Thursday, December 20, 2007

CAPITULO 2

Inicié, con paso presuroso, mi avance por el frío corredor. Extendí la vista hacia los lados y no atisbé a nadie, tan sólo el sonido de mis pisadas quebraba la siniestra quietud del recinto. Me enfilé directamente al módulo seis mientras atravesaba lo que podrían ser callejuelas y plazoletas dentro de la ciudad enjaulada. ¡Cuánto hubiera dado por estar sentado en la terraza de una cafetería en Valencia! Pero de momento era algo impensable y lejano.
Al poco, llegué a la enorme puerta metálica que daba acceso y miré a través de los barrotes para ver si conocía a los funcionarios de servicio. Tuve suerte y encontré a don Pascual y don Luis... buena gente. Pulsé el timbre y esperé pacientemente a que abriesen. Con un quejumbroso chirrido se deslizó el portón por unas vías metálicas, aproveché la apertura para introducirme por el angosto pasillo que conducía a la garita de los carceleros a la vez que, a través de las ventanas enrejadas que franqueaban el pasadizo, buscaba a Gorka. Al principio no lo divisé en el patio, giré la cabeza hacia el comedor y... ¡bingo! Ahí estaba, sentado frente a una mesa y jugando al ajedrez con Josetxu, un compañero suyo que llevaba en prisión más de dos años por varias lindezas, como tenencia de armas y colocación de explosivos. ¡Un buen elemento!
Solicité permiso para acceder, los funcionarios me conocían y no pusieron problemas. Una vez dentro me planté junto a los vascos con los brazos en jarras a la vez que dirigiéndome a ellos les recriminaba seriamente:
-¡Estaréis contentos de la barbaridad que vuestros colegas han realizado! ¿O tenéis excusas como siempre? ¡Ya os vale!
Al escuchar mi voz ambos levantaron su mirada hasta enfrentarla con la mía. Sus ojos fríos, inmisericordes, me hubieran provocado un escalofrío de no conocerlos.

Acudí aquella mañana al juzgado donde mi abogado me esperaba desde hacía rato. Tuve mucha suerte, cuando le telefoneé a las tantas de la mañana la noche anterior, pensé que, por tratarse del día que era, no atendería mis razones y me daría largas. Pero por fortuna entendía la gravedad del asunto y accedió a ayudarme. Fui afortunado de tratar con un profesional.
Los acontecimientos se desencadenaban con gran celeridad y <> no me dejaban vivir tranquilo. Debía buscar una solución deprisa o sería demasiado tarde.
Llevaban casi medio año acosándome, aunque en las últimas cuarenta y ocho horas habían intensificado sus actos contra mí e incluso el día anterior intentaron, sin éxito, quitarme del medio.
En varias ocasiones puse todos los hechos en conocimiento de la autoridad, pero no logré nada. La tarde anterior expliqué en comisaría que varios desconocidos, apostados en el portal de mi casa, intentaron agredirme y me tocó huir a la carrera. Más tarde, una comunicación misteriosa advirtió que antes del fin de semana estaría muerto o en la cárcel. Buscaban apartarme de la circulación como fuera, aunque no creí que lo pudieran lograr.
La pasada noche estuvieron llamando a mi madre amenazándola y luego dieron un sobresalto a mi ex mujer. Era normal, nadie espera que a las dos de la madrugada telefoneen para amedrentarte, ¿Pero a quien podíamos recurrir si ellos lo controlaban todo?
-¡No debiste denunciarles nunca! ¿No ves que son muy fuertes para ti? -insistían mis allegados. Pero yo seguía erre que erre dispuesto a llegar hasta el final, confiaba en el triunfo de la verdad.
Sabía que había tocado fibras sensibles, no eran gentes dispuestas a soportar acusaciones sin luchar para evitarlo. Y encima, aquel día que salí en la radio invitado en una tertulia, acabé por fastidiarlo. Fui contra ellos, les ataqué públicamente y eso no lo perdonaban. Ojalá hoy se arreglara todo, la jueza nos esperaba desde hacía rato y mi letrado había asegurado que pondríamos punto final a esta pesadilla. Pero ignoraba que precisamente hoy iba a comenzar.
Me introduje en el ascensor y pulsé al piso décimo. Las puertas automáticas se cerraron mientras empezaba a elevarme sobre el suelo, instantes después me hallaba junto a mi defensor:
-La jueza está ocupada, dice que tomemos un café y en media hora nos atenderá -explicó.
Asentí y bajamos las escaleras hasta alcanzar la calle, que ese día estaba desierta. De pronto dos personas nos abordaron, uno de ellos me agarró mientras su compañero mostraba una placa de policía:
-¡Queda detenido! -señaló escuetamente-. No intente resistirse o ya sabe... -añadió mientras enseñaba disimuladamente la culata de la pistola que llevaba al cinto.
-¡Hombre! -exclamé irónicamente-. Pensaba que hoy no trabajarían ustedes... ¿O es qué no tenían nada mejor que ir a por gente honrada?
No replicaron, a empujones me dirigieron hacia un coche camuflado y me hicieron subir, no sin antes advertirme que no intentara escapar. Ni se me ocurrió, sabía que había caído en sus manos. Si realizaba algún gesto brusco no tendrían dudas en apretar el gatillo... sabía demasiado. No dieron ninguna razón por mi detención, ni leyeron mis derechos. No hacía falta.
<<¡Joder!>> -pensé-. Con la cantidad de policías decentes que existen y he tenido que topar justamente con éstos>>.
Tuve mala suerte. Casi veinte años trabajando codo con codo junto a ellos me habían proporcionado una valiosa información sobre algunas de las actividades que desarrollaban. Cuando pretendí tirar de la manta pusieron todos sus medios para eliminarme. Por el momento no lo habían conseguido y eso les puso rabiosos.
Las denuncias que interpuse les pararon los pies, si algo me llegara a ocurrir, quedarían como responsables directos y no interesaba. Lo más sencillo consistía en imputarme unos delitos inexistentes y encerrarme un tiempo a la sombra. Con sus informes y testigos falsos no tendrían muchos problemas en hacer que un juez les creyera. A fin de cuentas, me enfrentaba a los ejecutores de la ley y, como ya me habían advertido, podían hacer más daño tecleando una máquina de escribir que utilizando métodos más radicales... al menos de momento.
A poca distancia, miles de trabajadores se manifestaban contra la política laboral del gobierno de Aznar. España entera atravesaba una jornada de huelga general. Vivía de lleno el 20 de junio de 2002.
Pasé la noche en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, a la mañana siguiente me trasladaron a los juzgados, donde la juez decretó mi prisión provisional. Dio comienzo una larga lucha para demostrar la dramática realidad que conocía e intentar que se supiera la tremenda injusticia cometida contra mí.
-A ver, acérquese aquí. Cuando pase al interior del módulo pregunte por el Colchonero, él le dará las sábanas. Si quiere un consejo... no se meta en líos.
Asentí con la cabeza, como único equipaje llevaba la bolsa de plástico con los útiles de aseo personal que me dieron el día anterior cuando entré en la cárcel. Su contenido: dos rollos de papel higiénico, un cepillo de dientes con el mango partido, unos endebles cubiertos de plástico y un pequeño bote de gel de marca desconocida.
-Disculpe... ¿Para llamar a casa por teléfono? -inquirí, mientras señalaba una vieja cabina telefónica situada dentro de la garita.
-Le corresponden dos llamadas al mes, escriba una instancia al subdirector de seguridad y le indicará día y hora para efectuarla -matizó el de azul sin ningún atisbo de entusiasmo. Se notaba que no respondía por primera vez a la misma cuestión. Con un gesto indicó que saliera de su cuarto e iniciara mi encierro. Pulsó el botón y la cancela se entreabrió lo justo para dejarme pasar. Ante mis ojos se mostró un nuevo mundo en el que habría de consumir buena parte de mi existencia.
La primera impresión fue totalmente desoladora. Nada más penetrar en el recinto, multitud de personas de todas las razas y condiciones se aproximaron preguntándome de forma arrolladora para cuánto tiempo venía, cuál era mi delito, de dónde era...
Algunos mendigaban un cigarro y otros, la mayoría, me observaban de arriba abajo y se giraban para continuar con sus hábitos una vez satisfecha la curiosidad inicial. Con el tiempo, esa costumbre de analizar e interrogar a los novatos por los más veteranos acabaría por convertirse en algo rutinario ante cada nuevo ingreso.
Me acerqué a un grupo y les consulté donde podía tomar café y adquirir tabaco:
-Tienes que ir al economato. Mira... -señaló uno de ellos- esa puerta conduce al patio. Nada más salir verás una ventanilla pegada a la pared y delante una fila a tope de gente. Ahí es... ¡Vamos, si no la encuentras, lo tienes chungo, tío! ¡Es lo único que hay! -respondieron entre risas.
Solté un suspiro, la verdad es que tenía ganas de beber algo. El día anterior, la Guardia Civil me condujo directamente desde los juzgados hasta el llamado módulo de ingresos, un sitio realmente horrendo. Allí me fotografiaron, cachearon y tomaron las huellas digitales. Después me acompañaron a una celda sucia y maloliente donde pasé el resto del día encerrado y leyendo, como único entretenimiento, los pensamientos que un tal Nino de Cullera escribió hace años en las paredes. Uno rezaba lo siguiente:

De una cerda y un mono mandril,
nació un joputa de la Guardia Civil.

No hacía falta ser muy sabio para deducir que el autor de ese pareado no se había inspirado precisamente en García Lorca.
Al amanecer, me entrevistaron una asistenta social y un psicólogo. Con el diagnóstico de mi perfil personal eligieron el lugar donde, en teoría, mejor me adaptaría. Después de comer me trasladaron al módulo seis, supuestamente, el mejor del <>. Aunque, para mí, lo verdaderamente interesante de todo ese trasiego es que ahora, al menos, podría degustar mi primer café en dos días... ¡Por fin!
Atendí las indicaciones que me habían dado y traspasé el portón, en el acto advertí la aglomeración situada frente al ventanuco por el cual los internos adquirían los productos básicos. Solicité la vez y me puse al final de la larga cola aguardando, disciplinado, mi turno. Lancé una ojeada al patio del presidio, mediría unos sesenta metros de longitud por cuarenta de ancho y estaba franqueado por un alto muro de hormigón rematado con gruesos alambres de espino. En las paredes del mismo, alguien se distrajo dibujando murales que representaban escenas de campo y playa. Junto a los mismos, multitud de individuos tomaban el sol y charlaban sobre sus asuntos mientras otros paseaban sin tregua por el seco suelo de cemento. Vino a mi cabeza un pensamiento: ¡vaya! ¡Tanto caminar para no llegar a ninguna parte!
-¿Qué vas a tomar?” -las palabras del economatero me sacaron de la abstracción.
-Eh... sí... ponme un café y un paquete de Camel, por favor -solicité.
-¿Camel? -repitió extrañado-. ¡Vaya, un <>! ¡Vienes rico, chaval!
Noté un seco golpe en la espalda y me giré en guardia dispuesto a todo.
<<¡Maldita sea! -dije para mí-. Llevo cinco minutos aquí y ya empiezan los líos...>>
Me quedé mirando fijamente al autor de la palmada, me resultaba familiar...
-¿No te acuerdas de mí? -preguntó extrañado.
-¡Joder! ¡Si eres el Saltimbanqui! -exclamé.
Claro que lo conocía, aunque no sabía si en estas circunstancias sería para bien o para mal. Hace años había trabajado de vigilante en una discoteca de una localidad cercana a Valencia y a la misma acudía frecuentemente este chico con sus amigos. Siempre solía crear problemas, tenía un mal beber y lo pagaba con los demás clientes. En varias ocasiones le prohibí el acceso y una vez por poco llegamos a las manos. No pasó nada, aunque se lo llevaron detenido los guardias del cuartelillo del pueblo. Confiaba en que tuviera un buen perder...
Y tuve suerte, había olvidado rencillas pasadas.
-¡Qué pasa tío! ¿Y tú que haces por estos lugares? -inquirió.
-Pues ya ves, me aburría en casa y me dije... ¡Voy a ver un rato a los amiguetes! -bromeé.
Me alegré de conocer a alguien aunque fuera en esas circunstancias, por lo menos tendría con quien hablar. Iniciamos una conversación y en seguida me puso al día de la rutina carcelaria:
-Entre semana nos abren a las nueve y hasta las doce danzamos por el patio, luego comemos y nos chapan hasta las cinco, nos vuelven a abrir hasta las seis y media, luego la cena y al día siguiente igual. Esto es un coñazo y cada jornada es idéntica a la anterior. Pero te acostumbrarás -indicó.
Tenía mis dudas, me consideraba una persona muy inquieta y tanta monotonía podría conmigo. Me hice una promesa: lucharía por evitar caer en la depresión y superaría esta amarga experiencia... Todavía tenía mucho que decir.
-¿Y tú porqué estás aquí? -pregunté.
-Por nada. Me pillaron los picoletos entrando en un chalé y me han caído tres años, aunque en un par de meses espero salir a la calle... Aquí el tiempo pasa rápido -explicó-. Además en este sitio no te aburrirás, hay gente para todo. Mira, ¿ves a esos dos ahí al fondo? -asentí con la cabeza-. Pues son los que mataron a ese abuelo en Cullera. ¿No lo viste en las noticias? Y el de allá está por matar a su madre y cortarle la cabeza... ¡El muy loco se la llevó a su cama y estuvo durmiendo con ella varios meses! ¿A ver? Mira, ese de ahí es un atracador de puta madre, el tío se hizo más de cien bancos antes que lo pillaran y ese otro...
Ante la pormenorizada descripción de quienes iban a ser mis compañeros, no pude evitar que un escalofrío recorriera mi columna. ¿Qué demonios hacía yo entre toda esa gente? No encontraba ningún sentido a mi nueva situación.
Saltimbanqui proseguía describiéndome a otros personajes:
-Mira tío, ése es la caña. El tipo de las gafas de culo de vaso trabajaba en la ONCE y un colega lo lió para realizar un atraco... ¡Fue de película de Berlanga! Verás, se metió en un banco a pegar un palo mientras su socio le esperaba en el coche para la huida. Cómo el tío este, que le llamamos Rompetechos, no ve tres en un burro, al entrar con la recortada confundió al cajero con un muñeco de cartón que anunciaba unos planes de ahorro y encañonó al monigote... ¡Claro!, al hacer eso a todo el mundo le dio tiempo para escapar, pero aun así cogió algo de dinero. Ahí no acabó la movida, al tratar de salir se le cayó toda la pasta al suelo e intentó recogerla, pero como no veía... no pudo. Y la historia acabó cuando, debido a los nervios y a su falta de visión, al salir del lugar se confundió de coche y se metió en uno que ocupaba una señora que esperaba, en doble fila, a su marido... ¡Qué fuerte! ¿No? Si eso te lo cuentan en el cine pensarías que es una bobada... ¡Y ya ves! ¡La realidad supera a la ficción!
La verdad es que mi sorpresa aumentaba por momentos, si en ese instante alguien me hubiera pinchado con una aguja en el brazo, seguramente no habría sacado ni una sola gota de sangre. Mi amigote seguía incansable contándome la vida y milagros de los más prestigiosos moradores del recinto.
-Pero lo más fuerte de todo son los etarras que hay en el módulo -profirió tranquilamente.
Al sentir esta última afirmación, mi curiosidad se acrecentó. Evoqué un artículo en prensa local que había leído hace algunos meses y donde se citaban los nombres de los presos de ETA existentes en las cárceles valencianas. Esa información captó mucho mi atención, hasta entonces desconocía que a tan solo unos kilómetros de mi casa moraban miembros de la temida banda.
Cientos de veces había pasado con el coche por la autovía trazada al lado del centro penitenciario y cuando divisaba las altas vallas circundantes, reflexionaba sobre quiénes pasaban ahí sus vidas. Curiosamente nunca imaginé la existencia de etarras y mucho menos que yo estaría algún día en la otra parte de los elevados muros.
-¿Quiénes son? -consulté discretamente.
-No están ahora, tienen unos horarios distintos al resto de internos. Sólo salen por las mañanas -aclaró Saltimbanqui-. En este módulo hay dos, uno creo que está por lo del atentado de Barcelona… el Hipercor; y el otro es más joven y me parece que mató a policías… ¡Vamos, eso creo! Nunca he hablado con ellos, realmente no conversan mucho con el resto de presos. ¡Claro! Es que no son delincuentes comunes. ¿Sabes? Dicen que son presos políticos o algo de eso...
Ante las últimas palabras replique indignado:
-¡No digas sandeces! ¡Qué van a ser presos políticos ni qué leches! ¡Sólo son un hatajo de hijos de perra asesinos!
-Vale, tío, lo que tú digas. ¡Yo no entiendo nada de política! De todas formas los verás mañana… -concluyó.
El sonido de la megafonía, anunciando el cierre del patio, interrumpió la conversación. Me uní a la gente y subí a mi nuevo hogar dispuesto a pasar la noche lo mejor posible. Mañana sería otro día.
Aquella noche dormí mal, puede que extrañara la cama o quizá fue debido a mi situación en general. A las ocho en punto efectuaron el recuento y abrieron celdas. Bajamos a desayunar y, ¡cómo no!, al patio.
Mi colega aprovechó para presentarme a varios amigos suyos y empezamos a charlar sobre asuntos triviales. De pronto, Saltimbanqui señaló a dos personas que paseaban cerca de nosotros, estaban hablando a voces con alguien del módulo anexo. Desde nuestra posición no se entendían con nitidez sus palabras.
-¡Mira tío, ésos son los que te dije ayer! Sabes a quiénes me refiero... ¿no?
Asentí en silencio mientras los observaba. Uno de ellos, el mayor, rondaría los sesenta años, debía medir poco más de metro sesenta y cinco, su cabeza mostraba claros signos de una calvicie que intentaba ocultar con una gorra de tela, vestía pantalones vaqueros y zapatillas deportivas. Su compañero tendría unos cuarenta y cinco, alto, fuerte, pelo al uno y en el lóbulo izquierdo ostentaba a modo de pendiente un pequeño aro plateado, llevaba puesto un pantalón elástico de deporte de tipo escalador. Me percaté de las camisetas con las que ambos se ataviaban, portaban lemas alusivos a su causa política. Aquél significó mi primer contacto visual con ellos.
La vida en la cárcel transcurre aburrida y rutinaria como ninguna. Casi no hay actividades de esparcimiento y, en esas circunstancias, los juegos de mesa sirven como forma de evasión. En muy poco me aficioné al dominó.
Practicábamos dos modalidades: el español y el colombiano. Depende de quién fuera el compañero de mesa solíamos optar por uno u otro. Casualmente, el etarra veterano compartía la misma afición por este entretenimiento y siempre se decantaba por la primera opción, a la que modificó el nombre, llamándolo <>.
Por mi parte solía evitar cualquier tipo de contacto con esa gente, pero el universo carcelario es muy reducido y resultaba inevitable acabar coincidiendo. Ocurrió a principios de julio de 2002. Estaba leyendo el periódico cuando alguien gritó mi nombre, me volví y percibí a mi compañero de celda jugando con varias personas, entre ellos el vasco.
-¡Oye tío! ¿Quieres jugar?
Respondí que no... pero insistió.
-¡Venga haznos el favor! ¡Es que nos falta uno!
Accedí de mala gana, lo de compartir espacio con uno de ésos… no me hacía ninguna gracia. Iniciamos la partida, sólo yo permanecía callado, el resto departían sobre la guerra en Irak. El de ETA intentó entablar conversación conmigo y conocer mi opinión sobre el conflicto, pero mi actitud cortante le paró los pies. En un momento de la tertulia manifestó ante los otros que los norteamericanos actuaban como terroristas, pues estaban masacrando y matando indiscriminadamente a la población civil. Al escuchar esas palabras solté irónicamente:
-¡Claro! ¡Lo más gracioso es que seas precisamente tú quien les acuse de matar a mujeres y niños!
-¿Porqué dices eso? -apuntó-. ¿Te han dicho que he matado a mujeres y niños? ¡Ahhh! A ti también te han mencionado que estoy aquí por lo del Hipercor… ¡Pues que sepas que llevo encerrado desde el ochenta y cinco y ese atentado fue en el ochenta y siete, o sea, que has metido el remo hasta el fondo... El que tuvo algo que ver con eso fue mi compañero, Patxi.
-Bueno, pero algo habrás hecho para estar aquí tanto tiempo... -insinué.
-Sí, pero eso a ti no te importa y, cómo comprenderás, lo que haya hecho o dejado de hacer es algo que no te voy a explicar -manifestó.
El resto de compañeros de partida pidieron calma. Ahí finalizó mi primer enfrentamiento dialéctico con uno de ellos. Pensé que ése habría sido el principal y último debate… pero no. Al día siguiente estaba en la fila del economato cuando alguien tocó suavemente mi brazo, me volví y advertí al etarra ofreciéndome un café. Me quedé desconcertado pero lo acepté.
-Me llamo Gorka -manifestó tendiéndome la mano- Ayer no pudimos presentarnos…
Instintivamente le devolví el apretón.
-Tú debes de ser de Fuerza Nueva o algo de eso -afirmó.
-Bueno, estuve en ese partido hace mucho tiempo, pero ahora estoy en Falange.
-¿En Falange? -repitió-. ¿Qué pasa, no te gusta Franco?
Me quedé de una pieza, pocas personas ajenas a estos partidos conocen las grandes diferencias existentes. Se lo hice saber:
-Vaya, Gorka, por lo que veo, entiendes un poco del tema…
-Pues normal que sepa… ¡Oyes! En mi época estábamos bien enseñados, no como ahora, que la juventud está aborregada y sólo piensan en Internet y en ver la televisión.
Trabamos conversación sobre cuestiones prosaicas. Sentía curiosidad por conocer sus pensamientos y experiencias, supongo que a él le debió de ocurrir lo mismo. En ese ambiente resultaba complicado encontrar a personas con un mínimo de cultura y, sorprendentemente, encontré en Gorka a mi contertulio perfecto.
Mostramos cierta reticencia al principio, antes de expresarnos con plena confianza y libertad. Pero no tenía un pelo de tonto y supo enseguida conocerme, sabía que actuaba sinceramente. Según me confesó un día, lo vio en mis ojos, le gustaba que no apartara la mirada de la suya. A mí me pasaba algo parecido, a pesar de saber con quién trataba, pensaba que podía confiar en él.
Gorka estaba aprendiendo el euskera y aunque se entendía en ese idioma, no lo dominaba por completo. Un día me presentó a Patxi; éste, al contrario que su compañero, hablaba casi exclusivamente en su lengua vasca y chapurreaba un poco el castellano. ¡Y eso que llevaba quince años en la cárcel! Congenié en seguida con los dos y llegamos a un acuerdo: ni ellos criticarían a España en mi presencia, ni yo haría lo mismo con sus creencias. Funcionó bien.
Una mañana, ya roto el hielo, hablé con Gorka:
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí, pero que sea facilita... ¡Oyes! No, en serio. ¿Qué quieres saber?
-Tengo mucha curiosidad por conocer qué te impulsó a pertenecer a ETA. ¿Cómo empezaste?
-¡Ufff! -suspiró- ¡Hace ya mucho tiempo de eso! Verás... yo vivía en Donosti, concretamente en el barrio de Intxaurrondo.
Y dio inicio a su relato:
-Realmente no nací ahí. Toda mi familia había vivido de siempre en un pueblecito de Segovia donde mi padre tenía tierras y se dedicaba a la agricultura, pero mi madre murió y a él le tocó hacerse cargo de mis cuatro hermanos y de mí. En esos tiempos de la posguerra costaba mucho sacar a una familia adelante con lo poco que daba el campo y emigró a Donosti con todos nosotros. Yo tenía seis años y me críe en esa tierra. Toda mi juventud la pasé trabajando, pero las malas condiciones de los empleos me obligaron a marchar a Francia, donde pasé varios años sudando la gota gorda como marino en un mercante. Tuvo su lado bueno, ¿sabes?, porque pude conocer mundo y viajar a otros países. Pero echaba de menos a la familia y a principios de los setenta regresé y milité en ETA. Fue una decisión muy meditada, siempre me había interesado la política y había conocido la lucha de mi pueblo por lograr la libertad… Más de un compañero había muerto a manos de las fuerzas españolas y muchos otros llevaban en su cuerpo marcas de las torturas .hechas por la policía franquista y la Guardia Civil Entendí como una obligación moral y un deber luchar por la libertad de mi pueblo y la lucha armada como el único camino posible.
-Bueno... -interrumpí- supongamos que tienes razón, que lo dudo... y no teníais otro camino que combatir al franquismo con las armas. Te recuerdo, por si no has caído en la cuenta, que Franco murió en el setenta y cinco, con lo cual vuestros argumentos no son muy válidos ahora.
-¿Cómo que no son válidos? ¿Piensas que se ha acabado la represión? ¿Sabes que vuestra Constitución no salió aprobada en Euskadi y nos la impusisteis por cojones? ¿Sabes que Amnistía Internacional sigue denunciando en sus informes anuales la práctica de torturas policiales contra el pueblo vasco?
Al realizar esta afirmación no quise contradecirle, pero creí recordar que el famoso informe anual de la ONG mencionada por Gorka se refería a la violencia que realiza ETA y su entorno contra sus <>. Continué la conversación sin pretender entrar en polémica.
-Veamos... No dudo que, de vez en cuando, a la policía se le escape algún tortazo...
-¿De vez en cuando? -gritó exasperado-. ¿Quieres que te cuente la somanta de palos que me dio la Guardia Civil cuando me detuvieron? ¿Quieres que preguntemos a Patxi o a cualquier otro compañero la de veces que hemos sido torturados en las comisarías españolas?
-¡Coño, tío, que sois etarras! ¡Tampoco sois unos santos... que digamos! Además me estás hablando de hace casi veinte años y todo ha cambiado mucho.
-¡Una leche ha cambiado! ¡Luego te enseñaré las fotos de un chaval que salieron publicadas en el Gara hace unos días y verás la paliza que le dieron en el cuartelillo! ¡¡Si está irreconocible!!
-Bueno, aún siendo cierto lo que dices, no creo que seáis los más indicados para hablar de derechos humanos...
-¿Y...? Ten en cuenta una cosa, cuando hacemos algo somos conscientes de las repercusiones que pueden tener nuestras acciones y sabemos que podemos morir o ir toda la puta vida a la cárcel. A nosotros nos condena la justicia española por no cumplir vuestra legalidad. ¿Dónde dice esa ley que está permitida la tortura? Lo que más me jode es que nos encarcelen por incumplirla y aquellos que la hacen y tienen el deber de cumplirla tampoco lo hagan... ¡Si lo tienen muy fácil! No tendrían más que legalizar la tortura como en Israel y punto. Pero mientras esos jueces y políticos fascistas no cumplan sus leyes, que no nos pidan a nosotros que lo hagamos y máxime cuando jamás hemos votado vuestra Constitución ni hemos querido saber nada de todas esas historias. Lo único que buscamos es que nos dejéis en paz y podamos ser un pueblo libre y soberano de una puta vez.
-El otro día dijiste que llevas casi veinte años entre rejas. ¿Crees que ha valido la pena sacrificar tu vida por esas ideas?
-Por supuesto. Y si volviera a nacer mil veces, mil veces que militaría en ETA. Ya lo he dicho antes y te lo repito ahora, cuando ingresamos en ETA sabemos que sólo tenemos dos finales posibles: la muerte o la cárcel. Asumimos cualquiera de ellos porque sabemos que luchamos para conseguir la libertad de nuestra patria y porque tenemos fe en que nuestro sacrificio, como el de otros miles de vascos, conseguirá su fruto. No olvides que tenemos mucho respaldo en Euskadi.
-Salvando distancias, siempre he visto el problema vasco como una especie de continuación de las guerras carlistas. Y, como éstas, pienso que este conflicto acabará dentro de unas cuantas generaciones. He visitado varias veces Vascongadas y, aunque supongo que tendréis respaldo, no quita que una gran mayoría de la población esté harta de tanta violencia e inseguridad.
-¿Quiénes? ¿Los españolistas?
-¡Joder, Gorka! ¡Qué naciste en Segovia!
-¿Y...? Nací en Segovia y toda mi vida me he criado en Euskadi. Cuando mi familia emigró, supo adaptarse al país que los acogió y no intentaron imponer sus costumbres ni sus normas. Pasa como con los moros, vienen a España y no se adaptan. ¿Qué pensarías tú si encima quisieran imponerte por la fuerza su forma de vivir?
-¡Hombre...! No es lo mismo. Digas lo que digas, Vascongadas es España y decir lo contrario es faltar a la historia y a la realidad.
-¡A vuestra realidad! Fuimos invadidos por las armas españolas y nuestro territorio dividido entre España y Francia.
-¡Sí, hombre! ¡Díselo a Elcano o Churruca! Mejor no entremos en este tema, porque ni tú me vas a convencer a mí, ni yo a ti... ¿De acuerdo?
-Totalmente de acuerdo.
Aquella mañana dimos por concluida la conversación, al poco acudimos a comer y a las celdas. Por la tarde, nada más salir, me hizo señas un funcionario para que entrara en su garita. Atravesé el umbral de su cuarto y observé que, junto a éste, había tres más.
-Buenas tardes -saludé-. ¿Me han llamado ustedes?
-Sí, pase aquí un momento -pidió uno de ellos- Querría hacerle una pregunta... ¿Es usted simpatizante de ETA? -soltó a bocajarro.
-¿De ETA yo? -respondí extrañado-. ¡Pues claro qué no! Es más, soy más facha que la madre que me parió. ¿Por qué pregunta eso?
-¡Hombre...! Esta mañana le he visto pasear muy tranquilo con el etarra ese...
-Sí -admití-. Pero eso no significa que sea de ETA ni simpatizante ni nada por el estilo. Mire, soy una persona muy inquieta y me gusta saber. Pienso que aquí tengo la oportunidad de conocer de primera mano la historia contada desde el otro punto de vista, e independientemente de lo que pueda opinar, conmigo se portan bien y nos tratamos con respeto.
-¡Que se lo digan a los guardias civiles que mató ese hijoputa! -exclamó otro.
-No pongo en duda que lo que hacen no esté nada bien, es más, he militado toda mi vida en organizaciones falangistas y en muchísimas ocasiones he tenido enfrentamientos contra esta gente. Mire, hace años los etarras asesinaron a uno de mis mejores amigos, que era guardia civil. Cuando se celebró el juicio en la Audiencia Nacional contra la cúpula de Herri Batasuna, un montón de camaradas fuimos a montar follón e incluso algunos amigos llegaron a celebrar con champán la muerte de Muguruza. Les cuento todo esto para que tengan claro que no sólo no soy simpatizante de ETA, sino que soy antietarra militante. Lo cual no quita que me interesen sus puntos de vista, me apasiona la historia y ellos, nos guste o no, forman parte de ella. Si hubiera vivido hace muchos años, me hubiera encantado hablar con Hitler, Lenin, Marx, Churchill... ¡Y yo qué sé con quien más!
-Bueno... -cortó el funcionario-, le advierto que existen unas normas muy concretas en la prisión, y le informo que hacemos una relación diaria de todos los que mantienen conversaciones con los etarras. Ese informe pasa a seguridad y se refleja en su expediente personal. No creo que le beneficie mucho hablar con esa gentuza.
-Pues denme otras opciones. ¿Con quiénes quieren que hable? ¿Con los violadores? ¿O acaso prefieren que tome como amigo al descuartizador del módulo? ¿O quizá a un yonqui?
-Bueno, ése es su problema... yo le he avisado. Esta gente sólo puede traerle complicaciones, además no cambian nunca, pasan de las leyes. Cuando acuden a un juicio renuncian al tribunal y utilizan a sus abogados para pasar consignas de la banda. Tener amistad con ellos supone para Instituciones Penitenciarias ser un enemigo potencial, no olvide que los funcionarios de prisiones somos objetivos de ETA.
-De acuerdo, pero… ¿Yo qué tengo que ver con eso? -exclamé extrañado.
-¡Hombre, pues claro que tiene que ver! Piense un poco, si mantiene amistad con ellos para nosotros supone un riesgo y puede resultar perjudicado en sus peticiones de permisos, tercer grado… Por supuesto existen soluciones que pueden mitigar este problema.
-¿Por ejemplo?
-Que nos informe si se entera de alguna actividad que pretendan realizar.
-¡Oiga! Solamente hablamos de nuestro pasado, desde luego, no me han dicho nada de que se vayan a hacer o no atentados. Tampoco tengo tanta confianza...
-No nos referimos a eso, está claro que a usted no se lo iban a decir. Pero a veces se coordinan los etarras de todos los módulos para realizar protestas comunes como encierros, huelgas de hambre… Dichas actividades suelen coincidir con atentados terroristas en la calle. Si se entera de algo, háganoslo saber. Quizá así consiga borrar de su expediente los contactos que tiene con esa gente.
Asentí cínicamente, no me hacían ninguna gracia los chantajes. Tampoco pensaba pedir a Gorka información sobre los planes que podían tener, en primer lugar porque dudaba de que me los dijera, y en segundo, porque si aprecias la vida, hay cosas que es mejor ignorar. De todas formas, dudaba que los etarras encarcelados estuvieran al día de las campañas que planeaba la organización.
Amaneció un nuevo día y volví a encontrarme con Gorka y Patxi, estaban paseando por el patio. El primero me llamó y me invitó a pasear con ellos y así charlar un rato.
-Oye... -dijo-. ¿No tendrás por casualidad una chaqueta de piel usada, verdad?
-Pues la verdad es que no... ¿Y eso? -pregunté extrañado-. ¡Si estamos en julio y hace un calor de mil demonios! -añadí.
-No es para ponérmela -replicó sonriendo-. Es para hacer bolas para jugar a la pelota vasca.
Me sorprendí, ignoraba que practicaran ese juego entre rejas. Con el tiempo pude contemplar en multitud de ocasiones que ambos fabricaban con maestría pelotas para practicar su deporte oficial. Los viernes por la mañana solían hacer campeonatos con los presos comunes y siempre vencían ellos.
-¡Ganáis porque jugáis en casa! -les decía aludiendo a su larga estancia en prisión.
-Por si no te lo han dicho nunca, que sepas que eres... ¡un cabrón, un verdadero cabronazo! -respondían jocosamente.
Aquella mañana, después de interesarse por si tenía alguna prenda de cuero, prosiguió la conversación:
-Ayer tarde te llamaron los carceleros… ¿Preguntaron algo sobre nosotros? -inquirió Patxi.
Me quedé helado. ¿Cómo podían saber eso si estaban encerrados en sus celdas? Decidí contarles más o menos la verdad:
-Pues sí, me aconsejaron que no hablara con vosotros…
Me miraron fijamente a los ojos, querían comprobar si mentía.
-Tienen razón -subrayó Gorka- Pueden joderte si ven que hablas mucho con nosotros. La cuestión es intentar aislarnos del resto de presos para que nos derrumbemos psicológicamente y, de paso, hacer que te comas la cabeza y tengas miedo de estar con el Patxi y conmigo. Piénsatelo bien, pero ten en cuenta que tienen la sartén por el mango y pueden fastidiarte mucho.
-Mira, soy mayorcito para saber con quien puedo o no relacionarme. Si piensan que por hablar con vosotros me voy a hacer etarra, tienen un grave problema. Además estoy muy orgulloso de mis ideas y a estas alturas no pienso cambiarlas por mucho que dialoguemos.
-Pues nada si lo decides así, por nuestra parte perfecto. ¿Dónde dejamos ayer la conversación? - dijo Gorka.
-Me parece que la dejamos en que si los españoles os invadimos y somos más malos que pegarle a un cura... -respondí irónicamente.
-¡Joder... es que es así! -recalcó Patxi-. Y si no, pregúntales a los sudamericanos que piensan de vosotros. Siempre que habéis ido a un sitio habéis masacrado a la población. Hay dos pueblos que siempre han oprimido al resto: los españoles y los ingleses, y ahora los americanos os han cogido el relevo.
-¡Vale, vale! ¡No digas chorradas! Quedamos que en mi presencia respetaríais a España. ¿O queréis que empiece a contar cosas vuestras yo también? ¡Leches! Que encima seáis vosotros los que nos acuséis de hacer salvajadas es ya el colmo del surrealismo. ¿Hablamos como personas civilizadas o no? ¡Coño!
-¡Joder! Como los carceleros vean que discutes con nosotros, vas a romperles sus esquemas. ¡Eso si qué es surrealista de veras! -añadió sonriendo Gorka.
Encendí un cigarro y les ofrecí otro, lo rehusaron. Había olvidado que ninguno fumaba. La verdad es que si unas pocas semanas antes me hubieran dicho quienes iban a ser mis nuevos compañeros, no lo hubiera creído. Decidí continuar el diálogo. En mi fuero interno algo decía que podía ser interesante.
-Oye... ¿Lleváis mucho tiempo aquí en Picassent?
-Yo llevaré unos dos años, Patxi, unos tres meses menos...
-Supongo que acabaréis vuestras condenas aquí... ¿No?
-De estos hijoputas carceleros no te puedes fiar, antes nos cambiaban de cárcel cada seis meses. Además cuando lo hacen no te avisan con antelación, una tarde vienen a tu chabolo varios de ellos y te dicen que cojas las cosas que en una hora sales de cunda a otro sitio... Y ahí te ves, preparando todo tu equipaje deprisa y corriendo... ¡Y a tomar por saco que te mandan! -explicó Patxi.
- ¿Pero no os avisan antes? -pregunté extrañado.
-¿Avisarnos esos cabrones? ¡Ni de coña! La putada no es eso, lo realmente jodido es que no tenemos posibilidad de avisar a nuestras familias hasta que llegamos a la cárcel de destino, con lo cual a veces hacen el viaje en balde -dijo Gorka.
-Eso es lo que más jode -interrumpió Patxi-, que sean nuestras familias las que paguen toda esta mierda de guerra sucia.
-¡Hombre, yo no sé si será guerra sucia o sencillamente la política penitenciaria que practican en general! -expuse.
-De política penitenciaria ¡leches! -habló Patxi-, lo que hacen está muy estudiado y siempre coincide con campañas políticas, treguas y... ¡hostias!
-No lo entiendo... -pronuncié.
-¡Oye! Pues es fácil de entender. Cuando nuestros compañeros hacen acciones en zonas turísticas, por ejemplo, pues se vengan con nosotros cambiándonos de cárcel. Sin embargo, cuando hay conversaciones con el gobierno español o treguas, pues nos dan cancha, es la <>. Esta mierda es así... Lo peor son nuestras familias, no tienen culpa y esos hijoputas practican con ellos un auténtico genocidio -explicó Gorka.
-¿Genocidio? ¡No comprendo a qué te refieres!
-Pues es sencillo... Entendemos que nos metan en la cárcel, pero la ley española garantiza el cumplimiento de las condenas en las prisiones más próximas a tu tierra. ¿Tú crees que la de Valencia es la más cercana? ¡Y encima piensan que hay que darles las gracias! ¿Sabes cuánto tiempo permanecí en la cárcel del Puerto de Santa María, en Cádiz? ¡Cuando venía a verme la familia se hacían más de dos mil kilómetros en coche! ¡Dos mil kilómetros para estar juntos hora y media! ¿Es o no fuerte? ¡Hostias! ¡Vale! Entiendo que he matado y según las leyes debo estar en la cárcel toda la vida. Sin embargo, no puedo entender que nuestras familias paguen esta dispersión estúpida y vengativa. Cada año mueren un montón de familiares de compañeros en las carreteras. Lo único que consiguen es que cada vez les tengamos más odio.
-¡Hombre! Vuestras familias no tienen nada que ver con lo que vosotros hayáis hecho. De todas formas, las familias de las víctimas de ETA tampoco tienen la culpa de nada.
-¡Joder, por supuesto que no tienen culpa! ¡Son víctimas también! Pero cuentan con ayudas económicas y no mueren en las carreteras como las nuestras -afirmó Gorka.
-Ya... Ellos también dicen, y con razón, que preferirían ver a sus familiares en la cárcel antes que ir cada domingo al cementerio... Porque a fin de cuentas vosotros saldréis y los suyos nunca volverán a casa.
-¿Eso quiénes lo dicen, los de Gesto por la Paz o los de Víctimas del Terrorismo? Porque de entrada te digo que esa gente no son más que un hatajo de vividores.
-No me refiero a esas ONG, me refiero a las familias en general.
-Mira lo que te voy a decir... -expuso Gorka-, a mí, las familias de las víctimas me merecen todos los respetos. Los miembros de esas asociaciones que antes dije me dan asco. ¡Viven a la sopa boba de la muerte de sus familiares! ¡Son parásitos! Una vez me pasó algo, me enteré que el hijo de un guardia civil que maté quería hablar conmigo. El chico ese tenía los cojones bien puestos, se enteró de la dirección de uno de nuestros abogados y fue a verlo a Donosti... El abogado me lo dijo y yo pasé de verlo. Pero siguió insistiendo y al final lo organizamos para que viniera a verme en unas comunicaciones por ventanilla. El chaval acudió, su padre había muerto hacia tiempo y él lo echaba mucho de menos. Aunque lo que le impulsó a hablar conmigo era saber por qué lo había matado precisamente a él, qué tenía en contra de su padre. Yo fui sincero y le dije que su padre no tenía culpa de nada, sencillamente le tocó como podía haberle tocado a otro guardia civil que ese día hubiera realizado el mismo recorrido. El chico no se lo creía, me insistió una y otra vez buscando la verdad, pero ya se la había dicho, era tan simple que parecía absurda, sencillamente, había sido una víctima más de esta guerra. No tenía nada personal contra él, no le conocía, era sencillamente un guardia civil que estaba en el sitio equivocado el día elegido. A ese chico le entendí perfectamente y le dije que también era una víctima inocente del conflicto. Le expliqué que lo sentía, pero que tan culpable era yo como el gobierno español por no querer solucionar el problema.
-Debió ser muy fuerte estar cara a cara.
-¡Joder! ¡Claro que fue fuerte! Pensáis que somos unas fieras sedientas de sangre, que vemos a un guardia civil y... ¡zambombazo en la nuca! Pero es difícil, muchos compañeros míos han pasado depresiones después de eso. He visto a otros llorar cuando han muerto inocentes de un pepinazo. ¡Pero qué se va a hacer si así es la guerra!
-Me estás dejando alucinado con tus planteamientos... ¿Cómo podéis saber quien es o no inocente? ¡Tío, es muy fuerte lo que me cuentas! Si no queréis llorar por nadie, dejad las armas de una vez e intentar solucionar las cosas hablando.
-ETA siempre ha estado dispuesta a hablar.
- Gorka, es un poco absurdo que un gobierno negocie con terroristas.
-Ya lo han hecho. Y más veces de lo que piensas...
-Bueno, tenéis a Batasuna que os representa.
-¿Y eso quién lo dice? ¿El Garzón?
-¡Hombre! Ha quedado demostrado que Batasuna es parte de ETA.
-¡Eso es mentira! ¡El Garzón dice que Batasuna es ETA, que es muy distinto! En Batasuna hay personas partidarias de la lucha armada y muchos que no... pero pasa igual con el PNV y Eusko Alkartasuna.
-Pero Batasuna nunca condena los atentados vuestros.
-¿Y...? ¿Si los condenara se solucionaría el problema?
-Hombre, pues no sé...
-¿Fuerza Nueva condenaba los atentados de ETA? -preguntó Gorka.
-Creo que no -respondí sinceramente.
-¡Pues Fuerza Nueva apoyaba a ETA! -concluyó Gorka.
-¡Qué dices, tío! ¡Jamás apoyamos a ETA!
-No lo digo yo, lo dice Garzón.
-¿Entonces quieres decirme con eso que ETA y Batasuna son cosas distintas?
-¡Claro que son diferentes! A muchos compañeros míos no les gusta para nada esa coalición... y muchos militantes de ese partido no apoyan a ETA...
-Bueno, pero el diario Gara es pro-Batasuna y apoya bastante vuestros atentados y el acercamiento de los presos etarras a Vascongadas...
-¿Quién dice que el Gara es pro-Batasuna? Por si no lo sabías, en el consejo de dirección de ese diario hay miembros de muchos partidos políticos, es más, posiblemente haya más miembros del PNV que de Batasuna... Dónde sí que es cierto que había bastante gente de Batasuna era en el Egin... Y lo del acercamiento de los presos vascos a Euskal Herría, es algo reclamado por la sociedad vasca independientemente del partido que voten. Ten en cuenta que mi padre era franquista, que tengo familia e íntimos del Partido Popular, del PSOE, del PNV... y como yo, casi todos mis compañeros. El problema ahí se vive distinto, aquí a la cárcel vienen a visitarme amigos desde Euskadi y algunos votan al Aznar...
-¿Sí? ¡Qué fuerte! La verdad, nunca podría haberme imaginado eso…
-Ya te digo que la verdad es bien distinta a la que os quieren hacer llegar por la televisión y a todas las tonterías que dicen.
-¿Es cierto que vienen a verte gentes que votan al PP?
-¡Joder! La semana pasada, sin ir más lejos, vinieron unas amigas de mi barrio a comunicar conmigo. Una de ellas es concejala de ese partido en una pequeña población de Euskadi.
-Pero ETA ha matado a concejales del PP y del PSOE ahí en el norte.
-¡Joder! ¡Es que son objetivos militares! Generalmente ETA los elige españolistas, personas de fuera de Euskadi que han sido colocados adrede desde Madrid.
-¡Hombre, Gorka, eso tampoco es así! Recuerdo que asesinaron a un concejal popular con nombre y apellidos vascos, un tal Irureta, creo recordar. De hecho, su hermana estaba afiliada a Batasuna y salió en televisión.
-¡Algo más habría!
-¿Qué quieres decir con eso?
-Pues que igual era un chivato de la policía o quizás largó lo del impuesto... La verdad, no lo sé. Pero pongo la mano en el fuego que es algo de lo que he dicho -dedujo Gorka.
-Sería un maketo chivato -sentenció Patxi.
-¿Lo de chivato por qué lo decís? ¿Insinuáis que igual denunció a compañeros vuestros o algo de eso?
-A veces sí y otras veces son personas que suelen visitar demasiado a la Ertzaintza. Les dicen que si éste paga o no el impuesto y caldean el ambiente. Luego vienen los ertzainas y joden el invento. Y a esa gente ETA les da caña.
-¡Hombre, Gorka! El impuesto revolucionario es una clara extorsión al más puro estilo mafioso.
-Pues no creas... hay muchos vascos que no pagaban y se pusieron en contacto con la organización para contribuir al impuesto. Bastantes empresarios vascos lo pagan porque saben que ese dinero es para la libertad de Euskadi.
-Te referirás a los miles de vascos que están viviendo en el Levante después de haber huido del norte. ¿No?
-Se van los españolistas. ¡Oyes! Hay muchos que pagan voluntariamente ese dinero. Hace años detuvieron en Francia a un importante empresario que había pagado millones. Pues el tío lo dijo con un par de huevos, que pagaba a ETA porque quería. Como ése hay muchos en Euskadi, pero eso no sale en las noticias.
Patxi apoyó la postura de su compañero:
-Lo del impuesto y la extorsión son bobadas. Yo estuve cobrando el impuesto, ¿sabes?, y pagan porque quieren. A los que no les gusta pagar es a los maketos. ¡Pues que se vayan de Euskadi! ¡Que no vengan a tocarnos los cojones!
Escuchándoles entendí que existen dos mundos, el real y el de ellos. En Valencia he conocido a muchos vascos de pura cepa que han venido huyendo desde su tierra por miedo a atentados o a que prendieran fuego a su negocio o casa. En ocasiones, la causa de su escapada ha sido por negarse a pagar la extorsión. Sabía que añoraban su terruño, pero el pánico a ETA y su entorno les impedía volver. No quise decírselo a los etarras, aunque estaba convencido que en el fondo lo sabían. Decidí proseguir el diálogo.
-¿Os habéis conocido en la cárcel o ya os habíais visto antes? -pregunté con la intención de cambiar de tema.
Fue Patxi quien contestó:
-¡Joder! Nos conocemos de mucho tiempo... Yo soy de cerca de Donosti.
-Sí -afirmó Gorka-. Entramos en ETA casi a la vez. Patxi vivía en un caserío, por eso no habla bien el español. Lo que pasa es que yo me fui a Francia y él se quedó en Euskadi y perdimos el contacto hasta que nos volvimos a encontrar en la cárcel. Por suerte ya nos falta poco...
-¿Cuánto os queda de condena?
-De condena mucho. Pero estamos penados por el código antiguo y hay redenciones y eso. Si todo va bien y me aplican esas redenciones, pues para 2006 estaré en mi casa.
-A mí sólo me quedan unos cinco años -afirmó Patxi.
-¡Cinco años! ¿Dijiste que llevabas quince? ¿No?
-Desde el ochenta y siete -dijo Patxi.
-¡Ah sí... desde lo del Hipercor! Me dijeron que tuviste algo que ver en eso, ¿no?
-Pues sí, algo tuve... -señaló escuetamente.
-Yo estaba haciendo la mili en Jaca, en alta montaña. Me enteré casualmente en un control policial que nos hicieron en Zaragoza cuando iba de fin de semana a mi casa” -añadí.
Se hizo un pequeño e incómodo silencio. Patxi no estaba por la labor de hablar sobre ese atentado. Gorka rompió el hielo:
-Se ha hablado mucho de eso, ¿sabes? Pero lo que no dicen es que la culpa fue del gobierno español.
-¡Qué coño dices! -exclamé indignado-. La culpa la tuvieron quienes colocaron los explosivos. ¡Y punto!
-Avisaron de la bomba y no hicieron caso. En el juicio quedó como responsable civil el Estado español. Si hubieran desalojado, no habría pasado nada, pero, ¡claro!, les interesaba una masacre para desprestigiarnos y justificar la política de dispersión -explicó Patxi.
-¡Oye! ¡Ehhh...! La verdad es que me habéis dejado sin palabras. He oído excusas, pero tan absurdas como esta creo que nunca.
-¡No son excusas! -bramó Gorka- Ya lo ha dicho Patxi, el Estado español fue condenado a pagar las indemnizaciones a las víctimas por no haber ordenado desalojar ese lugar. Mis compañeros avisaron con tiempo. Viene en la sentencia.
-¡Mira! ¡Déjalo estar! Mejor no intentéis justificar eso porque no cabe ninguna excusa posible. La bomba la colocó ETA, no el gobierno, y únicamente vuestra organización fue la responsable. Supongo que el Estado pagaría los daños y perjuicios, como en todos los atentados, para asegurar que las víctimas cobraran indemnizaciones.
-Les interesaba una masacre. ¡Oyes! Así justificaban su política de dispersión -volvió a afirmar Patxi.
-Mira, tío, de verdad déjalo estar. Fue una barbaridad lo que hicisteis...
-ETA avisó por teléfono... no desalojaron porque interesaba...
-¡Escucha! -interrumpí-. Tengo una tía que trabaja de funcionaria en Hacienda de Valencia. Me dijo una vez que semana sí, semana no, reciben llamadas amenazando de la colocación de explosivos. Como nunca ha pasado nada, cuando avisan ya ni salen a la calle para no perder el tiempo. ¿Sabéis la de llamadas falsas que se hacen? -les dije.
-¡Por supuesto que lamentamos lo del Hipercor! -cortó Gorka-. Murió gente inocente.
-¡Tío! ¡Que los matasteis vosotros! ¡Que no murieron de gripe! Por lo que me he dado cuenta, lo lamentáis todo pero seguís matando... ¡Coño, pues dejar las armas de una vez! ¡Es muy fácil!
-Después de lo del II-S, hay orden de intentar evitar muertes en atentados -interrumpió Gorka-, la opinión pública está muy afectada por todo lo que ocurrió y podría ser contraproducente.
Estas palabras me sorprendieron. Gorka llevaba casi veinte años en prisión y sabía que la dirección de ETA había decidido no matar... por el momento. Decidí ahondar en esa cuestión.
-Al menos os parece mal el atentado a las Torres Gemelas... ¡Algo es algo!
-No es eso, los yankees se merecían ese escarmiento, pero los árabes se pasaron un poco. ¡Oyes! Si no hubiera habido tantas víctimas, lo veríamos bien, pero se pasaron.
-Además supongo que todo eso habrá afectado a ETA. Ahora todo el mundo está en contra del terrorismo. ¿No?
-Nosotros no somos terroristas. Somos gudaris, guerrilleros. ¡Patriotas vascos! Luchamos con nuestras armas contra un ejército poderoso como el español. Más o menos igual que cuando vosotros peleasteis contra los franceses.
-Vale, todo eso me parece muy bien, pero supongo que lo de las Torres Gemelas habrá afectado mucho a ETA. Leí que los americanos habían dejado un satélite espía al gobierno español para la lucha antiterrorista.
-No creo... quizá cojan a gente, pero hay cientos de jóvenes vascos dispuestos a entrar en ETA. Es más, ETA ha dicho que no puede coger a más porque antes deben preparar a los recién incorporados... ¿Leíste qué cientos de chavales de la kale borroka han desaparecido de sus casas? Pues han ido a ingresar en ETA. Lo normal. ¡Oyes! Si ven que por prenderle fuego a un autobús les pueden meter veinte años, pues cambian el cóctel molotov por la pistola. ¡Total, la pena es la misma! Caer gente de ETA siempre ha caído... pero si desarticulan la cúpula, en seguida hay otra por si la primera cae. Siempre ha sido así... Pero que sepan que cuantos más presos políticos vascos estemos en prisiones, más fuerza tendrá ETA. Muchos jóvenes nos ven como héroes, en Euskal Herría somos los gudaris... Voy a decirte algo que igual te sorprende... ¿Sabes también quiénes nos reconocen como soldados vascos? ¿No te lo imaginas?
-La verdad, no -respondí sinceramente.
-¡Pues la Guardia Civil! -respondió Gorka-. Recuerdo una vez que murieron unos compañeros en Euskadi allá al principio de los ochenta... Cuando pasaba la comitiva con los ataúdes camino al cementerio... un mando de la Guardia Civil ordenó a sus hombres que presentaran armas al paso de los féretros. ¡Claro! Es que ese guardia llevaba la hostia de años en Euskadi y conocía la realidad del pueblo vasco. Creo que lo destituyeron o algo así.
-Sí, a mí la Guardia Civil me gusta muchísimo. Creo qué es el cuerpo policial más profesional que tenemos en España -añadí orgulloso.
-Pues tienes razón. ¡Oyes! Nosotros no tenemos nada contra ellos, sólo queremos que salgan de nuestra tierra.
-Tengo entendido que desde que está la policía autonómica ya no hay casi guardias civiles en el País Vasco -dije.
-No es así... ¡Oyes! Aún quedan muchos. Voy a decirte más, respeto a la Guardia Civil. Si fuera español apoyaría a Galindo, porque reconozco que supo servir a los intereses españoles. ¡Pero soy vasco! Y son mis enemigos.
-Sí, creo que es una injusticia que el General Galindo esté en la cárcel -expuse sinceramente.
-Galindo cumplía órdenes del gobierno español. ¡Ésos sí que deberían estar en prisión! A mí los que realmente me dan miedo son los que se llenan la boca hablando de libertad y de derechos humanos y a la vez pagan a mercenarios para que asesinen. ¡Ésos si que son terroristas! A nosotros se nos podrá acusar de mucho, pero nunca de mentir -razonó Gorka.
La megafonía volvió a anunciar el cierre del patio. Nos despedimos y retornamos a nuestras <>. Quedaban muchos días para que pudiéramos continuar nuestras conversaciones.
Días más tarde ocurrió otra tragedia. La tarde del cinco de agosto de ese año, una noticia acaparó los informativos: ETA había atentado en la casa cuartel de la Guardia Civil en Santa Pola, Alicante. Resultado: una niña de seis años, hija de un miembro de la Benemérita, y un hombre que esperaba el autobús, perdieron la vida. La información me dejó helado, siempre es lamentable una muerte, pero mucho más si se trata de un niño. Pensé en mi hija, con aproximadamente la misma edad y se me llenaron los ojos de lágrimas. Mañana hablaría con los etarras, quería saber que opinaban sobre ese atentado desde su perspectiva carcelaria.
Nada más abrir cancelas, bajé al patio esperando verles. Me encontraba muy dolido por esa catástrofe. Los busqué con la mirada y los encontré paseando como siempre y hablando a gritos en euskera con sus compañeros del bloque de al lado. Me aproximé a Gorka, y esperé a que acabara la conversación con los otros, suponía que estarían comentando el siniestro. Cuando finalizó la cháchara, le hablé:
-¿Viste anoche las noticias? -solté de sopetón.
-¿El qué...? ¿Lo de Alicante?
-¡Hombre... pues claro! ¡No va a ser el Telecupón!
-Claro que lo vi, no paran de darlo a todas horas. Lo raro hubiera sido no verlo...
Su explicación sonó a un intento de eludir la conversación. Decidí proseguir metiendo el dedo en la llaga:
-¿Y qué te parece eso? ¡No me irás a decir que una niña de seis años y un anciano son objetivos militares! ¡No serás capaz!
-Las casas cuarteles son objetivos de ETA, eso todo el mundo lo sabe. Lo que no pueden hacer es meter a niños como escudos humanos porque saben a lo que se exponen...
Al escuchar su absurda explicación me quedé boquiabierto, no daba crédito a lo que escuchaba. Repliqué airado:
-¡Hombre, tío! No me vengas con ésas porque dudo mucho que te creas lo que acabas de contarme. Las casas cuarteles existen desde tiempos del duque de Ahumada y de eso hace más de siglo y medio... Por aquel entonces no existía ETA, ni ETO, ni lo de más allá. Decir que esa niña era un escudo humano, pues la verdad, lo veo muy fuerte. O sea, ¿que te parece normal?
-¡Pues claro que no! ¡Oyes! Pero era algo previsible. Lo que me jode es que ahora lo pagaremos los presos vascos con represalias de los carceleros y cualquier día de éstos nos cambiarán de cárcel o de módulo. ¡Ya verás!
-¡Joder, tío! ¿Eso es lo único que te preocupa?
-Escucha, llevo casi veinte años encerrado, he pasado por todas las cárceles españolas. Cuando me cogieron casi estaba empezando la tele en color y el Ford Fiesta era el coche que más se vendía. He llegado a un punto donde nada me duele más que mi situación, la de mis compañeros y, por supuesto, la de nuestras familias... El resto me la trae al fresco. Con el tiempo te darás cuenta que lo único capaz de hacerte vencer a la tortura psicológica es el odio, si no fuera así, esto acabaría con nosotros. Siento lo de esa niña como siento lo de los dos familiares de un compañero que murieron en accidente de tráfico hace unas semanas cuando iban a visitarlo a la cárcel de Herrera de la Mancha. ¿Has escuchado esa noticia una sola vez por televisión? Siento que todo esto pase, pero el conflicto es así.
Me di la vuelta malhumorado y fui al economato, aquella mañana no estaba para muchas historias... Ya hablaríamos otro día.
Pasaron los meses y seguimos hablando. Al poco de este atentado, la seguridad de la cárcel cambió a todos los etarras de módulo. Era la <> como decían ellos. El conflicto continuaba dentro de los muros de los presidios españoles.
En nuestra galería permaneció Gorka, pero a Patxi lo enviaron a otro cercano. En su lugar trajeron a un joven etarra llamado Josetxu, tenía veinte años y estaba condenado a otros veinte por pertenencia a banda armada, depósito de explosivos y tenencia ilícita de armas. Llevaba dos años entre rejas y se sentía afortunado porque saldría a la calle con sólo cuarenta años. Gorka me lo presentó, le dijo que yo era de confianza a pesar de ser muy facha.
Josetxu, aunque joven, había pertenecido desde muy niño a la kale borroka y de ahí dio el salto cualitativo a ETA. No llegó a matar porque la policía le detuvo antes. Había algo que le diferenciaba de los otros dos, al contrario que éstos, no tenía las ideas claras. Era etarra porque no quería que le obligaran a ser español, probablemente si le hubieran dicho que por narices tenía que ser vasco... habría optado por ser patriota hispano. La cuestión era no conformarse y llevar la contraria.
Patxi y Gorka habían sido educados en un marxismo-leninismo de corte radical. Josetxu pasaba de política: ni la entendía, ni pretendía hacerlo. Venía de las filas de Batasuna porque, para él, era lo más antisistema. Los otros, cuando hablaban de los etarras de la generación de Josetxu, decían:
-Los queremos y respetamos porque son compañeros... ¡Oyes! Pero... ¡Joder! ... es que estos jóvenes sólo piensan en soltar petardos. Les da igual la razón... la cuestión: soltar petardos. Y así, mal vamos... -se quejaban.
Por el contrario, Josetxu tomó a Gorka como ejemplo y éste se volvía loco intentando enseñarle las tesis históricas de su organización y las razones de la lucha armada. Josetxu atendía a todo, pero según el otro, le faltaba escuela.
-Así no me extraña que caigan todos estos jóvenes -se quejaba Gorka-. Sólo quieren poner petardos a lo loco...

A finales del 2002 me llevaron de conducción a la cárcel de Valdemoro en Madrid. Estuve sólo un mes y poco, pero fue intenso. En esa prisión había una gran cantidad de presos etarras, llegaban desde otros centros para acudir a juicios ante la Audiencia Nacional. En mi módulo había cuatro y en pocos días congeniamos. Tres tenían la edad de Josetxu y lo conocían; el cuarto venía extraditado desde Francia, donde había pasado siete años encerrado. Lo reconocí de verlo por televisión unas semanas antes, cuando descendía esposado de un avión en Barajas. Se llamaba Ibón y entablamos conversación enseguida. Fue fácil, le enseñé un libro que me había regalado Gorka y que distribuían gratuitamente las gestoras pro amnistía entre los presos etarras. En dicho libro se daban explicaciones legales de cómo defenderte y sobrevivir en prisión. Se exponían los pasos necesarios para denunciar situaciones que podían planteárseles, como denunciar torturas o exigir comunicarse en euskera. Esta publicación era muy apreciada entre los etarras encerrados y no solían enseñársela más que a los íntimos. Al verla en mi poder, Ibón confió en mí.
Tenía unos treinta y cinco años, medía uno setenta y era de complexión delgada, moreno, con barba. Llevaba varias muertes a sus espaldas... Desde el principio me identifiqué como falangista, y no le preocupó. Un día le pregunté por qué militaba en ETA.
-Mira -dijo-, milito en ETA porque no me gusta que me digan lo que puedo o no ser. No odio a España y quizá si no me obligaran a ser español, lo sería. Pero no es así.
Conocía a Patxi de la calle y coincidió con él, hace muchos años, en una cárcel gallega. A Gorka sólo de oídas, decía que era toda una institución en la organización.
A principios del 2003, tuve ocasión de conocer de pasada en Valdemoro a otro histórico de la banda. Una mañana estaba sentado en unas escaleras del módulo departiendo con Ibón, cuando alguien hizo irrupción en el patio levantando gran expectación entre el colectivo vasco. Le vi pero no supe reconocerlo en un principio. Ibón, al divisarlo, se incorporó y fundió en un fraternal abrazo con el recién llegado. En ese instante caí en la cuenta de quien era. Se trataba del terrorista más sanguinario de ETA: José Luis Urrusolo Sistiaga.
Había visto su fotografía impresa en innumerables ocasiones. Aparecía con distintas caracterizaciones: con y sin bigote, rubio, moreno, con gafas y sin ellas. Quizá eso fue lo que me desorientó.
El hombre que tenía enfrente de mí medía uno setenta y algo, era de complexión normal a fuerte y no llevaba bigote. Alguien me dijo que se encontraba en este presidio porque tenía un juicio en la Audiencia Nacional, supongo que algo de eso habría. Ahora se imitaba a pasear de arriba abajo por el patio hablando con Ibón y con otro etarra de tez y pelo albino, con el que no llegué a tratar.
Desde mi posición los observaba. De repente se pararon y se quedaron conversando mientras me miraban directamente. Ibón hizo señas para que me acercara. ¿Qué querrían de mí? Anduve hasta llegar junto a ellos. Ibón me presentó a Urrusolo y al etarra albino, les estreché la mano mientras miraba directamente a sus ojos, tenía una mirada inquisitiva y penetrante.
Ya había visto otras iguales. Tenía comprobado que, curiosamente, todos aquellos etarras que llevan muertes a sus espaldas miran de forma similar, totalmente carente de sentimientos y fría como un témpano de hielo. Sin embargo, otros etarras encarcelados y sin muertos en su haber dirigían la vista de forma más humana, era distinto. Urrusolo me dirigió la palabra:
-Me ha dicho Ibón que vienes de Valencia y que tienes amistad con compañeros nuestros allí encarcelados.
-Sí, estoy en un módulo con varios miembros de ETA y nos entendemos bastante bien -confirmé-. ¿Conoces a Gorka y Patxi?
-A Gorka de siempre, es un veterano en la organización. Con Patxi traté bastante hace años. Dales saludos de mi parte y mucho ánimo.
-Lo haré... -contesté-. ¿Vienes a quedarte aquí en Valdemoro?
-No, estoy de paso... -cambió de tema-. ¿En la cárcel de Valencia que tal se come?
-Mal, aunque mejor que aquí... -respondí.
-Si, algo de eso había oído... Me ha dicho Ibón que eres de los de Ynestrillas...
-¿Yo de los de Ynestrillas? ¡Hombre! Conozco a Ricardo y he estado algunas veces con él, pero yo militaba en Falange -expliqué.
-Mejor. Pues nada, que te vaya muy bien y si puedo serte útil en algo, dímelo. ¡Acuérdate de saludar a mis compañeros! ¡Ah! Diles que en breve irá a hablar con ellos un abogado nuestro.
-Tranquilo, que se lo diré.
No volví a hablar con él, al día siguiente me trajeron a Picassent. De no haber sabido con quién trataba, jamás hubiera pensado quién era y todas las salvajadas en las que había participado. Semejaba más bien un comercial cualquiera que un asesino sin escrúpulos.

Días después estaba de vuelta en la prisión de Valencia. Me alegré de ver a la gente y sobre todo a Gorka y Josetxu, que me recibieron con un abrazo. Vivir para ver.
Les comenté mi pequeña experiencia con Urrusolo y lo de la próxima visita del letrado. La actitud de éstos ante los recuerdos del otro fue bien distinta. Josetxu me estuvo interrogando sobre el conocido etarra durante horas: que cómo era... qué tal vestía... si se parecía a las fotos... Se notaba que lo idolatraba. Por el contrario, Gorka respondió un despreocupado <>, cuando le di los saludos de su compañero. Sin embargo, se interesó mucho cuando le comenté que próximamente vendría un abogado para hablar con ellos. Por su actitud, algo me decía que el letrado no pretendía hablar sólo de leyes.
Le pregunté por su opinión sobre su sanguinario compañero:
-Oye, Gorka... ¿Conociste a Urrusolo en la calle?
-¡A ése! -señaló despectivamente-. Sí, hace muchos años que no lo veo.
-Parece que no te caiga muy bien...
-No es eso. Para pertenecer a ETA no hace falta solamente saber pegar tiros. Ante todo hay que ser disciplinado y saber cuándo, dónde y por qué pegarlos. Urrusolo quería ir de estrella y eso no es bueno para la organización. Creo que él no tenía muy claro porque empuñaba un arma.
Ahí concluyó esta conversación, no volví a sacar el nombre de Urrusolo Sistiaga ante Gorka. Curiosamente, en el tiempo que traté con este colectivo conocí, en mayor o menor medida, a cerca de una veintena de presos etarras. Todos los históricos opinaban lo mismo sobre este miembro de la banda y, sin embargo, los de la generación de Josetxu lo veneraban como si de un ídolo se tratara. Siendo todos parte de lo mismo, vivían, sin embargo, en dos mundos diferentes.

Pasaron las semanas y continué hablando con ambos. Gorka se había convertido en mi mejor compañero y me fijaba que evitaba a toda costa decir algo que pudiera molestarme. Por mi parte actuaba de igual forma.
Independientemente de lo que desde la calle se pueda pensar, el hecho de contar con la amistad de los etarras en la cárcel es difícil, dada la profunda reticencia que suelen mostrar a intimar con presos de los denominados comunes. En mi caso no existió ese problema, ya que aunque el supuesto delito que me trajo a ese lugar no era político, las causas que motivaron mi ingreso en prisión si que lo eran. Al menos así lo entendían ellos y, por supuesto, yo. Pero una vez conseguida, su amistad era la mejor para poder sobrellevar esta difícil situación.
En el tiempo que estuve con ellos realicé dos huelgas de hambre, la primera de cuarenta y cinco y la otra de cuarenta y siete días. De no haber sido por sus consejos, no las habría podido superar.
Casi todos los etarras que he conocido, han sacado alguna carrera universitaria entre rejas. Tanto Gorka como Patxi habían aprobado Psicología, y Josetxu estaba al tanto de matricularse en Derecho. Las charlas diarias con ellos me aportaban mucha información sobre sus experiencias y pensamientos. Pero no era el único que hablaba frecuentemente con la gente de ETA. Sorprendentemente, otro colectivo tenía frecuentes reuniones con esta gente... aunque supongo que nunca lo reconocerán.
Algunos responsables de la cárcel de Valencia hablaban con Gorka, al que tomaban como portavoz del colectivo etarra en la prisión de Picassent. Me consta qué a este último no le gustaba hablar con los carceleros, como les llamaba, aunque lo hacía. Pero aun así más de una vez acudían al módulo para tratar con él. Y eso a pesar de que Gorka tenía un carácter difícil y le gustaba mucho ponerlos sobre las cuerdas...
Independientemente de lo que se diga oficialmente, el trato que estos presos reciben en las cárceles es diferente al del resto de reclusos, incluyendo a los integrantes de otros grupos terroristas. Por lo que he visto personalmente y me han corroborado los etarras y funcionarios con los que he hablado, después de algún atentado grave o anuncios de treguas, los representantes de prisiones mantienen contactos con los líderes de la banda para conocer de primera mano sus opiniones y hacerles llegar sus inquietudes. Los miembros de ETA con los que traté confirmaron que se trata de algo habitual en todas las cárceles españolas. Teóricamente no son presos políticos, pero los tratan como tales.
En septiembre de 2002, se celebraban las fiestas de la Merced en la cárcel de Valencia. Durante el mes anterior se realizaron campeonatos deportivos en la prisión, en ellos Gorka quedó campeón de pelota vasca. En el salón de actos realizaron un acto en presencia del director del centro y demás directivos, en el mismo se entregarían trofeos a los ganadores de las diversas competiciones...
El subdirector de seguridad acudió unos días antes a hablar con Gorka para comunicarle que le autorizarían a abandonar el módulo para recoger personalmente la medalla conseguida, y el vasco accedió. En la fecha señalada acudió a recibir la distinción, pero el director, al ir a imponérsela, no cayó en la cuenta de que llevaba impresos en el cordón los colores de la enseña nacional española. Cuando Gorka se percató de que se la iban a colgar al cuello, de un manotazo se la arrebató de las manos y la arrojó al suelo pisoteándola y gritando: ¡GORA ETA! y ¡GORA EUSKADI ASKATUTA! Ante este episodio, los funcionarios se quedaron boquiabiertos y lo devolvieron al módulo fuertemente escoltado. Al día siguiente, el de seguridad fue a verlo y recriminó su actitud.
-¡Que se jodan! -me dijo después Gorka-. ¡Ni Dios me coloca a mí esa bandera en el cuello! ¡Ha sido una provocación!
Me lo contó sin poder aguantar las lágrimas de la risa que le causó ver las caras petrificadas de los responsables del <>. Entendí la situación, ya había tenido ocasión de observar situaciones parecidas y conocía el temor que los funcionarios de Instituciones Penitenciarias sentían por esta gente. Más de un compañero había sido asesinado por ETA.
Recordé que durante mi estancia en Valdemoro en pleno invierno la calefacción dejó de funcionar. Todos los internos reclamamos que fuera arreglada, pero estábamos en Navidad y los responsables de la cárcel no estaban por la labor… Llevábamos casi una semana así, el frío era insoportable y nadie atendía a nuestros ruegos para solucionar el problema. Una tarde, un joven etarra aterido y harto de soportar esa situación se plantó ante los dos funcionarios y dijo mientras miraba fijamente sus rostros:
-¡Escuchad carceleros! ¡O esta misma noche funcionan las estufas en el módulo, o mirar bien los bajos de vuestros coches a partir de ahora!
Ni qué decir tiene que los de prisiones hablaron con quien tenían que hablar y esa noche dormimos con calefacción. Sabían hacerse respetar… o temer. Nadie osaba meterse con ellos.
La <> de Gorka en seguida fue conocida en este mundo tan reducido y sus compañeros de otras galerías le enviaron mensajes de apoyo en forma de hojas de papel con un núcleo de pilas que, a modo de proyectiles, lanzaban al interior de nuestro módulo desde los bloques cercanos.
Pasados unos días, todo volvió a la calma, no sin que antes los funcionarios cambiaran a varios etarras de celdas e intensificaran los cacheos contra este colectivo. A Gorka lo dejaron en paz, pero le advirtieron que ante cualquier nueva provocación lo pagarían sus compañeros con nuevas medidas disciplinarias. En principio ahí quedó la cosa.
Durante los siguientes meses seguí dialogando diariamente con ellos. En las elecciones municipales de 2003, Josetxu vino a verme un día, y se le notaba excitado.
-¡Oye! -me dijo-. He estado viendo en la tele los programas electorales de Falange. ¡Joder! ...hablaban de poner cadena perpetua para los terroristas. ¿Piensas eso tú también?
-Vamos a ver, Josetxu, independientemente que me lleve muy bien con vosotros, no olvides que soy español y patriota. Por descontado, creo que los de ETA deberíais cumplir íntegras vuestras condenas. Es más, si algún día el País Vasco se intentara declarar independiente de España, me vería en la obligación de intentar evitarlo aún a costa de mi vida. Y si desgraciadamente vosotros estuvierais enfrente, lucharíamos...
-¡Joder, Josetxu! -intervino Gorka sorpresivamente -. Juanma defiende sus ideas como nosotros las nuestras. Hay que respetarlo aunque no pensemos así.
Me asombraron las palabras de apoyo de éste. Me acerqué a Josetxu y le agarré cariñosamente por los hombros mientras le decía:
-No te preocupes, tío. ¡A ti te indultaremos!
Los tres prorrumpimos en risas.
En otra ocasión, sentí curiosidad por conocer la opinión de éstos sobre algunos destacados políticos. Se lo planteé directamente a Gorka una mañana mientras caminábamos sobre el cemento.
-¡Oye! En algunas ocasiones he oído que Arzallus ha sido acusado de ser la mano directora de ETA. ¿Qué de cierto tiene esa afirmación?
-Pues qué es mentira. Arzallus es un viejo zorro y más listo que el hambre, no olvides que fue jesuita. Le gusta darnos una de cal y otra de arena, pero ten en cuenta que es vasco y conoce la problemática de Euskadi.
-Ya... ¿Pero es cierto que el PNV negocia con ETA?
-¡Joder! ¡Pues claro! Pero no como supones... ¡Es que el hijo o el cuñado o el primo es de ETA! Para dialogar no hace falta más que hablar en la comida... Vosotros no lo entendéis, pero es así. Mira, tengo compañeros encarcelados que son hijos de policías, guardias civiles, jueces o políticos. En Euskadi todos sabemos de qué pie cojea cada uno. Para hablar con ETA, al PNV no le hace falta ir a Argel, igual van al horno de la esquina, ¿Entiendes?
-Sí, creo que si... ¿Y de Ibarretxe que pensáis?
-¿El Ibarretxe? -repitió Gorka-. Ése es una marioneta del Arzallus, igual que el Zapatero del Felipe. Dice todo lo que el otro piensa, pero sin dar la cara.
-¿Y el plan Ibarretxe lo apoyáis?
-ETA no lo apoya al cien por cien, pero el plan saldrá adelante. Es un primer paso para la independencia de Euskal Herría.
-Ya, pero hoy día en la Comunidad Económica Europea no hay espacio para divisiones entre los países miembros. La independencia de Vascongadas no la aceptaría nadie.
-Te equivocas. ¡Oyes! Ahora es el momento. Nadie pensaba que la Unión Soviética iba a dividirse, ni Yugoslavia. ¡Y fíjate cuantos países nuevos han aparecido en los últimos tiempos!
-Pero España no es lo mismo... Nunca llegaréis a ser independientes, sería un sinsentido.
-Lo veremos. ¡Oyes! Lo del Ibarretxe está ideado por el Arzallus y éste seguro que tiene un as bajo la manga y si no... ¡al tiempo!
-El gobierno español no lo permitirá.
-¿Ésos? ¡Igual pretenden hacer con Euskadi lo mismo que con Perejil! Son unos peleles del Bush y si éste dice que cedan, cederán.
-¡Oye, Gorka! ¿Cuándo acabará ETA? Porque... la verdad, creo que cuando alguien se acostumbra a vivir matando es difícil salir de esa espiral...
-ETA dejará las armas cuando el gobierno español negocie.
-¿Pero negocie con quién y de qué? ¿De la independencia?
-Es más sencillo de lo que piensas. ¡Oyes! Si el gobierno español diera fin a la política de dispersión de los presos políticos vascos... se iniciaría una tregua indefinida de ETA que implicaría el fin de la organización.
-¿Y en que grupo político os integraríais en Batasuna o en Aralar?
-¡Con el Patxi Zabaleta! ¡Estás loco!
-¿Y eso? ¿Ese tío no estaba en Batasuna?
-Al Zabaleta lo financia el PNV. ¿Cómo crees si no que ha conseguido tanto dinero para sedes y propaganda? De todas formas, no tiene nada que hacer, la gente del entorno lo ve como un traidor y un vendido. Si ETA desaparece supongo que habrá gente nuestra que se integrará en Batasuna, otros en el PNV, en Eusko Alkartasuna, aunque la mayoría volveremos a nuestras casas.
-¡O sea, que el fin vuestro sólo depende de que os acerquen a las cárceles vascas! No creo que sea tan sencillo, mucha gente de tu banda no estaría de acuerdo.
-¡Sí que lo estarían! Ten en cuenta que la política del PNV se está acercando a nuestros postulados...
-Ya, pero no son tan radicales...
-Todos los movimientos radicales cuando han alcanzado el poder han suavizado sus posturas. ¡Oyes! Quizá lo que ofrece el Ibarretxe no sea lo que más nos gusta, pero nos conformaríamos.
-Si fuera tan fácil, el gobierno igual se planteaba negociar -afirmé.
-Ni al Aznar ni al Zapatero les interesa la paz. ETA significa votos para sus partidos, es un negocio. Si desapareciéramos, mucha gente no votaría, ¿para qué? Supón que desaparece el paro, la delincuencia, ETA... ¡Nadie votaría! Las personas votan para que se solucionen problemas, si no hay problemas, no votan. Es así de simple.
-No creo que sea tan sencillo. Pero de ser así, ¿con quien tendrían que negociar? ¿Con Otegui? Sería absurdo.
-Otegui es un buen chico, aunque no me guste, prefería al Idígoras, tenía más escuela y era más inteligente. El Otegui es un tío hábil pero le falta ser un líder... De todas formas, ya tenemos un lehendakari para que el gobierno español pueda negociar, y alguien que también sería bueno es el alcalde de Donosti, el Odón Elorza.
- ¿Pero ese no es socialista?
-Sí, pero es vasco. Conoce la problemática y todos lo respetamos.
-¡Joder, Gorka, todo esto es un lío!
-Es más sencillo de lo que piensas. ¡Oyes! Sólo hay que tener voluntad de solucionar el problema.
Sé qué Gorka fue sincero y sabía de la realidad etarra actual más de lo que muchos piensan.

Los abogados que los visitan se encargan de facilitarles consignas a través de los locutorios... ¡Y no lo tienen fácil! En primer lugar porque las conversaciones son grabadas por los funcionarios de prisiones por orden judicial, así como todas las comunicaciones privadas verbales con familiares y amigos. Igualmente el correo que reciben y mandan es revisado y fotocopiado.
Tampoco se escapan de los controles carcelarios los ejemplares del Gara que diariamente reciben los presos etarras. La dirección de seguridad de prisiones les entrega los números de forma alterna, es decir, el jueves les dan los del martes, el viernes los del lunes... Así intentan evitar que la banda pase contraseñas camufladas en los artículos impresos.
Pero la picardía que emplean para pasar sus consignas es más sencilla: las transmiten los letrados mientras comunican con ellos. ¿Cómo? Pues sus defensores les muestran un papel donde escriben las instrucciones. Ellos no saben dónde va o no a actuar ETA, pero conocen cuándo van a dar inicio las campañas terroristas. Una vez que el responsable etarra de la cárcel recibe las directrices, las transmite de módulo a módulo empleando sus potentes voces y el euskera como instrumento de enmascaración. Así una orden dada por la dirección de la banda en Francia en pocos días la conoce hasta el último preso vasco.
Forman un tercer frente y realizan campañas en el interior de las prisiones que sirven para demostrar apoyo a los del exterior, levantar la moral a los compañeros encarcelados y mantener una cohesión en el mensaje que pretenden enviar a la sociedad española. Sus métodos son sencillos: huelgas de hambre, encierros en las celdas... y pancartas.
Y así lo hacen. Todos y cada uno de los viernes del año, tanto los miembros encerrados en Picassent, como en otros presidios, realizan su particular lucha política empleando unas pancartas realizadas con papel y sábanas que despliegan ante los funcionarios de turno. En las mismas, impresas en gruesas letras negras, rezan dos lemas: LA DISPERSIÓN MATA A NUESTRAS FAMILIAS y PRESOS VASCOS A CASA. En alguna ocasión me acerqué a ellos y cínicamente les decía refiriéndome a la primera: <> Por fortuna, mi franqueza no se la tomaban a mal.
En los dos años que compartimos, me contaron muchas anécdotas curiosas relativas a sus andanzas. Por ejemplo, dijeron que la policía, cuando les detenía, sabía que eran activistas etarras porque, además de requisarles pistolas (de la munición 9 mm Parabellum), solían intervenirles otras más pequeñas fabricadas en los antiguos países del este, y que ETA compró hace años para sus militantes. Afirmaban que esas armas, curiosamente, casi nunca aparecían en las típicas fotografías del Ministerio del Interior que salen por televisión, ya que la policía las veía tan manejables que solían quedárselas para su disfrute personal.
También explicó que al principio de los ochenta, durante una maniobra que realizaban por los bosques para aprender los pasos fronterizos, les sucedió una anécdota curiosa. Varios miembros de ETA entre los que se encontraba Gorka atravesaban el monte acompañados por un pastor buen conocedor de los pasos, cuando, antes de lo esperado, la noche se les vino encima. Buscaron refugio en la casa semiderruida de una cercana aldea abandonada, pero quiso la casualidad que una patrulla del Grupo Antiterrorista Rural de la Guardia Civil ocupara la casa aledaña con el mismo fin. Los etarras se plantearon atacarles, y al final decidieron no hacerlo porque alteraría sus planes. Los de la Benemérita ignoraron en todo momento que a escasos metros de donde pernoctaban había un comando etarra.
En otra ocasión me comentó los problemas que les causó el secuestro de un conocido empresario vasco. La situación se complicó de tal forma que a partir de entonces ETA, antes de raptar, realizaba un estudio pormenorizado no sólo de la situación económica de la posible víctima... sino también de los problemas familiares que pudiera tener. Me lo narró una mañana de 2003, mientras bebíamos un café.
-Supongo que durante tantos años de activista habrás vivido situaciones curiosas, ¿no? -pregunté a Gorka.
-¡Ufff...! ¡Supones bien! ¡No te las puedes ni imaginar! La más absurda que nos pasó sucedió cuando secuestramos a un conocido empresario vasco antes que me detuvieran.
-¿Sí? ¿Y qué ocurrió?
-El secuestro salió bien, lo jodido vino después, cuando quisimos cobrar el rescate. Verás, durante semanas recabamos información sobre esta persona... Los comandos nos informaron de que disponía de mucho dinero en metálico, quizá de mil millones.
-¿De pesetas?
-¡Sí, claro! ¡De pesetas! Todavía no estaban los dichosos euros de las narices. Bueno, te decía que sabíamos más de su estado económico que él mismo. Pues le capturamos y llamamos a la familia para reivindicar la acción y solicitar el pago para su liberación y todo eso... Pero había un obstáculo que ignorábamos y casi da al traste con la operación.
-¿Qué es lo que pasó? -preguntè curioso.
-Pues que el tío este no se hablaba con su hijo mayor y cuando raptamos al padre, éste se hizo cargo de los negocios familiares y le empezó a gustar eso de ser rico y tal...
-¿Quieres decir que no quiso pagar el rescate?
-Al principio dijo que sí, pero conforme pasaba el tiempo empezó a darnos largas y nos dimos cuenta de que no quería pagar. Al final nos hizo llegar un recado: que de soltar la leña, nada de nada. Que nos quedáramos con su padre, o le diéramos caña, o hiciéramos con él lo que nos diera la gana. ¡Vamos, una putada!
-¿Y qué ocurrió?
-Pues que era un cachondeo, porque encima el hijo era el portavoz de la familia y salía en televisión rogando por la libertad de su padre, contando películas, y que si esto, y que si aquello, y que si la abuela fuma... Pero a la hora de la verdad decía que no pagaba, que estaba de puta madre, que su padre era un tacaño y qué nos apañáramos como pudiésemos.
-¿Y cómo acabó todo? Porque al padre me suena que no lo liberasteis. ¿No?
-Pues acabó en plan película de Woody Allen. ¡Oyes! A la dirección se le empezaron a hinchar los cojones y optamos por cambiar la estrategia. Llamamos al hijo por teléfono y pusimos al otro lado del auricular al viejo para que hablara con el chaval y lo convenciera... ¡No te puedes ni imaginar la cantidad de barbaridades que se decían! Al final hablamos con él y le dijimos: <>.
-¿Y pagó?
-¡Coño que si pagó! ¡Al día siguiente!
-¡Qué fuerte! ¿No?
-Claro que fue fuerte. Desde entonces, ETA averiguaba hasta la talla de los calzoncillos que usaba la persona que planeaba raptar...
-¡Ah! Quería comentarte algo... ¿Sabes qué le pasó a Publio Cordón?
-Eso fueron los GRAPO.
-Sí, ya lo sé, pero igual oíste algo.
-Coincidí en la cárcel de Badajoz con uno de los GRAPO que participaron en el secuestro y me dijo que lo dejaron en libertad después de pagar el rescate. El tipo les pidió documentación para abandonar España porque tenía problemas.
-¿Y se la dieron?
-Creo que no, no lo recuerdo. Pero el Cordón está en Sudamérica con otra identidad, al menos eso les dijo...
-¿Y te crees lo que te dijo el grapo?
-¡Joder! ¡Pues claro que lo creo! ¡Esas personas no mienten! Aunque viven en el siglo pasado. Políticamente no tienen nada que hacer.
-¿No te caen bien los GRAPO?
-¡Pues claro que no! No apoyan la independencia de Euskadi. Son españolistas... un poco raros, pero españolistas.
-Tengo entendido que cuando salen de cumplir sus condenas vuelven a militar en los GRAPO.
-Sí, y los vuelven a coger. Son carne de cañón. No se han dado cuenta que no tienen futuro, no cuentan con ningún apoyo social.
-¿Y tú, cuando salgas, qué piensas hacer?
-¡Ufff...! ¡No quiero ni pensarlo! Tan pronto salga en libertad, vendrán a recibirme a la salida de la cárcel mis familiares y amigos, todos juntos celebraremos una cena de bienvenida. Luego marcharé a vivir a un caserío que tengo cerca de Donosti, mi familia me ha dicho que coja un año sabático, ellos se ocuparán de mí. Luego buscaré empleo y disfrutaré lo que me quede de vida. ¡Que ya toca!
-¿Y de volver a ETA?
-Yo he cumplido con mi deber, ahora toca pasar el relevo a las nuevas generaciones. La dirección recomienda que nos apartemos. Aunque siempre permaneceré en ETA porque estoy orgulloso de militar en la organización. Pero en un segundo plano. Es lo justo.

Aquel tiempo qué permanecí junto a ellos, aprendí bastante de sus pensamientos. Estando en la calle, había escuchado en algunas ocasiones que en algunas cárceles españolas los presos comunes habían intentado agredir a los miembros etarras. Siempre, aparentemente, se dio esta circunstancia después de algún atentado de la banda. Quizá sea cierto, pero nunca presencié nada de eso. Por lo general, los de ETA no mantienen muchos contactos con el resto de internos, aunque siempre están dispuestos a ayudar a quienes precisen de su experiencia y consejos.
No he conocido a ninguno que se arrepienta de su paso por la organización, aunque supongo que alguno habrá. Es más, sienten una profunda y discreta alegría ante cada nueva acción que sus compañeros cometen en la calle. También es cierto que en la actualidad viven con expectación todos los cambios políticos que puedan producirse en el País Vasco. Abrigan la oculta esperanza de volver a las cárceles de su tierra y, con un poco de suerte, que el gobierno de España negocie su excarcelación a cambio de un alto el fuego indefinido.
Por mucho que digan, no pueden ocultar la tristeza y preocupación que les supone ver caer continuamente a comandos y jefes de su banda. Pero están preparados y saben qué siempre ha sido así. Reconocen que el único final posible pasa por una solución política que les permita salir por la puerta grande. Quizá esta sea que el gobierno reconozca su estatus de presos políticos. Muchos empiezan a vislumbrar por primera vez una luz de esperanza en su tensa situación...

La confianza que desarrollaron conmigo fue excepcional, y quizá la prueba más reveladora sucedió una tarde estival cuando se repartía la comida en el módulo. Gorka estaba sentado junto a Josetxu en la mesa que usaban habitualmente, noté que me buscaban con la mirada y acudí. El primero me susurró al oído unas palabras:
-Mañana es nuestro día nacional, celebramos el Aberri Eguna, el Día de la Patria Vasca... Después de que pasen el recuento de la tarde haremos una pequeña celebración en mi celda. Queremos invitarte. Sólo te lo hemos dicho a ti. ¿Te pasarás?
Me sorprendió la invitación, sabía lo mucho que significaba para ellos esa fecha y acepté sin dudarlo. Sería una nueva experiencia, únicamente me atreví a pedirles una cosa:
-Por descontado que acepto la invitación y os la agradezco de veras porque sé lo importante que es para vosotros. Pero dentro de unos meses celebraremos los tres en mi chabolo el doce de octubre, Día de la Hispanidad. Para mí también es una fecha señalada... ¿Estáis conformes?
Asintieron, no sin antes decirme:
-Vale, pero qué no se entere nadie...
Realmente nunca antes había celebrado esa festividad... Quise probar su afecto y funcionó.

Al atardecer siguiente acudí a su celda, la misma estaba presidida por una gran ikurriña pegada con papel celo sobre la pared y, junto a ella, una tela que llevaba impresas en negro las provincias vascongadas sobre un fondo blanco con el lema: EUSKAL HERRIA PRESOAK. Sobre la mesa un pequeño ágape compuesto por unas lonchas de queso, otras de jamón serrano y unas latas de mejillones en escabeche. El plato fuerte lo formaba un <> que, ocultamente, habían preparado en prisión. Yo llevé unos salazones y una pequeña tabla de ibéricos comprados en el mercado negro. Hicimos unos brindis y permanecí en silencio mientras cantaban, puño en alto, el Eusko Gudariak. Sabían que mi postura era radicalmente contraria a la de ellos, pero me consta que agradecieron mi asistencia al igual que yo valoré la suya cuando, meses después, celebramos el Día de la Hispanidad en mi celda y permanecieron en posición de firmes mientras entonaba las letras de la antigua versión del himno nacional de España...
-¡Ni se te ocurra decir que hemos estado firmes cuando cantabas el himno de España! ¡Oyes! Lo hemos hecho por ti y nada más -dijo Gorka.
-No padezcas, tío, tu secreto está en buenas manos. De todos modos, nadie me iba a creer... -repliqué mientras sonreía.
Ni me cambiaron a mí, ni yo a ellos. Sencillamente, éramos buenos compañeros, aún a pesar de saber que militábamos en bandos totalmente opuestos.

A principios del 2004, leí en la prensa que una tristemente conocida miembro de ETA acababa de ingresar en el establecimiento penitenciario de Picassent, se trataba de la famosa terrorista conocida como la Tigresa. La más cruel activista que la historia de la banda ha conocido: Idoia López Riaño. Llegaba acompañada de un amplio y triste historial, empañado con la sangre de sus innumerables víctimas. Dos rumores la precedían: Su espectacular belleza y el placer que sentía matando. Pensé en ir a verla e intentar charlar, quizá no contara con otra oportunidad y mi curiosidad innata me podía. No en vano en algún momento quise estudiar Periodismo. Pero estaba difícil. La habían ingresado en un módulo de mujeres y, aún a pesar de mi carné, tenía bastante complicado acceder al mismo. Algunos compañeros que trabajaban de albañiles habían conseguido hablarle. Todos coincidían: además de ser una mujer preciosa, poseía un carácter abierto y simpático. ¿Cómo demonios podría conocerla?
La solución la encontré leyendo un artículo en prensa local que citaba la principal afición de Idoia: escribir relatos en sus ratos de ocio. La conocida asesina vasca se había volcado en la literatura para sobrellevar su situación. Eso favorecía mis planes.
Opté por planear una estrategia. Amparándome en mi trabajo como redactor de la revista de la prisión, probaría a entrar en su galería con la excusa de intentar que colaborara en la misma. Sabía que sería difícil, los presos etarras encarcelados no suelen participar en ninguna actividad de Instituciones Penitenciarias, pero aun así lo intentaría.
Sabía que la Tigresa había intimado con un marsellés encarcelado por narcotráfico que ejercía de fontanero en el presidio. Este chico se llamaba Paul, vivía en la celda contigua a la mía y hablaba perfectamente el español, y me había advertido que entre ellos se comunicaban en francés. Él me la presentaría.
Dicho y hecho. Al día siguiente me planté con mi vecino ante las funcionarias de guardia en el módulo de las chicas y solicité pasar al interior. Les expliqué mis intenciones y mentí diciendo que tenía autorización del responsable de la publicación. Me conocían y aún a falta de una orden escrita dieron el visto bueno, sabían que no me dedicaba a trapichear con droga.
-La verás sentada por los bancos del patio -dijeron-. Aunque no creo que quiera colaborar, parece un poco huraña. ¡Pero por probar!
Me introduje en el recinto en compañía del francés, mientras sorteaba a una legión de mujeres que imploraban un cigarro a cambio de sexo. Así es, desgraciadamente, la vida en estas casas. Oculté el tabaco y las esquivé hasta alcanzar el patio. No estaba para rollos y menos aquí. Busqué con la mirada a la conocida etarra, la localizó Paul. Estaba sentada en un banco junto con una compañera de su organización y una joven miembro de los GRAPO. Al ver a mi colega, se incorporó y le dio dos besos en las mejillas. Realmente era una mujer hermosa.
Vestía una blusa blanca de manga larga y una minifalda de cuero negra que le quedaba a un palmo por encima de las rodillas, su calzado lo componían unas largas botas de piel también oscuras con altos tacones. Su aspecto físico era calcado a las imágenes que había visto por televisión. De elevada talla, una larga y rizada melena de color azabache le alcanzaba hasta los hombros, tenía una figura esbelta y unos ojos inmensos y penetrantes que abría de par en par. Chocaba su aspecto pulcro con la suciedad reinante entre los muros.
Mi amigo la agarró suavemente del brazo y la trajo hacia mí.
-Mira, te voy a presentar a un compañero que trabaja en la revista de aquí, quiere hablar contigo -indicó.
Se acercó y besó mi mejilla mientras me regalaba una amplia sonrisa.
-Encantada de conocerte -dijo-. Disculpa... al principio te he confundido con un carcelero -manifestó intentando excusarse.
-Pues ya ves que no -añadí.
-Me ha dicho Paul que también eres un preso político.
-Bueno, en parte... Pero no soy de los tuyos -manifesté.
-Entiendo... -respondió.
Nos invitó a tomar un café, quise pagar pero no me dejó. Tenía una voz cálida y sorprendentemente atrayente, desde luego, no parecía la asesina despiadada que en realidad había sido. Estuvimos charlando cerca de media hora. Hablé de mi participación en la revista del centro y propuse que colaborara, pero no contestó. Le entregué un ejemplar y comenzó a hojear las páginas.
-Idoia, me he enterado de que te gusta mucho escribir.
-Sí, en estos momentos estoy volcada en la literatura y realizo pequeños relatos y poesías. Puede que escriba un libro. ¡Tiempo tengo, desde luego! -añadió sonriendo.
La miraba y no podía creer que aquella persona que hablaba conmigo y hacía alarde de un gran derroche de simpatía, pudiera ser quien llenó de luto a decenas de familias españolas en las últimas décadas.
Me despedí y quedé en pasarme otro día a continuar la conversación. Posteriormente acudí al módulo de Gorka, le comuniqué que había estado con ella y la extrañeza que me había causado verla tan agradable y distinta a la imagen habitual que tenía formada. No le hizo ninguna gracia.
-No te fíes ni un pelo –me advirtió-. Esa tía está como una cabra. Disfruta matando y la dirección ya hace tiempo que tenía que haberla quitado del medio. ¡Oyes!
-¿Y eso...? -pregunté extrañado.
-¡Pues porque está loca! ¡Es una psicópata! Si no le hemos metido dos tiros ha sido por su novio, que es compañero y un buen tío... ¿Sabes? Ésa no nos ha creado más que problemas. Tiene el dedo demasiado fácil y muchos de los nuestros han caído por su culpa.
Ignoraba lo que contaba Gorka, pero parece ser que tenía razón. Casi todos los miembros de la banda con los que hablé decían lo mismo. No la tragaban y más de uno la odiaba... El único que no se refirió mal respecto a ella era, precisamente, su prometido.
A éste lo conocí de forma casual. Lo habían traído adrede desde otra prisión para que contrajera matrimonio civil con Idoia, ahora compartía módulo con Patxi. Él nos presentó una mañana y tomamos café. Se le veía un chico abierto. Durante varias semanas charlamos a diario sobre muchos temas, entre ellos, su próximo matrimonio.
Acudí en varias ocasiones más a ver a su novia, siempre parecía sugestiva y amable... Hasta un día en que la doctora Jekyll se transformó en Miss Hyde... Aquella jornada acudí con Paul a hablar con Idoia, en principio la conversación transcurría con normalidad. La morena nos deleitaba con su amplia y atractiva sonrisa a cada comentario que hacía. En un momento de la intrascendente conversación, el francés se dirigió a ella diciendo:
-Vosotros los españoles...
Realmente se le escapó, no lo hizo aposta, pero lo dijo.
Las suaves facciones de la bella se transformaron en milésimas de segundo en las ariscas y fatales muescas de odio de la bestia. Como una histérica se puso a chillar:
-¡¡Hijo de puta!! ¡¡No me insultes!! ¡¡No me llames española!! ¡¡No soy española!! ¡¡Soy vasca!!
El pobre Paul empezó a pedir perdón nerviosamente. El aspecto de Miss Hyde causaba terror. Su rostro estaba congestionado y las venas de su cuello amenazaban con reventar, los ojos aparecían totalmente inyectados en sangre y rezumaban ira, una intensa y profunda ira. En aquel momento la figuré accionando un explosivo a distancia, sembrando de muerte y horror las tranquilas calles de nuestras ciudades. Recordé a David, al que mató en vida, y la imaginé con una pistola reventando la cabeza a un pobre chico que trabajaba honradamente de guardia civil. Me produjo asco y una inmensa e infinita repugnancia. ¿Cómo una persona tan joven y hermosa podía acumular tantísima inquina contra los españoles?
Pasado un rato volvió en sí, se disculpó y comenzó a bromear como si tal cosa. Inventando una excusa optamos por marcharnos, ya volveríamos otra vez.
A la semana siguiente volví a verla. No me apetecía mucho, pero su pareja me pidió como un favor que le diera un recado. Entré sin problemas en su módulo y la vi sentada en un banco leyendo un libro. Al verme sonrió y se acercó a darme dos besos. Sentí un poco de repulsión al notar el roce de sus labios en mis mejillas. Todavía me acordaba del numerito que montó días atrás.
-¿No está tu compañera? -pregunté.
-No, ha ido a comunicar con la familia. Aún tardará.
Le transmití el mensaje que su novio le enviaba. Nada importante, les habían autorizado a comunicar en el polideportivo del centro ese sábado por la tarde. Me dio las gracias mostrándome una generosa sonrisa.
-Idoia, tienes un hijo, ¿no? -pregunté para romper el hielo.
-Si, está con la familia. Le echo mucho de menos, es lo peor que tiene esto...
-Supongo que sí... ¿Cómo van tus relatos?
-¡Bien! La verdad es que se ha convertido en mi medio de evasión y aprovecho todo el tiempo para leer y escribir.
-A ver si me dejas alguna vez leer algo tuyo -sugerí.
-De acuerdo. Otro día traeré algo. Te advierto que igual no es lo que esperas... ¡Ah! Estuvo muy bien la <> que escribiste en la revista, estaba graciosa.
Se refería a un artículo de humor que publiqué en el magacín del centro penitenciario. Modestia aparte, me satisfizo que le gustara.
-Me alegro que te divirtiera -indiqué.
Iniciamos conversación sobre diversos asuntos, la afición común por la literatura nos unía.
A mi cabeza acudían pensamientos y cuestiones que quería plantearle, aunque no sabía cómo se los tomaría. Al final decidí hacérselos sin más, puede que no tuviera otras oportunidades.
-Oye, Idoia... ¿Te molesta si te hago una pregunta? -inquirí tímidamente.
-No... ¡Qué va! ¡Dime! ¿Qué quieres saber?
-No tiene nada que ver con la literatura -advertí-. Es más bien sobre algunas cosas que he oído sobre ti relacionadas con tu permanencia en ETA.
Sonrió y miró mis ojos a la vez que asentía con la cabeza. Por fortuna sabía que yo tenía muy buena relación con sus compañeros de la organización terrorista.
-¡Venga! ¡Dime! Aunque supongo que sé por dónde irán los tiros...
- Que me hables tú de tiros es preocupante -solté en plan de chanza para crear confianza.
-¡Tiros en sentido figurado! ¡No te asustes! -dijo socarronamente.
-Más que nada, había oído decir que saliste un tiempo con un guardia civil y me sorprendió.
Esperé su reacción rezando para que no se tomara a mal mi curiosidad. Soltó una amplia risotada mientras contestaba...
-¡Sí! ¡Es cierto! ¡Joder! Yo entonces era una cría y no sabía a qué se dedicaba.
-Me dijeron que ya estabas en ETA y que le espiabas para saber información y así preparar atentados.
-De eso nada de nada. Yo también he oído esa historia en sus distintas versiones. Una es la que tú me has dicho, otra era al revés... Se decía que él trabajaba en el servicio de información de la Guardia Civil y lo habían colocado para espiarme a mí y así infiltrarse en ETA. La realidad es que ni yo estaba todavía en ETA, ni sabía a lo que se dedicaba. Es más, fuimos juntos muy poco tiempo. ¡Lo que pasa es que el tema ese se ha convertido en una leyenda urbana! Se llegó a comentar, incluso, que yo era una especie de Matahari que me acostaba con todo Dios por mi causa. ¡No hay nada de eso! Créeme porque es la verdad.
-¿Entonces esa otra leyenda urbana que dice que disfrutabas matando...?
-¡Joder, tío! La verdad es que muy diplomático no eres... ¿Eh? No, en serio, eso tampoco es así. Mira, yo he participado en muchas acciones y algunas de ellas con muertos. No es algo que me guste o me deje de gustar, sencillamente hay un conflicto entre dos países y elegí combatir por el mío. En las luchas muere gente. Es así de cruel y así de simple.
-¿Pero una cosa es matar y otra muy distinta disfrutar haciéndolo?
-¡Nadie disfruta matando! -sentenció tajantemente.
-Disculpa si te he molestado...
-No te preocupes, no lo has hecho. De todos modos, agradezco tu franqueza. ¿No irás a escribir un libro, no? Por si acaso tengo un título que estaría bien: Confesiones de la más mala de la banda ¡Joder! ¡Igual se convertía en un best seller! ¡Tal y como está el mundo, no me extrañaría!
-Idoia... ¿Puedo hacerte otra pregunta?
-Oye, ¿no serás por casualidad un espía de la policía? -inquirió jocosamente.
-Tranquila, sabes que no.
-Más bien su-pon-go que no. ¡Venga, dime!
-Un amigo mío resultó herido en el bombazo que pusisteis en el autobús de la plaza de la República Dominicana.
-¿Un civil?
-No. Era Guardia Civil.
-¿Murió?
-No, pero casi.
-¿Qué quieres que te diga? El conflicto es así y saben a lo que se exponen. Si quieres te puedo decir la cantidad de compañeros míos que han muerto asesinados por los tuyos.
-¿Por falangistas?
-No, por vuestro gobierno.
-Idoia... Tú participaste en ese atentado. ¿No?
-Sí. Tuve que ver con esa acción. No fui quien colocó el artefacto, pero en definitiva participé. ¡Joder! ¡De eso hace ya la hostia de años!
-Leí que también tuviste que ver con el asesinato de Broseta, aquí en Valencia.
-No, ahí te equivocas. En esa acción no tuve absolutamente nada que ver.
-Creo que te juzgaron por la misma.
-Sí, eso es cierto. Pero no participé en ella. El juez me encausó porque le salió de los cojones.
-Pero estás condenada por ese atentado…
-Mira, yo nunca miento y si hago algo, lo reconozco. Asumo muchas acciones en las que he tomado parte, algunas de ellas con muertos. Pero lo cierto es que en lo de Broseta no participé lo diga quien lo diga. ¿O no sabes acaso lo hijoputas que son los jueces españoles inventando y falseando pruebas? La presunción de inocencia se la pasan por el forro. ¡Y mucho más con nosotros! Lo que hacen vuestros jueces, en cualquier país democrático, lo llamarían terrorismo de Estado. ¡¡Esos sí que son terroristas!! No digo que yo sea un ángel, pero por un perro que maté...
En ese instante apareció Paul. Sabía que yo estaba allí y aprovechó la ocasión. Vino a saludarnos y se unió a la tertulia.
El francés trajo a conversación la detención de ella en Francia. Idoia nos dijo que cuando la cogieron se estaba planteando abandonar la banda para dedicarse al cuidado de su hijo, aunque eso era algo impensable ahora.
Comentó lo difícil que resultaba vivir escondida siendo tan conocida y con todas las fuerzas de seguridad pisándote los talones. Tenía la esperanza de no ser localizada, aunque presentía su final tras los altos muros de una cárcel cualquiera...
Escuchándola parecía casi humana. Incluso en un instante nos dio algo de pena, hasta que recordamos la identidad de nuestra interlocutora.
Paul sacó el tema vasco y la Tigresa habló de su solución al conflicto:
-Tal y como está todo, la única solución es la lucha armada -afirmó.
-Pero, Idota, pienso que lo tenéis difícil y mucho más después de la ilegalización de Batasuna y el cierre del Egin y del Egunkaria... Os están cerrando las puertas y, a este paso, os vais a quedar sin soluciones -dije.
-La lucha por Euskadi no es cosa de un día. ¡Costará pero la ganaremos!
-Ten en cuenta que España está en la Unión Europea y no es como antes. La justicia os persigue a todas partes y más desde lo de las Torres Gemelas. Los jueces tienen ahora un respaldo internacional contra vosotros del que antes carecían.
Volvió a transmutarse. Me interrumpió:
-¡¡Esos malditos jueces hijos de puta!! -gritó Idoia-. ¡¡Hatajo de vividores!! ¡¡No tenía que quedar ni uno!! ¿Me oyes? ¡Vivimos en un mundo corrupto y los putos jueces, los putos políticos y la puta policía son los mismos perros con distintos collares! ¿Y la Guardia Civil? ¿Qué decís de la Guardia Civil? -preguntó alteradamente.
-¡Son unos cerdos! -añadió Paul-. Son los que me detuvieron a mí...
-¡¡Esos son los peores!! -afirmó la vasca-. ¡¡Los putos picoletos y los putos politicuchos de mierda!! ¡¡Son el cáncer de la sociedad!! ¡¡Habría que tratarlos como plagas!!
Paul y yo nos quedamos con la boca abierta. El resto de presas, que caminaban por el patio, se giraron ante sus duras palabras. Incluso las funcionarias, desde su garita, volvieron la mirada hacia nosotros alarmadas por las voces.
Idoia volvía a ser la Tigresa, la que sembró de dolor e impotencia el seno de multitud de hogares... Jamás he conocido a nadie con una capacidad tan asombrosa de transfigurarse y de variar, en fracciones de segundo, toda su personalidad. Es distinta a todos los miembros de su banda con quienes traté.
Antes de intimar con etarras, tenía formado un estereotipo de ellos. Los suponía incultos, unicejos, con la txapela calada y escupiendo odio a España. La realidad no ha sido así. Casi todos los veteranos son gente culta, abierta y comprometida. Los de las nuevas generaciones son diferentes, como dice Gorka: <>.
Una misma banda terrorista, pero dos formas opuestas de concebir su conflicto. Sólo les unen las armas, y algún día quizás ni eso…

Esperaba una voz desafiante, tranquila, capaz de justificar lo indefendible con argumentos surrealistas. En su lugar, el tono que empleó Gorka aquel triste once de marzo sonó apesadumbrado y amargo.
-Te juro que ese acto no ha sido realizado por ETA -afirmó categóricamente.
Le creí. Su expresión mostraba que decía la verdad.
-Igual lo han hecho los tuyos y tú no lo sabes -reflexioné.
-¡No! -aseguró Gorka-. Esa masacre no es cosa nuestra. Quien haya sido merece la muerte. ¡Oyes! ¿Qué malditos hijos de puta habrán sido capaces de asesinar a pobres curritos y estudiantes? ¡¡Malditos asesinos de mierda!!
Me impactó observar el estado de Gorka. Su compañero, desde el asiento, asentía con la cabeza a todas las afirmaciones del otro.
-Ibarretxe ha acusado a ETA por la tele -indiqué.
-Lo he oído en la radio. ¡Qué coño sabrá el subnormal ese!
-Gorka... hace poco planeasteis atentar con bombas en unos trenes. ¿Recuerdas que la Guardia Civil detuvo a un comando?
-¡Nosotros no hemos sido! ETA siempre reivindica sus acciones y avisa antes de las explosiones. Quienes hayan realizado esa acción no son de los nuestros. ¡Eso te lo aseguro!
Creí entender entre líneas que Gorka dejaba abierta la posibilidad de la autoría a alguna facción disidente de ETA que actuara por cuenta propia. Se lo comenté.
-¿Crees que los autores pueden venir de alguna escisión descontrolada de ETA?
-¡Imposible! -afirmó-. Algo así lo sabría.
A pesar de tan contundente aseveración, creí vislumbrar un destello de duda en sus ojos...
-¿Entonces quiénes piensas que han podido ser?
-ETA queda descartada. O han sido los árabes o el Mossad -supuso el vasco.
-¿Y porqué el Mossad precisamente?
-¡Joder! Los judíos están metidos en todas partes y pueden haberlo hecho para culpar a Bin Laden y que la opinión pública apoye la guerra en Irak. Aunque, personalmente, me inclino a pensar que habrán sido los de Al Qaeda. ¡Vamos! ¡La verdad no la sé! Pero es lo más fácil.
Josetxu intervino en la conversación:
-¡Eso ha sido el Aznar para culparnos a nosotros!
-¡No seas bestia! -proferí-. Y además... ¿para qué iba a hacer eso? ¡Es absurdo!
-Pues para ganar las elecciones y captar el voto del miedo -insinuó Josetxu.
-¡Qué va, tío! ¡Qué dices! Si no ha sido ETA habrán sido lo árabes...” -musité sin demasiada convicción.
Aquella jornada los dos etarras tenían previsto, como todas las semanas, colocarse frente a los funcionarios con una pancarta en contra de la política de dispersión. A raíz de los acontecimientos y por propia iniciativa, decidieron posponer su protesta para otro día. Después de charlar con ellos regresé a mi módulo, quedé en pasarme a la hora de comer para proseguir el diálogo.
Al mediodía acudí nuevamente a la galería para hablar con los dos. Los encontré paseando juntos por el patio, y al verme me hicieron señas para que me acercara.
-¡Hola otra vez! -saludé-. ¿Alguna novedad?
-Buenas noticias -pronunció Gorka-. El Otegui ha dicho que no ha sido ETA. ¿Ves como ya te lo decía yo?
-¿Pero no decíais qué Batasuna y ETA no es lo mismo? ¿Cómo sabéis qué lo que ha dicho el tipo este es verdad?
-¡Joder! Que no seamos lo mismo no significa que no haya contactos. Pero igual ocurre con el PNV y Eusko Alkartasuna.
-Si, Gorka, ya lo sé. ¡Me lo has dicho cien veces!
-¿Lo qué no sabes es quienes han venido a verme al poco de irte? -interrumpió misteriosamente.
-¿Quiénes?
-Pues el subdirector de seguridad y el jefe de servicios de siempre.
-¿Y qué coño querían?
-Información. Si habíamos sido nosotros los de las bombas.
-¿Y qué les has dicho?
-¡La verdad! Que ETA no es la responsable, que siempre reivindicamos y avisamos con antelación y aquí no ha habido aviso, con lo cual no hemos sido. Y que esta acción sería contraproducente para la organización.
-¿Y ellos qué te han dicho?
-Que se alegraban mucho de que no fuéramos nosotros. Que de todas formas se lo imaginaban porque los autores de la masacre no han empleado nuestro modus operandi. También me han preguntado si suponemos quiénes han podido ser los responsables.
-¿Sospechas de algún grupo en particular?
-¡No! Les he dicho que el Josetxu piensa que ha sido el Aznar.
-¡No me jodas que les has dicho eso!
-Pues lo normal. ¡Oyes! Si quieren información, que se la pidan a los del Cesid. A nosotros que nos dejen en paz.
-Oye, Gorka... por curiosidad... Si hubiera resultado ETA la responsable de los estallidos... ¿lo hubieras apoyado? Dime la verdad.
Su rostro se ensombreció...
-La verdad es que si hubiéramos sido nosotros... ¡Sería para matar a todos los responsables! Eso no ha sido una acción, es una salvajada sin justificación alguna.
-¿Hubieses dejado ETA?
-Aunque es imposible que hayamos sido, si utópicamente resultara la organización responsable, quizá me hubiera planteado abandonar... Pero por fortuna no va a ser así.
Escuchando sus palabras, parecía imposible que mi interlocutor fuera un histórico etarra con casi veinte años cumplidos de prisión y sin arrepentimiento alguno por los atentados que él o sus compañeros habían realizado desde el inicio de la banda. Me entraron ganas de recordarle la multitud de asesinatos perpetrados por los suyos, que sumaban casi mil muertos... Pero no lo hice. Por primera vez, en las aproximadamente cuatro mil horas que habíamos pasado hablando, lo veía sinceramente triste y dolido. Gorka no hubiera perdonado que los suyos tuvieran algo que ver en dichos acontecimientos.
-¿Sabes lo que me jode?
Sus palabras desvanecieron mis pensamientos.
-¿Qué? -pregunté.
-¡El coñazo que nos están dando toda la mañana los putos moros!
-¿Qué pasa con los moros? -interrogué.
-Pues los muy cabrones llevan toda la mañana felicitándonos por el atentado. Ya estoy harto de decirles que nosotros no hemos sido. ¡Joder!
-¿Qué te dicen? -interrogué curioso.
-Pues se acercan despacio y me susurran al oído: <>. Al final se me han hinchado tanto las pelotas que he cogido a uno y le he dicho: <<¡Tantos cojones que tienes, díselo tú mismo a los españoles y déjate de escuchitas de maricona! ¡Enfermos, que sois unos enfermos...!>>.

Había olvidado decir que en este módulo coexistían un total de ciento cuarenta internos, y cerca de sesenta provenían de los países del norte de África, generalmente de Marruecos. Casi todos ellos practicaban su religión y estaban liderados por un Imán que dirigía los rezos, se llamaba Abdeslam y era un ferviente islamista, aunque estaba preso por tráfico de cocaína y condenado a nueve años.
Desde siempre había observado que los musulmanes encarcelados apoyaban abiertamente la guerra santa contra los infieles y muchos se posicionaban sin miedo al lado de Osama Bin Laden. A raíz de los atentados del II-M radicalizaron su postura a la vez que justificaban los muertos de Madrid como una venganza por la guerra de Irak.
De siempre mi relación con ellos había sido buena, aunque después de aquella jornada y tras observar el apoyo que mostraba este colectivo hacia los autores de la matanza, me aparté de su lado.
Durante los días siguientes, dentro de los muros de la cárcel se desarrolló una auténtica caza de brujas por parte de Instituciones Penitenciarias hacia los cómplices morales de la carnicería que estremeció a España. En principio fue suprimida ETA como responsable y todas las miradas se volcaron contra los presos musulmanes que estaban pletóricos de euforia hacia lo que entendían como un triunfo de su fe.
Aunque el colectivo etarra quedó definitivamente descartado en las fechas inmediatamente posteriores a los sucesos, ello no evitó que existiera cierta tirantez entre estos y determinados funcionarios que los culpaban ignorantemente de lo ocurrido. Esta tensión explotó un mes y pico después del II-M, cuando uno de los de prisiones propinó una brutal paliza a un preso vasco por contestarle en público. El etarra fue aislado a un módulo de castigo y privado de las horas diarias de patio que le correspondían. Ante esta medida, el colectivo de ETA en la cárcel de Picassent protagonizó una respuesta contundente: permanecerían encerrados en sus celdas, sin probar bocado, hasta que no se depuraran responsabilidades.
Esta situación se prolongó un par de semanas, hasta que directivos de la prisión hablaron con Gorka y le dijeron que si ordenaba dar fin a la protesta, no sancionarían al etarra aislado, lo devolverían a su antiguo módulo y a su vez trasladarían al funcionario causante de lo ocurrido a otro puesto. Sólo pedían una cosa: que no hubiese publicidad de ese hecho aislado. Gorka accedió no sin antes decirles que de ese altercado ya había salido publicada una reseña en el Gara.
Los días siguientes a la masacre, visité a todos los presos de ETA en la prisión. Sin excepción, repudiaban tajantemente el atentado. La única que lo rechazó, aunque mostraba cierta justificación porque el mismo hubiera tenido lugar en España, fue Idoia López Riaño. Era de esperar.
Viví de primera mano todas las impresiones que las ruedas de prensa de Acebes, Aznar y otros... despertaron en la comunidad vasca encarcelada.
Podría resumirse en lo siguiente: no entendían la fijación del gobierno por incriminarles y se alegraron cuando perdieron las elecciones generales.
Un día me dijo Gorka:
-No nos gusta que hayan ganado los socialistas, porque al fin y al cabo son los mismos perros con distintos collares. Pero el Aznar ha perdido por incompetente, por insistir en culparnos de algo donde no hemos tenido nada que ver. ¡Parece mentira que sigan empeñados en acusarnos! No sé si creen lo que dicen, pero si es así, habéis estado en manos de unos borregos. Por mucho odio que se nos pueda tener, hasta el más tonto sabe cuando hemos sido nosotros. Que haya civiles que lo piensen. ¡Pues vale! Pero que todo el gobierno de un país como el vuestro siga empecinado a toda costa en señalarnos como los autores sólo significa que habéis estado en manos de unos irresponsables.
No sé si el gobierno de Aznar actuó por ignorancia o creían lo que decían, la verdad es que a estas alturas tampoco me importa. Creo que al igual que el intento de magnicidio les hizo ganar en el noventa y seis, los sucesos de marzo de dos mil cuatro hizo que perdieran las generales. Quizá sea eso, igual por accidente el terrorismo decidió durante dos elecciones a nuestros dirigentes, o puede que no fuera así. Lo que tengo muy claro es que los de ETA no son los buenos de la historia, pero en esta situación dicen la verdad.
De todas las vivencias hay que coger la parte positiva, y aunque cuando escribo estas líneas sigo encerrado en la cárcel, creo que he vivido una oportunidad única, al menos tengo claro quiénes no han sido. Puede que carezca de importancia, pero para mí este capítulo de la historia ha quedado cerrado. Algo es algo.

Recuerdo cuando celebré mi primera comunión que entre todos los regalos que me hicieron había uno que captó mi atención, se trataba de una novela juvenil de la escritora británica Enyd Blyton titulada El club de los cinco. Cuando la leí quedé prendado de las fantásticas historias que se narraban. Acudí emocionado a ver a mi madre y le dije: <> Ella me abrazó tiernamente y dijo que la mayor aventura que podía tener era vivir el día a día intensamente, que aquello narrado en esos libros no pasaba más que en la imaginación de los niños...
La creí, pensé que mi mente infantil soñaba con historias que nunca ocurrirían... no fue así. Ahora tengo treinta y nueve años y mis vivencias, aún inacabadas, dejan cortas muchas de las novelas que he leído.
Dentro de poco volveré a estar en la calle y no será nada fácil.
Todos los relatos constan de un principio y un final, en mi caso este último está inconcluso. Soy consciente que mi vida corre un serio peligro y, la verdad, me importa un bledo. He optado por contar la verdad con nombres y apellidos, aunque ello implique mi final.
¿La verdad de qué?, pensará el lector. Al fin y al cabo, no soy más que una persona que ha pasado por prisión, un delincuente más. ¿O no?
Sinceramente. ¡No!
No pretendo que nadie crea lo que voy a narrar, aunque sean hechos ciertos y pueda aportar pruebas de todo. Sólo busco que se haga justicia... No niego que en ocasiones he actuado mal y a estas alturas lo siento de veras, pero en las páginas del libro que compone mi vida existen injusticias que durante años he ocultado por temor a represalias, y así no puedo seguir viviendo.
No debo ocultar las trágicas realidades que conozco y atañen a personas que en los últimos tiempos están acaparando los medios de comunicación. Tampoco pretendo sumarme al carro de éstos, siempre me ha sido indiferente la popularidad.
La verdad siempre acaba imponiéndose y espero que en esta ocasión también sea así.
Para comprender todo lo que a continuación voy a explicar y, de paso, mi injusta situación actual, tengo que empezar por el principio de otra historia. Ésta comenzó hace casi treinta años, por aquel entonces estaba a punto de afiliarme a Fuerza Nueva. Transcurría el año 1979 y mi vida comenzaba a escribirse...