Tuesday, February 28, 2006

Capítulo 3: Las samaritanas del amor


Son infracciones graves: Encontrarse irregularmente en territorio español, por no haber obtenido o tener caducada más de tres meses la prórroga de estancia, la autorización de residencia o documentos análogos, cuando fueren exigibles, y siempre que el interesado no hubiere solicitado la renovación de los mismos en el plazo previsto reglamentariamente.

Ley de Extranjería, art. 53, a.

Conducía por la Nacional VI mientras José Luís Perales cantaba a las «Samaritanas del amor» desde la radio del coche. Alguna emisora radiofónica había rescatado del olvido aquellos temas españoles de los ochenta, y ninguno podía ser más oportuno en aquel momento que el disco Amaneciendo en ti, de Perales:
Samaritanas del amor, que van dejando el corazón entre la esquina y el café, entre las sombras del jardín o en la penumbra de un burdel, de madrugada. Muñecas frágiles de amor, que dan a cambio de una flor el alma.
A medida que ganaba kilómetros, a ambos lados de la carretera iban desfilando los neones luminosos de docenas y docenas de prostíbulos, que atraían mi atención con sus letreros resplandecientes y sus nombres provocadores. Todos ellos repletos de aquellas «Samaritanas del amor» a las que cantaba Perales:
A esas chicas alegres de la calle, que disfrazan de brillo su tristeza, compañeras eternas del farol, del semáforo en rojo y del ladrón, que sueñan la llegada de alguien, que tal vez les regale un perfume de clavel, y las quiera. Samaritanas del amor...
Hoy sé que no habría tenido ningún problema si hubiese aparcado el coche y hubiese visitado cualquiera de aquellos burdeles de carretera, sin llevar conmigo la cámara oculta. Podría haber entrado a tomarme una copa y haber vuelto a salir sin que nadie me hubiese hecho preguntas indiscretas, pero eso lo sé ahora, no en aquel momento. Así que me limité a conducir, ordenando mis pensamientos y repasando todas las tareas que me aguardaban en Galicia y Asturias.
Mi intención era contactar con un periodista de Gijón y con una ONG de Vigo: Grupo de Estudios Sobre la Condición de la Mujer (ALECRIN), que gestiona dos casas de acogida y un piso tutelado para ex prostitutas, así como dos Centros de Día y una unidad móvil que recorre las principales ciudades gallegas asesorando a las fulanas. A esta organización debo los primeros contactos con prostitutas, que me acercarían un poco a algunas mafias del tráfico de mujeres en España. Además, ALECRIN cuenta con la única biblioteca, hemeroteca y videoteca existente en Galicia especializada en este tipo de temas.
Pero también tenía la intención de entrevistarme con un siniestro personaje, sobre el que me habían informado en la Brigada Central de Extranjería de Madrid. Había acudido allí, al igual que a la unidad de la Policía judicial de la Guardia Civil, en busca de pistas a seguir y consejo para mi nueva infiltración. Una cabriola inesperada del destino quiso que me encontrase, en aquella comisaría central, con un joven inspector con quien había coincidido cuatro años atrás, durante mi infiltración en un colectivo muy diferente al que ahora me ocupaba. Aquel inspector acababa de terminar su formación en la Academia de Policía de Ávila y realizaba sus prácticas en el campo delictivo que yo estaba investigando en aquel momento. Supongo que nuestra edad —los dos de la misma quinta— nos ayudó a hacer buenas migas. Sin embargo, después de aquello le había perdido la pista, y la providencia quiso ponerlo de nuevo en mi camino, cuando más necesitaba de alguien que me echase una mano en un tema tan nuevo y desconocido para mí.
El inspector José G. me facilitó mucha documentación útil y me puso en contacto con sus superiores. Casi un año después aquel contacto sería de fundamental importancia para conseguir que mi infiltración tuviese una repercusión judicial y varios traficantes de mujeres a los que yo grabé durante mi infiltración terminasen en prisión. Pero no quiero adelantar acontecimientos. Baste decir que el inspector José G. fue el primero en hablarme de quién sería mi mentor en el mundo de la prostitución.
—Toni, yo no te he dicho nada a nivel oficial ¿vale?, pero la persona que más sabe sobre este tema en España es un tipo que vive en Galicia y que trabaja como... digamos que colabora con los Servicios de Información... tú ya me entiendes. Éste es su teléfono. Dile que llamas de mi parte y te atenderá. Nosotros hemos hecho muchos trabajitos con él y sabemos que maneja muy buena información, pero es un poco difícil de carácter. Estos tíos son muy desconfiados. Pero si le caes bien te puede ayudar más que nadie.
Y así fue. José Luís Perales continuaba su particular homenaje a las mesalinas desde la radio del coche, mientras yo detenía el vehículo en una estación de servicio para repostar y volver a telefonear a Juan. De nuevo saltaba su buzón de voz y de nuevo volví a dejarle un mensaje. «Hola, soy Antonio Salas. Le llamo de parte de José, de la Brigada de Extranjería. Voy camino de Santiago y me gustaría verle porque creo que podemos ayudamos. Le dejo de nuevo mi número de móvil. Por favor, llámeme cuando escuche este mensaje ... »
Y me llamó. Acordamos encontramos en un popular restaurante del casco antiguo de Santiago al día siguiente. Su afición por el buen yantar tan sólo es superada por su afición a las mujeres y al dinero. Hombre de una refinada inteligencia, sin duda superior a la media, y con un punzante sentido de la ironía, trabaja desde hace años con diferentes Servicios de Información. Lo que ha visto y vivido en estos años ha terminado por convertirlo en un escéptico desencantado del género humano. Y sin duda mi amigo, el inspector de Extranjería, no exageraba al decirme que nadie podría ayudarme más que él.
La diferencia entre el trabajo de los policías infiltrados y el mío es que en mi caso no existe ningún apoyo ni cobertura. Cada año se desarrollan en España una media docena de investigaciones criminales contando con agentes infiltrados. En esos casos todo el departamento policial pertinente elabora una «leyenda», es decir, un convincente pasado falso del agente infiltrado, incluyendo documentación, puesto de trabajo, vivienda, etc. Los fondos del Ministerio del Interior o del Ministerio de Defensa permiten contar al infiltrado con una leyenda convincente.
Además el infiltrado perteneciente a los Servicios de Información tiene un «controlador» que vela por su seguridad en todo momento. El «controlador» es un compañero del infiltrado que está al corriente de todos los avances de la investigación, viaja a los mismos lugares que él y le sigue 24 horas al día, manteniendo un código de señales entre infiltrado y controlador, para advertirse de cualquier problema o imprevisto. Es su particular «ángel guardián» encargado de prevenir la enfermedad de los topos, el mal que afecta a todos los infiltrados si la misión se prolonga demasiados meses en el tiempo: el «entrampado». Cuando te ves obligado a vivir una vida diferente a la tuya, 24 horas al día y durante meses o años, es posible que tu propia personalidad se vea enganchada al personaje que estás interpretando, lo que deriva en serios problemas psicológicos que pueden poner en peligro la misión del infiltrado. El deber del controlador es detectar los primeros síntomas de ese mal del topo, para poder sacar a su compañero antes de que sea demasiado tarde.
En la historia policial española existen casos brillantes que demuestran lo efectivo que puede resultar el uso de infiltrados a la hora de combatir el crimen. Un ejemplo elocuente es el de la policía E. T. B., conocida en círculos abertzales como Arántzazu Berradre, que permaneció durante años infiltrada en grupos nacionalistas vascos hasta conseguir llegar a ETA y contribuir a la desarticulación del comando Donosti. En cuanto a los servicios secretos, el actual CNI y el anterior CESID también han desarrollado misiones con infiltrados en grupos de crimen organizado o bandas terroristas, con excelentes resultados. El ex coronel Juan Alberto Perote desarrolla una de esas misiones operativas en su libro Misión para dos muertos, editado por Foca.
Desgraciadamente yo no contaba con el apoyo de ningún organismo oficial. No tenía una leyenda ni un controlador. No disponía de fondos reservados ni de más ayuda que mi propio ingenio y mi capacidad de improvisación y aprendizaje. Y debo reconocer que el agente Juan me ayudó notablemente a elaborar mi propia leyenda.
Con Juan aprendí las cosas más importantes que después debería poner en práctica para acceder a los traficantes. Sus consejos fueron de un valor incalculable para formar mi personaje y para aprender a obtener información de los camareros, vigilantes y chicas de los burdeles.
—Si quieres que una puta te dé información, jamás, y digo jamás, te acuestes con ella. Y sí lo haces, no lo hagas en el club, ni le pagues por follar. Si subes con una puta en un club y te la follas, para ella serás un cliente, no un amigo. Y a los clientes se les saca la pasta, no se les da información. Así que te guardas la chorra y te aguantas. Y si ves que te ponen muy cachondo, porque las condenadas saben ponerte cachondo, te vas al cuarto de baño y te haces una pajilla. Ya verás como después sales más calmadito y puedes seguir hablando con ellas sin pensar en tirártelas.
Así de claro, contundente y elocuente es Juan. Conoce el negocio de la prostitución mejor que nadie. Y me lo demostró en infinidad de ocasiones. Pero, como él dice, el camino se hace caminando, Esa noche, y por primera vez en mi vida, entraba en un local de alterne. Y el resultado no podía ser más desastroso.
Juan se empeñó en ponerme a prueba en un local concreto, el Vigo Noche. Creo que estaba más nervioso cuando franqueamos aquella puerta, que cuando entré por primera vez en el Bernabéu rodeado de Ultrassur. No tenía ni la menor idea de cómo era un prostíbulo. Aún no sabía cómo tenía que comportarme, ni de qué hablar, ni dónde demonios meter las manos, que no hacían más que incordiarme. Y creo que el agente se dio cuenta, porque la sonrisa burlona le delataba. Además, para terminar de intranquilizarme, justo antes de entrar en el burdel y nada más bajarse del coche, ocurrió algo insólito. Juan rodeó el vehículo hasta la puerta derecha donde yo me encontraba, y dijo: «Mejor no entro con la pipa, que para follar siempre estorba». Seguidamente, con la mayor naturalidad, se sacó de debajo de la americana una flamante Glock del calibre 9mm parabellum, le sacó el cargador y la guardó en la guantera. Era lo que menos necesitaba para tranquilizarme.
El Vigo Noche es un prostíbulo relativamente pequeño. Pese a ello, unas 10 0 12 chicas esperaban pacientemente a que algún diente las invitase a una copa o accediese a subir con ellas a las habitaciones. Nos acomodamos en la barra, entre un grupo de tres tipos con aspecto de ejecutivos estresados y dos chicos jóvenes que no terminaban de decidir cuál de las fulanas sería la elegida para un trío con ellos.
Juan se pidió un vodka con naranja y yo le imité. No fuma, pero yo no podía evitar encender un cigarrillo detrás de otro.
—Tranquilo, chaval, que no muerden. Además aquí no hay jaleo. El dueño del local es un policía amigo, así que no te preocupes. Éste es un garito tranquilito para empezar.
—¡Joder! ¿Un poli? Pero ¿hay mucho poli metido en esto? —¡Pero qué pardillo eres! Pues claro. Aunque hay más guardia civil. Es normal, se pasan todas las noches patrullando por las carreteras, ¿y dónde se van a meter a tomar una copa a las 4 o las 5 de la mañana? Después’ ven la cantidad de dinero que se mueve en este negocio y se preguntan: «¿Por qué voy a estar yo arriesgando la vida por 200.000 pesetas al mes, cuando estos cabrones, o los narcos o los etarras se levantan diez veces más?». Mira, en el CometaG de la Nacional VI, por ejemplo, les salían las copas gratis a todos los guardias civiles, poniendo por detrás del ticket «GC». Además, el padre de los dueños también fue guardia civil. También El Reloj, que ahora se llama Yin Yang, estaba a nombre de la mujer de un guardia civil. Y en una redada de la Policía Nacional en el Moulin Rouge de Monte Salgueíro, se encontraron con un sargento de la Guardia Civil en la entrada que no les dejaba pasar, porque estaba metido en el ajo. 0 el del Osiris, que es de tus amigos de ANELA, también había ahí un guardia civil... ¿Cómo no les van a dar un premio los de ANELA a la Guardia Civil, si algunos casi son socios?
Mi capacidad de sorpresa iba creciendo a la vez que mis nervios ante las revelaciones del agente. Sus burlas sobre mi inquietud eran más que comprensibles, ya que no hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que mi mano temblaba más de lo normal al aplicar la colilla del cigarrillo anterior al que pretendía encender ahora. Fue en ese momento cuando ella se me acercó.
No era demasiado agraciada. Al menos no era mi tipo. Me dijo que se llamaba Dalila, pero sé que era un nombre falso. Sin embargo, su acento delataba su nacionalidad colombiana. Cuando me preguntó mi nombre, miré a Juan, como pidiéndole permiso para hablar. Y sólo me encontré con una carcajada despectiva. Estaba claro que mi cara debía ser de lo más elocuente. Dalila se armó de paciencia para intentar mantener una conversación conmigo, pero yo estaba demasiado nervioso como para vocalizar con claridad y sin tartamudear.
—Soy To—to—toni. —Pues encantada, To—to—toni. Lo que me faltaba. Hasta la ramera se burlaba de mí. Toda la teoría que había empollado sobre las mafias de la prostitución se había ido al gárrete. Y una vez más la experiencia me demostraba que en el campo de las infiltraciones, sólo sabes cómo vas a reaccionar cuando te encuentras sobre el terreno. Y yo no podía reaccionar peor. Desde luego, si intentaba infiltrarme entre los mafiosos demostrando aquel control de la situación, no iba a durar vivo ni dos telediarios.
—¿Qué pasa? ¿Te comió la lengua el gato? ¿0 es que no te gusto? —No, no, no es eso. Es que... na—nada. —Pues si nadas, invítame a una copa y así nos ahogamos los dos. Volví a mirar a Juan, esperando un gesto, una señal que me orientase sobre lo que debía hacer, pero él ya estaba muy ocupado charlando animadamente con una chica de color, que parecía conocer de toda la vida, y aparentemente no me prestaba ninguna atención. Así que, como siempre, tendría que salir solo del atolladero. La colombiana se pidió un benjamín de champán, lo que encarecía la cuenta en 5.000 pesetas más. Y yo no sabía cómo afrontar el tema que me había llevado allí.
—¿Llevas mucho en Espa—paña? —Tres meses.
—¿Y cómo viniste? ¿Te trajo alguien? —¿Y a ti qué te importa? ¿Vamos a follar o no? Estaba claro que ése no era el modo de hacer las cosas. Dalila estaba en su terreno y yo me encontraba más perdido que un pulpo en un garaje. Mi torpeza no podía ser mayor. Una sonora carcajada a mi espalda me demostró que Juan estaba pendiente de mi conversación con la colombiana, al mismo tiempo que charlaba con la negrita. Sin apenas mirarme, me susurró al oído: «Lo llevas crudo, chaval, vamos a subírnoslas y veremos si tienes más suerte».
Las palabras del agente me aterrorizaron aún más. Apenas había tenido tiempo para tantear el terreno en el que me movía, cuando él ya pretendía que pasase al segundo curso. Yo hubiera necesitado haber visitado varias veces algún prostíbulo antes de subir al reservado con una prostituta en ninguno de ellos. Precisaba más tiempo para familiarizarme con ese tipo de locales, pero Juan no estaba dispuesto a concedérmelo. A una señal suya, la colombiana se me colgó del brazo empujándome hacia el fondo del local. Juan nos seguía abrazado a la imponente negraza que había escogido y que resultó ser además bailarina de strip—tease en el local.
—Oye, no sería mejor esperar un poco, tomamos otra copa y charlar con ellas un rato...
Mi guía no tenía ningún pudor en carcajearse abiertamente de mi timidez. Él se encuentra como pez en el agua en los burdeles de cualquier parte del mundo porque los conoce mejor que nadie. Desde África hasta Asia. Es su hábitat natural desde hace muchos años y por eso disfrutaba sádicamente de mi torpeza como aspirante a infiltrado. Sin embargo, yo continuaba insistiendo.
—No, en serio, no te rías. Me han dicho que en muchos garitos de éstos hay cámaras ocultas y que graban a los clientes, ¿no te da corte?
—Es cierto —me respondió Juan para mi sorpresa—, pero en éste no. Ya te he dicho que Lorenzo, el dueño, es muy amigo mío, y no te preocupes que aquí no te van a grabar la colita...
Para cuando me di cuenta, ya estaba junto a Dalila en el mostrador que existe al fondo del local, donde se pagan los servicios sexuales y las mesalinas recogen una toalla, una sábana limpia y un preservativo, antes de entrar en los dormitorios. Ignoro cuánto costó aquel servicio porque invitó Juan, pero imagino que oscilaría entre las 5.000 y las 8.000 pesetas. Tras pagar, las dos parejas nos separamos y entramos en dormitorios diferentes. Mi estancia en aquel lugar fue una de las experiencias más incómodas y desagradables de la investigación. Me sirvió para conocer la trastienda del negocio, pero no para comprender cómo los clientes pueden llegar a convertirse en adictos al sexo de pago. Falso, artificial, forzado y bochornoso. Un sexo vacío, soez e incómodo. Un enorme reloj de pared, que se me antojaba una especie de taxímetro, marcaba los treinta minutos contratados por el servicio. Treinta minutos interminables. Me sentí aliviado cuando volví a salir de la habitación, abochornado y con un incómodo sentimiento de culpabilidad. Por supuesto Dalila no me dio ningún dato útil, y aunque le dejé mi teléfono para que me llamase, nunca lo hizo. En cuanto llegamos de nuevo al bar se alejó de mí sin despedirse para entablar conversación rápidamente con un tipo seboso con la nariz más roja que un pepino, señal inequívoca de su alto grado de contaminación etílica, que intentaba mantener el equilibrio al final de la barra. No pude reprochárselo. De mí ya había sacado lo que buscaba, una copa y un servicio, y ahora iba a por otro diente.
Aunque yo ni estoy casado, ni tengo ningún compromiso –no como la mayoría de los clientes, que no consideran adulterio la relación con una prostituta— no podía evitar un agobiante sentimiento de culpabilidad. Pedí otro vodka y me dispuse a esperar a Juan, que tardó un buen rato en volver de la habitación. Lo hizo sonriente y abrazado a su negra, que no dejaba de susurrarle cosas al oído. Evidentemente se desenvuelve mejor que yo y estaba logrando que aquella chica le facilitara toda la información que yo no había podido obtener de Dalila. Allí mismo me prometí solemnemente que jamás volvería a repetirse lo que acababa de ocurrir en el Vigo Noche. A partir de ese día yo tendría el control de la situación y no volvería a dejarme llevar por los acontecimientos. Ahora ya sabía cómo eran los burdeles por dentro y no volvería a pagar la novatada. A Juan se le iba a terminar lo de reírse a mi costa.

Una Alicia en el país de las miserias

De la mano de Juan conocí muchos lupanares, burdeles y mancebías del norte de España. Desde el Trastevere del Valle de Trápaga en Vizcaya, hasta el Borgia, de Santander —su local gemelo, el Borgia II, está en San Vicente de la Barquera—, pasando por el Millenium de A Coruña, el Selva Negra de Solares en Cantabria, el Models de Oviedo, el Christine de San Sebastián, el Tritón de Lugo y un larguísimo etcétera. Muchos de ellos ostentan su placa de pertenencia a ANELA. La única condición que me ponía Juan es que no llevase la cámara oculta a menos que él me lo indicase expresamente. Y yo respeté siempre ese pacto.
Sin embargo, Juan no fue la única fuente, aunque sí la más importante sobre todo por ser la primera. Durante nuestros periplos por los prostíbulos de media España pude comprobar cómo en muchos —en casi todos— burdeles de carretera, era reconocido por las fulanas, por los camareros o incluso por los encargados, que lo saludaban cordialmente como si se tratase de alguien de la familia. Lamento no poder comentar algunas anécdotas extraordinarias que viví con él, ya que eso dificultaría su trabajo para los Cuerpos de Seguridad, pero puedo testificar que se trata de un verdadero profesional de la información y de la infiltración. Sólo otro de los personajes con los que conviviría durante todos estos meses recibía un trato similar, aunque por causas muy diferentes.
Me refiero al veterano putero Paulino, a quien conocí en un local perteneciente a ANELA llamado La Luna, situado en la Nacional VI, local en el que meses después, en diciembre de 2003, podría grabar con mi cámara oculta a Sonia Monroy actuando en el escenario del prostíbulo...
Paulino es el propietario de una agencia de prensa y de una pequeña productora de televisión que se gasta todo su dinero en furcias. Fuera de las ramerías, en su vida normal tiene todo el perfil del perdedor. Solitario, de aspecto desaliñado y con pocos amigos, sufre una verdadera transformación en cuanto entra en un puticlub. De pronto se convierte en un tipo audaz, extrovertido y seguro de sí mismo. Entre rameras se encuentra en su ambiente, quizá porque lleva toda la vida frecuentando mancebías, desde Cádiz hasta El Ferrol y tal vez por ese carácter extrovertido y seguro de sí mismo, se convirtió en una pieza clave en mi investigación. Normalmente, los clientes de los harenes no se miran a los ojos. Acuden al burdel solos o con amigos de confianza, buscando sexo o al menos compañía femenina. Los prostíbulos no son lugares a los que se va para hacer amigos o para charlar de fútbol. De hecho, a mí me resultaba fascinante apostarme en un extremo de la barra y observar el comportamiento de los hombres: nuestra patética forma de intentar parecer tipos duros e interesantes, nuestra ridícula actitud al insinuarnos a las fulanas, como si intentásemos seducirlas. Supongo que es una justificación inconsciente para convencernos a nosotros mismos de que aún podemos parecer atractivos a una mujer, aunque esa mujer sea una profesional que va a fornicar con el usuario por su dinero y no por su atractivo.
Normalmente los clientes eludían mi mirada cuando me sorprendían observándoles, pero Paulino no. Paulino controlaba la situación, era un veterano, y no tenía ningún reparo en charlar animadamente entre polvo y polvo. Yo he visto cómo se gastaba 70.000 y 80.000 pesetas por noche, subiendo con dos, tres y hasta con cuatro chicas distintas en diferentes burdeles.
Le caí simpático y yo utilicé esa ventaja. Me convertí en uno de sus compañeros de correrías y en cada nuevo viaje a su ciudad, me ofrecía a acompañarlo de burdel en burdel. Me pagaba las copas y los servicios ———que por supuesto yo jamás consumaba—, y aunque en infinidad de ocasiones intentó convencerme para que subiésemos juntos con una o dos fulanas, siempre conseguí convencerlo de que yo era demasiado tímido como para un trío o una orgía. De esa forma podía interrogar tranquilamente a mis fuentes, sin que él supiese a qué me dedicaba. Nunca su dinero estuvo mejor invertido.
No tardé en darme cuenta de que Paulino sufre una verdadera adicción. Adicción al sexo. Desafortunadamente para él, es un hombre poco agraciado físicamente. De hecho, he presenciado en varias ocasiones cómo alguna profesional llegaba a negarse a subir con él a causa de su aspecto y supongo que también a causa de su olor. Tampoco es un gran conversador, ni especialmente divertido. Sólo tiene dinero. Y a pesar de ser propietario de una productora y de una agencia de noticias, viste mal, vive en un cuartucho y su oficina parece más un trastero que una productora de televisión. Quizá porque casi todo su dinero lo invierte en el mismo lugar: su obsesión por las rameras.
—Tú piénsalo bien, Toni. Imagínate que conoces a una tía buena y te la quieres tirar. La invitas a cenar, ponle un mínimo de 5.000 pelas. Le regalas un ramo de flores, otras 5.000, La invitas a un par de copas, otras 5.000. Paga taxi para traerla y llevarla, otras 5.000. Al final de la noche te has gastado 20.000 pelas y nadie te garantiza que vayas a echar un polvo que, encima, será con una tía que igual no te la quiere ni chupar. Con esas pelas yo echo cuatro polvos con auténticas profesionales...
A pesar de lo soez de su testimonio, el empresario expresa la opinión de la mayoría de los puteros habituales de este país. Sin embargo, y pese a sus elocuentes cálculos matemáticos, intuyo que hay otros factores que influyen notablemente en la adicción al sexo y la dependencia de las prostitutas. Sé que Paulino buscaba refugio entre los muslos de las cortesanas porque pensaba que quizá allí encontraría algo que le hiciese sentirse mejor consigo mismo. Una y otra vez intentaba que, además de sexo, aquellas chicas le mostrasen cariño, comprensión y ternura... Y lo único que lograba era eyacular. Después, llegaba otra vez la frustración, la autocompasión, y entonces volvía a intentarlo con otra ya fuera en el mismo burdel o en otro diferente. Así, una y otra vez. En un viaje frenético de ramera en ramera, buscando en su quimera de la mujer perfecta lo que ninguna podía darle.
Valérie Tasso me había explicado que, durante los meses que trabajó como prostituta de lujo, se había dado cuenta de que los hombres consideraban que tanto ella como sus compañeras eran precisamente eso: las «mujeres perfectas».
—Nosotras nunca hacemos preguntas, ni reproches. Siempre estamos arregladas, maquilladas y dispuestas para complacer al hombre. Cuando el cliente llegaba a nosotras, se encontraba con una mujer atractiva, cuidada y a la vez comprensiva. Siempre dispuesta a escucharlo, a darle un masaje o a hacer el amor. Para ellos, nosotras éramos las mujeres perfectas...
Andando el tiempo constaté que esta opinión es compartida por muchos clientes habituales de los burdeles españoles, como Jesús, otro putero barcelonés gracias al cual conocí a algunos propietarios de prostíbulos catalanes. Al igual que Paulino, Jesús lleva toda la vida gastándose su dinero en fulanas... aunque intuyo que en su caso, su implicación en el sexo profesional se debió a que pasó de ser mero consumidor a formar parte activa del negocio...
Por supuesto —a diferencia del pacto que yo tenía con Juan—, yo no sentía ningún tipo de compromiso con Paulino y utilizaba el equipo de grabación siempre que lo consideraba oportuno. Desgraciadamente durante los años 2002 y 2003 los programas de cámara oculta realizados por Atlas—TV y por El Mundo—TV habían saturado el mercado televisivo, y la amenaza de las minicámaras se cernía sobre el mundo del delito como un peligro real y constante. Por eso era cada vez más difícil sortear la desconfianza de los delincuentes. Lo sé mejor que nadie porque durante el transcurso de esta investigación, en varias ocasiones, yo mismo tuve que soportar la pregunta más comprometida de mi oficio: «¿Y tú no llevarás una cámara oculta?».
Me ocurrió en prostíbulos de carretera, en reuniones con mafiosos y hasta en una de las agencias de prostitución de lujo que trata con famosas actrices, modelos y presentadoras de televisión. Todos ellos sospechan de un tipo que hace demasiadas preguntas, y ésa precisamente es la labor del periodista de investigación. Así que una y otra vez, había que retar a la fortuna, con lo que cada noche de grabación se convertía en una ruleta rusa, en la que no tenías muy claro si te iban a pillar o no. En esos momentos siempre me acordaba de mi compañero Diego, un cámara alicantino que fue sorprendido en un burdel de lujo malagueño, con su cámara oculta. La navaja de uno de los matones del puticlub rajó su carne, dejándole una elocuente advertencia en forma de cicatriz. «Y la próxima vez te meto la cámara por el culo, y te rajo el cuello en vez de la mano» —vino a decirle el matón, que en este caso no pertenecía a Levantina de Seguridad—. Yo no quería ninguna experiencia sexual con la cámara, ni que me afeitasen la yugular, así que procuraba ir con mucho cuidado.
Mis primeras grabaciones en los burdeles españoles son de pésima calidad. Tardé en habituarme al comportamiento que debía tener en los prostíbulos. Además, suelen ser locales con poca iluminación y con frecuencia, el sonido estridente de la música y la falta de luz hacían que las cintas fuesen absolutamente inútiles. Tenía que aprender a introducir la cámara en el local sin llamar la atención, buscar los lugares mejor iluminados y con menor sonido ambiente, controlar en todo momento a los vigilantes de seguridad y camareros que pudiesen sospechar de mí, y aprender a sacar información a las prostitutas recordando, cada noventa minutos, que debía cambiar las cintas y las baterías del equipo.
Los cuartos de baño de los burdeles terminaron por convertirse en mis santuarios. Cuando la presión, la angustia o el asco eran insoportables, acudía a los lavabos y allí, sentado sobre la taza, podía disfrutar de un momento de quietud para ordenar mis ideas, repasar los equipos de grabación, o simplemente repostar psicológicamente antes de volver a presenciar cómo hombres de toda edad y condición social, muchos de ellos respetados pilares de la comunidad, sobaban ansiosamente a chicas que podían ser sus hijas, o incluso sus nietas, antes de subir con ellas a los reservados, para intentar materializar sus fantasías más sórdidas. La mayoría sólo lo intentan.
Con el tiempo confirmé lo que también me había dicho Valérie Tasso, sobre los clientes que se convierten en dóciles patanes en manos de las rameras veteranas, una vez que entran en el dormitorio. Si la fulana es lo suficientemente hábil y experta, hará lo que quiera con el cliente y lo que no quiera no lo hará. Aunque le suplique besos en los labios, felación, sexo oral, fetichismo, etc., ella sabrá cómo hacer para que el varón eyacule sin necesidad de satisfacer sus fantasías. Y se reforzaba mi convicción de que los hombres somos unos seres patéticos y ridículos. Sobre todo cuando presenciaba el retorno del audaz amante, y podía escuchar cómo relataba a sus amigotes las maravillas que había hecho a la furcia, que gozaba como una zorra en sus brazos... Lamentable.
Sin embargo, tardé mucho tiempo en conseguir el primer testimonio realmente interesante. Y no fue por mérito propio, sino gracias a la ayuda inestimable de Ana Míguez, presidenta de la asociación ALECRIN, que me recibió en su despacho del centro de Vigo, en cuando le pedí ayuda.
Ana Míguez no sólo me facilitaría mucha bibliografía y documentación sobre el drama de la prostitución, sino que me pondría en contacto con algunas mujeres excepcionales. Como Carmen L., hoy una mujer felizmente casada, pero que todavía conserva en su cuerpo las heridas de su antiguo oficio. Y no es una alegoría. En las muñecas de Carmen pueden apreciarse con toda nitidez las terribles cicatrices de dos intentos de suicidio cortándose las venas.
Durante diecisiete años ejerció la prostitución de bajo y alto standing. Trabajó en burdeles de toda España, pero también era una de las meretrices más solicitadas en las fiestas privadas de los políticos y narcotraficantes gallegos, como Sito Miñanco. De hecho, mantuvo durante tres años un tórrido idilio con Eladio Oubiña hasta el mismo día de su misteriosa muerte. Oubiña perdió la vida la víspera del famoso 23—F ante sus ojos, a la salida de la discoteca La Condesa, en lo que podría haber sido un ajuste de cuentas. El responsable de aquella muerte jamás fue detenido.
Carmen, como todas las prostitutas, ha visto muchas cosas. Ha conocido, en los clubes donde trabajaba, a muchos empresarios, famosos y políticos, incluyendo algún alto cargo de la Xurita de Galicia, sadomasoquistas, coprófagos, travestidos, según ella afirmó ante mi cámara, que «después se manifiestan hipócritamente en contra de la prostitución en sus debates políticos o en sus intervenciones televisivas.» Precisamente ésos eran sus mejores dientes. Llegó a cobrarle a alguno de ellos hasta 100.000 pesetas, de las de hace veinte años, por una sesión de ultrasado y humillación. «Le gustaba que le pegaran. Me llevó a su casa y se puso unas bragas y un sujetador, y aunque sabía que era lo que le gustaba, a mí me costó mucho trabajo pegarle, y lo demás, más aún ... »
Desde que empezó en este mundo, con diecisiete años, siguiendo la tradición familiar —su madre también fue ramera—, hasta que terminó enganchada a las drogas, como muchas de sus compañeras, la vida de Cannen ha sido muy dura. Ahora, como trabajadora de ALECRIN, visita los burdeles de toda Galicia para asesorar, consolar y ayudar a las mujeres que están pasando por el infierno por el que ella pasó. Y al que sobrevivió. Porque a la prostitución o se la sobrevive o no, pero jamás es un episodio aislado en la vida de una mujer, o algo que cuando ellas quieren abandonan y se diluye en la memoria. Como diría el agente Juan, se convierten en «disminuidas sociales» a las que, tarde o temprano, alguien les recordará que fueron busconas.
ALECRIN ayuda a muchísimas chicas que en este momento están ejerciendo la prostitución y que luego, lógicamente, quedan muy agradecidas. De hecho, fue una de ellas la que primero accedería a hablar conmigo en su propio lugar de «trabajo». Fue un testimonio que recuerdo con especial intensidad, no sólo por ser el primero importante que pude recopilar, sino porque marcaría mi vida durante los siguientes meses o quizá para el resto de mi existencia.
El burdel donde conocí a Loveth no está demasiado lejos de la frontera con Portugal. El matón de la entrada, un tipo corpulento y con cara de pocos amigos, como todos los matones de burdel, nos franqueó el paso sin que su cara de póquer expresase ninguna emoción. Instintivamente abracé la pequeña mochila, intentando que el bulto de mi cámara oculta pasase desapercibido a los ojos del portero que, casualmente, llevaba la cabeza rapada. Quizá sólo tuviese un problema de alopecia, pero confieso que últimamente los calvos me ponen especialmente nervioso, aunque éste, afortunadamente, no llevaba ningún distintivo de Levantina de Seguridad...
El local, como la inmensa mayoría de los prostíbulos españoles, permanecía en semipenumbra. Sólo las luces coloristas de las máquinas de tabaco, pinchadiscos, o pinchavídeos, conferían a aquel antro un aspecto festivalero. Aquella falta de iluminación, orientada a que las chicas menos agraciadas tuvieran también la posibilidad de seducir a algún diente, por un lado me beneficiaba, porque mi mochila llamaría menos la atención entre las sombras del lupanar, sin embargo, por otro lado, también me perjudicaba, en tanto que dificultaba que el objetivo de la cámara captase poco más que sombras.
Siempre me fascinó observar en silencio. He visitado cientos de burdeles, pero en todos encontré una escena similar a la que vi en el primero. Sobadas por las miradas lascivas de los clientes, ellas bailan coreando la letra de todas las canciones que escupe el tocadiscos. Diez o doce horas al día encerradas en el garito, escuchando las mismas canciones una y otra vez, las convierte a todas en el coro fiel y perfecto que acompaña las voces de David Civera, Miguel Bosé, o Paulina Rubio, cuando brotan de los altavoces, intentando humanizar el mercado de la carne.
Aquel día, disimuladamente indiqué a Paulino un extremo de la barra, justo debajo de uno de los focos rojos que iluminaba parcamente el garito. Allí, al menos, mi cámara podría captar algún plano. Nos encontrábamos en ese club en concreto porque ALECRIN había accedido a marcarme a una de las muchas prostitutas que su asociación había ayudado. Después de una atroz odisea, la muchacha a la que yo quería hablar se había quedado totalmente desvalida, abandonada a su suerte en Galicia, cuando la ONG acudió en su auxilio.
—La pobre trabajaba en la Casa de Campo en invierno. Imagínate el frío que tienen que pasar, casi desnudas, a las tres, cuatro y cinco de la mañana, en la calle, y cobrando a 3.000 pesetas la felación y a 5.000 el completo. Un día le hablaron de un club en Orense que buscaba negritas y llamó. Le dijeron que se viniese para Galicia, así que se quedó con el dinero de dos servicios, unas 7.000 pesetas, y se cogió un autobús. Pero como no tenía ni idea de dónde estaba Orense, se pasó la estación dormida y terminó en Vigo. En cuanto se bajó del autobús, con las i.500 pesetas que le quedaban, la detuvo la Policía por no tener papeles, y la metieron en un calabozo todo un fin de semana. Como no había nadie de guardia, o el que estaba de servicio era un inepto, la encerraron hasta el lunes, y después la volvieron a dejar tirada, en la estación de autobuses, con sus i.500 pesetas. Llamó al club de Orense, donde la esperaban tres días antes, y claro, le dijeron que se volviese a Madrid. Y allí, sentada en un banco, muerta de hambre, de frío y de miedo, nos la encontramos nosotras. Le dimos de comer y le pagamos el billete de vuelta a Madrid, y ahora dice que soy su «mamá española».
La imagen de aquella joven, indocumentada, asustada, que no conocía a nadie, ni siquiera el idioma del país en el que se encontraba, abandonada y desvalida en la estación de guaguas de Vigo, me conmovía. No tardaría en comprobar que, efectivamente, aquella muchacha estaba tremendamente agradecida a ALECRIN por haberla ayudado. Sin embargo, en la ONG me dejaron muy claro que su agradecimiento no garantizaba que me revelase a mí lo que todos los nigerianos consideran «secretos de negros».
Pregunté por ella al tipo de la barra y a una señal suya una joven se nos acercó. Lo primero que me impresionó fue la juventud de Loveth. Su rostro apenas parecía el de una niña, aunque sus formas eran las de una mujer más que desarrollada. Sin duda sus gruesos labios, sus poderosas caderas y sus grandes pechos, cuyos pezones se marcaban a través de la liviana tela de su vestido floreado, tan corto como escotado, eran la mejor herramienta de trabajo de una profesional del sexo como ella.
Intenté establecer una conversación con la joven, pero como sabía que la música que sonaba a todo volumen y el barullo reinante en el local no me permitirían grabar sus palabras con nitidez, le pregunté lo que costaba subir a una habitación con ella. Me dijo que 6o euros y entonces me pareció muy poco dinero por mancillar aquel cuerpo, aunque más tarde averiguaría que en la mayoría de prostíbulos españoles cobran todavía menos. Asentí con la cabeza y Loveth me cogió de la mano y me condujo fuera del bar. Recorrimos un pasillo tan pésimamente iluminado como la barra del garito, y subimos las escaleras hasta la planta superior. Mientras subimos, ella por delante de mí, puedo contemplar sus largas piernas y su imponente trasero. Su diminutivo vestido apenas cubre el inicio de sus nalgas, y desde mi posición, un par de escaleras por debajo de ella, podría adivinar el tanguita que cubre ínfimamente sus partes más íntimas. Las carnes se adivinan prietas y duras, pero me resulta imposible calcular la edad de aquella muchacha. Mientras recorremos aquel tramo, y como intentando establecer una mínima relación humana con el hombre con el que supuestamente va a hacer el amor unos minutos después, Loveth entabla conversación:
—Así que Toni, ¿eh? —Sí. —¿Es nombre de verdad? —intuyo que sabe que la he mentido. —¿Y el tuyo? ¿Es de verdad? Y rompe a reír. Los dos reímos. Ambos sabemos que nuestros nombres son falsos, pero es una de las reglas de este juego. No existe ninguna razón por la que una prostituta deba ser sincera con su cliente. Ninguna pretende que lo sean. Todos mienten, pero no les importa ni a unos ni a otras. Al fin y al cabo sólo van a acostarse juntos, y los cuerpos desnudos pueden ser mucho más elocuentes que las palabras. Sin embargo, y para mi sorpresa, de pronto la nigeriana se detiene, se gira y me dice: «Tú tener razón, mi nombre de verdad es... Pero si tú amigo de ALECRIN, también amigo mío ... ».
Su reacción me ha cogido con las defensas bajas y aquel arrebato de sinceridad me hiere como un gancho directo a la mandíbula. Empiezo a sentir una incómoda sensación de culpabilidad por estar grabando a aquella joven sin su consentimiento y tengo la tentación de apagar la cámara en ese mismo momento. Pero no lo hago. Y ahora me alegro de haber continuado grabando. Era la primera vez que introducía mi cámara oculta en la trastienda de un burdel. Y era la primera vez que conseguía que una prostituta me contase, con detalle, su viaje hasta España a través de una traficante de mujeres. Además, de no haber grabado íntegramente aquella conversación, no podría transcribir literalmente las palabras de Loveth y con toda seguridad, algún imbécil, naturalmente varón, apostaría su vida a que habría aprovechado mi estancia con la joven en el dormitorio del lupanar para echar un polvo entre pregunta y pregunta.
—Oye, & qué tal te tratan aquí? ¿Estás contenta? —No. Yo querer marchar hoy y tu amiga decir que yo esperar aquí hoy para conocer a ti.
Al llegar al primer piso nos detenemos en una especie de mostrador donde una mujer de unos cincuenta años y aspecto desaliñado me pide el dinero. Pago. A cambio, la encargada le entrega a Loveth un preservativo, una toalla y una sábana limpia. Seguidamente entramos en uno de los dormitorios que existen en la parte superior del burdel y una vez solos, intento colocar la mochila con la cámara orientada de tal forma que Loveth entre en el plano lo más centrada posible. Ella se sienta en la cama mirándome como el cordero que aguarda la certera puñalada del matarife.

En la cama con «Amor»

Con un gesto de mis manos le indico que no quiero follar, sólo hablar.
—Pues... cuéntame un poquito, Loveth. —Cuéntame tú, ¿qué quieres que te cuente?
—No sé, un poco, algo, no sé...
—Tienes calor? Yo tengo frío. Me siento torpe. No es una situación a la que esté habituado todavía y aún no tengo claro cuál es el comportamiento de un cliente de prostíbulo, pero su indicación de que tiene frío me da una oportunidad de ser amable. Rápidamente me quito la chaqueta y se la coloco sobre los hombros. Ella me sonríe entre sorprendida y agradecida. Imagino que normalmente los clientes que pagan 6o euros para subir con Loveth a un dormitorio intentan quitarle la ropa y no ponerle más prendas. Su sonrisa, que parece iluminar sus grandes ojos negros, me envalentona para iniciar la entrevista. Lo que transcribo son las respuestas literales de Loveth tal y como están registradas en la cinta de vídeo. Su castellano es confuso pero inteligible.
—¿De dónde eres tú, de qué parte de Nigeria? —De Benin.
—Hay muchas chicas que vienen de Benin, ¿no? —Sí, muchas. —¿De la ciudad o de algún pueblo? —De Benin, Edo —Edo es el estado al que pertenece Benin City. —¿Cuánto tiempo llevas aquí en España? —Llegué hace dos años. —¿Y hablas tan bien español —Yo poco, yo hablé italiano antes. —Eres nigeriana, ¿no? —Sí.
—0 sea que fuiste de Nigeria a Italia...
—De Nigeria a Francia. En Francia poco tiempo, e Italia.
—¿De Nigeria a Francia, de Francia a Italia y de Italia a España? —Sí.
—¿En avión? —Sí.
Loveth tuvo mucha suerte. No tuvo que soportar el atroz viaje a pie, atravesando el desierto del Sahara, que han tenido que sufrir muchas de sus compatriotas. Ella tenía un sponsor, que sería además su madame o mamy, quien le pagaría el viaje en avión hasta Europa, eso sí, con la intención de amortizar lo antes posible su inversión.
—¿Y cómo llegaste aquí? ¿Te fueron a buscar al pueblo o cómo funciona eso?
—Mi jefa... Cuando yo estaba en mi país, una abuela católica, como mi madre, católica, hablar a mí. Mi familia no tener dinero, pero esta familiar sí tener dinero, mucho dinero. Y ella hablar con mi madre para llevar a mí a Italia. Decir que tiene bambino, hija allí, pero no tener chica para cuidar su hija.
—Y te fuiste a Italia... —Ella no dijo que yo iba a trabajar de prostitución... sólo iba a coger a su hija...
—Para cuidar a su hija... —Sí, que ella tenía que trabajar en fábrica. Pero cuando yo venir ella no tenía hija no tenía nada.
—¿Y tú no sabías que venías a dedicarte a la prostitución? —No. Yo no sabe. Mi jefa me no dijo así, ha dicho que yo venía a ayudar a ella, a hija. Cuando yo venir, ella no tenía hija. Ella prostitución también.
Empiezo a sentir cómo me hierve la sangre a medida que Loveth profundiza en su relato. Sin embargo, la joven no ha hecho más que empezar a describirme su terrible aventura europea. Porque nada más aterrizar en Italia, su madame le enseñó lo que era un preservativo y la puso a trabajar esa misma noche.
—Luego ella coger condón, quita uno. Así, cuando tú quieras poner en la polla abres así y así... Y cuando era la noche me ha dicho, vamos a trabajar. ¿Vale yo que voy a trabajar? Me ha dicho, prostitución. Yo llora, Hora. Y cuando yo llorar, ella pegarme. Coger, a la calle, a trabajar. Y no puedo hablar con Policía, porque ella me coge con vudú... Coge mi sangre, mucha sangre. Mata un pollo y coge dentro...
—¿Las entrañas? —Sí, rajó y me da así... —¿Lo tuviste que comer? —Sí, comer, con whisky. Y luego beber con agua de vudú. Agua de mucho tiempo. Más de seis años o siete años, preparada allí...
Estoy confuso. No acabo de entender de qué me está hablando la muchacha. No comprendo qué demonios tiene que ver eso del vudú y comerse las entrañas de un animal con las mafias de la prostitución. A pesar de que Isabel Pisano ya me había adelantado algo, aún no comprendía que ése es uno de los grandes secretos de las redes nigerianas de trata de blancas.
—¿Me quieres decir que te hicieron vudú? —Sí.
—¿En Italia? —No, en mi país. Cuando yo decir que sí para ir a Italia mi jefa llevar a hacer vudú.
—¿Cómo es eso del vudú? —Vudú. Cogen mi sangre, cogen mi pelo, cogen pelo de mi coño... Mi sangre... y bragas... te cogen...
—A ver si lo entiendo. Antes de venir a España vais a que os hagan vudú. ¿Y eso para qué?
—Para que cuando yo vaya a Italia e no llamar Policía para mi jefa...
—¡Ah! Para que no llames a la Policía. ¿Y lo hizo ella o un brujo?
—Ella... Y huele mal, y puaj... —¿Vomitaste? —Sí, y ella hace comer otra vez...
Hablamos de su jefa y de cómo vino de Italia a España. Menciona que una de las chicas de su madame fue asesinada por las mafias en Italia. Cuando la Policía hacía los registros, echaban a las chicas fuera de casa, y sin papeles. Hablamos también de los papeles que les dan, y me da a entender que son falsos «papeles no buenos»—— Y me explica que tenía miedo a la Policía también, por estar indocumentada, algo que me han repetido muchas fulanas. Empiezo a comprender que es el pánico el que hace que estas jóvenes estén completamente a merced de sus «propietarios».
—¿Cuando os hacen el ritual, tú no haces nada, no hablas con la Policía? ¿Por qué tienes miedo al vudú?
—Sí, por el vudú. Me matan a mí. Y cuando yo hable con la Policía pegar a mi madre...
—Fueron a pegar a tu madre? —Sí. Todo, cosas en casa, comida y todo, tirar todo... Yo no quiero que peguen a mi madre. Pero yo ahora le dicho que yo no tengo dinero para pagar a ella...
—¿Por qué tú tienes que pagarle dinero a ella? —Sí, 45.000 dólares. —Eso es mucho dinero.
—Pero yo pagar, poco a poco. Cuando yo estar en Italia, cinco meses yo trabajar bien, y yo tener mucho dinero para pagar a ella. Yo trabajar por la noche, por el día, mucho.
Al hablar de su madre Loveth se emociona, y a pesar de la escasa luz veo cómo una lágrima se desliza por su mejilla, mientras se le quiebra la voz. Sé que suena ridículo, pero no pude evitar que a mí también se me humedeciesen los ojos. Desde luego, la estampa debía parecer de lo más patética: los dos sentados en la cama, llorando, mientras mi cámara nos grababa a hurtadillas. Lo que no soy capaz de precisar es si mis lágrimas se debían a la compasión que me inspiraba aquella joven o a la rabia y a la impotencia que sentía en aquel momento. Una sensación de rabia e impotencia que terminaría por alojarse en mi corazón, como un huésped no invitado, durante los meses que pasaría infiltrado en ese mundo, y que terminaría por afectarme psicológicamente, más de lo que había previsto.
—¿Hay mucha gente como tu jefa que se dedique a traer chicas?
—Oh, sí, mucha, mucha. —¿Y todos utilizan el vudú? —Vudú, sí. —¿No se puede hacer algo para romper ese hechizo? —No, no hay. Es vudú, vudú. —Pero a lo mejor otro brujo que tenga más fuerza puede romper ese vudú.
—No hay. —Y el ritual ¿cómo es? ¿Cómo se hace? ¿Lo hicieron en tu casa, en casa de ella ... ?
—No, no, en casa de ella no, en casa de vudú. —¿En casa de vudú? ¿En un templo? —Sí, grande. —¿Ibas sola o iban más chicas? —No, yo, mi madre, su madre... —Cuando ibas allí, ¿no sabías que te iban a hacer vudú? —No, ella coger a mí allí. Es que hay una cosa buena de vudú. Ella no dijo si no pagar matar a ti, ella dijo que era para coger el avión bien, traer suerte...
Con el tiempo yo me convertiría en un experto en brujería africana, asistiría a sus rituales y participaría en ceremonias de vudú absolutamente espeluznantes. Y sólo entonces, y nunca antes, podría comprender el pánico que infligen en las conciencias de las adolescentes traficadas por las mafias, aquellos ritos sangrientos, en los que hasta yo mismo tuve que beber sangre. Sin embargo, eso ocurriría mucho tiempo después. En aquella primera entrevista con Loveth, encerrados en aquel dormitorio de burdel, mi pragmática mente occidental no podría comprender que unas prácticas absurdas y supersticiosas pudiesen apresar de tal forma la voluntad de un ser humano. Cometí el mismo error que otros muchos analistas del crimen organizado, desprecié el inmenso poder de la fe y de la religión, que en este caso es hábilmente utilizado por las redes mafiosas del tráfico de mujeres.
—Pero, joder, Loveth, ¿de verdad te crees que te pueden hacer daño con esa mierda?
—Sí, vudú poderoso. Yo conocer chicas que volver locas por no obedecer vudú. Una hablar sola y tirar todo a la basura, y otra morir.
—Ya. ¿Y piensas seguir así por culpa del vudú? —Pero ahora yo tengo problemas en mi país. Con mi jefa, mi familia...
—¿Pero tú no pagaste tu deuda ya? —No, no todo. Falta. Yo pagar casi 20.000 dólares, faltan 25 más...
—25.000 dólares... —Ahora yo no tengo para pagar... —¿Por eso tienes que seguir trabajando en esto? —Ahí. Yo no quiero trabajar para ella más. No quiero trabajar para ella más. Ése es el problema ahora. Su familia va mi casa, coge a mi familia, y vudú; tu hija no paga para mi hija, matar a tu hija. Matar a mí. Pero mi corazón con Jesús, yo no tengo miedo...
Como me habían explicado Isabel Pisano, Valérie Tasso y los funcionarios policiales a los que había consultado, las chicas vienen a Europa asumiendo una deuda que, como en el caso de Loveth, puede ascender a los 45.000 dólares —unos 8 o 9, millones de pesetas de las de antes—. Aterrorizadas por la amenaza del vudú, trabajarán día y noche para reunir el dinero con el que pagar su deuda. Y para ello serán enviadas a clubes de carretera, pisos particulares o simplemente a trabajar de putas callejeras, controladas a distancia por sus «dueños». Los mafiosos saben que mientras renueven el pánico que sienten las chicas, con nuevas ceremonias de vudú que ya se hacen en los países de destino, como España, éstas no dejarán de trabajar y en ningún momento acudirán a la Policía. En el fondo, esta técnica es mucho más eficiente que las pistolas o las navajas de las mafias rusas o colombianas, porque el mafioso no necesita estar cerca de la joven para amenazarla. El pánico a la brujería no entiende de distancias. Y el traficante puede encontrarse en Italia y tener a sus chicas trabajando en la Casa de Campo de Madrid, sabedor de que ninguna de ellas traicionará su confianza. Todas creen que un hechizo llega mucho más lejos que una bala.
—Supongo que has trabajado en muchos clubes como éste, ¿no? —Sí, muchos. En Italia, Francia... —Es más dura la calle, ¿no? —Muy, muy, muy malo. Matan siempre chicas... —¿Que matan chicas en la calle? —Oh, sí, siempre. La mafia. La jefa manda mafia para matar... —Si no pagas, te pueden matar... —Sí, si no pagas, finito. Ella tiene mucho dinero en mi país, tiene grande casa, coches...
No sé por qué, pero de pronto siento curiosidad por conocer la edad de aquella joven, que instantáneamente ha perdido todo el atractivo sexual que exhibía en el bar del burdel, y ahora me parece más una niña desvalida que una profesional del sexo. Y descubro con horror que es una de las muchas menores importadas por las mafias siendo aún unas niñas, para nutrir los prostíbulos europeos y satisfacer la lujuria de los honrados ciudadanos varones de la unión.
—¿Cuántos años tenías cuando te viniste? —Dieciséis.
—¡Dieciséis años! —Sí. Ahora yo tengo dieciocho. —¿Y hay muchas chicas tan jóvenes que se vengan a trabajar? —Sííí. Dieciséis, dieciocho, veinte... Siento vértigo, asco, impotencia, rabia, frustración. Por un momento, se me va la cabeza y le deseo a Loveth todas las enfermedades venéreas existentes para que al menos pueda contagiar a los hijos de puta capaces de acostarse con una niña de dieciséis años por 30 euros en la Casa de Campo y disfrutar así de una sutil forma de venganza. Aquélla fue mi primera tormenta mental. A partir de esa noche, y a medida que profundizaba en las mafias de la prostitución, toda mi personalidad y mi espíritu serían vapulea dos una y otra vez, hasta pervertirse y convertirme en un individuo resentido y furioso. Estúpido de mí, en ese momento no podía ni imaginar que, menos de un año después, yo mismo sería capaz de negociar la compra de niñas indígenas de trece años para subastar su virginidad en mis supuestos prostíbulos españoles.
Durante un buen rato, Loveth me ilustró sobre aspectos del mundo de la prostitución totalmente desconocidos para mí. Me habló de la vida diaria en los burdeles; de trabajar de noche y dormir durante el resto del día; de las chicas que no aguantan la culpabilidad y terminan enganchadas a la cocaína o a la heroína; de cómo las madames o simplemente los empresarios propietarios de los clubes las estafan, vendiéndoles ropa, carmín o joyas de «todo a cien» al triple de su valor, aprovechándose de su desconocimiento del idioma, de los precios del país, o simplemente de que muchas ni siquiera saben en qué ciudad están y no pueden acceder a los comercios normales...
Charlamos sobre todo lo que ella quiso contarme. Yo todavía era demasiado profano en el tema como para poder hacerle preguntas inteligentes. A pesar de ello, aprendí más en aquella conversación que en todo lo que había leído en los informes técnicos de la Brigada de Extranjería, o de las organizaciones no gubernamentales expertas en inmigración. Quizá porque los ojos de Loveth y sus lágrimas me transmitían mucho más que sus palabras. Ojalá todos los «expertos», y sobre todo «expertas», analistas, eruditos y estudiosos que escriben los libros e informes sobre el mundo de la prostitución que yo me había leído estuviesen sentados en aquella cama con Loveth. Descubrirían otra perspectiva sobre el sexo de pago que no incluyen en sus académicos trabajos. Y lo peor es que aquella rabia salvaje que empezaba a sentir en mi corazón no había hecho más que empezar. Todavía no tenía la menor idea de lo que se esconde tras las mafias de seres humanos...
Justo antes de terminar nuestro tiempo —yo había alquilado a la joven, en teoría, para un servicio básico de media hora—, Loveth me dio una última pista a seguir. En realidad sus palabras eran una súplica. Creía que yo, como hombre blanco con papeles, tal vez pudiese ayudar a una amiga suya, una tal Susy.
—Y hay una chica también, en Murcia. También tiene problemas, como yo. Ella tiene hijo...
—Tiene un hijo? —Sí, un niño. Ella tiene jefe. Ella trabaja en prostitución también. Ella pasó por Marruecos.
—Pero con un hijo es mucho peor, ¿no? —Sí, un hijo, pequeño. Ella tiene jefe, hombre. Pero ella tiene problemas, ella ha dicho si yo ayudar a ella, pero yo no sé cómo...
Fue una estupidez. Imagino que me dejé llevar por el torrente de emociones que me había producido aquella conversación con Loveth, pero le prometí que ayudaría a su amiga. No tenía ni idea de dónde encontrarla, no sabía sus apellidos, ni conocía cuál era su aspecto, pero le di mi palabra de que la auxiliaría. Y lo peor es que Loveth me creyó. Su sonrisa, cuando nos despedimos, me ató a un compromiso para con ella, más sólido que los rituales de vudú que a ella la ataban a sus traficantes. Nos separamos en el vestíbulo y me indicó que yo debía regresar al bar por una puerta y ella por otra. Es la costumbre cuando se ha terminado un servicio con un cliente y se busca inmediatamente a otro.
Según el minutado de la cinta de vídeo, permanecí con Loveth en el dormitorio del prostíbulo 32 minutos y medio. Un tiempo no muy largo, que sin embargo marcaría el rumbo de los próximos meses de mi vida. A pesar de lo que ya llevaba visto, la conversación con aquella niña me había abierto los ojos a un mundo completamente despiadado del que no tenía plena conciencia hasta ese instante. Cuando salí del burdel, involuntariamente, me acordé de Mara, la skingirl que había conocido durante mi investigación anterior. Seguro que si hubiese podido escuchar a Loveth se habría reafirmado en sus postulados racistas. Y yo tendría que darle la razón. Ser blanca es una bendición. Ninguna chica española, como Mara, ha tenido que sufrir las atroces experiencias que viven miles de adolescentes nigerianas. No saben la suerte que tienen.

Wednesday, February 22, 2006

Capitulo 2: El ¿oficio? más antiguo del mundo


El que determine, empleando violencia, intimidación o engaño, o abusando de una situación de superioridad o de necesidad o vulnerabilidad de la víctima, a persona mayor de edad a ejercer la prostitución o a mantenerse en ella, será castigado con las penas de prisión de dos a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses. En la misma pena incurrirá el que se lucre explotando la prostitución de otra persona, aun con el consentimiento de la misma.

Código Penal, art 188, 1

(Modificado según Ley Orgánica 11/2003, de 29 de septiembre)

Lo confieso sin pudor, sabedor del escepticismo con que los lectores varones encajarán esta afinación, pero jamás, antes de iniciar esta investigación, había visitado un local de alterne. Tenía una curiosidad morbosa, es verdad, y en muchas ocasiones, al avistar alguno de estos serrallos a un lado de la carretera, durante mis interminables viajes, había sentido la tentación de entrar a fisgar, pero nunca lo había hecho.
Ni siquiera para tomar una copa o comprar cigarrillos. Sus neones estridentes, sus nombres provocadores, sus aparcamientos atestados de vehículos llamaron muchas veces mi atención, como la de cualquiera, pero jamás se había dado la circunstancia propicia para que entrase en ninguno de ellos. Ahora, sin embargo, conozco casi todos.
Desde que Aspasia, la esposa de Pericles, inventara los prostíbulos ——del latín prostituire: comerciar, traficar— hasta nuestros días, el negocio del sexo ha evolucionado mucho. En el siglo XXI existen millones de Marías Magdalena y de Valerias Mesalina en todo el planeta. Hasta el punto de que, en los ambientes más doctos y eruditos, a las rameras, meretrices, prostitutas, lumis, Wanas, putas, nínfas, golfas, pelanduscas, cortesanas, suripantas, furcias, zorras, busconas y demás chicas de mala vida, se las denomina precisamente con el nombre de esa emperatriz romana, tercera esposa de Claudio 1, conocida por su vida licenciosa y promiscua. Su muerte, degollada por un soldado en el año 48, a los treinta y tres años de edad, refleja perfectamente la vida intensa, vertiginosa y con frecuencia corta, de muchas mesalinas actuales.
Sin embargo, y al margen de estas licencias históricas, yo no sabía nada sobre prostitutas, prostíbulos ni proxenetas, así que, como ocurre en cualquier investigación, primero debería familiarizarme teóricamente con el tema que iba a afrontar. Y como es cierto que no siempre el que va más deprisa llega antes a su objetivo, tenía claro que para acercarme a los mafiosos de la trata de blancas, debía dar un rodeo por las trastiendas de la prostitución. El contacto con ANELA no fue más que un primer paso, un primer aldabonazo para encontrar información; pero evidentemente no era el único. Hace falta llamar a muchas puertas para hacerse una idea, mínimamente aproximada, sobre el gigantesco y complejo mundo de la prostitución y esto probablemente se deba a que a pesar de sus descomunales proporciones, es en definitiva uno de los sectores más excluidos socialmente. Probablemente ningún otro colectivo social, salvo el religioso, haya influido tanto en la historia, y por supuesto, ningún otro ha movido tantas cantidades de dinero como el gremio del sexo profesional. Sin embargo, la colosal hipocresía social en la que nos movemos margina de tal forma este sector de la sociedad, que todavía en el siglo XXI, los varones ocultan el uso que hacen de estos servicios con un empeño tal que sólo es superado por el de las rameras que esconden a sus familiares y vecinos la labor que desempeñan.
Al consultar el término «prostitución» en los dos buscadores más populares de Internet, Google y Yahoo, aparecen 51.900 Y 57.300 entradas respectivamente. Y aunque son demasiadas puertas a las que llamar, yo lo intentaría en muchas de ellas. Desde fuentes policiales hasta ONG dedicadas a la inmigración, pasando por periodistas especializados, asociaciones empresariales, dientes adictos, ex rameras, psicólogos, criminólogos, etc., durante meses estuve dedicado a confeccionar un voluminoso archivo con todo tipo de información sobre el fenómeno de la prostitución y su relación con el crimen organizado.
Todos los expertos coinciden en que puede resultar factible, con un poco de esfuerzo, acceder a los testimonios de las profesionales del sexo, o a sus clientes. Sin embargo, llegar a las redes del crimen organizado, a las mafias del tráfico de seres humanos, era, en opinión de esos mismos especialistas, mucho más complejo y sobre todo peligroso. Quizá porque la mayoría de los traficantes de mujeres al mismo tiempo participan de otras «especialidades» delictivas como el tráfico de armas, el narcotráfico, la falsificación de documentos, la extorsión, el homicidio incluso... «Ten cuidado, éstos primero te pegan un tiro y luego preguntan», fue una de las frases que más veces escucharía en mí peregrinar por comisarías de Policía o cuarteles de la Guardia Civil, en busca de datos objetivos sobre la trata de blancas. De hecho, meses después de iniciar esta infiltración, me vi engarzando en un collar una bala, una 9 mm, que casi me vuela una rodilla. Pero desgraciadamente, a la hora de advertirme sobre los riesgos de esta investigación, nadie supo alertarme sobre el mayor peligro de todos, en definitiva mucho peor que el miedo constante a recibir una paliza o un tiro. Me refiero a los zarpazos letales en el alma que mutilan para siempre tu mente al conocer y convivir con el lado más siniestro y despiadado de la naturaleza humana: la profunda hipocresía social que margina a las samaritanas del amor, mientras continúa exprimiéndolas hasta que sólo son pedazos de carne vacía y reseca; la adicción desesperada de los consumidores del producto, capaces de hipotecar sus vidas y sus conciencias por una nueva dosis de pasión o de un cariño tan falso, de unas caricias tan ficticias y de unos besos tan traidores como los de judas, y sin embargo, tan imprescindibles como la dosis de heroína para las venas del drogadicto; y sobre todo, tantas mentiras, tantos engaños, tantos embustes. En ese profundo pozo oscuro y siniestro que es el mundo de la prostitución, todos mienten. Putas, puteros y proxenetas terminan siendo cofrades en la misma Hermandad de la Santa Patraña.
Ahora sólo puedo sonreír amargamente al leer los anuncios clasificados en cualquier periódico del país, donde supuestas jovencitas de dieciocho añitos, «aunque aparento menos», ofertan «griego», «francés sin» o «cubana», por 30 euros. O al observar, desde cualquier autovía española, los coches apiñados en el aparcamiento de tal o cual lupanar de carretera o al reconocer en las portadas de Cosmopolitan, Man, Interviú o Woman a las prestigiosas y respetables actrices, modelos y presentadoras que yo he visto en los catálogos de rameras de los prostíbulos más lujosos del país.
Si no sintiese una tristeza tan profunda y devastadora, me reiría de todos ellos. De los eruditos contertulios televisivos, de los políticos conservadores que exigen la expulsión de los inmigrantes ¡legales y que resultan ser propietarios de los burdeles que se nutren en un 95 por ciento de chicas extranjeras introducidas en España por las mafias; de los españolitos jóvenes, atractivos y seductores, que tienen que pagar a una fulana porque no tienen valor para compartir con sus novias o esposas sus fantasías sexuales; de los mafiosos del crimen organizado, que se creen genios del delito, situados por encima del bien y del mal, y que fueron burlados por mi cámara oculta; de las prostitutas absorbidas por la espiral del lujo y del dinero, que terminan vendiendo algo más que su cuerpo...
En este viaje hacia el infierno he sentido compasión, lástima, ira, deseo, culpabilidad, frustración, asco, impotencia y por encima de todo, tristeza. Tanta tristeza. Tal vez, si hubiese podido intuir la angustia y la desesperación que iba a experimentar al infiltrarme en este mundo perverso nunca habría iniciado esta investigación.

Crimen organizado y prostitución

El subteniente José Luís C. conoce perfectamente los entresijos del crimen organizado. Es el responsable de muchas de las operaciones de la Guardia Civil que han concluido con la detención de importantes mafiosos y traficantes de mujeres en España, jefe de una unidad de la Policía judicial, fue uno de los primeros en ponerme en antecedentes sobre el mundo en el que pretendía sumergirme.
—¿Infiltrarte en las mafias de la prostitución? ¿Pero tú estás loco?
El subteniente se giró bruscamente en cuanto le hice partícipe de mis intenciones y sacó una pistola semiautomática del cajón de su escritorio, colocándola sobre la mesa, mientras mordisqueaba el cigarro puro, ya reseco, que forma permanentemente parte de su fisonomía.
—¿TÚ tienes una de éstas? Pues ellos tienen muchas. Y ni cámara oculta ni hostias. Si te sacan una de éstas, te puedes ir metiendo tu cámara por el culo, o te la meterán ellos.
En realidad conocía a José Luís desde tiempo atrás, cuando ambos coincidimos en otra investigación que nada tenía que ver con el tema que ahora me ocupaba. Hicimos buenas migas, y al saber que él era el responsable de algunas operaciones de la Guardia Civil contra redes de tráfico de mujeres ucranianas, rumanas o moldavas, decidí pedirle consejo.
—No te cabrees, hombre. Todavía no sé qué es lo que voy a hacer. Sólo te pido ideas. No sé cómo funciona este mundo ni por dónde empezar. Por eso acudo a ti. Tengo algunas pistas que me han dado en Valencia, pero todavía no me siento capaz de hacerme pasar por un traficante de mujeres.
—Pero ¡qué coño te vas a hacer pasar por un traficante con esa pinta! Además, ¿tú sabes cuáles son sus rutas, sus formas de trabajo, cómo introducen a las chicas, cómo las reclutan? ¿Qué sabes tú de las mafias para hacerte pasar por un mafioso? Te van a pegar un tiro.
La verdad es que el guardia civil tenía toda la razón del mundo. Pero al fin y al cabo, para eso estaba yo allí, para que me orientase.
Y me orientó.
—La mayoría de los colombianos, nigerianos, rusos o chinos que están metidos en el negocio de la prostitución también están metidos en otro tipo de delitos. Tráfico de armas, drogas, secuestro, extorsión, asesinato... ¿Cómo pensabas entrar? No te imagino haciéndote pasar por sicario colombiano o por narcotraficante, para establecer un contacto con ellos...
En aquel momento, y en aquel despacho, ninguno de los dos podíamos imaginarnos que meses más tarde volveríamos a reunirnos para ver la cinta en la que me hacía pasar por un traficante de drogas, con el fin de negociar con otro narco mexicano la compra de niñas vírgenes de trece y catorce años, de Chíapas, para unos prostíbulos ficticios que yo alegaba tener en España. Aquella cinta hizo que el policía tuviese que retractarse y reconocer que yo podía hacerme pasar por lo que hiciese falta... Pero aún faltaba mucho tiempo para eso, y el veterano policía continuó con sus paternales consejos, que constituyeron una enorme ayuda para mi investigación.
—Lo más fácil es que entres en ese mundo a través de ellas, de las chicas. Si consigues ganarte su confianza tal vez te presenten a sus dueños y puedas llegar a tratar con ellos, pero yo lo veo muy jodido. Y muy arriesgado. Mira, hay colombianos que te rajan el cuello por 50.000 pesetas. Hay africanos, con unas trancas así de gordas, que te pueden hacer cantar hasta la Traviata si sospechan de ti. Y de los rusos ni te cuento. Muchos de ellos son ex miembros del KGB que, después de la caída del muro de Berlín, se encontraron en paro y descubrieron que con el crimen organizado ganan mucho más dinero que con el espionaje, así que imagínate lo que nos cuesta a nosotros trincarlos. ¿Cómo te vas a meter tú ahí?
Y aunque no le faltaba razón, no tardó en darse cuenta de que estaba dispuesto a llevar adelante la investigación con su ayuda o sin ella. Y como creo que en el fondo me aprecia, a pesar de que nunca sonría ——quizá por tener que mantener su eterna colilla de puro colgando en la comisura de los labios—, al fin me brindó su ayuda. A él debo el haber podido acceder a algunos de los testimonios más salvajes y brutales que pude recopilar en el mundo de la prostitucíón, como es, por ejemplo, el caso de Nadia.
A la hora de escribir estas líneas, Nadia tiene ya veintiún años y se encuentra en otro país europeo —que no mencionaré por razones obvias—, lejos de la mafia que la secuestró en Chisinau (Moldavia), cuando sólo tenía diecisiete y era aún una estudiante. Sin duda muchos madrileños, incluso quizá alguno de los lectores de este libro, tuvieron la oportunidad de gozar de su cuerpo adolescente, por apenas 5.000 pesetas, en algunos de los locales de alterne en que se vio forzada a ejercer la prostitución en Madrid y Majadahonda. Tal vez si algunos de esos clientes supiesen el atroz infierno que tuvo que vivir esa niña antes de llegar a sus brazos, por 30 euros el polvo, no habrían tenido el valor de mantener relaciones sexuales con ella o se les habría cortado la erección. Sobre todo si supieran que Nadia apenas vería ni un céntimo del fruto de su «trabajo» —léase tortura—, puesto que inmediatamente era interceptado por Valentino Cucoara, alias Tarzán. Este hombre, nacido el día 4 de octubre de 1971 en Moldavia, hijo de Constantino y María, era el encargado de controlar a las chicas en España, y se ocupaba de recoger el dinero que sus «guarrillas» recaudaban en los clubes pertenecientes a la cadena Mundo Fantástico, de manos del responsable de los locales, Juan Carlos M. V., uno de esos «honrados empresarios españoles, empeñados en dignificar el “oficio” más antiguo del mundo». En su declaración policial, el señor M. V. insiste en que desconocía que las hermosas adolescentes moldavas, como Nadia, realizasen su «trabajo» bajo ningún tipo de presión mafiosa. Al parecer, suponía que aquellas jóvenes, que apenas habían cumplido la mayoría de edad, se dedicaban a chupar pollas y a dejarse follar por españoles de diecisiete a sesenta años por pura vocación profesional. El mismo argumento que mantienen los honorables empresarios de ANELA.
Toda la operación policial recibió el nombre de «Atila» debido al origen del cabecilla de la mafia, Petru Arcan. Este peligroso traficante de mujeres había nacido en Moldavia, muy cerca del río Dniester, en la hoy autoproclamada República del Dniester o Transnistria, de donde, en el siglo V, procedían varias legiones de los hunos comandados por el conquistador Atila, hasta su muerte en el 453. Dicha operación, comandada por el subteniente, concluyó con numerosas detenciones y, lo que es más importante, con la liberación de ocho mujeres secuestradas por la red mafiosa, dos de las cuales trabajaban en el conocido club Joy de Majadahonda. Señalo intencionadamente el local por si a sus clientes habituales se les indigesta el polvo del próximo sábado noche.
Pero creo que lo mejor es acceder directamente al testimonio de Nadia. Ella podrá, mucho mejor que yo, explicar a los asiduos de los prostíbulos madrileños y a los «altruistas» empresarios que los regentan cómo llegó a España. Ésta es la trascripción literal de su brutal relato. El particular descenso a los inflemos, la Divina «Tragedia» que tuvo que sufrir una moldava de diecisiete años.

Una testigo del infierno

«Yo tenía diecisiete años cuando fui secuestrada por primera vez por la red que desde Moldavia dirige Dimitri Saníson y Anatolie Rusu, quienes me enviaron a Turquía a trabajar como prostituta. Dimitri me amenazaba con matar a mi familia ante la más mínima rebelión. En Turquía nos controlaba Sveta, la esposa de Dimitri. Ella era la encargada de recaudar el dinero que nosotras ganábamos para enviárselo a su marido a Moldavia. El transporte en avión lo hacía alguna de las chicas. El dinero viajaba oculto en un preservativo, que era introducido en la vagina de la encargada de transportarlo. Recuerdo que, una vez, el preservativo con el dinero abultaba tanto que a la chica no le cabía en la vagina. Entre las demás compañeras tuvimos que aplicarle vaselina, hasta que logramos introducírselo y tardamos horas en conseguirlo.
»En cierta ocasión, yo viajaba en autobús desde Moldavia hasta Turquía enviada por Dimitri. Como siempre, con la amenaza de éste de matar a mi familia si no le obedecía. Al intentar cruzar la frontera de Bulgaria con Turquía, las autoridades turcas no me permitieron pasar. Decidí regresar a Moldavia y decirle a Dimitri lo que había ocurrido. Mientras esperaba un autobús que me llevara de vuelta a casa, acompañada de otra chica moldava de veintitrés años que también había sido secuestrada por Dimitri, se aproximó a nosotras un vehículo en el que iban tres hombres; luego supe que dos de ellos eran ucranianos y el otro búlgaro. Al ver cómo ellos cogían a la otra chica del pelo y la introducían en el vehículo, yo salí corriendo pero me alcanzaron. Había mucha gente mirando y nadie hizo nada por evitar que nos cogieran. Me forzaron a subir al automóvil y, como yo me resistía, uno de ellos sacó una jeringuilla y quiso inyectarme algo en el brazo. Yo forcejeé con él y le rompí la jeringuilla, pero consiguieron inmovilizarme.
»Después de una hora de camino, nos detuvimos en un pueblo de Bulgaria. No sé cuál, porque ellos impedían que mirásemos los carteles de la carretera. Entramos en una casa con un restaurante. A mí me condujeron a un sótano donde había una habitación y cerraron por fuera con llave. Estuve siete días durmiendo en una cama sin sábanas. Sólo salía de allí cuando pedía ir al servicio, y siempre conducida por uno de mis raptores. A los ocho días, nos obligaron a lavamos, a peinarnos y a pintamos la cara. Nos esperaba un gitano. Era un hombre bajo, gordo, de unos cuarenta y cinco años, que, según pude ver, era propietario de varios prostíbulos; compraba mujeres secuestradas y las vendía al mejor postor. El gitano gordo me dijo que yo tenía que trabajar en uno de sus clubes y acostarme con, al menos, cincuenta hombres al día. El horario de «trabajo» empezaba a las 11 de la mañana y terminaba cuando yo me acostara con el último de los cincuenta. Así tenía que estar dos meses, durante los cuales el dinero que ganara era para el gitano. Después de estos dos meses, el dinero lo repartiría conmigo al 5o por ciento, pero me dijo que el total del dinero siempre lo iba a guardar él. Yo le dije que no podía hacer aquello. Él al final decidió venderme al propietario de uno de los clubes en Creta (Grecia).
»Me trasladaron a otra casa. Allí había otras ocho secuestradas, una de ellas de diecisiete años y otra de diecinueve, madre de dos hijos. Tres días después nos facilitaron una camisa, unas zapatillas y dos latas de conservas. Estuvimos poco allí, porque en seguida nos llevaron, cruzando montes durante dos días, hasta Grecia. En aquel viaje nos acompañaba un búlgaro alto, flaco, de veinticinco años, que se inyectaba heroína cada poco rato. En Grecia nos recogió un hombre alto, rubio, de treinta y cinco o cuarenta años, que nos llevó en coche hasta Salónica. Era el propietario de unos clubes de alterne en la isla de Creta. Había pagado 35.000 marcos alemanes —16.828 euros— al gitano por cada una de nosotras. El gitano nos había mostrado a todas y el búlgaro nos eligió a otras dos chicas y a mí. Por el camino supimos que nos había comprado billetes de avión con nombre falso. En el aeropuerto, cuando ya habíamos pasado el control policial para embarcar, yo salí corriendo y me agarré al brazo de un policía de servicio. Le grité que me habían secuestrado, que me llevaban a la fuerza a Creta, que otras dos chicas, al igual que yo, viajaban en el avión que yo iba a tomar. Los policías las detuvieron y nos trasladaron a una comisaría y después nos metieron a las tres en la cárcel durante 7 días, para deportarnos después a nuestro país.
»La Policía griega me pagó el billete de tren hasta Sofia y desde allí a Bucarest tenía que pagármelo yo, que no tenía ni un duro. En aquel tren era peligroso viajar porque en una de las paradas a veces subían rusos, albaneses o búlgaros y se llevaban a todas las mujeres jóvenes que viajaban, aunque fueran acompañadas de sus maridos o sus padres. Los mafiosos pagaban u obligaban bajo amenaza de muerte— a los maquinistas del tren para que parasen el convoy donde ellos quisieran, aunque no hubiera estación. A los hombres que viajan con las mujeres, si oponen resistencia, les ponen pistolas o cuchillos en el cuello, o los matan directamente. Aquella vez ocurrió. El tren se paró en medio del campo y cuando los negreros entraron, una señora mayor que viajaba con su marido en mi mismo vagón me dijo que me escondiera en una abertura que había bajo los asientos, en el suelo. Así lo hice y así me pude salvar de otro secuestro. De las casi So mujeres jóvenes que iban en el tren, sólo yo llegué a Sofia.
»Pero cuando llegué a la estación de Chisinau ——capital de Moldavia— me estaba esperando Dimitri. A los dos días nuevamente iba en avión, esta vez camino de Turquía. Poco después, Dimitri, al comprobar que en Turquía no recaudaba suficiente dinero, decidió enviamos a España a trabajar como prostitutas o bailarinas de striptease.
»Llegamos a Madrid con pasaportes polacos falsos. Los hombres de Dimitri que nos esperaban nos llevaron a vivir a un piso del número 22 de la calle Federico Grases, en el barrio de Carabanchel de Madrid. De allí salíamos cada día a trabajar hasta la extenuación para esta gente. Además de explotamos a nosotras, un día Dimitri Samson tuvo la idea de montar en Madrid una agencia matrimonial para vender mujeres moldavas a cuatro millones por cabeza. Esas mujeres, una vez casadas, tendrían que separarse de sus maridos españoles y exigirles una pensión de 100.000 pesetas mensuales, dinero que, lógicamente, tendrían que entregar a la red. En el plan de Dimitri, esas mismas mujeres se utilizarían después para nuevos matrimonios y nuevas separaciones. Al final no lo ha podido llevar a cabo.
»En Turquía y en Moldavia, dos mafiosos de Dimitri, un moldavo llamado Pavel y un ucraniano al que conocíamos por Iván, eran los encargados de propinamos terribles palizas si no obedecíamos sin rechistar las órdenes de Dimitri. Es más, en Turquía, a Sveta, la mujer de Dimitri, a la hora de controlamos, le ayudaba la esposa de Iván, una tal Tamara. Aquí en España, el encargado de vigilarnos era otro moldavo. Se Dama Valentín Cucoara. Durante el camino en automóvil de Moldavia a España, Dimitri nos describía a Valentín como un buen tipo, pero nos advirtió que era capaz de destrozar a una persona cuando se enfurecía. En Moldavia había trabajado como matón a sueldo de algunos mafiosos dando palizas a los que no se sometían a la disciplina de los delincuentes. En Madrid pronto supimos cómo era Valentín Cucoara. Nos pegaba, nos violaba y se quedaba con el dinero que ganábamos nosotras para enviarlo después a Moldavia, a la organización. Era un hombre muy violento, que maltrataba y violaba sistemáticamente. Algunas chicas se acostaban con él a cambio de que les permitiera quedarse con un poco de dinero del que ganábamos, aunque sólo fuera para comprar tabaco.
»Un día, Valentín me sorprendió haciendo averiguaciones sobre Dimitri. Se puso como una furia. Me sacó del piso de Carabanchel y me llevó a un descampado. Allí me puso de rodillas y sacó una pistola. Creía que me iba a matar, pero empezó a darme golpes con ella por todo el cuerpo. Estuvo mucho rato pegándome sin piedad. Volví a Carabanchel con todo el cuerpo lleno de moretones. Valentín dio orden e instrucciones a los dueños de las salas de strip—tease donde trabajábamos para que no nos dieran ni un día libre, así podía mandar más dinero a Dimitri y Anatolie. Seguro que en Chisinau estarían contentos con él ... »
Esto es parte del testimonio de Nadia. Y lo más atroz es que no es una excepción. Yo mismo, durante todos los meses que permanecí sumido en el mundo de las mafias de la prostitución, conocí a docenas, quizá centenares de prostitutas rumanas, colombianas, nigerianas, brasileñas, ucranianas, dominicanas, polacas, senegalesas, rusas, etc. que habían sufrido periplos similares. Cualquiera de las chicas que ejerce la prostitución en la Casa de Campo de Madrid, en el Raval de Barcelona, en El Grao de Valencia, en El Pombal de Santiago, o en los sofisticados clubes de carretera de Marbella, Bilbao o Sevilla, tiene una brutal historia personal detrás. Y, por supuesto, incluyo a todas las prostitutas que trabajan en todos los locales con placa o sin placa de ANELA— Le guste a los neonazis o no.

Toni Salas, de profesión proxeneta

A medida que me acercaba a las mafias del tráfico de mujeres, la inquietud que me habían inspirado los cabezas rapadas se iba haciendo cada vez más insignificante. Comparados con los traficantes de mujeres, los skinheads son una pandilla de angelitos, fácilmente manipulables. Es evidente que si los neonazis me hubiesen descubierto grabándoles con una cámara oculta, habría tenido que soportar una brutal agresión, pero al lado de un calibre 38, las botas, los puños americanos o los bates de béisbol de los cabezas rapadas me parecían inocentes juguetes. Por eso sabía que debía esforzarme mucho más en conocer a fondo el mundo del crimen organizado antes de intentar introducirme en él. Y debo reconocer que dos mujeres me ayudaron mucho a familiarizarme con el mundo de la prostitución: Isabel Pisano, autora de Yo puta, y Valérie Tasso, autora de Diario de una ninfómana. Ambos textos son fundamentales para comprender a las profesionales del sexo.
Me reuní con Isabel Pisano en un lujoso apartamento de la Plaza de España de Madrid. Desde aquel ático se puede gozar de una panorámica extraordinaria de la capital. Desde tan alto resultan también lejanos los dramas humanos que se encierran en los corazones de las chicas que patrullan, día y noche, la calle de la Montera, la Gran Vía, o la Casa de Campo de Madrid, en busca del hombre que pague un puñado de euros por irse a la cama.
Antes de acudir a la cita me empollé a fondo el Yo puta, y creo que a la Pisano le gustó ver que mi ejemplar estaba lleno de párrafos subrayados y anotaciones en los márgenes. Isabel, como yo, utiliza los libros a fondo, los exprime, los usa como una herramienta de trabajo y no como un mero elemento decorativo en la estantería.
Cuando nos reunimos, la famosa periodista, viuda de Waldo de los Ríos, acababa de regresar de Nigeria, tras realizar un reportaje para la revista Marie Claire —publicado en el número de mayo del 2002 sobre Safiya Husseini Tungar—Tudu. Safiya es la mujer condenada a morir lapidada por haber cometido un terrible crimen contra la ley coránica nigeriana. Osaba seguir viva después de haber sido violada. Además la Pisano trabajaba en esos momentos en su futuro libro, tan audaz como temerario, en tomo a la oscura trastienda del 11—S: La sospecha. Un libro, como toda la obra de Pisano, fundamental. Y debo agradecerle que se tomase un respiro de su nuevo trabajo, para volver a repasar conmigo sus investigaciones en el mundo del sexo profesional.
Toda la información que me facilitó, así como los contactos y consejos con que me obsequió, fueron imprescindibles para poder salir airoso en los contactos que luego llegué a tener con alguna de las mafias africanas que operan en España.
—Las mafias nigerianas, junto con las mafias eslavas, croatas y de Kosovo, son las peores, porque son capaces de decapitar, de mutilar, de hacer desaparecer... y de las niñas ya no se vuelve a saber más. 0 sea, la vida de una cría de éstas no vale nada. Es de repente un cuerpo desmembrado en la morgue. No tiene nombre, ni cabeza, ni huellas digitales, ni nada. Es alguien que se va sin una oración, sin una flor, de la peor de las maneras. Y normalmente en plena juventud...
Estas palabras de Isabel Pisano, que transcribo literalmente del minutado de la cinta, se incrustarían en mi mente, y volverían a aflorar una y otra vez desde el inconsciente, a medida que me hundía, cada vez más y más, en los submundos del tráfico de mujeres;

«... un cuerpo desmembrado en la morgue...
alguien que se va sin una oración, sin una flor ... ».

Barcelona, Belaqua, 2003.


En nuestra entrevista, la autora de Yo puta me habló de muchas de las meretrices que había conocido durante su investigación, pero de entre todas ellas había una de la que me hablaba con un cariño especial. Se trataba de una prostituta de lujo de origen francés, afincada en Barcelona, con la que había estrechado grandes vínculos afectivos años atrás. Llegó a insistirla una y otra vez para que escribiese su historia y la diese a conocer. Esa mujer es Valérie Tasso, y a la insistencia de Isabel Pisano se debió, en buena medida, la publicación años después de Diario de una ninfómana.
Mi primer encuentro con Valérie Tasso se produjo en un céntrico apartamento de Barcelona. Allí descubrí a una mujer extraordinariamente inteligente, sofisticada y atractiva. Políglota, doctoranda universitaria y alta ejecutiva de empresa, nada más alejado de la imagen que se supone propia de una cortesana.
Al principio se había mostrado muy reacia a recibirme, pero me bastó mencionar el nombre de Isabel Pisano para que accediese a la reunión. Sin embargo pude detectar su desconfianza cuando le expliqué el objeto de mi visita y mi intención de introducirme en las mafias de la prostitución.
Nuestra primera entrevista no resultó demasiado productiva. Por un lado comprendía su desconfianza, pero reconozco que me sentí un poco frustrado. Valérie había sido una prostituta de lujo y conocía, desde dentro, el mundo en el que yo deseaba introducirme. Sin embargo, cuando tiempo después, tras la lectura de su libro, pude conocer su historia personal, las cosas cambiaron. En aquellas páginas se encontraban muchas pistas y datos de los que ella no había querido hablar en nuestro primer encuentro. Y el caso era que la mayoría de las cosas que la francesa apuntaba entre sus textos me resultaban familiares. De hecho, me parecía que las había leído en algún sitio antes, así que me sumergí en mis archivos, que iba engrosando de un modo alarmante, y repasé una y otra vez los miles de artículos de prensa, dossieres e informes sobre el mundo de la prostitución que iba apilando en mi casa. Y por fin apareció. Estúpido de mí, tendría que haber buscado en primer lugar en el sitio más obvio: el libro Yo puta de Isabel Pisano.
La Pisano le había cambiado el nombre, la nacionalidad y todos los rasgos personales que pudiesen identificar a Valérie Tasso, pero sin duda era ella. Entre las páginas 55 y 82 de Yo puta, la ex de Waldo de los Ríos relata la historia de Carlotta, supuesta aristócrata italiana de veintitrés años, que trabajaba en un burdel de lujo de Barcelona cuando fue entrevistada por Isabel. Ni italiana, ni aristócrata, ni Carlotta, pero las cosas que narraba aquella meretriz eran las mismas que, mucho más desarrolladas, relata Valérie Tasso en su libro. Inmediatamente envié un e—mail a la autora de Diario de una ninfómana preguntándole si mi intuición era correcta. Y touché. Valérie no sólo reconoció que ella era la Carlotta de Yo puta, sino que se sentía entusiasmada porque alguien hubiese leído su libro «con tanto interés y perspicacia» como para darse cuenta de que ella y la aristócrata italiana eran la misma persona. Así que volví a Barcelona, y esta vez cambió tanto la actitud de Valérie Tasso, que a partir de entonces, en todos los encuentros que se siguieron, me facilitó informaciones valiosísimas para conocer y comprender a las prostitutas. Aprendí a humanizarlas y a encontrar un camino accesible hacia ellas, hasta llegar a convertirse en cómplices inconscientes de mi investigación. Quiero dejar claro que ninguna de ellas supo que yo era un infiltrado y nunca colaboraron voluntariamente en este trabajo, de lo contrario serían contundentemente castigadas por sus proxenetas. De hecho, una de las razones por las que mi identidad continuará oculta es precisamente ésta, la de impedir que los proxenetas puedan identificarme con el supuesto mafioso que charlaba tanto con sus rameras. Y, por si eso pudiese llegar a ocurrir, es importante que afirme enérgicamente que yo soy el único responsable de esta investigación y de las indagaciones policiales, detenciones y procesamiento de varios traficantes de mujeres que ha originado mi trabajo. Ninguna de las meretrices que me facilitaron información lo hizo conscientemente.
Aunque para esas diligencias y detenciones, todavía tendrían que transcurrir muchos meses. Antes debería conocer mucho mejor, no sólo la psicología de las profesionales del sexo, sino de todos los elementos que confluyen en torno al mundo de la prostitución como son los propietarios de clubes, camareros y vigilantes de los burdeles; los proveedores de preservativos, lubricantes y otros elementos para los locales; los abogados, ONG y hasta videntes que se lucran de la candidez de las rameras; los mafiosos, proxenetas y traficantes; los taxistas, recepcionistas de hotel o camareros de restaurante que se llevan una comisión aconsejando a sus dientes a qué burdeles pueden acudir; los productores y editores de porno; los diseñadores de páginas web; los telefonistas eróticos... El negocio del sexo de pago es un gigantesco iceberg, de colosales dimensiones, en el que las prostitutas no son más que un insignificante pedazo de hielo que aflora sobre la superficie.
Y quienes mejor lo saben son las organizaciones humanitarias que se ocupan de ayudar a las víctimas del negocio del sexo, la mayoría inmigrantes ilegales, como las que supuestamente los skins de España querían expulsar del barrio valenciano de Russafa, pero que en realidad terminaban trabajando en los locales de ANELA.
Organizaciones como ALECRIN en Galicia, APRAMP, ETAIRA, o las oblatas en Madrid, o AMNOT en Valencia, esta última, dirigida por la entrañable ex prostituta Paquita de Lucas, erigida como enemiga incondicional de José Luís Roberto y lo que ANELA representa. A todas esas organizaciones humanitarias debo también muchos de los contactos y formación iniciales, para convertir a Toni Salas en un convincente traficante de mujeres. Y sobre todo la posibilidad de conocer a algunas de las personas que, de una forma u otra, han sido cruciales en esta investigación.
Otros fueron apareciendo en mi camino de forma aleatoria, como Jesús o Paulino, en Cataluña y Galicia respectivamente. Dos consecuentes y consumados consumidores, puteros compulsivos con años de experiencia, que me abrieron las puertas de los puticlubs de toda España y parte de Portugal. 0 personajes como Manuel, el adinerado empresario barcelonés que me permitiría acceder a las agencias de lujo donde ejercen como prostitutas conocidas presentadoras, actrices y modelos. O Juan, colaborador de los Servicios de Información, que me mostraría la desconocida relación entre las prostitutas y el mundo del espionaje. 0 Rafael, santero cubano, habitualmente consultado por las rameras africanas, obsesionadas con los poderes mágicos de los mafiosos, que me iniciaría en la dimensión menos conocida de los traficantes de mujeres.
Todos ellos contribuirían, en mayor o menor medida, a convertirme en un convincente chulo y traficante. Lo suficientemente convincente como para intentar acercarme hasta los verdaderos mafiosos, que en la España del siglo XXI compran y venden mujeres, o niñas, para nutrir de carne fresca los burdeles, donde los respetables ciudadanos de la Europa del euro intentan satisfacer todas sus fantasías y perversiones.

Monday, February 06, 2006

Capítulo 1: Nazis versus proxenetas

Son punibles las asociaciones ilícitas, teniendo tal consideración: las que promuevan la discriminación, el odio o la violencia contra personas, grupos o asociaciones por razón de su ideología, religión o creencias, la pertenencia de sus miembros o de alguno de ellos a una etnia, raza o nación, su sexo, orientación sexual, situación familiar, enfermedad o minusvalía, o inciten a ello.

Código Penal, art. 515, 5.

Llegué a Valencia siguiendo la pista de un insólito colectivo empresarial. Los propietarios de burdeles, lupanares y prostíbulos de toda España se habían asociado en tomo a la iniciativa de un abogado valenciano con el fin de dignificar y sacar de la marginación social al «oficio» más antiguo del mundo. Porque así consideran los propietarios de ramerías a la prostitución: un trabajo como otro cualquiera. Yo disiento.
Pero mi visita a la patria de las fallas y la paella no podía ser menos oportuna. Mientras aguardaba a que el recepcionista del hotel completase mi registro, me entretenía hojeando el ejemplar de El Mundo que se encontraba a disposición de los huéspedes sobre el mostrador, y un elocuente titular acaparó toda mi atención: «El acto de España2000 contra la inmigración reúne a un centenar de skins en Russafa». Se me congeló la sangre en las venas.
Inmediatamente reclamé al recepcionista algún periódico local que pudiese ampliarme la información de El Mundo. Me entregó un ejemplar de Las Provincias, y en la página 26 de dicho diario me encontré con una inquietante fotografía, ilustrando otra noticia sobre la manifestación fascista de que hablaba El Mundo. Un numeroso grupo de ultraderechistas, entre los que destacaban algunos de mis viejos camaradas skinheads, protagonizaba una manifestación en contra de la inmigración, convocada por el partido político de extrema derecha España2000. En la imagen, y bajo una pancarta con la elocuente leyenda de «Los españoles primero», varios jóvenes lucían cruces célticas y cazadoras bomber, mientras exigían la expulsión inmediata de todos los inmigrantes ¡legales. Los folletos impresos por España2000 lucían las mismas consignas que todos los grupos neonazis con los que yo había convivido durante un año:
«Limpiemos Valencia. No a la droga, no a la delincuencia, no a la inmigración ilegal». Naturalmente, y como era de esperar, se produjeron disturbios, y varios cabezas rapadas agredieron a vecinos del barrio de Russafa, de origen magrebí. Y viceversa. Los eslóganes que yo mismo había coreado en otras manifestaciones similares: «La inmigración destruye tu nación», «sieg heil, sieg heil», etc., habían sonado en las calles de Russafa ese fin de semana. Y las banderas preconstitucionales, los emblemas de las SS, las esvásticas e incluso los símbolos de «Blood or Honour» habían sido inmortalizados por los fotógrafos de prensa.
No era la primera ni la última vez que los ultras se manifestaban en Russafa. Antes incluso de que España2000 ingresase en el registro de Partidos Políticos del Ministerio del Interior, el 17 de julio de 2002, ya habían organizado varios actos de provocación como aquél. El 2 de marzo de ese mismo año, según consta en mis archivos, España2000 ya había desarrollado una manifestación similar, encabezada por varios dirigentes de Democracia Nacional (DN), la Alternativa por la Unidad Nacional (AUN) de Ynestrillas, el Movimiento Social Republicano (MSR) y hasta por Alain Lavarde, representante en España de lean Marie Le Pen, y responsable de los contactos mantenidos por el ultra francés y sus correligionarios españoles.
El mismo Le Pen viajaría a Valencia para mantener una entrevista personal con los dirigentes de España2000, partido que desde el año 2002 ha ido aglutinando a la nueva extrema derecha española, puesto que sus filas se habían visto engrosadas por muchos de los veteranos ultras de AUN, Falange, Democracia Nacional, y por supuesto, con la mayoría de los radicales Yomus, hinchas ultras del Valencia Club de Fútbol.
Confieso que aquellas cruces célticas, aquellos cráneos rapados y aquellas cazadoras bomber, inmortalizadas en las páginas de Las Provincias y El Mundo, me trajeron muchos recuerdos y un atisbo de inquietud. Desde luego no podía haber llegado en momento más inoportuno. «Sólo me falta —pensé— que Tiger88 se encuentre, sin quererlo, en plena manifestación ultraderechista.» A los skinheads valencianos les encantaría saber que, justo ese día, el autor del Diario de un skin se encontraba en su ciudad. Y entonces, para acabar de arreglarlo, sonó el teléfono. Al otro lado del auricular Belén, mi editora de Temas de Hoy, me alertaba sobre un nuevo contratiempo.
—Toni, ¿has visto hoy el periódico? —No. Acabo de llegar ahora mismo a Valencia y estaba registrándome en el hotel. No te lo vas a creer, pero me he encontrado con una manifestación ultraderechista aquí, y esto está lleno de skinheads.
Belén se quedó callada un instante, como si estuviese buscando la forma más diplomática de darme una mala noticia.
—Consigue el periódico. Sale una foto tuya y creo que te pueden reconocer. Así que, por favor, ten mucho cuidado.
Las desgracias no viajan solas. Ya era mala suerte que mi visita a Valencia coincidiese con una manifestación llena de neonazis llegados desde toda España para apoyar a sus camaradas, pero que encima, y justo ese mismo día mi foto, aunque en medio de otros skinheads, apareciese en un periódico nacional, era el colmo. En el hotel no les quedaban periódicos y tuve que acudir a un quiosco para comprobar, con profunda inquietud, que la advertencia de mi editora era exacta. El trayecto de regreso, desde el quiosco hasta el hotel, fue toda una crisis paranoide. Imaginaba Valencia repleta de skinheads llegados desde otras ciudades para apoyar la manifestación de España2000, y que sin duda se habrían quedado a pasar el fin de semana con sus camaradas. Lo sé porque yo había participado en manifestaciones como aquélla y sabía que era muy probable que todavía permaneciesen en la ciudad los neonazis llegados de fuera. Por esa razón, al girar cada esquina contenía la respiración, con los cinco sentidos alerta por si me encontraba de frente con un grupo de cabezas rapadas. He de confesar que el corazón me daba un brinco cada vez que me cruzaba con un hombre calvo. Afortunadamente no hubo más sobresaltos hasta el hotel, a pesar de llegar a la conclusión de que la alopecia es un mal creciente entre la población masculina española...
Antes de volver a mi alojamiento conseguí unas tijeras y una maquinilla de afeitar. En el baño de mi habitación procedí a cortarme el pelo y la barba yo mismo, dejándome un pintoresco bigote, y un lamentable peinado. Pocos minutos después tenía un aspecto francamente ridículo, pero la estética me preocupaba mucho menos, en aquel momento, que la posibilidad de que alguien pudiese reconocerme en la fotografía de Tiger88 publicada en el semanario. En ese momento no podía ni imaginarme que aquel improvisado cambio de imagen probablemente me salvaría de una situación francamente comprometida, S610 24 horas después.
A la mañana siguiente me levanté temprano, aunque no tenía establecida mi cita con el fundador y secretario general de ANELA hasta el mediodía de ese lunes. Las pesadillas de aquella noche no me habían permitido descansar y me encontré despierto, empapado en sudor, casi al amanecer. Como en tantas otras noches de angustia, en sueños aparecía una jauría de lobos arios que me perseguía hasta darme alcance y despedazarme. Mi amigo Virgilio ya me había advertido que lo peor de una infiltración no son los individuos demoníacos con los que tendría que convivir durante el día a día, sino los demonios agazapados en mi mente, con los que tendría que enfrentarme cada noche. Y Virgi sabía de lo que hablaba por experiencia.
Como no podía conciliar el sueño, me duché y bajé a desayunar cuando todavía no se había abierto el comedor del hotel. Afortunadamente, la encargada se apiadó de mis ojeras, y dado que era el único diente en pie, hizo una excepción y adelantó unos minutos el servicio de restaurante para conseguirme un café bien cargado y unos bollos.
Mientras me «chutaba» una dosis de cafeína intenté exorcizar de mi mente a los skins, concentrándome en el estudio de la documentación que había recogido sobre el mundo de la prostitución en la página web de ANELA. Al fin y al cabo había viajado hasta Valencia para intentar infiltrarme en las mafias internacionales de la trata de blancas, y no para nada que tuviera que ver con los neonazis. Estúpido de mí, qué temeraria es la ignorancia.
ANELA, o lo que es lo mismo, la Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne, era una agrupación completamente pionera en el ámbito de la prostitución. Reunía a los propietarios de burdeles de toda España y, si no andaba equivocado, podría ser una excelente puerta de acceso para familiarizarme con el mundo de la prostitución, o incluso para intentar acceder a los proxenetas.
Según la información recogida en su página web, ANELA llevaba casi tres años funcionando. En este tiempo, docenas y docenas de burdeles habían ingresado en tan insólita confederación del vicio y el sexo de pago. Su archivo de prensa, que me había bajado de la red al disco duro del ordenador portátil, aportaba una infinidad de datos interesantes sobre un mundo tan morboso y fascinante como desconocido para mí. Pero ni siquiera en su archivo pude obtener cifras precisas sobre el número de mujeres y niñas que ejercen la prostitución en España, puesto que, según todas las fuentes oficiales que consulté durante la investigación, parecía rondar entre trescientas mil y seiscientas mil.
Tampoco encontré el número exacto de los miles de prostíbulos que existen en nuestro país. Ni siquiera la cantidad de mafias, grupos de crimen organizado y bandas de delincuentes transnacionales que nutren a esos burdeles de carne joven y fresca para saciar el apetito sexual de los varones españoles... No hay cifras. Sin embargo, la sordidez, crueldad, asco y mierda que se derrama de los titulares de prensa archivados en la sección de hemeroteca de www.anela.com contrasta con la esmerada apariencia de modernidad, legalidad y elocuencia del resto de la página web. En principio, ANELA es simplemente una «asociación de empresarios que se dedican a trabajar honradamente en el campo de los servicios y la hostelería». Aunque en realidad, lo pinten como lo pinten, su negocio sea el de explotar la belleza de las mujeres, mientras la desesperación, las drogas o la culpabilidad no terminen por destruirlas.
No me gustan los chulos, ni los proxenetas, ni los puteros, ni tampoco los «honrados empresarios que quieren dignificar el ,,oficio” más antiguo del mundo». Confieso que a prior¡, y sin ninguna razón justificable, me caen mal. Sin embargo reconozco que José Luís Roberto Navarro, fundador de ANELA, estuvo muy amable conmigo cuando hablé con él desde Tenerife dos días antes. Por teléfono parecía un tipo cordial y dispuesto a colaborar. Sin embargo, y por pura precaución, para conseguir la entrevista le di un nombre falso y me hice pasar por el representante de una ONG dedicada a trabajar con inmigrantes que ejercían la prostitución. Mi ficticia ONG pretendía elaborar un informe sobre la situación del tráfico de mujeres en España, y por esa razón quería conocer la asociación fundada por Roberto. Me citó en su despacho del número 4 del Pasaje de Rusafa, sede de Levantina de Seguridad, una importante empresa que nutre de guardas, escoltas, porteros de discoteca, vigilantes jurados y demás profesionales de la seguridad, a pubs, discotecas y locales de alterne de toda la región. José Luís Roberto es el director de dicha empresa.
Justo antes de llegar al local, activé mi cámara oculta. Levantina de Seguridad, haciendo honor a su nombre, es un auténtico búnker. Varios pisos plagados de cámaras de vigilancia, cajas de seguridad repletas de armas, etc. El empleado de la recepción, con aspecto de veterano militar recién jubilado, me interrogó sobre el objeto de mi visita.
—Buenas tardes, ¿qué desea? —Estoy citado con el señor José Luís Roberto. Me está esperando.
—Espere ahí un momento.
El tipo, de unos sesenta o sesenta y cinco años, descolgó el auricular telefónico para advertir a Roberto de mi presencia. Su pelo cano cortado a cepillo, su camisa y pantalón perfectamente planchados, su tono sobrio y solemne... todo en él recordaba un estilo de vida marcial y castrense, muy acorde con una empresa paramilitar como ésa.
Mientras esperaba la autorización para subir, pude contemplar durante unos instantes la planta baja del local. En las paredes abundaban las fotografías, rigurosamente enmarcadas, de anteriores promociones de la academia. En las imágenes aparecían docenas de jóvenes, con el pelo cortado al cero o al uno, haciendo prácticas de tiro y artes marciales... Aquello me traía muchos recuerdos. Varios de aquellos jóvenes, o algunos que se les parecían mucho, subían y bajaban las escaleras, o entraban y salían de las aulas. Y atribuí a la paranoia que sentía tras la publicación de Diario de un skin la creciente incomodidad que me embargaba al ver que me rodeaban tantos cráneos escasos de pelo. Me reafirmé de nuevo en lo de la alopecia. «Casualidad, es pura casualidad —me decía, intentando tranquilizarme—. Son muchachos aficionados a las armas, a la cultura paramilitar, a las artes marciales... Pero sólo son aspirantes a guardias de seguridad o a porteros de discoteca... y no tienen nada que ver con los skinheads.» Y cuando ya estaba riéndome de mi propia obsesión, el timbre del móvil me rescató de mis pensamientos. En mala hora decidí contestar.
—¿Diga? —¿Antonio Salas? —Sí, soy yo. —Hola, soy Ángela, la periodista de El Mundo con la que hablaste ayer.
Ángela es una periodista de la delegación de El Mundo que ha realizado muchos reportajes sobre la prostitución en la comunidad valenciana. Es íntima amiga de Gisela, compañera del equipo de investigación de Tele 5, quien me había proporcionado el contacto para que una vez que hubiese llegado a Valencia, me facilitase algunas pistas para continuar mi investigación sobre la trata de blancas. Y así fue. Tras telefonearla desde el hotel, nada más cortarme el pelo y la barba, le había pedido que buscase en su archivo toda la información que pudiese sobre los prostíbulos valencianos y ANELA, la asociación que los federa. Ahora me llamaba para darme esos datos.
—Tengo la información que me pediste. ¿Podemos vemos ahora?
—Temo que no. He quedado con José Luís Roberto, el de ANELA, y ahora estoy en su oficina para...
—¡Joder! Tú estás loco. —¿Por qué? —¿Dónde estás? —En su empresa, en Levantina de Seguridad... —¡Sal de ahí ahora mismo! ¡Lárgate pitando! —Pero ¿qué ocurre? —¡Joder! Roberto es el presidente de España2000, el partido ultraderechista que organizó las manifestaciones de este fin de semana.
La mayoría de sus «seguratas» son skinheads. Varios están en espera de juicio por dar palizas en los burdeles o en discotecas. Su empresa de seguridad tiene más denuncias que ninguna otra por la violencia de sus empleados. Y él es el candidato a la alcaldía de Paterna en estas elecciones... ¿Te parece poco? ¡Sal de ahí ya!

Expulsar a los inmigrantes y lucrarse de las inmigrantes

De pronto el mundo se hundió bajo mis pies. Aquella empresa de seguridad, repleta de cráneos rapados, era el peor lugar del mundo para que se encontrase Tiger88. Supongo que fue el arrebato de pánico, pero incluso me pareció reconocer, en alguno de los jóvenes alumnos de aquella academia, a los rapados que exhibían cruces célticas y cazadoras bomber en las fotos de El Mundo y Las Provincias el día anterior. Y para colmo, en el suplemento de ese mismo periódico del grupo Correo aparecía una larguísima entrevista detallando mi infiltración en los skinheads. No podía estar en peor lugar y en momento más inoportuno. Sentí pánico.
Opté por una retirada estratégica, pero cuando me dirigía disimuladamente hacia la puerta de salida, dos tipos me salieron al paso para, tan cortés como enérgicamente, indicarme que les siguiese. José Luís Roberto iba a recibirme en ese momento. Tenía una fracción de segundo para sopesar los pros y contras de la situación y decidir cuál sería mi próximo movimiento.
El factor sorpresa conspiraba a mi favor. Por eso pensé que si disparaba una patada contra los testículos de uno y al mismo tiempo un puñetazo contra la barbilla del otro, quizá podría tener una oportunidad. Podía intentar escurrirme entre aquellos tipos de la entrada y echar a correr como alma que lleva el diablo, hasta dejar atrás Valencia. Esto garantizaría quizá mi seguridad, pero desde luego me delataría y acabaría con la posibilidad de conocer ANELA y los prostíbulos que asocia. Por eso la otra opción, la de confiar en que mi ridículo corte de pelo y mi bigote hiciesen irreconocible a Tiger88, fue tomando fuerza hasta convencerme en aquel momento de que la entrevista con José Luís Roberto me aportaría pistas muy útiles para mi investigación sobre las mafias. Además, debo confesar que aquella insólita relación entre un partido ultraderechista, que veinticuatro horas antes se manifestaba por la expulsión de los inmigrantes, y una asociación que en definitiva se nutre en más de un 95 por ciento de las inmigrantes que ejercen la prostitución despertaba mi curiosidad periodística. ¿Realmente podía alguien ser tan hipócrita? «Si no me pillaron en La Bodega ni en el Bernabéu —pensé— no me van a pillar aquí ... » Había recorrido muchos kilómetros hasta la península como para abandonar ahora. Aunque era verdad que, tras la publicación de Diario de un skin, los nazis habían abierto un cerco sobre mí, buscándome por toda España. De hecho, comenzaron a circular todo tipo de historias disparatadas sobre quien esto escribe: que si me había hecho la cirugía estética, que si había salido del país, que si vivía recluido en un zulo... Incluso se empezó a especular, en los foros neonazis de Internet, sobre la identidad real de Tiger88.
A mi conocimiento habían llegado casi media docena de supuestos verdaderos nombres de Antonio Salas; entre otros, el de un médico gaditano, un ufólogo gallego, un escritor madrileño y hasta un barcelonés judío (?). Unos decían que en realidad se trataba de un espía del Mossad; otros, que era un gay resentido con los nazis e incluso algún «lince» llegó a publicar que yo trabajaba para la Policía en una campaña orquestada contra el movimiento neonazi por el Ministerio del Interior... Evidentemente algunos nazis creían tenerme identificado, pero me consta que otros oportunistas simplemente querían utilizar el odio de los skins contra Tiger88 para perjudicar a algún enemigo personal, asegurando que tal o cual persona era el verdadero Antonio Salas.
Algunas de estas hipótesis, incluso, se acompañaban de fotos, páginas web y otras supuestas pruebas sobre mis verdaderas identidades, en algunos casos verdaderamente imaginativas. Mi apartado de correos y mi buzón electrónico rebosaban amenazas de muerte, e incluso hubo algún cretino que telefoneó a mi editorial para proferir insultos y amenazas contra mis editores. Evidentemente, se localizó el teléfono desde el que hizo su llamada: el domicilio familiar. Las bravatas del joven neonazi se zanjaron con una amonestación verbal.
Lo triste es que hasta hubo un puñado de periodistas que se aliaron con los nazis —suponiendo que no lo estuviesen anteriormente—, para intentar dar caza a Tiger88. Uno de ellos, Luís Alfonso Gámez, que sorprendentemente trabaja en El Correo Español, diario decano del grupo en cuyo suplemento se había publicado el día anterior mi entrevista, se había empeñado en identificarme con algún enemigo personal suyo, a quien deseaba que los skinheads eliminasen. De nuevo los cabezas rapadas estaban destinados a hacer el trabajo sucio que los «serios» y «éticos» no se atreven a hacer por sí mismos. Es triste que uno de ellos fuese un compañero de profesión. Afortunadamente, y por lo que he podido saber hasta hoy, ninguno de los supuestos Antonios Salas ha sufrido ningún percance por mi causa. Supongo que, a pesar de las bravatas e insultos de los skins más violentos y de las amenazas anónimas, en el fondo no tienen ninguna certeza sobre la verdadera identidad de Tiger88.
La verdad es que todos esos rumores absurdos me beneficiaban, ya que mientras los neonazis y sus colaboradores creyesen haber identificado a Antonio Salas, yo tenía libre el camino de mi investigación sin levantar sospechas. Esta es la razón por la que he tenido que mantener en secreto mi identidad, hasta soportar en silencio las conjeturas más absurdas y ridículas, y por lo que en ningún momento he podido disfrutar del éxito editorial de mi libro.
Reconozco que me habría encantado salir a la luz pública mostrando mi verdadera identidad. Sin duda mi ego me lo habría agradecido, pero de haberlo hecho, no tendría ninguna posibilidad de salir indemne del local en el que me encontraba en aquellos momentos y me habría cerrado todas las puertas para otra posible investigación. No obstante había resistido la tentación de la vanidad, y mi verdadera identidad no se había hecho pública. Así que, racionalmente, era imposible que los skinheads valencianos, que tan sólo conocerían los supuestos «verdaderos Antonios Salas» que aparecían en los foros nazis de Internet, pudiesen reconocerme. Sin saberlo, su odio los convertía una vez más en marionetas manipulables en mi beneficio. Por eso tenía que conseguir calmarme.
Mi problema no era que me reconociesen los ultras, sino que mi propio pánico me delatase. Finalmente decidí desatender la advertencia de Ángela, y tentar mi suerte una vez más. Aspiré profundamente, apreté los puños y seguí a los dos tipos de Levantina de Seguridad hasta el despacho de José Luís Roberto, en la planta superior de la academia, rogando que mi ángel de la guarda estuviese bien atento a mis pasos.
Subimos las escaleras y recorrimos el pasillo, dejando a mi derecha varias aulas y despachos, mientras yo me concentraba en normalizar mi respiración. Tenía que conseguir parecer tranquilo o todo se iría al traste. Respiraba e inspiraba profundamente, suplicando a los dioses paganos que mi piel no traspirase excesivamente. De pronto sentí unas ganas enormes de orinar, lo que trajo el recuerdo de mi primer viaje a Alcalá de Henares, para visitar La Bodega. Y no me ayudaba pensar en cómo reaccionarían los ultraderechistas y skinheads que estudian y/o enseñan tiro, artes marciales, etc., en aquella academia de seguridad, si supiesen que el autor del Diario de un skin estaba en esos momentos en su propio local... y con una cámara oculta.
Lo que yo ignoraba totalmente —de saberlo quizá, no habría seguido adelante— es que entre los hombres de confianza de Roberto vinculados a España2000 y Levantina de Seguridad, se encuentran algunos de los personajes más relevantes en la reciente historia skinhead y ultra, como Moisés, uno de los supuestos implicados en el asesinato de Zabaleta y, según me revelaron fuentes del Grupo de Violencia en el Deporte del Cuerpo Nacional de Policía de Madrid, guardia de seguridad e hincha ultra de la peña valenciana del Atlético de Madrid. Moisés habría dado cualquier cosa por saber que jamás había tenido a Tiger88 tan cerca. Al igual que un instructor de kárate de la Levantina, el célebre coronel Sanchís, un antiguo monitor de artes marciales de la siniestra Brigada-26 de la Policía valenciana, que a finales de los setenta pasó al servicio de orden de Fuerza Nueva, de la mano de un supernumerario del Opus De¡ y mano derecha de Blas Piñar. El coronel, que cumplió condena en Francia, y que tras una permanencia en EE. UU. volvió a Valencia, es uno de los hombres de confianza de Roberto. Por no hablar de docenas de cabezas rapadas, porteros y vigilantes de los burdeles de ANELA, pertenecientes a la Levantina y a SERVIPROT. Con alguno de ellos, responsable de la seguridad en prostíbulos tan importantes como el He1p o El Cisne, terminaría estableciendo una buena amistad meses después, al frecuentar esos lupanares, por lo que fui recopilando jugosísimas informaciones sobre España2000 y el movimiento ultra valenciano.

Regresando a la boca del lobo

Cuando entré en el despacho de José Luís Roberto se diluyeron todas las dudas que aún pudiese albergar sobre la relación entre Levantina de Seguridad y la ideología ultraderechista de España2000: una enorme bandera preconstitucional y un retrato de Primo de Rivera, entre otros elocuentes símbolos fascistas, presidían la oficina del fundador de ANELA.
Sobre su mesa encontré varios folletos y papeletas que ilustraban su candidatura a la alcaldía del pueblo de Paterna, por el partido España2000. Su lema electoral: «Las soluciones de hoy con los valores de siempre... POR SEGURIDAD», hacía clara alusión a la empresa en la que me encontraba. Para acabar de «tranquilizarme», pude ver de reojo, sobre la estantería, un revólver y varias balas... En ese momento ignoraba que a lo largo de esta investigación llegaría a tratar con excesiva frecuencia con tipos armados.
—Buenas tardes. ¿Eres José Luís? —le tuteé intencionadamente con la esperanza de romper su desconfianza lo antes posible, para parecer un camarada y no un infiltrado.
—Sí, soy yo. Siéntate, siéntate... José Luís Roberto Navarro es un hombre aparentemente afable y cordial. Aprieta al estrechar la mano y mira a los ojos. Me recordó a algunos de mis ex camaradas skinheads, que son abogados como él. Aparenta unos cincuenta años, y todos sus gestos rezuman un aire marcial que queda frustrado por un defecto físico notable: sufre una cojera a causa de tener una pierna notablemente más larga que la otra, lo que intenta disimular utilizando un calzado especial —uno de sus zapatos tiene un alza de unos 15 0 20 centímetros. Sin duda esta circunstancia lo ha imposibilitado para la carrera militar que, probablemente, le gustaría haber vivido. No puedo evitar especular, por lo que imagino que ha compensado sus aspiraciones castrenses con los cachorros neofascistas que, obviamente, engrosan las filas de los «seguratas» de su empresa y de su partido político.
—¿En qué te puedo ayudar? —me pregunta amablemente. Siento que estoy nervioso, inseguro de mi papel, y a la vez no dejo de vigilar la puerta del despacho, esperando que, en cualquier momento, entre una docena de cabezas rapadas gritando: «¡Este tío es Antonio Salas y te está grabando con una cámara oculta!». No hablo con convicción al explicarle a Roberto por qué estoy allí. Vuelvo a pensar que debería haber hecho caso a Ángela, y haberme largado mientras aún estaba a tiempo. Sin embargo, parece que mi intención de entrevistarlo por su relación con ANELA para realizar un estudio sobre la prostitución en España le convence. El presidente de España2cicio empieza a hablar por los codos. Un servidor se limita a transcribir la conversación.
—¿Qué significa ANELA? —Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne. —¿Y cómo se te ocurrió crear esta asociación? —Esto empezó hace tres años, por una experiencia que yo tuve en un local de alterne... Me llaman a una redada y veo cómo la Policía entra allí como si fueran Torrente. Es decir, actúan encendiendo las luces, apoltronando a las mujeres sentadas en el suelo como si fuesen ganado, tirando a los clientes a la calle... y todo se hace por un control rutinario, de acuerdo a la antigua Ley de Extranjería. 0 sea, por una infracción administrativa de la caducidad del visado de pasaporte. Pero claro, es un establecimiento comercial, con sus licencias como hotel y como bar. Y si yo me voy al hotel Astoria, aquí en Valencia, pues también me encontraré extranjeros que están hospedados, que les ha caducado el visado de extranjería. Pero los modos con que se actúa no es cerrando el bar del Astoria, el comedor del Astoria, poniendo a todos los extranjeros sentados en el suelo, eh, y tratándolos como si fuesen ganado... Tienen que tener los mismos derechos, esta gente, que cualquier otro ciudadano. Me refiero a los propietarios de los locales. Pero es que luego veo cómo entran por la fuerza en las habitaciones. Y cuando llego a decirle a la Policía que está interviniendo una habitación en un hotel legal, que tiene un derecho de domicilio, y que entrar en una habitación sin una orden judicial de registro es una violación de domicilio’ y es un delito grave en el Código Penal, pues acabo a punto de ser esposado y de detenerme.
—¿Y qué ocurrió? —Pues que llega alguien que manda la unidad, que es más inteligente. Viendo que yo, pues aceptaba perfectamente que me esposaran y que me detuvieran, porque quería ver hasta dónde llegaba el circo y cómo explicaban este circo. Porque ya lo último que faltaba es que me llevaran a mí detenido, por desacato o por algo, cuando lo que estoy diciendo es que se cumpla la ley. Pues entonces alguien que mandaba las fuerzas, que era medianamente más inteligente, pues toda la historia se calmó. Entonces yo me di cuenta de que la única forma que tenía esta gente para salir de ese annario de oscuridad que se pone el club, que estaban como delincuentes, es reivindicar sus derechos y hacer que se cumpla la ley. Entonces convocamos una reunión de propietarios de locales, en Madrid, en el hotel Cuzco, a finales del año 2001. Se reunieron varios propietarios de clubes, y de ahí salió la idea de crear una asociación llamada ANELA. Se registró esa asociación, no hubo ningún problema, porque una cosa es que no esté regulado y otra cosa es que esto sea ¡legal.
Es decir, tener un club y la prostitución tampoco es ¡legal, el proxenetismo sí. Que una gente realice actos sexuales bajo precio para quedárselo un tercero, por coacciones, sí que es ¡legal, pero sin coacciones, no... Y entonces, pues bueno, empezamos a mover el tema en los medios, a dejar que la prensa entrara y vieran los clubes, y aunque habrá de todo, que vean que los clubes no son necesariamente sitios donde se explota a las mujeres. Porque hay negocios que mueven mucho dinero, con muchos empleados, que se ejerce el sexo entre adultos, previo pago, pero se ejerce con libertad.
—¿Voluntariamente? —No van obligadas. Piden plaza y, por acoplarse a la ley, lo que han hecho es funcionar como hoteles. Y lo que hacen los empresarios es alquilar instalaciones. Es decir, alquilar la habitación con pensión completa. La señorita te paga... Luego cobras la entrada al cliente del club porque hay un espectáculo. Y cobras las copas al precio que se cobran en cualquier discoteca...
José Luís Roberto intentaba transmitirme una imagen del mundo de la prostitución totalmente limpia, legal y aséptica. Como si las mujeres que ejercen este oficio fuesen ciudadanas libres y adultas, que voluntariamente y sin ninguna coacción decidiesen vender su cuerpo y su dignidad, para ejercer una profesión tan honrada como cualquier otra. Al fin y al cabo, según este criterio, tener que chupar el pene, que te rompan el ano, o aguantar en la cara los resoplidos de un tipo sudoroso y baboso mientras te penetra, es un empleo tan normal como el de una maestra, azafata, abogada o cocinera.
Yo no puedo evitar que toda esa palabrería me parezca una justificación absurda. La argumentación de un putero que intenta dignificar el mundo en el que se desenvuelve. Pero en ese momento no estaba en disposición de discutir con Roberto, y bajo ningún concepto quería correr más riesgos que los que ya había asumido al entrar en el despacho del presidente de España2000. Así que opté por continuar la entrevista sin mostrar ninguna opinión.
—¿Cuántos clubes están asociados a ANELA? —En este momento hay unos 8o clubes de pleno derecho, y unos 12o que están esperando que los servicios de la asociación vayan a pasar las inspecciones para darles la placa de calidad ANELA.
—¿Cuáles son los requisitos para recibir esa garantía de calidad? —Primero que eres empresario, si no, no puedes pertenecer a una asociación empresarial; que no hay mujeres obligadas, que no hay drogas y que no hay menores. Si cumples esos tres requisitos: que no hay mujeres obligadas, drogas ni menores, puedes recibir la placa de ANELA—
Realmente, según este punto de vista, los propietarios de los lupanares resultan honrados empresarios que velan por el bienestar de sus rameras, como una especie de altruistas caballeros andantes. Sin embargo, aun en ese momento tan temprano de la investigación no pude evitar sentir un profundo escepticismo. Detrás de aquellas argumentaciones se podía intuir que la inmensa mayoría de ellos lo único que pretenden es conseguir beneficiarse de las prostitutas de cualquier manera, ya sea sin pagar sus honorarios, o a costa de la empresa. En este sentido, una frase de Roberto que transcribo directamente de la grabación parecía darle la razón:
—La verdad es que al principio visitar clubes para dar las placas de calidad era una cosa que nos seducía, pero ahora hay que ir cogiendo a la gente de la oreja para que vayan...
En otras palabras, que los «inspectores de puticlub» de ANELA tenían la tediosa misión de visitar los prostíbulos aspirantes, para comprobar que los servicios ofrecidos por cada burdel y por sus trabajadoras eran satisfactorios... ¡Lástima de «inspectores»! ¡Cuán dura es su labor! ¡Tener que recorrer España fornicando y bebiendo de garito en garito ... ! Sin embargo, parece que algunos clubes, que habían sido merecedores de la «garantía ANELA», tras satisfacer todas las exigencias de sus «observadores», con el tiempo se enemistaron con la asociación de burdeles, hasta llegar a ser expulsados de la misma.
—Hay algunos clubes —explica Roberto— que estaban en ANELA y que ya no están. Si por lo que sea se decide que ese club infringe las normas de la asociación, se le da de baja y ya está.
—Pero la placa de ANELA, por lo que he visto, está incrustada en la pared. Si el propietario del club no quiere entregarla, ¿qué pasa?
José Luís Roberto duda un instante antes de responderme. Después, mira de reojo hacia el exterior del despacho, por donde transitan algunos de sus empleados de Levantina de Seguridad o de España2000 y concluye:
—Pues va y se retira. 0 sea, actuamos mano militaris. Es decir, vamos, quitamos los tornillos y nos la llevamos. Y si el agente tiene algún problema, que haga lo que tenga que hacer...
No pude evitar imaginarme a un grupo de skinheads, como los que aparecían en las fotos de Las Provincias o de El Mundo, o como mis ex camaradas en el movimiento neonazi, llegando a cualquier prostíbulo para arrancar manu militari la placa de ANELA sin más contemplaciones. Estoy seguro de que pocos propietarios de garitos se atreverían a discutir con aquella «guardia pretoriana» de la asociación. Una vez más, y como expongo en Diario de un skin, los cabezas rapadas son los encargados de hacer el trabajo sucio de los que mandan. Sin embargo, —es justo reconocerlo— Roberto no necesita una «guardia pretoriana» personal para ejercer la violencia, aunque sé que la tiene. Según recogió la edición valenciana del diario El Mundo, él mismo, en persona, junto con otros ocho corpulentos ultraderechistas, habían protagonizado un altercado en la calle de Carlos Cervera de Valencia, durante la manifestación contra la inmigración de aquel fin de semana, al intentar agredir a varios ultraizquierdistas que les increpaban. Fue necesaria la intervención policial para que Roberto y sus camaradas retomaran el curso de la manifestación.
—Bien ——continúo mi entrevista—, si yo tengo un club y conozco gente que tiene clubes, imagina que queremos entrar en ANELA. ¿Cuáles son los requisitos? Supongo que hay que pagar algo, ¿no?
—Claro. Esto no es una ONG. Se pagan 2.500 euros para cuota de inscripción y 625 euros trimestrales. Pero hay una categoría B para los clubes que son más pequeños, clubes que tienen menos de veinte mujeres trabajando. La cuota son 300 euros de inscripción y 200 trimestrales.
Está claro que ANELA es un lucrativo negocio. No sólo permite a los «inspectores» disfrutar de esos exámenes de los burdeles de toda España y de sus fulanas gratis, sino que aporta pingues beneficios económicos. A estas alturas de la entrevista, ya he llegado a la convicción de que Roberto conoce muy a fondo el mundo de la prostitución, así que decido tensar un poco más el hilo de mi fortuna, profundizando en otros aspectos.
—Supongo que en vuestras inspecciones de los clubes, os habéis encontrado todo tipo de cosas, ¿no?
—A mí personalmente me ha ocurrido encontrarme con un alto cargo de la administración, que públicamente ha dicho que la prostitución no tenía que ser legal, borracho y metiéndole mano a una chica en un club... 0 hay también muchas anécdotas de muchas mujeres de clubes, prostitutas, que luego terminan siendo las respetables esposas de muchos personajes influyentes. Yo me he encontrado en más de un acto oficial con personajes muy importantes, y al ver a su mujer la he reconocido de conocerla trabajando en algún club tiempo antes...
¡Bingo! Roberto está completamente relajado, no sospecha de mí, así que decido dar un paso más y hago una pregunta más arriesgada. Tomo de la mesa uno de los folletos de su candidatura a la alcaldía de Paterna y disparo:
—Veo que eres el líder de este partido político. ¿Y no es un poco contradictorio que seas el candidato de un partido nacionalista, que lucha contra la invasión de los inmigrantes, y a la vez el fundador de una asociación que vive de las inmigrantes dedicadas a la prostitución?
—Joder, eso decían en el Frente Español cuando me montaron la bronca, pero peor es lo de Blas Piñar. Su hermana es la propietaria del solar donde está el Showgirl que está en Joaquín Costa, n 39, y nadie le dice nada.
—¿Cómo? ¿Que la familia de Blas Piñar alquila uno de sus solares a un puticlub?
—Desde hace años. El club que está en Joaquín Costa. Aquí, en Valencia.
No doy crédito. El presidente de España2oc,o acababa de pronunciar el nombre del más famoso y veterano representante de la ultraderecha española, relacionándolo indirectamente con el negocio de la prostitución. Es mucho más de lo que podía imaginar. Que el presidente y candidato de un partido ultraderechista, que abomina de la inmigración, sea el fundador de una asociación nacional de burdeles es insólito; pero que la familia del «patriarca» de la extrema derecha española se beneficie indirectamente de los ingresos de un prostíbulo es el colmo.
Posteriormente encontraría referencias a este mismo asunto en foros neonazis de Internet como Disidencias, o ultracatólicos, como Foro Tomás Moro. En esos puntos de encuentro de la ciberultraderecha española, el fundador de ANELA no duda en acusar a Blas Piñar de lo mismo que él ejerce.
Por supuesto no bastaba con que José Luís Roberto lo dijese. Su acusación contra Blas Piñar resultaba muy grave. Desde el punto de vista político podría parecer que el líder de España 2000 pretendía desacreditar a su adversario ultraderechista, en la puja por acaparar los votos de la extrema derecha, involucrándolo en el negocio de la prostitución a través de su hermana. Así que el siguiente paso estaba claro. Si el director de Levantina de Seguridad y fundador de ANELA no me había mentido, el local Showgirl, donde las fulanas brasileñas, colombianas, europeas del Este o africanas vendían su cuerpo y su honra a los honrados españolitos blancos, sería propiedad de la hermana de legendario Blas Piñar. Y el único lugar donde podría averiguar irrefutablemente si tal información era cierta es el Registro de la Propiedad de Valencia.
Fueron necesarias muchas gestiones y seguir pistas falsas, con el consiguiente malgasto de tiempo y dinero. Roberto se había equivocado al darme la dirección del burdel. El Showgirl no se encuentra en el no 39 sino en el N. 41 de Joaquín Costa, y lógicamente el apellido Piñar no aparecía en el registro de la propiedad de las fincas del 39. Nuevo viaje a Valencia para comprobar la ubicación exacta del prostíbulo y... Voilá!
Roberto no me había mentido. Según los informes expedidos por el Registro Mercantil de Valencia a mi solicitud, tanto el local del prostíbulo como incluso su pequeño aparcamiento privado de Joaquín Costa no 41 son propiedad «en cuanto a la totalidad en pleno dominio con carácter privativo» de doña María Isabel Piñar López, con DNI 19691...
Al examinar los informes del Registro Mercantil valenciano no pude evitar una sonrisa burlona. Recordé a mis ex camaradas los skinheads, con los que había convivido durante meses, con los que en infinidad de ocasiones había discutido sobre el problema de la inmigración, y a los que había escuchado una y mil veces alabar la lucha contra la «invasión» de los extranjeros que protagonizaban sus líderes políticos de la ultraderecha... ¿Qué pensarán todos ellos al descubrir que los partidos políticos ultraderechistas a los que sustentan con sus votos no sólo no son consecuentes con la ideología que venden a sus jóvenes cachorros neonazis, sino que además se lucran indirectamente con las «negras», «moras», «sudacas» o «judías», a las que supuestamente tanto odian? Como ya expliqué en Diario de un skin y no me cansaré de repetir, al final los neonazis son, tan sólo, una panda de borregos ingenuos manipulados por sus líderes políticos.
En el caso del Showgirl existe un agravante, y es que este club en cuestión se vio en el eje de una compleja operación policial que, en junio de 2003, concluyó con casi una veintena de detenidos en diferentes ciudades españolas. Agentes del Cuerpo Nacional de Policía adscritos a la Unidad contra Redes de Inmigración y Falsedades Documentales (UCRIF) Central y la jefatura Superior de Policía de Valencia, la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de Cádiz, la Brigada Provincial de Extranjería y Documentación de Córdoba y la Comisaría Provincial de Huelva desarticularon una red internacional de crimen organizado implantada en Valencia, Huelva, Córdoba y Cádiz, en la que estaba implicado el Showgirl, según me relataría personalmente el jefe de grupo responsable de la operación, en su despacho de la sede central de la Brigada de Extranjería de Madrid.
Las investigaciones comenzaron en noviembre de 2002, a raíz de la denuncia presentada por tres rumanas que alegaban haber sido captadas por las mafias de tráfico de personas, y trasladadas a
Valencia para ser obligadas a prostituirse, en burdeles como el Showgirl, mediante engaños y amenazas. En mayo de 2003 una menor de edad huyó de uno de los clubes valencianos de la red y denunció a la compatriota que la forzaba a ejercer la prostitución, y que resultó pertenecer a la misma organización. A partir de ahí se desata una investigación policial que concluye con la entrada y registro del Showgirl, y de otros pisos y burdeles pertenecientes a la misma red internacional de falsificación y tráfico de seres humanos.
Entre los dieciocho detenidos en la operación, destaca José Benito A. P., nacido en Mañufe (Pontevedra) en 1977, y encargado de controlar a las rameras del Showgirl de Valencia, y del Glamour de Córdoba, a las que amenazaba con armas de fuego, puños americanos y porras eléctricas. Entre ellas varias sudamericanas en situación ilegal, contra las que Blas Piñar o José Luís Roberto podrían proferir todo tipo de improperios en sus manifestaciones políticas y mítines ultraderechistas. Pero a ninguno de ellos les molesta que inmigrantes ¡legales como aquéllas ejerzan la prostitución en burdeles que estén relacionados con ellos o sus familias, aunque para ello las chicas, algunas menores de edad, deban vivir aterrorizadas por individuos como José Benito.
Pero aquello no era todo. Las sorpresas no habían hecho más que comenzar. Al buscar información sobre la fundación de ANELA en la hemeroteca, me encontré con el Boletín Oficial del Estado del jueves 12 de abril de 2001, fecha en que se publica la resolución de la Dirección General de Trabajo sobre la presentación del Acta de Constitución y Estatutos de la Organización Patronal «Asociación de Empresarios de Locales de Alterne» (Expediente N. 7.844). ¿Y quién es, según el BOE, el representante de ANELA encargado de presentar oficialmente a la federación de burdeles? ¡Tachán! Nada más y nada menos que mi viejo y admirado camarada don Eduardo A., alias El Duro, mano derecha de Ynestrillas, líder de Patria Libre y abogado del nazi Pedro Varela, propietario de la legendaria Librería Europa y cofundador de CEDADE. Eduardo A. aparecía repetidamente en el libro y en el documental Diario de un skin, pero en aquel momento no podía suponer que su relación con la federación nacional de prostíbulos me hiciese volver a toparme con él en esta nueva investigación.
Que el organizador de la manifestación contra la inmigración, repleta de skinheads, del día anterior fuese el fundador de una asociación de burdeles, donde el 99 por ciento de las rameras son inmigrantes, era paradójico; que la hermana del ultraderechista español más relevante de la historia moderna se lucrase indirectamente con el burdel Showgirl era contradictorio; pero que hasta el representante de dicha asociación en cuanto a los trámites legales en Madrid fuese el líder de Patria Libre, mano derecha de Ynestrillas y abogado del nazi más famoso de España, resultaba increíble.
En aquel momento de la investigación no podía sospechar que durante mi infiltración me encontraría a famosos empresarios, políticos y presentadores de televisión que también eran propietarios de burdeles españoles. Lo de José Luís Roberto, Blas Piñar o Eduardo A., de todas formas, no es más que un botón de muestra. De todos modos, en cuanto a las ideologías, creo que en Diario de un skin dejé muy claro que los cabezas rapadas son manipulados por sus líderes e ideólogos políticos, con lo que esto no era más que un nuevo ejemplo de su flagrante hipocresía. La consigna era expulsar a los inmigrantes... y fornicar con las inmigrantes. Lo más escandaloso es que muchas de ellas, dominicanas, nigerianas o cubanas, son negras. Me encantaría saber qué opinan las skingir1s sobre esto... ¿0 acaso no mestiza la raza un jerarca ultra cuando se folla a una negra? ¿Se excluye a los líderes de la lucha por la pureza racial? ¿Ejercen estos ideólogos un «derecho de primario» al que son ajenos los skins de base?
En algunos instantes de las entrevistas que concede Roberto no puede evitar que su ideología transpire sobre sus palabras.
—En tiempos de Franco estaban mejor, porque las prostitutas estaban censadas y tenían su correspondiente cartilla sanitaria. Aunque ahora el Senado ha creado una comisión para regular la prostitución, el Parlamento Catalán ha aprobado por el cien por cien un Decreto Ley por el cual se regulan los locales de alterne, el Parlamento Valenciano ya tiene consensuado un borrador de ley, y como un efecto dominó, ya se está trabajando en otras autonomías. Y en ANELA estamos luchando por eso y por conseguir una regularización de la prostitución, similar a la que hay en Alemania u Holanda.
En otro momento de la reunión, José Luís Roberto, que ya está completamente metido en su papel de Secretario General y jefe jurídico de ANELA, intenta demostrarme la magnífica labor social de su asociación, con un ejemplo personal.
—Nosotros estamos ayudando mucho a las chicas. Mira, esta chica es una nórdica que nosotros rescatamos. La habían vendido a una pareja que la puso a trabajar de prostituta aquí en Valencia. La golpeaban, le rompían vasos en la cara y le hicieron de todo...
El político ultraderechista y abogado de ANELA me enseña, en su ordenador, la fotografía de una joven extremadamente hermosa. Rubia, de ojos azules, estilizada, aquella valkiria representaba perfectamente el ideal de belleza aria.
—Nosotros nos ocupamos del caso y la retiramos de la prostitución. Le hemos conseguido trabajo de modelo y llevamos su caso a nivel judicial.
Mientras hablaba, los ojos de Roberto tenían un brillo especial. No estoy seguro de poder transmitir al lector la sensación que me producía su mirada mientras hablaba de aquella muchacha, vendida como una esclava sexual y llegada a Valencia desde los países del Este, como miles de muchachas similares. Pero yo reconocía aquel brillo en los ojos. Era el mismo que tenían mis camaradas skinheads cuando me hablaban de sus sueños de grandeza, del nuevo mundo que pensaban construir y de la revolución nacionalsocialista. Era la mirada de los adolescentes skins al contemplar las antorchas y las cruces célticas ardiendo durante la celebración de los solsticios, al pronunciar sus juramentos solemnes. Era la mirada de quienes se consideran los nuevos templarios, los guerreros místicos de la raza aria. Estoy seguro de que Roberto, de alguna forma, también se sentía una especie de caballero teutón, de guerrero patrio, salvador de aquella desvalida valkiria nórdica que, por cierto, y según averigüé posteriormente, terminaría trabajando como modelo para su empresa. He conseguido algunas fotos de aquella joven e información de su relación con Roberto, pero finalmente he optado por no publicarla, ya que su identificación podría perjudicarla notablemente. Y bastante ha sufrido ya. Ojalá ella y su familia puedan olvidar el infierno que ha vivido en los últimos tres años.
La conversación con Roberto continúa durante casi dos horas. Sin saberlo, tras responder pacientemente a todas mis preguntas, me facilita infinidad de pistas para profundizar en el tráfico de mujeres. De nuevo surge el maldito deseo de tentar una vez más a la fortuna y me aventuro a poner sobre la mesa un tema clave:
—Verás, te voy a ser sincero. A mí no sólo me interesa tener el punto de vista de las prostitutas y de los empresarios. Para comprender globalmente el fenómeno de la prostitución creo que lo ideal es conocer también la opinión de los proveedores... o sea’ de los transportistas... o sea, de los que se ocupan de traer a España a las chicas que luego terminan trabajando en los clubes.
—0 sea, de los traficantes... Eso es lo más complicado y lo más peligroso.
—Lo sé. Pero supongo que, aunque naturalmente ANELA no tenga nada que ver con las mafias, imagino que, al moveros en la noche, y hablar con tantas chicas, no sé, joder, a lo mejor conocéis a alguien que conozca a alguien que me pueda ayudar a Regar a los proveedores...
Y de pronto contesta algo que me coge desprevenido y termina de minar mis defensas psicológicas:
—Es que tú, entonces, lo que quieres es infiltrarte, ¿no? —¡Hombre, no tanto! —¡Coño!, pues entonces deberías leerte un libro que salió hace poco, de un tío con dos cojones que se infiltró en los cabezas rapa— das, el muy cabrón. Diario de un skin, se llama. ¿Lo conoces?
No podía ser. Era demasiado fuerte para ser verdad. Soy consciente de que puede parecer increíble, pero prometo solemnemente que ocurrió exactamente así.
Estaba sentado en el despacho del presidente de un partido ultraderechista, en la planta superior de una empresa de seguridad llena de skins, y su director, con un revólver y varias balas sobre el estante, me recomendaba leerme mi propio libro para aprender a infiltrarme en un grupo de crimen organizado. Pensé que me había descubierto y mi primer impulso fue echarme a llorar y entregarle mi cámara oculta suplicándole que me perdonase la vida. El segundo fue el de salir corriendo. Pero era consciente de que no tendría ninguna posibilidad de llegar ni siquiera a la planta baja. Así que me tragué el arrebato de pánico, mientras apretaba las rodillas para contener las insoportables ganas de orinar y le respondí intentando que el sudor que empezaba a caerme por la frente no me delatase.
—¿Diario de un skin? Sí, ya, claro, lo conozco... pero... eso no es tan complicado. Lo jodido es meterse en las mafias, eso sí que tiene mérito...
No sabía si el intento de menospreciar el trabajo de Antonio Salas resultaba convincente y esperaba su reacción. Tal vez Sólo sospechaba de mí e intentaba ponerme a prueba. Tal vez esperaba que me arrodillase pidiéndole clemencia y confesándole que yo era Tiger88. Pero no ocurrió nada. No percibí en su mirada ningún indicio de desconfianza. Y cuando me invitó a comer con él, terminé por convencerme de que no sospechaba de mi verdadera identidad. Probablemente había consultado las webs de los nazis y sus colaboradores, como el periodista de El Como, y creía saber la identidad real de Antonio Salas, así que no podría ni imaginar que en ese momento tenía al verdadero Tiger 88 sentado en su despacho. Mi ángel guardián había vuelto a ganarse el sueldo, y además una paga extra. Comprendo que pida la jubilación anticipada.
Roberto me recomendó que visitase algunos prostíbulos valencianos y me indicó por quién debía preguntar en cada uno. Sus consejos terminarían siendo proverbiales para facilitar mi acceso a las mafias del tráfico de mujeres tiempo después y en lugares, es justo reconocerlo, aparentemente alejados de ANELA. Cuando decliné su invitación para comer juntos —no podía seguir aguantando tanta tensión— me acompañó hasta la salida, mostrándome todos los secretos de su empresa de seguridad y charlando conmigo como con un camarada más.
—La semana pasada dos moros intentaron entrar a robar aquí. Hace falta ser imbécil. Porque además de las cámaras de vigilancia que tenemos por todo el edificio y que se ven, tenemos cámaras ocultas que no se ven. Mira, ves aquel puntito negro, pues aquello es una cámara oculta, pero si no entiendes de esto es normal que no te enteres...
Confieso que, a pesar del nerviosismo que me inspiraba aquel lugar, tuve que contener una sonrisa. Roberto no se había dado cuenta de que yo mismo portaba una cámara oculta y había estado grabándole desde que entré en su local. Imagino que no le hará ninguna gracia el día que lea estas líneas, pero confío en que lo encaje con deportividad.
—Y mira, éste es el armero, aquí tenemos las pistolas y demás armamento con el que los chicos practican. ¡Abre ahí y enséñale a este amigo las armas!
A una orden de Roberto, el encargado de la recepción abrió el armero y pude calcular que en aquella caja de seguridad había no menos de treinta armas de fuego semiautomáticas. Eso fue la gota que colmó el vaso. Cada minuto que pasaba en aquel lugar crecía la posibilidad de que cualquiera de los skinheads o ultraderechistas que frecuentaban aquella empresa pudiese reconocerme por haber coincidido conmigo en algún acto nazi durante mi infiltración anterior. Aún hoy no quiero imaginar qué habría pasado si hubieran descubierto que aquel tipo del bigote y del peinado ridículo era Tiger88. Agradecí a José Luís Roberto sinceramente su colaboración y todas las pistas que me había dado. Agradecí también toda la documentación que me había facilitado: dossieres, revistas de ANELA, etc.
Salí del Pasaje de Rusafa tan rápido como pude. A partir de ese momento tenía mucho trabajo por delante para conseguir entrar en uno de los suburbios más crueles y despiadados del crimen organizado: el tráfico de mujeres, pero entonces sólo podía sentarme en algún bar —las piernas no dejaban de temblarme— para beber una tila y fumarme dos o tres cajetillas de cigarrillos.