Friday, February 03, 2006

PRESENTACION, INDICE Y PROLOGO

Antonio Salas es el seudónimo de un conocido periodista de investigación que debe mantener en el anonimato su identidad por razones obvias. (O sea Gabriel Lopez Rodriguez)

En Diario de un skin contó su infiltración en el movimiento neonazi y la convivencia con los skinheads, algo que hasta entonces ningún reportero español había conseguido. Tras su publicación, empezaron las amenazas de muerte por parte de sus «camaradas» traicionados. Ahora, tras lograr integrarse en las mafias internacionales de tráfico de mujeres, su vida vuelve a estar en peligro.

En los últimos veinte años, ha publicado más de media docena de libros de investigación y ha desarrollado su labor profesional en diarios, revistas —Intervíú, Tiempo— y cadenas de radio y televisión, como Onda Cero, Antena 3 o Tele 5. Ha sido el único periodista introducido en sectas, grupos de crimen organizado y colectivos extremistas cuyas grabaciones, realizadas con cámara oculta, se han considerado pruebas judiciales en varios casos policiales españoles.




El año que trafiqué con mujeres
Cuerpos sin alma, seres humanos que se compran y se venden como ganado: nigerianas, keniatas, mujeres de países del Este, la mayoría emigrantes ilegales. Mujeres que huyen de la miseria creyendo que en Occidente el dinero crece en los árboles y que podrán pagar la deuda contraída con los proxenetas en pocas semanas. Voluntades sometidas por la violencia, esclavas del siglo XXI retenidas mediante coacciones o amenazas que las ligan a sus captores sirviéndose de un pánico insalvable. Y junto a ellas prostitutas de alto standmg, algunas, rostros famosos que asoman un día sí y otro también por las pantallas de nuestros televisores.

Tras el rentable negocio, mafias del narcotráfico, falsificadores de tarjetas de crédito, gentes sin escrúpulos a quienes no les importa lo más mínimo subastar la virginidad de niñas de trece años y que no dudan en recurrir a la violencia extrema o al asesinato. Mientras que la cara más amable la componen grupos de ultraderecha relacionados con movimientos neonazis y skinheads que pretenden pasar por honrados empresarios. Éste es el submundo en el que vivió Antonio Salas cerca de un año, embrutecido, asqueado y con riesgo de su propia vida, ejerciendo una profesión, la de periodista de investigación, que es, además de digna, imprescindible para desvelar de primera mano la sórdida verdad que convive con lo cotidiano.















Antonio Salas








El año que trafiqué con mujeres








Primera edición: marzo de 2004 Segunda edición: marzo de 2004 Tercera edición: marzo de 2004 Cuarta edición: marzo de 2004 Quinta edición: abril de 2004


Las fotografías y documentos reproducidos en este libro han sido facilitados por el autor.



El contenido de este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.


Todos los derechos reservados.

Colección: En Primera Persona @Antonio Salas, 2004 C)
Ediciones Tenias de Hoy, S. A. (T-H.), 2004
Paseo de Recoletos, 4. 2800i Madrid www.temasdehoy.es


Diseño de cubierta: Ru


Fotografía de cubierta: Photoníca
Fotografía del autor: Karso Daí
ISBN: 84-8460-332.6 Depósito legal: M. 3.566—2004
Compuesto en J. A. Diseño Editorial, S. L.

Impreso en: Gráficas R6gar, S. A.

Printed in Spain-Impreso en España









A Andrea, Cinthya, Clara, Dalila, Danna, Diana, Grace, Lara, Loveth, Mi Carmen, Mercedes, Mery, Nadia, Priscila, Ruth, Susan, Valeria, Yola y a todas y cada una del medio millón de mujeres que ejercen la prostitución en España.

A Malena Gracia, lamento resucitar un pasado oscuro.

Creo que esta vez el fin justifica el medio.

A Carmen, Rosalía y especialmente a Valérie, que sobrevivieron a la tentación, y ahora pueden contarlo.

A las nigerianas Hellen y Edith, que fueron asesinadas en Madrid, Hellen lapidada y Edith descuartizada. Para que sus muertes no pasen inadvertidas. Y a todos los demás cadáveres anónimos de mujeres prostituidas, convertidos en frías estadísticas policiales.

Sobre todo y fundamentalmente a Vir, gracias por todo lo que me has enseñado y por tu comprensión. Intento cada día ser merecedor del privilegio de haberte conocido.

Y a mi compañero Xosé Couso, por dejarse la vida en el oficio. Que tu nombre no se olvide, por muchos titulares que se apiñen en los informativos. Y que se haga justicia.














Nota del autor

Se han alterado los nombres, ubicación y cronología de algunos hechos para evitar la identificación de las prostitutas que, sin saberlo, me pusieron en contacto con los responsables de las mafias que las trajeron a España. Y cuyas declaraciones han contribuido a la detención o la apertura de diligencias policiales contra los traficantes y proxenetas de Rumania, Nigeria o México, cuyos delitos son desvelados en este libro. Todo lo demás es una trascripción literal y veraz de los hechos y de las grabaciones de cámara oculta que demuestran tales delitos. Además el autor ha expresado su opinión personal sobre los personajes que ha ido conociendo durante esta investigación.






«Belleza es todo aquello cuya contemplación te la pone muy dura.»

De Los príncipes nubios, Juan Bonilla



«Tú no sabes los kilómetros de pollas que me he comido para poder hacerme famosa.»

Diálogo de Diario de una ninfómana, Valérie Tasso



«Como ellos insistieron en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado arroje la piedra el primero.»

Evangelio según San Juan 8, 7



Prefacio


Me ajusté la cámara oculta al cuerpo, ocultándola con la camisa, me puse las gafas de sol y me calé la gorra. Instintivamente acaricié la bala que llevaba colgada al cuello, cual supersticioso talismán, y que semanas antes había pasado rozándome, mientras negociaba con el traficante de armas y mujeres amigo de Andrea. Respiré profundamente un par de veces, y repasé por enésima vez el papel que tenía que interpretar. Recordaba perfectamente todos los matices de mi personaje, pero eso no me tranquilizaba. Sólo unos minutos después iba a reunirme con uno de los presuntos proxenetas, entre otras actividades delictivas, más veterano y escurridizo de España, puesto que en varias ocasiones había sido interrogado por la Policía española, sobre su supuesta participación en el tráfico de drogas, falsificación de documentos y «trata de blancas», pero siempre había conseguido librarse de todo. Si mi plan salía bien, esta vez nadie podría salvarlo de ingresar en prisión.
Sunny es un tipo muy corpulento. Un negrazo que podría arrancarme la cabeza con una sola mano si se lo propusiese. En su Nigeria natal había sido boxeador, y según me habían explicado otros proxenetas, prostitutas y chulos con los que llevaba meses conviviendo, «sabía utilizar los puños».
Volví a respirar profundamente y conecté por fin la cámara. Después, salí del coche y me encaminé hacia el punto de reunión que habíamos estipulado: una terracita en la plaza de la Catedral de Murcia. Yo había decidido como punto de encuentro un lugar muy concurrido, con la esperanza de que si Sunny descubría mi cámara oculta, la abundancia de testigos le intimidase lo suficiente como para desestimar la idea de agredirme ——o algo peor— allí mismo. A una prudente distancia Alfonso, compañero de aventuras en algunos momentos de esta investigación, grabaría un plano de mi encuentro con el presunto traficante. Habíamos pactado que si algo salía mal, y el teleobjetivo de su cámara registraba el inicio de una agresión, llamaría inmediatamente a la Policía. Pero eso sólo me otorgaba un consuelo relativo. Era consciente de que si Sunny sospechaba por un momento que yo era un periodista infiltrado que pretendía grabar cómo me vendía a una muchacha y a su hijo, su furia sería incontenible, y la Policía de ninguna manera llegaría a tiempo.
Y es que, después de vivir durante meses como topo en el sórdido, terrible, cruel, despiadado y atroz submundo del tráfico de mujeres, me encontraba ante el momento más delicado de la investigación. Durante un año había recorrido todos los estratos de la prostitución en España: desde las desvalidas rameras callejeras que venden su honra por treinta euros, hasta las presentadoras, actrices y modelos famosas que ejercen en secreto la profesión más antigua del mundo; sin olvidar a las estudiantes universitarias que se costeaban los caprichos alquilando sus cuerpos incluso había negociado con un proxeneta la compra de una joven rumana de diecinueve años y la de media docena de niñas mexicanas, vírgenes de trece años, para mis ficticios prostíbulos, a un importante narcotraficante internacional...
Pero ahora aspiraba a algo más complicado. Pretendía demostrar que en pleno siglo XXI en España, el tráfico de esclavos continúa siendo una realidad. Si conseguía burlar la desconfianza del boxeador nigeriano —los negros no suelen hacer negocios con los blancos en este gremio del crimen organizado— podría grabar cómo compraba a una de sus chicas, de veintitrés años, y a su hijo, de dos.
Si Sunny me vendía a la joven y a su niño, éstos pasarían a ser de mi propiedad y yo podría hacer con ellos lo que me diese la gana. Desde obligar a la muchacha a que continuase ejerciendo la prostitución, pero ahora trabajando para mi; hasta revenderla a otro comprador de mujeres, ganando una buena suma de dinero en la transacción; o incluso, si se me antojase, podría disponer de su vida. En los terribles contratos de compra de esclavas que circulan entre las mafias queda muy clara la situación del revendido: «... Si yo fallo las normas, tiene el derecho de matarme a mí y a mi familia en Nigeria. Mi vida es equivalente a la suma que debo...». Así funciona el negocio del tráfico de mujeres en la civilizada Europa del siglo XXI.
Pero si por alguna razón Sunny intuía que yo estaba intentando grabar con una cámara oculta cómo cometía ese delito, su furia sería incontrolable y sus actos impredecibles. Creo que no pasaba tanto miedo desde mis primeros encuentros con los skinheads bajo la identidad de Tiger88...
El boxeador fue puntual. Aprieta muy fuerte —casi estruja— al estrechar la mano, y puedo observar con detalle sus enormes nudillos, curtidos en el ring, golpeando sin piedad a sus contrincantes. No puedo evitar el complejo de punching-ball. Sunny es mucho más alto y corpulento que yo, y sé que en un enfrentamiento directo no tendría ninguna posibilidad contra él. Pero había llegado muy lejos, y en esta ocasión había cometido el error de implicarme emocionalmente en la historia que estaba investigando.
Había llegado a plantearme seriamente casarme con aquella chica para conseguirle la nacionalidad española, y con ella arrancarla de las garras de las mafias. E incluso había pasado por mi imaginación la posibilidad de liquidar personalmente al traficante. Supongo que son pensamientos inevitables cuando llevas meses conviviendo con uno de los aspectos más despiadados del crimen organizado: la nueva trata de esclavos, los esclavos sexuales.
—¿Qué tal, Antonio? —Hola Sunny. Tenemos que hablar... Nos sentamos en una mesa, intencionadamente céntrica, y pedimos dos ginebras solas, a palo seco. Sunny siempre tomaba ginebra Larios, sin refresco ni hielo, y yo, naturalmente, le acompañaba.
Tomé un par de tragos intentando envalentonarme con el alcohol, o acaso anestesiarme en caso de recibir una inminente paliza. Sabía que no le iba a hacer gracia que un blanco le propusiese un negocio que habitualmente es cosa de negros y además, un delito grave. Después, ataqué de frente la negociación para comprar allí mismo a una muchacha y a su hijo...
—Ok, Sunny. No quiero que te enfades, ¿vale? No te enfades con Susy. Si te enfadas, que sea conmigo...

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