresa familiar. La compañía pertenecía a la familia del comandante Cortina, famoso por estar implicado en el 23–F. Mi amigo era su sobrino y yo conocía a su tío de pasada, por haber coincidido en alguna ocasión.
El tiempo transcurría deprisa y desde mi lugar en Suso´s vivía la que entendía como mi última etapa en la noche. Seguía compaginando empleos hasta que una tarde recibí una llamada desde Madrid. Se trataba de mi camarada Ernesto Cortina.
-Muy buenas, ¿qué tal por Valencia?
-¡Hombre! ¡Cuánto tiempo! Pensé que te habías olvidado de mí...
-¡De eso, nada! ¿Puedes venir el jueves de la semana que viene? Mi hermano precisa hablar contigo urgentemente.
-¿Sabes de qué?
-Asuntos de trabajo. Quiere que te incorpores a la empresa como delegado en Valencia... aunque yo no te he dicho nada.
-Entendido. ¿A qué hora tengo que estar y dónde?
-Sobre las seis de la tarde en las oficinas de López de Hoyos.
-Ahí estaré.
-¡Perfecto! Venga, un abrazo y nos vemos el jueves.
Me marché contento. Parecía que empezaba a ver una luz al final del túnel.
Unos días después me encontraba en Suso´s, cuando volvió a aparecer Roberto; esta vez vino directamente a saludarme y me ofreció una copa.
-¿Has sopesado la oferta de empleo que te hice?
-Sí, y aunque la agradezco, me han hecho una mejor.
-¿Puede saberse quién?
-Se trata de una empresa madrileña, pertenece a la familia del comandante Cortina, el del 23-F. Me han ofrecido un puesto de delegado en Valencia.
-¿Los conocías de algo?
-Traté bastante con un sobrino suyo por el tema político.
-Creo que te equivocas al optar por esa gente; de todos modos, te igualo la oferta económica y las condiciones.
-Gracias, pero no es cuestión de dinero.
-Siempre lo es.
-En mi caso puedo asegurarte que no, y lo sabes.
-Mira, Juanma, piénsalo y ya me responderás; pero quiero que tengas algo en claro: has estado con nosotros durante mucho tiempo y sabes cosas que no deberías conocer... Te aprecio y por eso te aviso de que mientras todo vaya bien entre los dos no habrá problemas, pero si alguna vez pretendes tirar de la manta o contar a terceras personas algo que me implique en asuntos turbios... Valencia será demasiado pequeña para que puedas esconderte. No te lo tomes como amenaza...
-¿Que no me lo tome como amenaza? ¡Joder, ésa sí que es buena! ¿Entonces debo entenderlo como un cumplido? ¡Venga, José Luis! ¡Si no sabes hablar sin amenazar!
-Se trata de un aviso. La gente con la que vas a estar se halla muy ligada al Cesid y tendrán interés en averiguar cosas...
-¿Has venido a intimidarme?
-No, es un aviso. Supongo que es hablar por hablar y nunca te irás de la boca. Te aprecio y respeto; no falles y tómate en serio la oferta. Sabes dónde localizarme.
Se despidió dejándome un mal sabor de boca, ¿A qué se debía esa actitud? Dispuse no tomármelo en serio y seguir con la mía. Lo que estaba claro es que jamás trabajaría junto a él.
El jueves siguiente acudí puntualmente a la cita en la capital. Me volví loco buscando la dirección hasta que logré dar con ella; subí a las oficinas, me esperaban Ernesto y su hermano Rodrigo, director general de la empresa. A este último no lo conocía de antes; sabía que era abogado y, de entrada, no me causó buena impresión. Se le veía demasiado estirado.
-Buenas tardes, señor Crespo. Lo he hecho venir con premura porque tanto mi hermano como mi tío, José Luis, han insistido en ello y creen que usted es la persona que precisamos en Valencia.
Le estreché la mano, sorprendido por lo que consideré un trato demasiado escrupuloso, ¡A fin de cuentas teníamos la misma edad!
-Es un placer conocerlo.
Nos sentamos en su despacho y acordamos mi incorporación en aproximadamente un par de meses, para principios de junio. Antes, ellos tenían que solucionar unos temas y buscar instalaciones.
-Mi padre es el Presidente; y mi tío, José Luis, uno de los principales consejeros. Ellos me han dicho que le transmita su propósito de acudir en breve a visitarlo.
-Me parece perfecto, así intercambiaremos impresiones.
Después de despedirme, fui a cenar con Ernesto. Esa misma noche yo regresaría a mi ciudad.
Proseguí la vida con normalidad aunque con los ojos bien abiertos por si Roberto volvía a cambiar de idea y pretendía perjudicarme. Pero la suerte me acompañó y a los pocos días recibí una llamada.
-Buenos días, ¿Es usted Juan Manuel Crespo? -preguntó la voz.
-Sí, ¿de parte de quien, por favor?
-Soy Antonio Cortina. Estoy con mi mujer y mi hermano en el hotel Astoria. ¿Podríamos quedar para comer hoy mismo?
-Por mi parte, encantado.
-¿Le parece bien a las dos en La Marcelina? Me apetece comer una buena paella y ver el mar...
-Estaré puntual.
La comida fue seria, aunque los tres se mostraron afables. La conversación versó sobre la futura delegación y las esperanzas que ponían en ella. Luego tratamos sobre política y se refirieron a mi experiencia con la fundación del partido y su final.
-Una de las causas que nos impulsan a emplearlo es precisamente debido a la entrega que demostró con su proyecto. Tenemos el deber moral de apoyar a quienes sobresalen -dijo Antonio Cortina, el padre de mi amigo.
Agradecí el detalle y me comprometí a hacer que funcionara la delegación. El comandante fue conciso y parco en palabras. Nos despedimos tras quedar en Madrid para un par de semanas después: había que ultimar detalles.
Ese mismo día comuniqué a los propietarios de Suso´s que en breve finalizaría mi compromiso con ellos, pero que hasta entonces seguiría al pie del cañón. Del mismo modo solicité la baja en Protecsa. Aunque siempre se comportaron impecablemente, decidí no ir tan agobiado de cara a mi próxima incorporación.
La segunda cita en la capital fue distinta. Acudí a las instalaciones de López de Hoyos y, desde ahí, Ernesto me llevó a un restaurante donde me aguardaban su padre y su tío; Rodrigo excusó su ausencia debido a un juicio donde ejercía de abogado. ¡Qué alivio!
Nos sentamos en un reservado y comenzaron a referirme las ventajas de la empresa: pagaban salarios según convenio, responsabilidad ante todo, eran los mejores del sector... y toda la serie de lindezas que suelen decirse cuando de lo que se trata es de vender un producto. Su lista de clientes también era buena: Construcciones Vallehermoso, Museo militar del aire, Partido Popular...
Antes de los postres seguimos hablando un buen rato y el padre de mi amigo me dio un consejo:
-De la relación con los clientes no quiero que diga ni una palabra a nadie. A partir de este instante usted es nuestra persona de confianza y se debe a nosotros, lo mismo que a la inversa; por eso le hemos otorgado un puesto de tanta importancia. Y otra cosa: evite que se conozca que mi hermano José Luis forma parte de la estructura de la empresa; eso podría perjudicarnos...
-Lo haré, pero no entiendo muy bien por qué eso debería afectar. Él resultó absuelto en el proceso y, aunque no lo hubiera sido, cada cual tiene derecho a pensar lo que quiera.
-No es tan sencillo. Verá, éticamente no resulta claro explicar por qué la empresa de seguridad de la familia de un golpista realiza la vigilancia en instalaciones militares. Es cierto que la adjudicación se hace mediante concurso público, pero algunos de los responsables de la adjudicación tienen lazos demasiado estrechos con mi hermano como para pasar inadvertidos... Por otra parte, somos una de las pocas empresas de seguridad españolas contratadas para escoltar a los concejales populares en las provincias vascongadas. ¿Puede suponer qué escándalo se produciría si se supiera que los del PP contratan los servicios de un militar enjuiciado en el 23-F? ¡Y no es un oficial cualquiera! ¡¡Es el comandante Cortina, uno de los jefes del Cesid!! ¿Entiende lo que le digo?
-Sí, supongo que sí... Aunque no comprendo cómo, sabiendo eso, los del PP han contratado sus servicios.
-Precisamente ahí radica el problema... ¡Muchos lo ignoran! Pero tienen mucho que callar...
-¿Por ejemplo?
-No se lo podemos decir.
-¿No decían que soy su hombre de confianza? Podrían demostrarlo...
Cayeron en su propia trampa. Noté que los ojos del padre de mi amigo se movían buscando una señal. Fue su hermano, el famoso militar, quien respondió a la pregunta.
-En el entorno del PP hay mucha gente noble y buena, pero, como en todas partes, también existen vividores que buscan hacer de la desgracia ajena un negocio. En este caso, hay algunos que están llenándose los bolsillos con el tema de las escoltas, se han montado sus propias empresas de seguridad y cobran comisión por adjudicar servicios.
-¿Esta empresa también paga comisiones?
- No voy a contestar a esa pregunta. Pero todas las compañías lo hacen; esos clientes reportan mucho capital a la empresa y resultaría impensable acceder a ellos sin pagar un tributo a determinados personajes... ¡Los negocios son así!
En mi interior comenzó a desarrollarse una pequeña batalla interna. ¿Es que todo radicaba en el maldito dinero? ¿Y los ideales? ¿Sería cierto que no servían para nada? Pensé en José Antonio, Ramiro, Onésimo... e incluso en el Ché y en Durruti... Todos ellos murieron defendiendo sus principios, y caí en la cuenta que prefería mil veces estos ejemplos que el de los otros, cegados por la ambición y la riqueza. Supongo que seré diferente; puede incluso que sea un gilipollas soñador, pero así es como pienso.
Mientras se desarrollaba el coloquio sentí curiosidad por hablar con el comandante sobre otros asuntos más interesantes. Decidí entrar a trapo.
-Durante muchos años he estado carteándome con el teniente coronel Tejero.
-¿Ah, sí? Hace tiempo que quedó libre -afirmó.
-Lo sé. Empecé a escribirle unos meses después del 23-F, cuando él estaba encerrado en el castillo de San Fernando, y mantuvimos una relación epistolar hasta poco antes de que él saliera del castillo militar. De hecho, llegó a invitarme a la ordenación sacerdotal de su hijo.
-Sí, tiene un hijo cura y otro militar -confirmó lacónicamente.
Percibí que la conversación no era de su agrado. Yo, por mi parte, ya estaba a punto de tirar la toalla, cuando Ernesto prosiguió el diálogo:
-Mi tío resultó el único absuelto en el proceso, no pudieron probarle nada.
-Igualmente no tendría nada que ver –expuse, con el propósito de tirarle de la lengua.
-¿Que no? -clamó su sobrino, riéndose-. Tío, cuéntale a Juan lo de los americanos...
El comandante dirigió a Ernesto una mirada seria.
-Si quieres hablar de este asunto baja la voz, las paredes oyen, ¡y sé muy bien lo que digo!
Decidí derivar la tertulia hacia otros derroteros menos comprometidos. El tiempo y el vino dirían el resto.
-Un íntimo de mi familia participó en los sucesos de Valencia, estaba de ayudante de Milans del Bosh -comenté.
-¿Mas Oliver? -interrumpió el militar.
-No, era otro teniente coronel. Después de la intentona lo postergaron a un cuartelucho de Castellón.
-Sí, se tomaban con frecuencia esas medidas.
-El golpe acabó en una chapuza; y eso que estaba muy bien preparado, ¿No, tío? -intervino Ernesto.
-No fue ninguna chapuza, como se ha dado en entender. Al contrario, estaba todo calculado al milímetro. Lo malo es que la fecha tuvo que adelantarse a la inicialmente prevista debido a las circunstancias políticas y sociales; de haberse realizado un par de semanas después, habría salido perfecto.
-Usted estaba como jefe del Cesid, ¿no?
-Más o menos... pero sí, gozaba de cierto poder en <>.
-¿Y si te dijese que mi tío acudió a la embajada de los Estados Unidos para anunciarles lo que iban a hacer, para no pillarles por sorpresa?
-Entonces, ¿es verdad que se pidió permiso a los norteamericanos?
-El 23-F ni fue ni el golpe ni la vacuna de nada. Luego resultó de todo un poco. En esos momentos existía un enorme caos en España, ETA asesinaba a diario y la crisis social era crítica. Muchos pensaban que no quedaba más remedio que preparar algo que pusiera un poco de orden ante tanto desenfreno y que, de paso, mantuviera en su puesto al rey, quien representaba la única garantía de unión. A la embajada norteamericana se acudió para plantear nuestros propósitos ante los responsables de <>.
-¿<>? ¿Se refiere acaso a los jesuitas? –inquirí, sorprendido.
El comandante soltó una carcajada.
-¡No, ni mucho menos! <> es el nombre en clave que utilizamos para referirnos a la CIA. No podíamos plantearnos nada sin antes ponerlo en su conocimiento... Bueno, retomando la conversación, te decía que incluso un par de generales viajaron a Washington para entrevistarse con Reagan. Cada detalle se cuidó al dedillo y no tenía porqué fallar nada.
-¿Y qué es lo que falló?
-Realmente nada y todo. Los americanos nos dejaron hacer, aunque sin demasiada ilusión. Suponte que los generales que viajaron a ver a Reagan hubieran sido recibidos por un mando militar norteamericano que hubiese transmitido el beneplácito de su gobierno y poco más. En España se cometió un error contando con Tejero. Él es un hombre de valor demostrado, pero no tenía que haberse encargado de ocupar el Congreso, ahí metió la pata Milans.
-¿Se lo encargó él?
-Milans confiaba en Tejero. Lo que sobrevino es que el guardia civil tenía un sentido muy especial de la disciplina; atendía las órdenes que le interesaban y las que no, las contravenía. Se trataba de un oficial de acción que hubiera servido como geo, pero no como mando militar. Me jode decirlo, porque lo considero un patriota y una persona de honor, pero así es.
-¿Usted sigue en el ejército?
-Uno es militar si lo siente; llevar uniforme es lo de menos. Varios miembros de la familia siguen con la vocación, e incluso algunos trabajan en <>; por mi parte, estoy desarrollando una empresa que creé y, junto con el proyecto de la empresa de seguridad, la verdad es que no tengo tiempo para aburrirme.
-¿A qué se dedica su otra empresa?
- A cuestiones informáticas...
-¡Anda ya! -dijo Eduardo-. Nuestra empresa se encarga de conseguir información para nuestros clientes. ¡En estos tiempos todo el mundo quiere saber cosas sobre la competencia!
<>, pensé.
-¡Hombre! No parece ser muy legal... -expuse.
-¡Ernesto! -clamó su tío-. Ya te he dicho que esas cosas no deben hablarse fuera de casa -dirigió la mirada hacia mí-. No lo digo por usted, pues merece nuestra absoluta confianza, pero no me fío de las paredes...
-Supongo que tiene razón -afirmé.
-Siempre hay cosas que deben permanecer ocultas. Poseer información significa tener poder -explicó el militar.
-Es lo mismo que dice siempre José Luis.
-¿José Luis? -repitió el comandante.
-Sí, tío... el de Levantina de Seguridad; se llama José Luis Roberto. Ya te he hablado de él...
-¡Ah, sí! Lo he oído nombrar.
-Él afirma que es del Cesid -comenté.
-¿Ése de <>? ¡Ya le gustaría! Seguro que no... ¡Vamos, eso se lo garantizo! Puede que sea un confidente, pero nada más.
Faltaban días para comenzar en la empresa de los Cortina cuando reapareció Roberto en Suso´s. Me llamó para invitarme a una copa; en esta ocasión se le veía simpático.
-Dentro de poco es el 18 de julio -comentó-. ¿Piensas venir a Serra?
-No sabía que pensabas organizar algo. ¿Puede saberse qué grupo convoca?
-Salva Gamborino ha dado su DNI a la delegación del gobierno para pedir autorización. Será un éxito, pienso llamar a todos los empleados y servirá de prueba de fuego.
-¿Prueba de qué...?
-Tengo la idea de montar un partido tal y como ideaste el tuyo, sin referencias al pasado y con discursos nuevos; lo de Serra servirá de carta de presentación. ¿Te interesa participar en el proyecto?
-No te lo tomes a mal, pero contigo no.
-En parte te entiendo, pero esta vez será distinto... Pienso llevarlo como una empresa. De entrada, todos los cargos deberán trabajar en Levantina de Seguridad, para evitar que se repita lo que hiciste... Además, he retomado las conversaciones con G. T. y espero poder reunirme pronto con Zaplana. Si tú vinieras daríamos una sensación de unidad y fuerza que nos beneficiaría a todos.
-¿Cómo? ¿Cogiendo más servicios para Levantina de seguridad?
-Ese asunto es indiscutible. Además, es más seguro que ir recogiendo dinero por aquí y por allá. Si te interesa, hallaré la forma de que ganes mucho más de lo que has soñado; piénsatelo.
-Lo tengo pensado; de todos modos, te lo agradezco.
-El nuevo partido no se llamará Falange ni nada parecido. Tiene que transmitir ideas nuevas para que vean que suponemos un riesgo real de cara a unas elecciones.
-¿Pensarás alguna vez en los demás aparte de en tu beneficio?
-Escucha... ¡Soy tan sindicalista como tú! Predico con el ejemplo proporcionando empleo a los camaradas...
-¡Menudo ejemplo!
-¡Déjate de idealismos baratos, la única forma de que te siga la gente es teniéndolos bien cogidos por el bolsillo!
-¡Pues tendrás que crear una empresa capaz de emplear a cuarenta millones!
-¡No seas absurdo! La cuestión no es ganar, sino vender la idea de que podemos conseguirlo. Sé que no me entiendes, pero algún día comprobarás que tengo razón.
-Lo dudo, José Luis.
La madrugada del 18 de julio de 1998 yo seguía en mi puesto de Suso´s; unas semanas atrás había comenzado en mi nuevo puesto y entre unas cosas y otras andaba bastante liado. A las cuatro entró Ángel Mayor, el de las escuchas de la diputación, se acercó a mi lado y, sin más preámbulos, dijo textualmente, en tono amenazante:
-Vengo a advertirte, de parte de Roberto, que no te extrañe si dentro de poco vienen un par de personas a hacerte una visita.
Me quedé inmóvil. No me esperaba una amenaza... además, ¿a cambio de qué? ¡Y encima en mi trabajo! La extrañeza abrió paso a la ira. Me acerqué a Ángel hasta situar mi rostro a un centímetro escaso del suyo y exclamé:
-Pues escucha atentamente el mensaje porque quiero que se lo transmitas literalmente. Le dices a José Luis que bastante liado estoy, trabajando como un burro, como para tener que aguantar sus memeces... ¿Lo has cogido?
-Sí.
-Pues sigue tomando nota, que aún no he acabado... Luego le dices que, como venga alguien a tocarme las narices o note una abolladura en el capó del coche o incluso una cagada de paloma, iré a su empresa y, por muchos machacas que tenga, le arrearé tal somanta que se va a acordar de mí. ¡¡Entendido!!
-Sí, pero...
-¡Todavía no he acabado, gilipollas! También quiero que le comentes que no le tengo ningún miedo, y que, como siga en ese plan, acudiré a denunciar sus tejemanejes con la policía a la Audiencia Nacional o al Tribunal de Estrasburgo, si hace falta... ¡Ya hay bastantes muertos en el armario como para que quede impune ese puto cabrón! ¡¡Y eso también va por ti!! ¿Comprendido, o quieres que te lo deletree?
Asintió, pálido como la cal: sabía perfectamente que yo conocía datos precisos sobre algunos turbios asuntos que no me interesaba descubrir.
-Sí, pero creo...
-¡Te equivocas! ¡¡Tú no crees nada!! ¡¡Haz lo que te he dicho y punto!! ¿Entendido?
-Sí.
-Muy bien, ahora vas a salir por donde has entrado y no quiero volver a verte en mi vida. Y no dudes de que hablo en serio. ¡Estoy harto de soportar a impresentables mafiosos de mierda!
Acabado mi discurso, Ángel salió sin volver la vista atrás. No suelo enfadarme y odio hacerlo, pero tanto cúmulo de amenazas me tenían más que harto y acabé explotando. Sabía que Mayor, como siervo fiel, daría el recado. Y yo tendría que estar con los ojos bien abiertos.
En informaciones posteriores me enteré de que el cabreo de Roberto venía motivado porque al acto de Serra no acudieron ni media docena de personas. Su frustración se la cobró conmigo, aunque lo peor aún estaba por llegar.
No había transcurrido ni una semana desde que Ángel Mayor vino a amenazarme y desde entonces no había sabido nada, aunque esperaba respuesta del de Levantina de Seguridad.
Aquel jueves quedé en ir a cenar con un par de amigos al restaurante de VIPS, en la Gran Vía Marqués del Túria. Las manecillas del reloj marcaban las diez cuando conseguimos mesa justo al lado de la puerta; me senté de espaldas a la misma, mirando hacia el comedor y frente a mí se acomodaron mis acompañantes. No llevaríamos ni diez minutos cuando percibí de refilón a alguien cuyo inconfundible caminar me resultaba familiar. Giré con disimulo y observé a Roberto: iba acompañado de una chica rubia y de un hombre alto y fornido. A ella la conocía de vista y sabía que se trataba de su nueva novia, una prostituta del este; al otro no lo había visto jamás, aunque por su aspecto también semejaba un ciudadano del este... probablemente un matón de Roberto.
No repararon en mí, aunque sería cuestión de tiempo que lo hicieran. La casualidad quiso que les ofrecieran sitio justo delante de nosotros, a escasos tres metros; y que Roberto se aposentara de frente a nosotros. Cuando curioseara en mi dirección me vería de lleno.
Proseguí comiendo como si tal cosa, cuando lo inevitable acaeció.
El de Levantina de Seguridad acababa de fijar sus ojos en los míos y noté que se le transformaban las facciones; musitó algo al oído del otro y, tras escrutarme, se levantaron marchando en mi dirección.
-¡Hombre, Juan! -pronunció cínicamente-. ¡Qué ganas tenía de verte! Precisamente vengo con un amigo ruso que lleva varios días buscándote...
Sin pensar muy bien por qué, me levanté y anduve hacia el gorila a la vez que le ofrecía la mano. El pobre chico no entendía nada y me la estrechó con cara de circunstancia, ante la mirada asombrada de Roberto, quien, enfurecido, se acercó en plan amenazante:
-¿Vas de listo, pringao? ¡Quién coño te crees que eres para amenazar con denunciarme! ¡No tienes ni idea de con quién te estás metiendo! -soltó.
Noté que el cachas se situaba discretamente a mi izquierda para controlarme, mientras su amo avanzaba con los ojos desencajados. Me puse en guardia e increpé:
-¡No des un paso más, te lo advierto, José Luis! ¡¡No quiero líos, pero no me busques las cosquillas!!
La presencia del otro proporcionó agallas a Roberto, que anduvo hasta colocar su cara rozando la mía.
-¡Esta vez no escapas! -amenazó-. ¡Lo que le dijiste a Ángel vas a pagarlo!
Observé que el resto de los clientes contemplaban la escena, atemorizados. En una esquina distinguí el uniforme verde del vigilante de Prosesa disponiéndose a intervenir y comprendí que no podía dejar que el macarra que tenía enfrente siguiera chillándome sin más. Decidí plantar cara... ¡Y a por todas!
Preparé la estrategia de defensa. A escasos centímetros de mi mano tenía un vaso de cristal. Si el ruso se acercaba un milímetro, se lo estrellaría en la nariz, en donde no hay músculos. El de Levantina de Seguridad no me preocupaba: patada en la entrepierna seguida de un fuerte cabezazo en el tabique nasal y caería redondo. Con el plan trazado y la adrenalina a punto de salir por las orejas, lo reprendí:
-¡¡Escucha gilipollas!! ¡¡O te apartas de mí antes de un segundo o de la leche que te arreo van a sacarte de la pared con escoplo!! ¡¡Si tienes lo que hay qué tener, sal conmigo a la calle!! ¡¡Tú y yo solos, sin mirones ni machacas!!
Mi inesperada reacción provocó que José Luis retrocediera un par de pasos. Debió pensar que iba a atacarlo. Rápidamente metió la mano bajo la chaqueta y empuñó, sin sacarlo del cinto, un pistolón plateado.
Se sintieron gritos de pánico y el vigilante corrió hacia mi agresor. Viéndolo llegar, Roberto gritó:
-¡Estate quieto, hijo de puta! ¡Si das un paso más, estás acabado!
El de seguridad se quedó indeciso a un par de metros y al instante apareció una segunda persona vestida con traje y corbata.
-Soy el encargado del local... Por favor, esconda el arma.
-¡Tengo autorización para portarla! ¡Soy jefe de seguridad de Levantina de Seguridad y esta pistola es legal!
-De acuerdo... de acuerdo... es legal. Sé quien es usted y créame que sólo quiero evitar problemas.
-¡No pienso salir de aquí! ¡Y dile a ése que como se acerque un paso lo frío a tiros! -dijo refiriéndose al de Prosesa.
-Tranquilo que nadie lo va a echar ni a ponerle la mano encima. Por favor... -indicó al vigilante-. Márchate a la puerta, el señor es un cliente conocido.
Mientras éste obedecía la orden y volvía a su puesto, Roberto, un poco más tranquilo, sacó la mano de la <>.
-Voy a sentarme, ¡pero no pienso irme!
-De acuerdo... no se vaya... pero, por favor, siéntese en esta otra mesa que le hemos preparado –dijo, señalando a una más apartada.
Roberto accedió y, tras lanzarme una mirada amenazante, acudió a instalarse en su nuevo emplazamiento.
Mis amigos estaban más blancos que la cal. No se esperaban esa película.
-¡Oye! Acabamos de cenar y nos vamos, ¿vale? -dijo uno.
-No. Si os queréis marchar os vais, pero yo me quedo. Si salgo antes que él pensará que le temo.
Roberto debió de cavilar lo mismo y aguantó a largarse hasta las tres, hora del cierre. Salí tras él sin aparentar nervios. La guerra acababa de comenzar. En lo sucesivo intentaría actuar con cabeza y no caer en nuevas provocaciones.

Luego comenzaron a llegarme rumores sobre José Luis, en relación al enfrentamiento de VIPS.
-Debes andarte con mucho ojo, ayer convocó a varios de sus hombres de confianza para tratar sobre ti. Van a quitarte del medio; no estaría de más que te agenciaras una pistola -me avisó un amigo, trabajador de Levantina de Seguridad.
-Ya veremos lo que hago; de todos modos, gracias por el consejo.
Acentué la guardia para prevenir posibles <> y, tras mucho meditarlo, decidí prescindir de llevar arma. Emplearla sólo empeoraría las cosas, y la experiencia me decía que, si alguien va a por ti, por muchas pistolas que lleves acaban pillándote, y el resultado suele ser peor.
En esos días, Suso´s se convirtió en un centro de cotilleos respecto a la disputa que manteníamos con Roberto. Muchos ex compañeros de <> acudieron a prevenirme, desatendiendo las órdenes de su jefe. A todos vosotros, compañeros, muchísimas gracias, de corazón.

Durante un año y medio permanecí en la nueva empresa de seguridad. Uno de los primeros clientes que capté poseía una discoteca. Éste, además de contratar la seguridad, pidió que le proporcionara camareras para las barras. Recurrí a una amiga que trabajaba en una agencia dedicada a proveer profesionales para estos menesteres y ésta me facilitó un listado de chicas; mi mujer telefoneó a varias y quedó con dos que se encontraban dispuestas a incorporarse inmediatamente. Una de ellas, llamada: Iris Aparicio Tomás, preciosa rubia de ojos verdes, me prendó desde el primer momento e iniciamos una relación. Lo que pretendí que fuera rollo de una noche acabó convirtiéndose en un noviazgo de más de tres años. Siempre supuse que salía conmigo porque económicamente me iba bien, pero yo era feliz y no me importó. Al poco de conocerla, y comportándome como un verdadero canalla con la persona que un día llevé al altar, me separé legalmente de mi mujer y decidí volcarme en mi nueva pareja.
Paralelamente, me entregué a la empresa buscando servicios y trabajadores para cubrir los puestos. Hacía de todo: delegado, secretaria, jefe de personal, señora de la limpieza y chico de los recados.
En Madrid ponían mucho interés, pero la delegación les venía grande... y no precisamente por exceso de clientes, sino porque se ahogaban en un vaso de agua y no estaban preparados para afrontar el reto de la expansión.
A mí me faltaba experiencia comercial e intentaba suplir esa carencia doblando en el trabajo; cada día visitaba a no menos de diez posibles interesados. A los seis meses trabajábamos en Castellón, Valencia y Benidorm.
En la empresa había buenas intenciones, pero poco más. Rodrigo Cortina estructuró la empresa como un ministerio: muchos formalismos pero poca iniciativa. Para atender cualquier petición de clientes, como, por ejemplo, una ampliación de horarios, tocaba realizar tal maraña de gestiones que, cuando la ampliación se autorizaba, el contratante ni se acordaba de que la había solicitado.
Encontré el gran inconveniente de buscar vigilantes en una época en la que prácticamente estaban todos ocupados y nadie se arriesgaba a dejar su empleo fijo para ir a una empresa a la cual no conocía ni la madre que la parió. Los trabajadores acudían fiándose de mi palabra.
Al cabo de un año, la situación era insostenible. Los empleados cobraban tarde y mal; la administración era sencillamente patética y amenazaron con dejar de trabajar hasta que les pagasen lo acordado.
Para solventar el problema me tocó hacer a la vez de representante de empresa y delegado sindical; al final, para evitar que la gente se marchara, tuve que adelantarles de mi sueldo lo que la empresa les adeudaba.
Cuando se cogieron los servicios de Benidorm, el asunto empeoró. Los vigilantes acudían diariamente desde Valencia para cumplir con doce horas consecutivas de trabajo; para llegar tenían que realizar 350 kilómetros en coche y gastar mil quinientas pesetas por jornada, en concepto de peaje de autopista. La empresa quedó en pagar esos gastos y las dietas, pero al cabo de un mes hicieron las cuentas y no les cerraban, con lo cual optaron por costear solamente mil doscientas pesetas por hombre y por día; es decir, que, para los de seguridad, acudir a ejercer su función les suponía poner capital de su propio bolsillo.
Busqué una salida, pero hablar con Rodrigo implicaba discutir con una pared de hormigón armado y, evidentemente, los muros no entienden razones... Solución: con mi sueldo aboné los estipendios... pero tampoco alcanzaba. Se me ocurrió otra alternativa: le pedí a Ernesto que me autorizara a emplear para ese menester directamente el dinero en efectivo con el que algunos clientes satisfacían sus facturas, y que luego ya haríamos cuentas; él dio el visto bueno y así se hizo. Pero al cabo de varios meses se volvió atrás, debido al enfado de Rodrigo al enterarse que dicha medida se había tomado sin su consentimiento.
Los ánimos de los trabajadores ya estaban bastante caldeados y esta nueva situación hizo desbordar el vaso de su paciencia. Para más inri, en Madrid declararon una quiebra técnica para evitar pagar los salarios completos... Ante esa medida, los clientes bloquearon el pago de facturas y emplearon ese dinero en liquidar los jornales de los vigilantes.
El enfado de los responsables de la empresa provocó que fuera yo quien pagara los platos rotos. Al poco tiempo se enfriaron las relaciones y solicité la baja voluntaria. En cuestión de semanas fueron rescindidos los contratos con el grupo en toda la Comunidad Valenciana.
Durante el periodo que permanecí en la empresa me tocó aportar más de setecientas mil pesetas de mi paga para contribuir a liquidar las mensualidades incompletas del personal; esa actitud me granjeó las simpatías de estos y también de los clientes, quienes me propusieron formar mi propia compañía de servicios con la garantía de que ellos los contratarían. Así lo hice.
Durante ese periodo, varios ex empleados presentaron diversas denuncias en contra sus anteriores jefes, y éstos a su vez me reclamaron judicialmente las ochocientas mil pesetas que se emplearon, con su conocimiento, para satisfacer a sus asalariados.
Sin importarme mucho el asunto legal y con la conciencia bien tranquila, me esforcé en poner en marcha mi inesperado negocio y, de paso, hacer feliz a la persona que quería y por la que pensaba darlo todo.
Mis inicios como empresario resultaron difíciles, pero me esforcé en serio y, poco a poco, fui consiguiendo trabajos. No desaprovechaba ni un minuto en tratar de conseguir que resultara todo perfecto, me rodeé de un buen equipo e incrementé los jornales en un diez por ciento por sobre lo contemplado en el convenio; con esta medida pretendía crear fidelidad y buenos profesionales que sintieran como propia a la empresa. Con relación a los clientes, agilicé todas las gestiones de forma tal que, con sólo levantar el teléfono, tuvieran solución a sus demandas, e inicié una relación cercana.
De las primeras doscientas mil pesetas brutas que facturé el primer mes, pasé a veinticinco millones mensuales en menos de un año... ¡Y hacia arriba! Tuve suerte de lograr excelentes trabajadores y un selecto grupo de clientes, lo que provocó la envidia de más de uno y sobre todo de mis antiguos jefes.
Me denunciaron por competencia desleal y Roberto, sencillamente, comenzó a llamar a quienes me contrataban con la intención de amedrentarles. Pero estas contingencias no resultaron perjudiciales para mi imagen; al contrario, la gente conocía de sobra a estos individuos y sabía que no eran trigo limpio... Que me enfrentara a ellos utilizando sus mismas armas levantó una cierta corriente de simpatía.
Mi relación sentimental marchaba viento en popa, me desvivía por mi novia colmándola de regalos e invitándola a viajes por toda España; ella, por su parte, aunque se quejaba de que yo siempre estaba trabajando y de vez en cuando sentía celillos al recordar que anteriormente estuve casado, también me satisfacía con obsequios y mucho cariño aparente.
Todo funcionaba perfecto: tenía mi hija, a la que adoraba, una novia perfecta, una empresa que comenzaba a levantar cabeza, dos negocios más en camino... ¡Nada podía romper tanta dicha! Pero lo impensable sucedió y precisamente por parte de quienes menos podía imaginar.
A mediados del 2001 ya llevaba más de dos años con el negocio y casi tres con mi pareja, quien me había presentado a su familia. Entre ellos congenié con un familiar, Enrique Tomás Segarra, propietario de: Ibérica de Automóviles, dedicado al negocio de venta de coches y con el que en poco tiempo entablé una buena relación que culminó en la contratación de los servicios de mi empresa.
Muchas mañanas acudía a visitarlo y él siempre me invitaba a desayunar. Lo admiraba porque se había hecho a sí mismo. Comenzó de mecánico y en unas décadas fundó una serie de empresas que lo convirtieron en uno de los personajes clave del sector automovilístico de Valencia. Siempre que tenía ocasión yo le manifestaba mi intención de llegar a ser cómo él en el terreno profesional. Pero un día me contó su verdad y se desmoronó su imagen...
Nos encontrábamos tomando café en la pequeña cafetería que tenía montada en su nave industrial, cuando me refirió sus inicios empresariales.
-La solución para lograr alcanzar el éxito radica en el esfuerzo y mucho, muchísimo trabajo. Tú vas por buen camino y llegarás a triunfar en el negocio que has emprendido; el sector de la seguridad está en auge y sólo precisas un pequeño empujón -expuso.
Entendí su consejo como una velada proposición para invertir en mi proyecto, máxime cuando meses atrás me había referido su intención de constituir una compañía de vigilancia de <>.
-Sí, la verdad es que tengo muchísimo trabajo y en ocasiones se me hace cuesta arriba llevar todo el peso en solitario... aunque tengo la esperanza de encontrar un socio, al principio ni me lo planteaba... pero es mucha faena para mí sólo -dejé caer cómo si tal cosa.
-Todo cuesta y nadie se hace rico trabajando... –reveló Enrique Tomás.
-¡Hombre, tampoco es así! -expuse ingenuamente-. Usted mismo es un ejemplo de que mediante el esfuerzo se puede arrollar en los negocios.
Me contempló sonriendo y añadió:
-Cuando tenía veinte años, todos mis amigos salían los fines de semana con sus novias. Yo, por el contrario, me tomaba, el <> y marchaba a Portugal; con mi sueldo compraba coches usados que luego revendía en España y así logré mis primeros beneficios... pero sólo con eso nunca habría podido llegar a la posición económica actual.
-No entiendo lo que pretende decirme.
-Pues que, en ocasiones, hay que ser avispado para entender en dónde está el dinero. Con motivo de mis viajes a Portugal conocí a personas que me conseguían los coches a menor precio, con lo cual obtenía más beneficios... Siempre supuse que quizá habría algo sucio detrás...
-¿Algo sucio?
-Sí, me refiero a que fueran coches robados... Pero, ante esas dudas que se me planteaban, pensaba siempre en mi familia y decidí que valía la pena arriesgarse por ella, al menos hasta lograr unos ahorros que pudieran permitirme montar mi propio taller. ¡De todos modos alguien iba a lucrarse con esas ventas! Pues, para que se forre otro, me forro yo y que lo disfruten mis hijos... El secreto está en saber parar; si entra dinero fácil y te acostumbras a él... ¡Malo!
Su confesión me dejó atónito. Sencillamente, no me lo esperaba.
-Te cuento esto porque ya eres como de la familia; por supuesto confío en tu discreción...
-Claro... claro... –repetí, aturdido.
-Si sigues queriendo un empujoncillo podemos encontrar una solución...
-Yo... es que no creo que valga para vender coches robados.
Mi interlocutor rió por mi ocurrencia.
-¿Quién habla de coches robados? Eso sucedió hace mucho tiempo... ahora, el dinero está en otros sitios más fáciles.
-¿En dónde? -pregunté.
-En el oro blanco, la cocaína.
Ante dicha afirmación sentí un cosquilleo y percibí que se me erizaba el vello, ¿Habría oído bien?
-¿Ha dicho la cocaína?
-En la época del oeste era en el oro donde residía la riqueza. Actualmente es mediante la coca la forma en que puede hacerse fortuna en poco tiempo. Lo que pasa es que hay que tener cabeza para saber decir basta; de lo contrario, acaba volviéndose todo en contra. Para ganar dinero y disfrutarlo hay que tener una poderosa infraestructura. ¿Te interesa el asunto?
-Pues la verdad es que no sé, toda la gente que conozco relacionada con la droga ha acabado mal.
-Eso ha sido porque no pueden justificar ingresos y no han sabido parar. El negocio de la coca es nefasto si además no dispones de otro medio de vida. Es más, la cocaína en sí no es un negocio, sino una ayuda para afrontar los momentos malos y superar el bache.
-¡Pero es ilegal! Se trata de sustancias prohibidas y perjudiciales...
-También son perjudiciales el tabaco y el alcohol, la diferencia entre unas y otras radica en que unas son drogas legales, pagan impuestos y las otras no. Además, no se le obliga a nadie a comprar... es una decisión libre; pero, si te interesa, el trabajo que podrías realizar es comercial... No tendrías que vender, ni siquiera verla. Es lo que hago yo, hay una estructura y no me acerco ni a un sólo gramo.
-¿Y qué tendría que hacer?
-Comprar empresas -expuso escuetamente-. Tú misión sería indagar negocios en quiebra que comercien desde hace años con cualquier país de Hispanoamérica, luego buscas un testaferro y comprarlos. No te preocupes de los pormenores, que ya te pondré al día.
-Pero, la policía...
-¡Olvídate de la policía! ¡Ésos son los que menos deben preocuparte! Además... ¿quién piensas que la distribuye?
-¿La policía?
-Tengo algunos buenos contactos con ellos, se encargan de la distribución y avisan si alguien mete las narices más de la cuenta. Pero, la verdad, hasta la fecha no he tenido ningún problema en ese sentido. Aparte de todo, en ocasiones les cedo coches para realizar seguimientos o para alguna ocasión especial; sin ir más lejos, hace poco le dejé un vehículo de alta gama a un comisario para la boda de su hija. Tú hazme caso: esta gente, si ve dinero de por medio, no representa el menor problema.
No me sorprendió su afirmación, aunque desconocía su estrecha relación con este cuerpo. Por mi trabajo sabía que en todos los negocios ilícitos siempre había un policía metido. Tengo muy buenos amigos en este gremio y sé que la mayoría de ellos son honrados, pero el dinero fácil atrae... y algunos no son de piedra.
Al escuchar estas aseveraciones, recordé el consejo que nos dio en cierta ocasión un inspector de la Policía Nacional a un grupo de vigilantes: <>. Y eso es lo malo; si lo haces, corres el riesgo de convertirte en uno.
-¿Tengo que contestarle ya?
-Si tienes cualquier clase de duda consúltalo con la almohada y ya me dirás tu respuesta la semana que viene. Pero si eres listo dirás que sí. De todos modos, no comentes nada de este asunto ni a mi sobrina ni a nadie.
-De aceptar, ¿cuánto dinero podría llegar a ganar?
-Tendría que calcularlo, pero organizando una entrada de mil kilos... serían entre ciento cincuenta y doscientas mil pesetas por kilo.
Hice cálculos mentales y la cuenta me dio una media de... ¡Doscientos millones de pesetas!
-Es mucho dinero -lancé.
-Ya te he dicho que es el oro blanco. Piénsatelo y hablamos en serio.
Abandoné su compañía con un tremendo pesar. Nunca supuse que alguien tan respetable pudiera dedicarse a una actividad tan sucia. Había trabajado muchísimos años como vigilante en las más conocidas discotecas de la <>; cientos de veces me ofrecieron rayas de coca, pero nunca accedí a probar ni siquiera un porro. Odiaba esas sustancias precisamente porque las conocía... ¡No personalmente! ¡No vayan ustedes a pensar...! Y durante las noches que presté servicio, presencié peleas, paranoias, accidentes de tráfico e incluso lloré por más de un conocido, muerto por consumir droga. Sentía inquina hacia ese mundo y siempre dije NO a las propuestas que me realizaron en algunos locales, ya sea para distribuir esa bazofia o por hacer la vista gorda. Es cierto que nunca me ofrecieron tanta cantidad de dinero, pero eso era lo de menos. Mis principios vitales eran tres y en este orden: familia, justicia y patria... y no la riqueza a costa de destrozar familias. Decidido: nunca traficaría, por mucho dinero que estuviera en juego, y así se lo haría saber a este señor.
Pasados unos días lo telefoneé y le comuniqué que no sólo no accedía a su sugerencia, sino que había decidido rescindir, unilateralmente, el contrato que me unía con él. Mi osadía no acabó de sentarle bien y me colgó con un lacónico: <>.
No manifesté nada a Iris Aparicio Tomás, mi novia, sobre este sucio asunto, pero supo que mi empresa ya no trabajaba con su tío y me lo recriminó.
-¿Qué ha ocurrido? Te dije que no me hicieras quedar mal. ¡Cuéntame qué han hecho tus vigilantes!
Aunque al principio no conté nada, viendo que su enfado iba a más, decidí sincerarme; pensé que la fobia que ambos compartíamos hacia ese tipo de sustancias nos uniría en este caso... pero no fue así.
Me tachó de mentiroso y acudió a ver a su tío Enrique Tomás Segarra, para averiguar qué había de cierto en toda esa historia; evidentemente, él lo negó todo y, como era de esperar, ella lo creyó.
A los pocos días me citó en su despacho para liquidar las facturas pendientes. Pero no sólo no pagó la deuda, sino que me echó una bronca de padre y señor mío.
A partir de ese instante, y para cubrirme las espaldas, comencé a recopilar información sobre este empresario... por lo que pudiera pasar.
Así supe, por ejemplo, que un año antes, Enrique Tomás Segarra, mandó a su sobrino Miguel Ángel Aparicio Tomás, hermano de Iris, que simulara un robo en su chalé con el objeto de cobrar el seguro. Miguel Ángel no puso reparos, máxime cuando su tío le entregó un millón de pesetas por fingir el asalto. Esta pequeña cantidad, no supuso una fortuna para Miguel Ángel, quien desde hacía años traficaba con cocaína y éxtasis; el gran beneficiado de la estafa fue Enrique Tomás, quien cobró de la compañía de seguros, cien millones de pesetas.
También supe, que en el negocio de la cocaína que me ofreció Enrique Tomás, no participaba solo. Entre sus socios contaba con altos cargos del PP y altos, muy altos, cargos policiales del gobierno de Aznar.
Con todos los datos que había averiguado y sin saber exactamente cómo actuar, decidí hablar con mi padre y pedirle consejo profesional. Igualmente le dije que se informara de la forma más idónea para denunciar una serie de delitos graves contra Roberto, en los cuales estarían involucrados ciertos policías. Éste escuchó atentamente mi versión y optó por acudir a fiscalía a explicarle los hechos a algún fiscal amigo suyo; tuvo suerte y habló con el fiscal en jefe, Enrique Beltrán, exponiéndole mis confidencias. Éste, a su vez, contactó con el fiscal antidroga, Luis Sanz, y trataron sobre el asunto de la cocaína. Al final se decidió abrir una investigación. Lo malo es que Sanz no se fiaba del Grupo Fiscal Antidroga de la Guardia Civil (GIFA) y le tocó pedir al homónimo de Madrid que realizara las indagaciones. Sobre el tema de Roberto le recomendaron a mi padre que no lo hiciera trascender, porque mi vida podría estar en serio peligro.
-Me ha dicho Beltrán que, sobre el asunto de José Luis Roberto, precisarían más datos sobre los hechos precisos que quieres evidenciar, así como el nombre de los policías implicados -señaló mi padre.
-Desconozco el nombre de los agentes, pero conozco los pormenores de cierto asesinato ejecutado como favor a una serie de policías y debido a un ajuste de cuentas entre mafias policiales de droga y prostitución. Sólo puedo anticipar que


Informe sobre el archivo de la denuncia interpuesta por Juanma Crespo

conozco la identidad del sicario y que la muerte se perpetró intentando imitar el mismo modus operandi que los GRAPO, para inculpar a éstos y desviar las investigaciones.
Entre tantos formalismos legales, el asunto trascendió y la familia de mi novia me mandó un recado: <>.
Por parte de Levantina de Seguridad llegó el rumor de que seguían queriendo quitarme del medio.
Por otra parte, la relación con mi pareja pasaba por un delicado momento debido a la filtración del dato de que yo había denunciado a su tío. Me encontraba a finales del 2001 y estaba inmerso en un lío espantoso. Para acabar de rematar la faena, mi empresa no daba abasto, acababa de firmar un contrato con la mejor constructora de Valencia, Construcciones Ballester, para iniciar el 15 de enero de 2002 el servicio de vigilancia en una docena de urbanizaciones y hoteles de su propiedad. Asimismo, acababa de quedarme con una franquicia de la prestigiosa empresa de alarmas, ADT, y me hallaba legalizando una compañía de seguridad... Estaba de trabajo hasta las cejas y mi novia, a la que empleé cómo directora de recursos humanos, se encontraba más preocupada en solucionar el asunto con su familia que en emplearse a buscar el personal que precisábamos.
La relación sentimental parecía abocada al fracaso, aunque supuse que eso no sería inconveniente para que ella cumpliera con sus obligaciones laborales. Volví a equivocarme: el dos de enero, Iris robó documentación y dos millones y medio de pesetas que guardaba en la oficina y desapareció con todo.
A raíz de esta circunstancia, mi vida dio un giro insospechado que la modificaría por completo.