Tuesday, March 28, 2006

Capítulo 7: Actriz, modelo, presentadora... y ramera de lujo


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Constitución Española, art. 20, 1

Manuel es un adinerado empresario catalán cuya fortuna fue consolidada gracias a un braguetazo. Su esposa, con influyentes parientes en Marbella, desconoce totalmente su doble vida, pero Manuel de vez en cuando echa una canita al aire en clubes como el Riviera o el Saratoga, cercanos a su domicilio en Casteldefels. Sé que vive allí porque la noche que le conocí en uno de esos clubes, yo mismo me ofrecí a llevarlo a su hogar conyugal. Aún yo no lo sabía, pero el tipo moreno de ojos pequeños y brillantes que estaba con él, en la barra del Riviera, era un importante narcotraficante internacional, con el que yo terminaría negociando...
Sin embargo, en general, a Manuel no le gustan los clubes de carretera, ni siquiera aunque sean tan lujosos como los de Castelldefels. Él frecuenta otro tipo de servicios y, de no haber sido por su inestimable colaboración, yo jamás podría haber accedido a ellos. Se trata de las agencias más selectas que trabajan con las escorts, o prostitutas de lujo, más caras y sofisticadas. Éste es el escalafón más alto en el negocio del sexo profesional, vetado a los ciudadanos medios, y reservado a los puteros más adinerados. Empresarios, Políticos, actores o deportistas de elite, en disposición de gastarse entre 600 Y 42.000 euros —de 100.000 a 7 millones de pesetas por un rato de placer con una chica que haya sido portada de Interviú o MAN, o con una top-model reconocida, o incluso con una famosa actriz, cantante o presentadora de televisión.
Para cuando conocí a Manuel, ya llevaba muchos meses sumergido en el mundo de la prostitución, y podía permitirme cierta seguridad y experiencia al hablar del tema. Creo que fue eso, mi seguridad al hablar del negocio, lo que me hizo ganar su confianza.
Manuel pensaba que yo era un traficante de mujeres, entre otros negocios delictivos, con burdeles en Bilbao y Marbella. Sin embargo, en esta ocasión, lo de atribuirme la propiedad de un burdel en Málaga casi me cuesta un disgusto.
Aunque me lo explicó, no tengo clara la lejana relación familiar que Manuel tiene con el vidente de la jet más famoso de España, pero aquel parentesco hacía que conociese bien Puerto Banús y el elitista ambiente de los burdeles de Marbella. Así que jugué de farol y le cité algunos conocidos clubes malagueños como el Milady Palace de Puerto Banús, La Sirenita de Benalmádena, o los Selecta y Geísha de Torremolinos. Intenté hacerle creer que yo tenía algunas de mis rameras trabajando en aquellos locales, cuyos nombres le sonaban familiares y tragó el anzuelo con el sedal y la caña. Entusiasmado por nuestra incipiente relación, terminó por presentarme a Priscila, una rumana espectacular que ha llegado a cobrar hasta 400.000 pesetas por un servicio.
Priscila fue una «chica Fontaneda», y entre sus dientes se cuentan importantes abogados, toreros, empresarios y deportistas de Madrid y Barcelona. Me comentaba divertida, en una de nuestras últimas entrevistas, al poco de que la controvertida Nuria Bermúdez declarase, en verano del 2003, que se había acostado con media plantilla del Real Madrid, que la misma Priscila y muchas de sus compañeras habían hecho lo mismo mucho antes que la Ber1núdez. De hecho, debo confesar que los nombres de muchos componentes del club blanco han aparecido una y otra vez en mis conversaciones con prostitutas de toda España, con el agravante de que todas coinciden en los mismos detalles, así que debo deducir que cuando el río suena... Supongo que es mera casualidad, pero todas las prostitutas que me han relatado sus orgías con jugadores del Real Madrid eran de aspecto nórdico, auténticas valkirias. Mis ex camaradas de Ultrassur al menos podrán estar tranquilos en ese sentido. La unidad racial, aunque sea con rameras, ha quedado salvaguardada... Salvo por el detalle de que algunos de los mejores clientes de mis amigas eran todo lo contrario a hombres arios...
Orgullosa, Priscila presumía de sus recién adquiridos pechos de silicona, ciertamente esplendorosos, alegando que se los había puesto el mismo cirujano que a Yola Berrocal. Ignoro si este punto puede considerarse como algo digno de orgullo. Actualmente trabaja en uno de los burdeles más famosos de España, con sucursales en Barcelona, Madrid, Vigo, Marbella, etc. Sin embargo, hastiada de sus jefes, estaba dispuesta a conocer nuevos ambientes, y ahí es donde entraban mis supuestos clubes de lujo en Bilbao y Marbella. Además, Priscila, como el 90 por ciento de las meretrices que hay en España, carece de documentación legal, y yo le había hecho creer a Manuel que mis contactos con el crimen organizado incluían a falsificadores de pasaportes, tarjetas de residencia, ofertas de trabajo, etc.
La rumana acudió a la cita de la mano del putero, a bordo del espectacular descapotable rojo que le había regalado un conocidísimo empresario del mundo del espectáculo madrileño, encaprichado por los favores sexuales de la impresionante rubia con las tetas de Yola Berrocal. Como me había ocurrido con Susy en Murcia, me aproveché de mis viajes anteriores, en este caso por Rumania, para romper el hielo. Todas las mesalinas que he conocido recuerdan con cierta añoranza sus países de origen y aceptan entusiasmadas una conversación cálida e informal sobre la gastronomía, la historia, la música o la cultura de su patria. Así que desempolvé de la memoria mis recuerdos de Bucarest, Constanza, Tirgoviste o los verdes Cárpatos, y durante unos minutos creo que Priscila disfrutó con nuestro intercambio de recuerdos rumanos. Manuel sonreía satisfecho. Su intercesión había resultado enriquecedora para ambos.
Por fin, en un ambiente más distendido, la rumana comenzó a relatar, ante mi cámara oculta, su currículum profesional, que incluía haber compartido agencia con algunas de las cantantes, actrices o presentadoras más famosas de España, ejerciendo con ellas la prostitución en absoluto secreto. Priscila trabajaba en un local de alteme convencional, hasta que uno de sus clientes habituales, un conocidísimo abogado madrileño, le propuso cambiar de lugar de trabajo. Transcribo el español casi perfecto de Priscila, tal y como lo grabó su cámara oculta.
—Él me ha aconsejado que no esté cara al público todas las noches, que es mejor hacer las mismas cosas, pero en discreto y por más dinero. Y entonces me dio el número de teléfono de esta agencia.
—Llamaste a la agencia, ¿y? —Cuando llamé primera vez me han preguntado qué edad tengo, si tengo celulitis, si tengo estrías. Les he dicho que tengo veintisiete, aunque tenía ya veintiocho, y la edad máxima eran veinticinco. Pero cuando me han visto se han quedado encantados y me han hecho fotos en bañador y todo, y bueno, bien. Pero yo por ser normal y corriente, el precio eran 150.000.
—¿150.000 pesetas? —Esto fue hace tres años. El precio mínimo eran 150.000 pesetas y la chica más cara eran seis millones. La más cara era M. S.
Priscila había pronunciado el nombre de una famosísima presentadora de televisión. Me quedé anonadado, pero intenté mantener la compostura. Se suponía que, como proxeneta profesional, no deberían impresionarme aquellas revelaciones. Todos los periodistas de España hemos escuchado rumores sobre famosas actrices, modelos, cantantes o presentadoras que ejercían la prostitución en secreto, pero aquella voluptuosa y exuberante rumana me estaba explicando con toda naturalidad que una de las presentadoras más famosas de la televisión era su compañera de burdel hace sólo tres años.
En su libro Yo puta, Isabel Pisano relata un curioso episodio protagonizado por ella misma y una importante madame madrileña llamada Patricia, regente de una agencia de prostitutas de lujo. Según relata Pisano, la celestina le había pedido que intercediese presentándole a algunas famosas, que la tal Patricia intentaba reclutar para su agencia de rameras de alto standing: «Oye, yo tengo clientes maravillosos de cuatro y cinco millones de pesetas por una noche, pero tienen el capricho de Ivonne Reyes, Mar Flores, Ana Obregón. ¿No me las podrías presentar?». Según relata la autora de Yo puta, al interrogar a la madame sobre cómo pretendía convencer a aquellas famosas para que se prostituyesen a su servicio, ésta respondió: «Es muy fácil, al principio las contacto para un desfile de bañadores, y cuando llega el momento, les digo que el desfile saltó, pero que el dueño de la marca está dispuesto a pagar la misma cifra del desfile por una noche con ellas; la mayor parte acepta» (pp. 28-29).
La primera vez que leí el libro de Pisano, aquel párrafo me pasó desapercibido. Ahora estoy en disposición de certificar, por experiencia propia, que refleja una absoluta realidad. Yo también terminaría negociando el contrato de varios servicios sexuales con famosas españolas, cerrando el precio en 3 millones de pesetas por cada una. El nombre de la madame citada por Pisano era la argentina Patricia del Valle Areyes, y su agencia era la misma en la que trabajaba Priscila... Pero no adelantaré acontecimientos.
—Seis millones... Eso es mucho dinero.
—Lo que pasa es que no lo sé cómo tienen el trato, pero la mitad siempre es para la madame. Lo que sé es que la agencia quedaba en la calle Orense, en el edificio Eurobuilding-2, en la habitación 326. El teléfono sí que no me acuerdo. Me imagino que si vas allí, te abrirá una señorita muy amable, te invitará a una copita, y te enseñará el book de señoritas. Antiguamente sólo por ver el book eran 15.000 pesetas.
—¿Y quién aparecía en ese book? —No, las chicas que trabajábamos en esa agencia no podíamos ver el book. Pero el book lo sacaron en una revista... Dígame. Porque yo traté con el abogado Rodríguez Menéndez, poco tiempo, pero él lo sacó en su revista Dígame.
Inmediatamente anoté en mi lista de tareas pendientes una visita a la Hemeroteca Nacional, en la madrileña plaza de Colón, para buscar en los archivos de las publicaciones españolas la tal revista Díganw, aunque en ese momento opté por no interrumpir el relato de la rumana.
—Trabajábamos en hotel y en la misma agencia, que había dos cuartitos por si el cliente no tenía hotel y quería hacerlo allí. Si íbamos a hotel nos pagaba a nosotras el cliente y después le dábamos la mitad a la agencia, y si era en la agencia, al revés.
—¿Y por qué dejaste de trabajar allí? —Un día me llaman de la agencia y me dicen que hay un abogado de Barcelona que en vez de 150.000 sólo va a pagar 100.000 pero que es muy amable y muy rápido. Y si es muy rápido, eso es lo que importa, y son 100.000, bueno, 50 para mí y 50 para la agencia. Y si es rápido, y guapo, y amable, y joven, pues bueno, fui. Al principio bien, pero después se puso muy violento. Quería cosas, no sé, sin preservativo y tal. Y entonces, llorando, de rodillas, me dijo que nunca había pagado a ninguna chica tanto dinero. Le digo, pero si has pagado una mierda, 100.000. Y me dice, si he pagado 400.000 por ti. Entonces me puse a llorar, cómo podían darme a mí 50 y él pagar 400.000.
Aquella estafa por parte de la agencia marcó definitivamente a Priscila, que continúa ejerciendo la prostitución, pero por su cuenta. Por eso se había reunido conmigo. Tomen nota todas las escorts españolas, por si sus agencias también las están estafando, cosa que no me extrañaría. Sin embargo, lo más sorprendente estaba por llegar. Aquella misma agencia le había propuesto a Priscila acompañar a un cliente de confianza en un viaje a EE. UU., sin embargo, un problema legal con su visado impidió el viaje. Poco después le propusieron otro desplazamiento, con el mismo cliente, pero a México. Priscila cobraría 200.000 pesetas al día, durante una semana. Sin embargo, la rumana ya no confiaba en la agencia.
—Yo hablé con mucha gente y todos me han desaconsejado. Mira, ellos te pagan por adelantado, pero quién sabrá lo que pasará en México. Yo no sé qué rollos tendrán. Igual me venden por diez millones o por veinte a un burdel y no vuelvo jamás. Me destrozan la cara, me follan ahí cincuenta tíos, boca, culo, cara y todo y por eso decidí no ir. Me han dicho, pues no te llamamos más, y así se acabó.
¿Es posible que España no sea sólo un país de destino, sino que mafias españolas vendan a su escorts de lujo a su vez, a burdeles de otros países? A medida que profundizaba en esta investigación, la sensación de vértigo que me inundaba, haciéndome sentir que el suelo desaparecía bajo mis pies a cada paso, se agudizaba cada vez más. Pero todavía me aguardaban muchas sorpresas.
Con pasmosa naturalidad, Priscila me comentó que entre sus compañeras en aquella agencia se encontraban otras famosas presentadoras de televisión, cantantes y actrices, auténticos mitos sexuales entre los españoles. Al escuchar aquellos nombres, no pude evitar recordar que mi hermano pequeño todavía tiene en su habitación los pósters de alguna de aquellas famosas, que han sido portada de revistas como Interviú o MAN. Estoy seguro de que disfrutaría más que nadie de las revelaciones de Priscila, porque de pronto aquellas famosas habían dejado de ser mitos eróticos inalcanzables. Ya no eran tan sólo una adolescente fantasía sexual en un papel colgado de la pared. Cualquier español, con el dinero suficiente, podría materializar aquel sueño. Y nada diferenciaba a aquellas populares divas de la pantalla de Susy o de cualquiera de las rameras de burdel que había conocido en mi periplo por los lupanares de todo el país. Nada, salvo el precio. Sin embargo, esa diferencia abismal en los honorarios implica ciertos matices en el servicio, a los que ni las prostitutas callejeras acceden. Por ejemplo, es una ley no escrita entre las cortesanas de todo el mundo que cierto tipo de cosas no se pueden hacer, salvo que sean consideradas y pagadas como «servicios especiales», que no todas las furcias admiten. La inmensa mayoría de las mesalinas no accede al sexo anal, ni a la felación sin preservativo ni, por encima de todo, a besar en los labios. El beso en la boca se reserva para el amado y no se regala al cliente pago. Sin embargo, Priscila era contundente al tocar este punto en relación a las famosas.
—Te voy a decir una cosa, otra de las cosas que no me gustaba de la agencia es que, como decían que las que estábamos allí no somos profesionales, si el cliente decía que le chupes sin condón hay que chupar sin condón, y si quiere beso, también hay que besarle, y si quiere que le chupes el culo, también hay que chuparle el culo, ¿entiendes? Así de claro. Tan finas son, las famositas, por seis millones de pesetas...
Con muy buen criterio, Priscila añadía que seis millones es mucho dinero, pero si el cliente tenía una enfermedad, como el sida, y por realizarle una felación sin preservativo, la prostituta, famosa o no, era infectada, aquellos seis millones no compensaban.
—Malena, por ejemplo, empezó a trabajar en una sauna de Castellana, con una amiga mía. Antes de venir a la agencia. Como la Yasmine, que estaba en un chalet. Pero Malena Gracia empezó con una amiga mía...

Malena Gracia, de la sauna al Hotel Glarm

Buceé en la hemeroteca hasta hacerme con todos los números de la revista Dígame, de la que me había hablado Priscila. Y no podía dar crédito a lo que estaba viendo ante mí. En el mes de octubre del año 2000, el polémico abogado Emilio Rodríguez Menéndez presentaba en sociedad la revista Dígame. Con Rodríguez Menéndez como editor y Javier Bleda, otro histórico de la extrema derecha española junto a José Luís Roberto o Blas Piñar, como director, la pareja volvía a coincidir años después de su aventura al frente del diario Ya. El legendario rotativo madrileño se había ido a la quiebra tras la gestión de Menéndez y Bleda, que no habían dudado en publicar lo que nadie más osaba publicar, para intentar vender periódicos. Ellos fueron los primeros en divulgar la existencia de un vídeo pornográfico en el que presuntamente aparecería Pedro 1. Ramírez, director de El Mundo, con una prostituta de color llamada Exuperantia R. Menéndez y Bleda, sin par dúo dinámico, habían roto las reglas implícitas en el mundo de la comunicación, que acuerdan no airear los trapos sucios de los poderosos. Todos los periodistas, y me incluyo, hemos sufrido la censura alguna vez, al intentar divulgar informaciones políticamente incorrectas. Lo sé mejor que nadie. Muchos de mis reportajes han sido censurados, cuando no secuestrados totalmente por la cadena que debía emitirlos. Pero lo malo del binomio Menéndez/Bleda no era que osasen divulgar lo que todos preferían omitir, lo peor es que durante su gestión al frente de Ya, tampoco tenían pudor en inventar la noticia, cuando ésta no existía. Su vergonzoso fraude en tomo al sangrante caso Alcásser, cuando toda la opinión publica vivía con un dolor sin precedentes el triple crimen de Miguel Ricart y Antonio Anglés, todavía dama al cielo. Sin ningún tipo de respeto, Ya publicó en portada que habían descubierto y entrevistado a Antonio Anglés, el criminal español más buscado de la historia, en un país sudamericano. Ilustraban la entrevista con varias fotografías en las que el mismísimo Rodríguez Menéndez posaba con el supuesto Anglés. Las ventas de periódicos se dispararon, sobre todo cuando el propio Menéndez fue entrevistado por Pepe Navarro en su programa Esta noche cruzamos el Mississippi y contó con todo lujo de detalles su presunta investigación periodística, que habría desembocado en la localización del asesino de Alcásser. Pero la gloria le duró poco al abogado, ya que pocas semanas después de aquel pelotazo del Ya, los periodistas de Interviú localizaron en Argentina al supuesto Anglés, que resultó ser un simple modelo, físicamente parecido al asesino, que ni siquiera era consciente del escándalo que había desatado en España su aparición. Todo había sido un montaje urdido por Rodríguez Menéndez para vender periódicos, como terminaría confesando él mismo posteriormente.
Con semejantes antecedentes, la opinión pública ya sabía lo que podía esperar de la reaparición de Menéndez y Bleda ———quien, por cierto, había dirigido durante un tiempo la revista de Mario Conde, MC—. Desde su primer número, en que arremetía contra la periodista Karmele Mardiante desde la portada, Dígame se ganó las antipatías de toda la comunidad periodística española. Un pacto de silencio se cernió sobre la publicación de Rodríguez Menéndez y Javier Bleda, dispuestos a publicar lo que nadie se atrevía ni tan siquiera a sugerir en las tertulias televisivas sobre el mundo del corazón. Dígame se propuso no respetar nada ni a nadie, y lo demostró sin duda al llegar a su tercer número, publicado el día 6 de noviembre del año 2000. El titular de portada era tan grosero como elocuente: «Descubrimos una red de prostitución de famosas: Malena Gracia ejerce de puta».
En su línea de un seudoperiodismo salvaje y brutal, la revista Dígame había preparado una encerrona a Malena Gracia, con la que Rodríguez Menéndez había mantenido una relación sentimental, aunque intuyo más profesional que afectiva, que había saltado a la prensa rosa ese mismo año. La vedette y el abogado aparecían en actitud muy cariñosa —imagino que amor de pago— durante unas vacaciones en Miami. Ya he explicado que las meretrices deben aceptar prácticas sexuales que rozan las parafilias...
En venganza por el evidente desplante, supongo, ya que hasta la ramera con más estómago tiene un límite, un supuesto periodista había contratado los servicios de Malena en la misma agencia en la que trabajaba Priscila, citándose en un conocido hotel madrileño con la famosa cantante y actriz, que por aquellas fechas trabajaba con Arévalo en una serie de Antena 3.
El autotitulado periodista de Dígame había acudido a la agencia del edificio Eurobuilding-2 para ver el catálogo de prostitutas, pagando 15.000, pesetas por el derecho a ver el book, y 25.000, más en concepto de adelanto. Tras escoger a Malena Gracia para el servicio, pidió que se la mandasen al hotel Meliá Casfifia hacia las 20:30 horas de aquel 30 de octubre del año 2000, y Malena acudió a la cita. Una vez allí, exactamente en la habitación XXX, le abonó las 115.000 pesetas restantes, para completar las 150.000 estipuladas por acostarse con Malena Gracia. Y durante la siguiente hora y media mantuvieron dos contactos sexuales completos. Omitiré, por respeto, todos los detalles escabrosos que el pretendido periodista no omite en la revista de Rodríguez Menéndez.
Después del humillante montaje del falso Anglés en Ya, probablemente nadie conferiría ninguna credibilidad al reportaje sobre mesalinas famosas de Dígame, si no fuese porque el seudoperiodismo había grabado todo el episodio, escondiendo una cámara de vídeo en la habitación del hotel. Sin ninguna compasión por los sentimientos de Malena Gracia, Rodríguez Menéndez incluía varios fotogramas del vídeo, en los que la cantante aparece practicando el sexo explícito con su cliente, tanto en la portada como en el reportaje de Dígame. Pero pocos privilegiados pudieron ver aquel ejemplar del número 3 de la revista.
La publicación de Bleda/Menéndez era un semanario que aparecía los lunes, pero alguien había filtrado a la popular vedette que el lunes 6 saldría en portada de Dígame un reportaje sobre su doble vida, ilustrado con imágenes de uno de sus contactos sexuales. Ese alguien era Ana María B., una madre y esposa, ex miembro de la Guardia Civil, destinada en la vigilancia de la Casa Real, junto a otros compañeros de la III Comandancia, que había sido expulsada del cuerpo por ejercer la prostitución. Tras una investigación de Asuntos Internos, con expediente abierto el día 12 de agosto de 1997, una sentencia del Supremo confirma su expulsión del cuerpo «por ofender la dignidad de la institución y mantener conductas contrarias al Reglamento y a las Reales Ordenanzas». Había permanecido casi diez años en el cuerpo con un excelente expediente, hasta que se descubrió su doble vida, ilustrada en un sórdido vídeo grabado en la agencia en la que trabajaba, a través de una cámara escondida en el burdel para grabar a los dientes importantes. Sus compañeros de la III Comandancia, y después los de Asuntos Internos, contemplaron con morbosa curiosidad la imágenes registradas en esa cinta de vídeo, en la que el encargado del lupanar aparece enmascarado, cobrando a cada uno de los clientes que contratan los servicios de la guardia, señal inequívoca de que él sí sabía que una cámara grababa los encuentros sexuales de Ana María. Su posado, desnuda, en la portada de Interviú aún aparece, a mediados del 2003, en algunos books de famosas que yo he visto personalmente, en agencias de prostitución de lujo de Madrid y Barcelona, ignoro si con el consentimiento de la ínclita, que ahora posee varias peluquerías en Leganés. Al conocer su historia, inevitablemente recordé los apuntes del agente Juan sobre el injusto binomio Guardia Civil—burdeles...
El domingo 5 de noviembre, a las 17 horas, Malena Gracia se presentó en el juzgado de Instrucción número 18 de Madrid, acompañada de Ana María B., para interponer una denuncia contra la revista Dígame, en un intento desesperado por evitar que la publicación de Rodríguez Menéndez llegase a los quioscos de Madrid. Por suerte para la vedette, la distribución de Dígame se limitaba prácticamente a la capital de España.
A las 8 de la mañana del lunes 6, sin haber podido pegar ojo por la angustia y el terror de que su familia, amigos y fans descubriesen su vida secreta, Malena se personó en el juzgado de Instrucción número 2 de Alcobendas, acompañada por la ex guardia civil, para interponer una nueva denuncia contra Dígame, como último intento por evitar la distribución del número, que ya había salido de imprenta. Y lo consiguió, parcialmente.
A primera hora de la tarde la secretaria judicial se personó en la redacción de la revista para paralizar la distribución del número 3 de Dígame. Sin embargo algunos ejemplares estaban ya en circulación y, a pesar del tabú que se cernía sobre el tema de las famosas, algunos medios de comunicación, pocos y marginalmente, se hicieron eco de la noticia. A la semana siguiente, el número 4 de Dígame se agotó en todos los quioscos de Madrid, y Rodríguez Menéndez, envalentonado por el éxito editorial de aquella portada, que tenía aspecto más de vendetta personal que de interés periodístico, inició una campaña brutal y salvaje contra Malena Gracia, y contra otras famosas que, según él, ejercían la prostitución.
Durante varios meses se publicaron muchas noticias, comentarios de opinión —entre ellos, algunos muy hirientes firmados por Nuria Bermúdez, articulista fija en Dígame, que terminaría siendo también acusada por Menéndez de ejercer la prostitución—, y reportajes aportando infinidad de pruebas irrefutables sobre el trabajo de Malena Gracia como prostituta. La puntilla llega en el número 30 de Dígame, donde se publica una entrevista a Susana Iglesias, presente en todos los saraos de serie B del famoseo nacional de la época, desde el programa Tómbola hasta la portada de Interviú. En dicha entrevista, Susana Iglesias confiesa que ella también ha ejercido la prostitución, y se atreve a afirmar que no sólo Malena Gracia, sino otras muchas famosas presentadoras, modelos y actrices, cuyos nombres cita, eran sus compañeras de gremio. En el siguiente número de Dígame se reproduce una nueva entrevista a la Iglesias —quien, por cierto, hizo un pequeño papel, precisamente interpretando a una ramera de lujo, en Torrente 2—, y en la que se incluía copia de la denuncia presentada en una comisaría, al parecer tras recibir varias amenazas de muerte por haber revelado la doble vida de sus famosas compañeras de burdel de lujo.
Pese a ello, el día 16 de noviembre del año 2000, Malena Gracia tuvo el valor de acudir al programa Crónicas marcianas de Tele 5, para negar categóricamente que trabajase como cortesana en una agencia de prostitución de lujo. En aquella intervención televisiva, alegó que los fotografías reproducidos por Dígame pertenecían a un vídeo sexual doméstico, que ella había grabado tres años atrás con un novio italiano.
Rodríguez Menéndez, sin ninguna compasión, concentró páginas y páginas de su revista en aportar nuevas evidencias sobre Malena, y en el editorial del número 5 de Dígame, exactamente en la página 3, deja caer una amenaza velada a la famosa vedette: «... nos vamos a ver obligados, en nuestro próximo número, a regalar el vídeo en la revista para que nuestros lectores te puedan ver y, además, oír esa vocecita cuando le decías a nuestro periodista que te encantaría repetir con él, o esos grititos de pasión mientras hacías el acto por el que te pagaba ... ». Furiosa, avergonzada y humillada, Malena Gracia terminó confesando públicamente que el vídeo era auténtico, y que ella ciertamente había trabajado como prostituta de lujo, en la misma agencia que la rumana Priscila.
Pero Rodríguez Menéndez ya había descubierto el filón, y durante las siguientes semanas las portadas de Dígame alcanzaron cotas inimaginables de grosería y amarillismo, nunca antes visto en la historia de la prensa española. El controvertido abogado, sin pelos en la lengua, acusaba de ejercer la prostitución de lujo a una lista interminable de actrices, modelos y presentadoras famosas. Por supuesto, requeriría mucho tiempo, esfuerzo y sobre todo dinero averiguar si todas esas famosas llevan una doble vida como mesalinas de lujo, o si se trata de un nuevo embuste de Rodríguez Menéndez. Además, y en el supuesto de que fuese cierto, tampoco se trata de un delito.
Sin embargo, y sin ánimo de entrar en polémicas, me consta que algunas famosas trabajan como prostitutas en agencias de alto standing. Lo sé porque durante esta investigación yo mismo he negociado con sus madames un servicio sexual concreto. Y mientras lo hacía, pensaba de nuevo en Susy, la nigeriana de Murcia. Y me reafirmaba en que nada diferencia a Susy de Malena Gracia o cualquier otra ramera de gran lujo, salvo lo que pueden pagar sus dientes. El precio sigue siendo lo único que marca la diferencia entre una y otra.
En el número 43 de Dígame, y tras lo que imagino fue un angustioso suplicio familiar y profesional, Malena Gracia concede una entrevista a Emilio Rodríguez Menéndez, para aparecer con él en la portada y reconocer públicamente que el abogado tenía razón. En lo que a mí me parece una cruel humillación innecesaria, Malena se ve obligada a posar con el editor de Dígame —que terminaría despidiendo a Bleda, por lo que él asumiría también la dirección de la revista—, y a redactar una carta manuscrita en la que reconoce la veracidad de lo publicado, pidiendo perdón al abogado por haberse atrevido a negar públicamente su trabajo como ramera. Triste.
Esa confesión pública, aunque forzada por las circunstancias, es la única razón por la que yo publico el nombre de Malena Gracia como una de las prostitutas de lujo que trabajaba con Priscila en la agencia del Eurobuilding-2. Servirá para dar al lector una referencia del tipo de famosas al que me referiré más adelante, ya que dentro del mundo de las escorts de lujo existe un curioso sistema al valorar el precio que puede cobrar una mesalina.
Manuel, el empresario barcelonés, fue uno de los clientes de Malena Gracia. Pero también contaba, en su particular currículum, con otras famosas que habían pasado por su cama. Entre ellas, una de las top—model españolas más importantes, habitual en las pasarelas Gaudí, Milán o Cibeles y modelo del año; o una conocida presentadora de televisión, improvisada náufraga en una famosa isla. Fue precisamente él quien me pondría al corriente del sistema de valoración de las prostitutas más caras de España.
—Mira, una tía como Priscila, reconocerás que es una mujer espectacular. Pues una como ella puede costar de 100.000 a 150.000 pesetas el polvo. Pero si apareciese como portada de Interviú, MAN, Cosmopolitan, o cualquier otra revista importante, ya podría cobrar más. No sé, quizá 200.000 0 250.000. Pero si sale en televisión ahí es cuando realmente empieza a tener morbo. Yo he conocido a muchas azafatas de programas conocidos, o actrices que han hecho pequeños papeles, o que hacen spots comerciales. Una de ésas te puede costar 300.000 o hasta 500.000. Aunque todo esto es muy relativo. Pero las famosas de verdad, las presentadoras, actrices, cantantes, etc., ésas no te bajan del millón de pelas. Y dependiendo de que estén haciendo ahora algún programa importante o alguna película de éxito, te pueden cobrar 3, 4, o 6 millones...
Manuel sabía de lo que hablaba. Se había gastado auténticas fortunas en agencias de alto standing, y sus apreciaciones sobre la valoración de esas súper escorts resultaron ser exactas. Yo lo comprobaría personalmente poco tiempo después, al visitar de su mano varias de esas agencias de gran lujo. En cuanto a la oscilación tan abismal de los precios, tardé en comprender su sentido. Una misma chica, que obviamente gozaría de un físico excepcional, podía cobrar cinco o diez veces más, por hacer el mismo trabajo, dependiendo tan sólo de su fama. Una portada de revista o un trabajo como azafata de televisión eran el único factor determinante para que unos pechos sensuales, unas caderas voluptuosas o unas largas piernas triplicasen su valor de la noche a la mañana, o lo menguasen.
Según Manuel, algunas de esas seudofamosas de medio pelo, a las que conocemos como «freaks» en el mundo de la televisión, se esforzaban en aparecer en cualquier programa o portada, improvisando montajes absurdos y disparatados, sólo para que al volver a aparecer en la pequeña pantalla, su precio como prostitutas volviese a subir. Y es que algunas escorts de lujo, que durante un tiempo trabajaron de azafatas en programas como Goles son amores, Osados o Telecupón, o interpretando pequeños papeles en series de televisión, y podían cobrar casi un cuarto de millón de pesetas por servicio, sufrieron una fuerte depresión al desaparecer de las pantallas, junto con sus respectivos programas, y pasaron a cobrar un tercio o menos de ese dinero, por realizar el mismo servicio. Muy pocas, como Yasmine, «novia» del ex marido de Norma Duval, han confesado públicamente haber ejercido la prostitución.
En cuanto a los clientes de estos servicios, no hace falta ser demasiado brillante para deducir que no todo el mundo puede permitirse gastar 1.000, 3.000, o 6.000 euros en un servicio sexual. Obviamente, los clientes de este tipo de prostitutas son políticos, futbolistas, toreros, empresarios, actores... en definitiva, individuos muy poderosos, que sin duda sienten un morbo especial, una intensa excitación, al observar una revista de un quiosco de prensa, o al disfrutar de un programa de televisión en compañía de su esposa e hijos, y ver en la pantalla o en la portada a la que fue su amante por unas horas. Como decía alguien, lo único peor que no acostarse con Claudia Schiffer es hacerlo y no poder contarlo. Por algún tipo de atávico complejo de inferioridad, los hombres necesitamos reafirmar nuestra virilidad, en base a la cantidad y calidad de nuestras conquistas. Aunque, como en el caso del parchís, por cada una que nos comemos contamos veinte. Por eso, para los puteros de lujo, resulta casi tan satisfactorio como el momento del sexo en sí, el instante en que pueden enseñar a sus amigos la portada de una revista, o señalar en la pantalla a tal o cual azafata de televisión y decir: «A ésta me la tiré yo». Realmente, somos criaturas patéticas.
De hecho, a medida que profundizaba en esta investigación, me veía obligado a reconsiderar una y otra vez mis conocimientos sobre anatomía. Finalmente, concluí que la medicina y la fisiología yerran al considerar que los órganos humanos se sitúan en la misma parte del cuerpo en el caso de las hembras y de los varones. Sin duda, el cerebro masculino no se encuentra alojado dentro del cráneo, sino en algún punto de los genitales, lo que me lleva a la firme convicci6n de que, en nuestro caso, dolencias como la sífilis, la gonorrea o las ladillas podrían considerarse enfermedades mentales...

Políticos, empresarios, futbolistas... los puteros de lujo

A medida que examinaba minuciosamente todos los números de la revista Dígame, publicados entre el año 2000 y el 2002, aumentaba mí asombro y perplejidad. Emilio Rodríguez Menéndez no respetaba a nada ni a nadie. Ya en los primeros números, el dúo dinámico Bleda/Menéndez incluía en las páginas de tan insigne publicación un anuncio en el que buscaban «cazarecompensas» dispuestos a ganar hasta un millón de pesetas, a cambio de cualquier exclusiva, cuanto más cruel y sangrante mejor. Eran los precursores de la tele-mierda actual, pero en formato impreso. De esta forma, justo es reconocerlo, Dígame consiguió algunos documentos gráficos que ni siquiera Interviú se atrevería a publicar. Como por ejemplo, un extenso reportaje en el que Dinio García, famoso por su idilio con Marujita Díaz, aparecía en una orgía celebrada en Valencia, con presuntas menores. Las fotos son realmente fuertes, y ninguna otra revista del corazón osaría divulgar un material como aquél. Una vez más, Dinio, como Malena
Gracia, se beneficiaron del pacto de silencio que pesaba sobre todo lo publicado en Dígame, tanto como de la pésima distribución de la revista, casi limitada a Madrid. No obstante, exclusivas como aquellas sórdidas fotos del cubano confirieron a la revista cierta credibilidad, lo que agravaba aún más los brutales titulares de portada de algunos de sus números. Como muestra, valgan los siguientes:
—Número 14: «El PP se va de putas». Políticos preeminentes del partido del gobierno, señalados como clientes habituales de las rameras famosas.
—Número 22: «Dinio corruptor de menores». Unas jóvenes valencianas ceden a la revista embarazosas fotografías del cubano.
—Número 25: «Putas y famosas». Junto con otras presentadoras y modelos famosas, aparece la primera foto de Patricia del Valle.
—Número 38: «Putas famosas de vacaciones en Marbella». Un conocido vidente es señalado como el intermediario entre las famosas y sus dientes en Marbella.
—Número 55: «Famosos y políticos sadomasoquistas». Periodistas, dirigentes políticos y artistas reconocidos son señalados como clientes de gabinetes SM.
—Número 78: «Famosos grabados en casas de putas». Otra larga lista de futbolistas, políticos o cantantes grabados mediante cámaras ocultas en burdeles españoles de gran lujo.
Como ejemplo del amarillismo salvaje y destructor es más que suficiente. Por supuesto, y a pesar de lo audaz y temerario de estas acusaciones, Menéndez continuaba reafirmándose en las mismas semana tras semana, sin que ningún poder político o judicial quisiese o pudiese evitarlo. Sin embargo, prácticamente ningún medio de comunicación se hacía eco de tan feroces titulares, y un profundo vacío aisló al resto de los medios de comunicación.
—De toda manera preferiré tener cerca a una presentadora, o a una relaciones públicas, o a una tía que sea la imagen publicitaria de mi pueblo, que me pueda tirar, ¿tú no?
—Sí, ya, claro. —Pero tranquilo, a mí me conocen en todas las agencias, y si vas conmigo, no tendrás problema en que te enseñen los books, ni en tirarte a un famosa. ¿A qué famosa te gustaría tirarte?
No le contesté. No podría. Todos los hombres, y más los profesionales de la televisión que compartimos con ellas sala de maquillaje, comedor o cafetería en las cadenas nacionales, hemos divagado más de una vez sobre lo atractiva que es tal o cual presentadora, tal o cual actriz, o tal o cual azafata. Pero Manuel no divagaba. El empresario me estaba preguntando realmente a cuál de las estrellas de la televisión, que pueblan las fantasías nocturnas de los adolescentes, y no tan adolescentes, deseaba hacer mía.
De repente, se estaba abriendo ante mí un mundo completamente desconocido. Un mundo clasista, elitista y corrupto en el que no existe ni el respeto ni la dignidad; en el que un puñado de escogidos, poderosos por su dinero y por conocer las vidas secretas de otros poderosos, pueden plantearse en la vida real cuestiones que para el resto de los mortales tan sólo son una fantasía onanista.
«¿A qué famosa te gustaría tirarte?»
Ni siquiera me podía imaginar, en aquel momento, las implicaciones de aquel descubrimiento. ¿Qué tipo de personas puede gastarse 1, 2 o 7 millones de pesetas en acostarse con una estrella de televisión? Evidentemente, hombres poderosos, pero no necesariamente por actividades legales. Poco a poco, iría conociendo a algunos de los clientes que han disfrutado de los encantos de esas divas de la pantalla. Sus testimonios terminaron por convencerme absolutamente de que todo aquello era cierto, porque los comentarios de un empresario sevillano o de un narcotraficante gallego, que no) se conocían entre sí, resultaban ser exactamente los mismos al valorar la habilidad con el «francés», o el dominio del «griego», de una, conocida presentadora y actriz latinoamericana afincada en España. Y no hablo de conocimientos idiomáticos precisamente. Sin especificar el precio justo de ese servicio...
Merecería el espacio de todo un libro detallar el lamentable desenlace de uno de estos servicios, que terminó con la muerte de un famosísimo empresario en una suite de lujo, a causa de una sobredosis de viagra. El corazón del millonario no pudo soportar la excitación de poseer a aquella famosa presentadora de televisión.
Definitivamente, Manuel sería una pieza clave en esta investigación. Acordamos que visitaríamos las agencias de famosas en mi próximo viaje a Barcelona. Necesitaba un poco de tiempo para preparar un plan. Si ya resulta arriesgado introducir una cámara oculta en un burdel de carretera, profanar los secretos sexuales de los personajes más poderosos del país podría ser algo doblemente peligroso, y necesitaba meditar mi próximo movimiento.

¿Productor cinematográfico y traficante de menores?

Pensaba en regresar a Murcia para continuar mi investigación sobre Sunny, cuando de pronto me encontré una nueva pista inesperada, que me retuvo unos días más en Barcelona. Desgraciadamente todo se complicaría, y me vería obligado a salir precipitadamente de la ciudad y a finalizar mi relación con Jesús.
Jesús es un putero de la vieja escuela. Su trabajo en la oficina de Correos de Barcelona nutre su adicción a las pelanduscas, de la misma forma que la agencia de noticias de Paulino alimenta su dependencia de las furcias en Galicia. Probablemente porque ninguna mujer se relacionaría con tipos tan abyectos y lamentables sin una gratificación económica por adelantado. Pero sospecho que Jesús va más allá. Desgraciadamente no lo puedo demostrar.
Yo he bebido mucho con ellos. Formaba parte del trabajo de siembra, del que luego podría recoger frutos más o menos interesantes.
No recuerdo la visita a ningún lupanar de la que no aprendiese algo. Entre copa y copa siempre se les escapaba algún comentario, alguna indiscreción, que yo podría utilizar posteriormente... a pesar de las atroces resacas del día siguiente.
Jesús, como casi todos los puteros, bebe más de la cuenta, y gracias a su indiscreción tuve conocimiento de la presunta implicación de un conocido director y productor cinematográfico barcelonés en el tráfico de menores rumanas, explotadas sexualmente en el barrio de San Antoni. Inmediatamente me puse a seguir esa pista.
Como siempre, primero exploré la zona donde debería haberse desarrollado esa parte de mi investigación. Para ello, utilicé a una amiga personal de Jesús, que sin tener idea de lo que yo me proponía me condujo a la plaza de Pes de la Palla, en plena Ronda de San Antoni. Allí, cada noche, un puñado de rameras, muchas de ellas rumanas menores de edad, esperan pacientemente su turno para ser mancilladas por algún españolito que no quiera internarse en los alrededores del Nou Camp, zona de putas mucho menos discreta. Recorrí aquellas calles, la del Tigre, Joaquín Costa, Paloma, etc., estudiando las posibles rutas de escape en caso de contratiempos, y marcando los dos miserables hoteluchos presuntamente cómplices del delito. Y digo delito porque para subir a la habitación con el cliente, son las rumanas las que deben dejar su documento de identidad en la recepción —lógicamente los puteros, mayormente casados, no desean identificarse en ningún momento—, y se tratará del documento de una menor.
Todo estaba preparado y cierta noche yo debía reunirme con Jesús para conocer al productor y director cinematográfico en cuestión, quien ha participado en algunas de las películas más taquilleras del cine español de los últimos años. Llevaba ya varios días frecuentando el restaurante que hace esquina entre las calles de Floridablanca y Villarroel, justo debajo del domicilio de Jesús, y muy cerca de Pes de la Pau” donde suelen reunirse. Y de pronto, todo se fue al gárrete.
Fue una lamentable coincidencia. Jesús conservaba un ejemplar de la revista en la que había aparecido mi fotografía meses atrás. Al principio no había relacionado a Tiger88 conmigo, ya que jamás habíamos hablado del tema, ni tampoco existía ninguna razón para hacerlo. Pero aquella noche, y de forma casual, Jesús escuchó una entrevista al autor de Diario de un skin en la radio barcelonesa. La única condición que pongo para conceder entrevistas es que mi identidad continúe en el anonimato, y en este caso el técnico de sonido, un tal julio Perea, que me había prometido que manipularía mi voz para hacerla irreconocible, no lo hizo. 0 al menos no lo hizo lo suficientemente bien. Jesús reconoció mi voz y toda la operación se fue a la mierda por la incompetencia profesional de aquel técnico de sonido.
Estoy seguro de que toda la historia es real. De que aquel productor cinematográfico participa de alguna manera en el negocio de la prostitución, e intuyo que Jesús también, pero no tengo ninguna prueba. No pude obtenerlas a causa de que un preclaro técnico de sonido se atrevió a opinar que mi exigencia de alterar la voz durante las entrevistas a Tiger88 era sólo una cuestión de marketing, para parecer más misterioso y vender más libros. Su actuación irresponsable e incompetente podría haberme costado la vida, si en vez de un Jesús furioso a través del teléfono, hubiera sido un proxeneta armado el que me hubiera identificado por culpa de aquella entrevista. Suponiendo, claro, que julio Perea, como Luís Alfonso Gámez y otros periodistas afines al movimiento neonazi, no desease intencionadamente que alguien le pegue un tiro a cualquier persona identificada como , fuese yo o no.
Ante aquel imprevisto, me vi obligado a abortar toda la operación de las rumanas y salir precipitadamente de Barcelona. Imagino que ahora, esas menores continuarán siendo prostituidas en los alrededores de Pes de la Palla, pero yo no pude hacer nada por evitarlo, a causa de un técnico radiofónico. Quizá ahora comprenda que si renuncio al reconocimiento a mi trabajo, y exijo que mi imagen y mi voz sean distorsionadas en todas las entrevistas, es porque tengo buenas razones para hacerlo.

Wednesday, March 15, 2006

Capítulo 5: El precio de la dignidad


La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.

Constitución Española, art.10-1

Regresé a Vigo con la intención de volver a encontrarme con Loveth. Necesitaba más información sobre Susy para saber cómo afrontar el caso y averiguar la mejor manera de llegar a Sunny, pero llegué tarde. Lo de que me había estado esperando la noche que nos conocimos, por indicación de ALECRIN, era cierto. Según me explicaron, al día siguiente dejó el club, donde no conseguía el dinero suficiente para abonar su deuda y se fue a probar fortuna en un prostíbulo francés. Maldije mi suerte. Sin embargo, podía intentarlo con otras nigerianas que abundan tanto en los prostíbulos gallegos, como en el resto de los burdeles del país. Esa misma noche me ocurrirían cosas sorprendentes y conocería una de las historias más duras y terribles con que me he encontrado en mi descenso a los infiernos de la prostitución.
Fue un encuentro total, completa y absolutamente casual. Conducía de Vigo hacia Santiago, donde debería reunirme con Juan a la mañana siguiente. Recuerdo que era viernes noche. Entré en Pontevedra por el sur y me perdí. No conseguía encontrar la carretera de Santiago, así que di varias vueltas por las calles pontevedresas en busca de la salida norte y, de pronto, en plena madrugada, me encontré con una joven que me hacía señas desde la acera.
Pensé que podía preguntarle la dirección hacia Santiago, ya que a esas horas no hay mucha gente a quien pedir una indicación por las calles de Pontevedra, así que acerqué el coche y bajé la ventanilla. Se trataba de una joven que aparentaba veintitantos años. Vestía una minifalda muy mini y unos zapatos de tacón que estilizaban sus piernas largas y bien torneadas. A cierta distancia parecía una joven muy atractiva, y seguramente lo fue algún día, pero al acercarse a la ventanilla del coche pude ver su rostro completamente demacrado. Tenía la cara llena de manchas y pequeñas cicatrices, y recuerdo que lo primero que pensé es que debía de tener sida. Y posiblemente así era.
—Hola, perdona, ¿puedes indicarme cómo salir hacia Santiago? —Claro, yo te digo por dónde ir, pero ¿tú puedes acercarme a mí a la estación de autobuses?
—Trato hecho. Doy mi palabra de que en aquel momento no tenía ni idea de con quién estaba. Pensé que se trataba de alguna chica que había salido de la discoteca y se dirigía a su domicilio. Ni siquiera se me pasó por la cabeza la idea de que una mujer, tan profundamente deteriorada, pudiese ser una profesional del sexo. Por eso, cuando apoyó su mano en mi rodilla y me dijo si ya sabía a qué se dedicaba, reaccioné como un estúpido.
—Pues... no sé... ¿Estudias? Aquella joven se echó a reír. Fue la primera y penúltima vez que pude disfrutar de su sonrisa y por todo lo que supe después, creo que hacía un montón de tiempo que no sonreía. No me dio muchas opciones para adivinar su oficio, porque rápidamente me soltó a quemarropa: «Soy una puta». Es curioso cómo las cosas vienen a ti cuando estás en sintonía con ellas.
Terminamos tomando un café en una cervecería del centro de Pontevedra, charlando sobre todo tipo de temas. Ella había sido cantante y había actuado en muchas ocasiones en la Televisión de Galicia. De hecho, había trabajado con Juan Pardo y, aunque a una escala muy humilde, en realidad sería la primera «famosa» dedicada a la prostitución que iba a conocer en mi investigación. Tenía una hija, que vivía con sus abuelos en Vigo, y era profundamente desgraciada.
Dijo llamarse M4 Carmen R. C., y me contó una historia terrible. Su madre acababa de morir, víctima de una sobredosis, y ella decía desear la muerte. La menor de tres hermanas, aseguraba que todas ellas habían sido violadas desde niñas, desembocando en la prostitución. Ignoro si mentía.
—¿Tú no te acuerdas del chico que murió en Orense hace unos años, aplastado por una roca mientras se follaba a una gallina?
La verdad es que aquello del hombre sepultado por una roca mientras practicaba la zoofilia me sonaba familiar, pero la historia resultaba demasiado rocambolesca para ser cierta. Asentí con la cabeza.
—Pues ése era mi hermano, Herminio. Sólo días después, al consultar en Internet y en la hemeroteca de Madrid, descubriría varias noticias de prensa —como El Caso del 1 de octubre de 1990— en las que se relataba con todo detalle el kafkiano episodio del hombre que murió aplastado en Orense.
La joven no mentía y de esta forma, Mi Carmen me confió su historia personal, repleta de maltratos, violaciones y drogodependencias. Ella era la única de las tres hermanas que había conseguido salir de ese mundo, aunque sólo durante un periodo limitado de tiempo. Un matrimonio roto la hizo caer de nuevo en la drogadicción y de ahí pasó a la prostitución.
Charlamos durante un par de horas y cada episodio de la vida de aquella joven parecía más dramático que el anterior. Ningún hombre podría evitar que aflorase un paternal instinto protector con aquella chica, que inspiraba una profunda compasión. Me ofrecí a llevarla a su casa. Ya es tarde —le dije— y hoy no creo que puedas hacer ningún servicio, vámonos a dormir.
Me indicó el camino y no tardamos en llegar a un lugar sacado de la imaginación delirante de algún guionista de cine B. No se trataba de una casa, sino de un trastero en un bloque de edificios situado en la parte posterior de la Estación de Autobuses de Pontevedra. Allí ejercían su oficio y vivían varias prostitutas callejeras de la ciudad. Bajamos las escaleras en silencio para no despertar a sus «vecinas». Al abrir su trastero, me invadió un repugnante olor a orines y a humedad.
El lugar era siniestro y cuesta imaginar que algún hombre pueda hacer el amor en un sitio así, por muy excitado que esté. Aquel habitáculo apenas medía unos seis metros cuadrados. Un colchón tirado en el suelo y una caja de madera que hacía las veces de mesa de noche eran todo el mobiliario, exceptuando un viejo armario destartalado, con una de sus puertas colgando de una única bisagra.
Donde en otro tiempo se encontraron los cajones de aquel armario, ahora existía un espacio vacío que había sido habilitado como improvisada cuna de un gato moribundo, que Mil Carmen cuidaba con una devoción indescriptible. En cuanto entramos, tomó una jeringuilla con un poco de leche y la acercó a la boca del animal, que presentaba un aspecto verdaderamente lamentable. Una cicatriz le cruzaba la cara en diagonal y le faltaba un ojo. La cuenca vacía me miraba con la misma expectación con que yo contemplaba tan surrealista escena. No podía dar crédito a lo que me estaba sucediendo. Me sentía como el personaje de una pesadilla. Aquella situación almodovariana era completamente onírica, pero lo peor aún estaba por llegar.
Mientras alimentaba a aquella mascota, M” Carmen me contó que se la había encontrado tirada en la cuneta, un par de noches antes. Llegaba a ese picadero con un diente que, según ella, le había pedido un servicio especial que iba a pagarle muy bien —intuí que se trataba de una sesión de sadismo, dadas las cicatrices de su cuerpo—, pero en cuanto vio al animal se conmovió y lo recogió del asfalto. Al parecer, el diente se enfadó, porque prestaba más atención al minino moribundo que a sus demandas sexuales, pero a ella no le importó. Ojalá mi dominio del castellano fuese suficiente para transmitir al lector los sentimientos que me inspiraba aquella chica y su relato. Pero no soy tan buen escritor como para poder describir aquellos olores, aquel bochorno sofocante, aquella opresión en el corazón al participar de un episodio tan siniestro como esperpéntico.
De pronto me percaté de que, pegado a la pared, lucía un póster publicitario de una orquesta. Uno de esos grupos populares que tanto abundan en los pueblos españoles. Mi Carmen se dio cuenta de que aquella imagen había llamado mi atención y se levantó para señalar a la cantante del grupo, que posaba en la parte central de la fotografía. «Mira, ésta era yo antes de acabar así ... Actuamos con Juan Pardo muchas veces... Si me viese Juan ahora...»
El cambio físico era brutal, aunque podía reconocer fácilmente que la chica que estaba ante mí y la rolliza cantante de la orquesta eran la misma persona. Y aunque apenas habían transcurrido dos años entre la foto y el momento actual, la ex cantante parecía haber envejecido dos décadas al menos. Probablemente por los efectos de las drogas y las enfermedades. Fue entonces cuando se puso a llorar. Yo no sabía cómo reaccionar, ni qué hacer o decir, ni cómo consolarla. Volvió a recordarme que su madre había muerto de sobredosis y que ella deseaba morir también. En ese preciso momento decidió que necesitaba fumar una dosis de droga.
Tomó un bote que tenía sobre la improvisada mesilla y un mechero, y empezó a manipular un trozo de papel de plata. Confieso que soy un completo ignorante en el mundo de las drogas, así que le pregunté qué estaba haciendo. «Un chino —me dijo, Para ver si reviento de una puta vez.»
Estúpido de mí. Hasta ese día jamás había escuchado la expresión «chirio», así que pensé que quería decir «chiría». Y aunque mi conocimiento de las drogas es nulo, durante mi infiltración con grupos de extrema izquierda había fumado cientos de «chirías» de hachís y deduje que era a eso a lo que se refería. Mi ignorancia era superlativa. Por eso, en un arrebato de necio paternalismo, le propuse que nos la fumásemos a medias. Como si pudiese evitar, consumiendo la mitad del hachís, que se hiciese más daño del que se hacía a diario. Como si por compartir una toma pudiese evitar el riesgo de sobredosis que se cernía sobre ella cada noche. Como si, por aquel arrebato de egoísta caballerosidad, pudiese aliviar la enorme tristeza que me inspiraba aquella mujer. Fue una reacción absurda, pero no pude evitarlo. Supongo que de esa forma me sentía un poco menos culpable.
Yo observaba en silencio cómo manipulaba aquella sustancia, cómo la colocaba sobre el papel albal y la calentaba desde abajo con un mechero hasta evaporarla, y cómo la aspiraba con un billete enrollado a manera de tubo. Desde luego, aquello no era un porro y hasta un ignorante como yo se daba cuenta. Pero pensé que tal vez era una forma diferente de consumir las «chinas», así que no hice preguntas, y después de un par de caladas, le pedí que me lo pasase. En cuanto aspiré, recibí un golpe en el estómago. Aquel hachís era mucho más fuerte que todo el «chocolate» que yo había fumado en las casas okupas o en los locales anarquistas. Sin embargo, no protesté y seguí inhalando aquella «china» hasta que las arcadas y el mareo se empezaron a hacer insoportables.
—Joder con la «china», eh, qué costo más fuerte... —¿Costo? ¿Cómo que costo? ¿Qué «china»? Esto es un «chino» de heroína ——dijo la joven, que rompió en una maravillosa carcajada. Fue la última vez que la vi reír.
Me quedé boquiabierto. Aquella sustancia que estaba ingiriendo era heroína fumada. Un «chino». La ignorancia es muy osada, y yo soy muy osado. Le pedí a Mil Carmen que se acostase y me quedé con ella hasta que se durmió. Agradecida, me propuso hacerme un «francesito rápido y gratis» para que me fuese relajado. Naturalmente, rechacé su generoso ofrecimiento y cuando se quedó dormida, la arropé y me marché. Me costó verdaderos esfuerzos conseguir vomitar, y más aún, Regar hasta Santiago para reunirme con Juan por la mañana. Creo que estuvo riéndose de mí unos cuarenta minutos. La historia de aquella ex cantante, hermana de un violador de gallinas aplastado en pleno polvo animal, adicta a la heroína y rescatadora de gatos moribundos, le parecía desternillante. Aunque sin duda, lo que más gracia le produjo fue mi estupidez completa al confundir una «china» de hachís con un «chino» de heroína. Pero creo que mis ojeras y mi dolor de estómago mostraban a las claras que todo lo que le había contado, por increíble que pareciese, era rigurosamente cierto. Por eso se reía tanto de mí.

Lapidada en Madrid

Esa noche Juan me acompañaría a varios prostíbulos gallegos. En uno de ellos, cómo no, nos encontraríamos con Paulino realizando su ruta habitual, pero el mercenario de la información no quena ser presentado, así que esa noche me escurrí del putero más veterano de Galicia.
Juan había prometido que, si lo que buscaba eran historias dramáticas, él podía presentarme a un millón de furcias con dramas humanos iguales o mayores que los de Mil Carmen. Y no exageraba. Resultaba mucho más sencillo acceder a las fulanas a través de Juan o Paulino, a quienes, por razones bien distintas, consideraban personas de confianza. Sería demasiado extenso transcribir todas las terribles historias que conocí de labios de las prostitutas. Cada una de ellas podría ocupar un capítulo o un libro entero, porque todas las profesionales del sexo tienen un pasado atroz y terrible. Todas, o al menos la mayor parte, han sufrido en sus carnes episodios de tortura, humillación, violaciones, vejaciones, etc., digan lo que digan los honrados empresarios de ANELA. Algunas, desgraciadamente, no han sobrevivido para poder contarlo.
—Te apetece ver una redada en un puticlub? —me espetó de golpe Juan.
—Coño, claro.
—Mañana, a las 20:15 horas, la poli va a entrar en uno que no está demasiado lejos de aquí, el Lido. Si quieres, vamos, pero nada de cámaras.
—OK.
Así es como tuve la oportunidad de presenciar, en directo, una redada en un prostíbulo, Y precisamente en ese burdel, el Lido —que forma parte de la llamada «ruta del placer» junto a otros prostíbulos como el Casablanca o Los Cedros—, conocería la terrible historia de Helen, una historia dura y brutal como pocas, pero que a mí me serviría para conocer un poco mejor los métodos de las mafias africanas, a las que ya había iniciado un acercamiento. Helen está muerta. Fue asesinada. A mí me contó su historia Mery, una buena amiga de Juan, ex compañera en la Casa de Campo de la desafortunada, y que llegaría a convertirse también en una buena amiga y cómplice mía.
Según Mery, todo ocurrió en febrero de 1998, en el barrio de Vicálvaro de Madrid. Helen Igbinoba había nacido el día 17 de julio del año ig6o en Nigeria, pero llevaba ya varios años trabajando como prostituta en España. Sin embargo, poco antes de su triste final, fue vendida por su madame a otro master.
Helen ya había conseguido pagar, según sus cuentas, cuatro millones de pesetas de la deuda asumida para venir a Europa, pero para el nuevo master no era bastante. Friday E. 0., que así se llamaba su nuevo dueño, era un nigeriano dispuesto a amortizar al máximo su inversión en una nueva esclava sexual. Nacido en Benin City el día 20 de febrero de 1955, hijo de Zanko y Alice, titular del número de identificación de extranjero X-133I.... Friday tenía una amante habitual que hacía las veces de madame de sus fulanas. Se llamaba Esosa E., alias Otiti, había nacido en Benin City el día 12 de diciembre de 1972 y era hija de Azz. Según amigas de la víctima, Otiti pudo haber sido la inductora del triste desenlace.
Helen era sólo una de las muchas fulanas que Friday mantenía en su piso de la calle del General Ricardos de Madrid, pero fue la única que un día intentó rebelarse. Dijo que ya bastaba, que quería dejar de vender su cuerpo, pero su master no estaba dispuesto a permitírselo. Presuntamente contrató dos matones que la recogieron en la Casa de Campo, como si fuesen dos clientes más, y la violaron y golpearon repetidas veces. La noticia pasó desapercibida en la prensa, porque la violación de una ramera parece menos violación que la de cualquier otra mujer. Helen entendió la advertencia, y durante algunos meses volvió a convertirse en una esclava dócil y sumisa. Pero el asco acumulado, a fuerza de soportar las babas de los españoles que contrataban sus servicios, volvió a hacerse insoportable. Los españoles no somos ni más ni menos cerdos que cualquier otro tipo de cliente para las prostitutas. No es nada personal.
El día 24 de febrero de 1998, Helen dijo que ya no soportaba más aquella humillación y aquel sufrimiento. Había tenido que vivir un viaje atroz desde Nigeria para llegar a Europa en busca de una vida mejor, y sólo se había encontrado convertida en un títere sexual de los civilizados hombres blancos. Pero de nuevo, su propietario, que la había comprado para que le diese dinero, no estaba dispuesto a perder su inversión. Ante la negativa de Helen de volver a la Casa de Campo, según me narraba su amiga, presuntamente la arrastró hasta un descampado en la carretera de Vicálvaro a Mejorada del Campo cerca del kilómetro 1,500, donde la golpeó salvajemente con una piedra para después semiocultar el cuerpo, al menos el rostro de su víctima, con grandes rocas. Ni siquiera en su muerte la pobre nigeriana dejaría de sufrir. La torpeza del traficante asesino, que no remató la faena, según relataban todas sus compañeras, hizo que Helen aún estuviese viva en el momento de ser abandonada. Murió sola, e imagino que desangrada, aterrorizada y desesperada.
Friday fue absuelto finalmente por falta de pruebas y simplemente extraditado a Nigeria. Helen se convirtió en un número más en las frías estadísticas policiales. Otra fulana muerta, enterrada en una fosa común sin nombre. Recordé lo que me había dicho Isabel Pisano: «... Un cuerpo desmembrado en la morgue. No tiene nombre, ni cabeza, ni huellas digitales, ni nada. Es alguien que se va sin una oración, sin una flor, de la peor de las maneras ... ».
Desde el londinense Jack el Destripador, hasta el valenciano Joaquín Ferrandis, las prostitutas han sido las víctimas perfectas para los mayores asesinos en serie de la historia. E incluso para los más torpes aprendices de criminal. Las putas mueren mejor que nadie, porque a nadie le importa su muerte. Y Helen fue el enésimo ejemplo de esa cruel desidia homicida. Tendría gracia si no fuese tan dramático: Helen huyó de Nigeria, donde las mujeres adúlteras son lapidadas, para morir del mismo modo en una capital europea. A veces parece imposible huir del destino...
Mery apenas había terminado de relatarme la atroz historia de Helen, cuando Juan me dio una patada por debajo de la barra, reclamando m¡ atención hacia la entrada del local. En ese instante, un grupo de hombres, vestidos de paisano, entraba en el Lido. Eran exactamente las ocho y cuarto de la tarde. La policía había sido puntual.
Los agentes exhibieron sus placas y pidieron a todas las chicas que se apiñasen al fondo del local para ser identificadas. Todas obedecieron, menos una colombiana que se agazapó a mis pies, entre el odia dejar taburete en el que yo estaba sentado y el de Juan. Él no podía dejar de reír. Imagino que mi cara de pánfilo era muy elocuente. Una vez más, en esta investigación, no supe cómo reaccionar. Supongo que mi deber era advertir a los agentes de que se les había escapado una de las fulanas, pero no lo hice.
Entonces me di cuenta de que, por increíble que parezca, aquella colombiana agachada a mis pies estaba rezando... ¡a Lucifer! PO, si todavía no tenía claro que en el mundo de la prostitución pueden encontrarse los episodios más insólitos y pintorescos, aquél era un nuevo ejemplo. Esta chica estaba suplicándole a Lucifer que la protegiese de la Policía. «Lucifer mío, Lucifer mío, ayúdame y te ayudaré»... ¡Y la ayudó!
Permanecimos en el local, acabándonos nuestras copas, como si la redada no fuese con nosotros, y poco a poco, mientras iban siendo identificadas una por una, las jóvenes volvían gradualmente al bar. Cuando había ya unas ocho o diez en la sala, la colombiana «satánica» salió de su escondite y se unió a las demás. Mientras, Juan —sospecho que el verdadero responsable de aquella redada— me ponía en antecedentes sobre lo que estaba ocurriendo.
—Ahora van a proceder al registro y van a trincar al encargado, Joachim Sclímitt, alias Joaquín el Alemán. A éste te habría gustado conocerlo. Varias chicas colombianas lo han denunciado por traerlas ilegalmente, amenazarlas y coaccionarlas para ejercer la prostitución. Después, detendrán a Miguel Ángel Díaz Gómez, porque según las chicas era el que les daba «el paseíllo».
—¿«El paseíllo»? —Buff, lo que te queda por aprender... ¡El «paseíllo»! 0 sea, que las cogía, les daba dos hostias y las llevaba a un descampado donde les enseñaba una pistola y unas esposas y las acojonaba un poco para que se portasen bien. Hace seis meses ya le habíamos pillado por importar colombianas y revenderlas en España a los dueños de los puticlubs de esta zona.
—Pero, tú estás de coña. ¡Cómo van a vender mujeres en España en pleno siglo XXI! La esclavitud se abolió hace siglo y medio.
—Pero qué ingenuo eres ——dijo Juan entre carcajadas—. ¿Y tú te vas a infiltrar en las mafias? Te van a dejar el culo como un bebedero de patos como seas tan pringado. ¡Claro que se compran y se venden mujeres en España! Lo que pasa es que a nadie le importa y nadie hace nada.
—¿Tú crees que sería posible demostrarlo? ¿Podría yo comprar Una Mujer en España?
—Lo dudo. Mucho te lo vas a tener que currar para poder pasar por un traficante y conseguir que hablen contigo los mafiosos. Pero si lo consigues, sin que te peguen un tiro, te pago yo una cena y Un Polvo.
Acepté el reto, más por orgullo que por interés en el premio, y antes de abandonar el local, pedí a la colombiana que invocaba a Lucifer su número de teléfono. Sabía que me debía un favor por no haberla delatado y me lo dio. Al día siguiente volvería a verla, pero esta vez fuera del local. Cuando salimos, pedí permiso a Juan para tomar unas imágenes de los coches de Policía aparcados frente al Lido durante la detención de El Alemán, y me lo concedió a cambio de que borrase las matrículas de los coches de policía si publicaba la foto. Nuestro pacto es que sólo grabaría cuando él me lo autorizase, y siempre respeté ese trato. Después, continuamos nuestra ruta de burdel en burdel.
A la mañana siguiente, telefoneé a la chica del Lido para invitarla a comer. Se presentó con una compañera nigeriana llamada Cinthya, que terminaría siendo una de mis mejores amigas en ese mundo, y gracias a ellas conocí muchos más detalles de las trastiendas de la prostitución. Hasta el extremo de que, en una ocasión, llegó a confiarme un sobre con más de 600 euros para que yo lo ingresase en una sucursal de Caja Madrid, en la cuenta 2038-19-2829-3000334... a nombre de Janet James, su madame...
De todas las informaciones que me facilitaron, hay una que destaca por encima de las demás. Se trata de un documento escalofriante. Es el contrato que muchos master y madames obligan a firmar a sus zorras, y utilizo esta expresión para ilustrar la naturaleza animal que los proxenetas confieren a sus rameras, negándoles su condición humana y despersonalizándolas totalmente.
Sólo por el hecho de haber conseguido uno de estos documentos, todos los esfuerzos habían valido la pena. No añadiré nada más. Me limito a reproducir el texto de estos escalofriantes contratos, redactados en inglés y castellano, por los que las prostitutas otorgan a sus chulos el derecho a acabar con su vida, o con la de sus familiares, si son desobedientes, si acuden a la Policía o si se niegan a pagar la deuda que asumen para poder venir a Europa:

Un acuerdo:

Yo .................... con fecha ................. prometo pagar la suma de $40.000 dólares (cuarenta mil dólares) la suma que tengo que pagar a mi tía Iveve Osarenkhoc es de $43.000 dólares (cuarenta y tres mil dólares)
Yo .................... declaro que no voy a fallar las normas y no voy a contar nada a la Policía, hasta que la cantidad completa es pagada. Si yo fallo las normas, tía Iveve Osarenkhoc tiene el derecho de matarme a mí y a mi familia en Nigeria. Mi vida es equivalente a la suma que debo a mí madam Iveve Osarenkhoe: (mi señora)
Yo ................... declaro que este acuerdo me es explicado en mi dialecto y que lo comprendo completamente. Que va a ser destruido después de que pague la suma total.

Firma del contratante contratado

Espeluznante, pero profundamente revelador. Estos contratos prueban que el miedo y el pánico son la principal herramienta de trabajo para las mafias del tráfico de mujeres. Lo terrorífico es que las jóvenes llegasen a firmar esos contratos para poder venir a Europa, en unas condiciones infrahumanas. ¿Cómo es posible que acepten estoicamente todo este sufrimiento, esta vida sumida en el terror, tan sólo para venir al primer mundo a seguir sufriendo? Aún tardaría en comprender que, para muchas de ellas, los proxenetas y las mafias de la prostitución son considerados como la única salvación posible, ante la perspectiva de una vida de miseria, enfermedades y pobreza, a la que sin duda estarían condenadas en sus países de origen. Por eso están dispuestas a soportar lo que sea con tal de huir al primer mundo.
En el ambiente de miedo y terror en que viven, no es de extrañar que se vuelvan profundamente supersticiosas y acudan a brujos, videntes y adivinos, en busca de una protección mágica contra el pánico en el que se desarrolla su terrible existencia. Y aquella adicción a videntes, que en muchos casos llega a convertirse en una auténtica dependencia, hace que muchos farsantes sin escrúpulos se aprovechen de las prostitutas para sacarles el dinero.
Además de ese documento, de incalculable valor periodístico, ese mediodía conseguí otro elemento interesante. Una de aquellas chicas, obsesionada por el «mal de ojo», había caído en las garras de una «meiga», que le había estafado ya más de 400.000 pesetas. Para protegerla de los supuestos hechizos y de la mala suerte, le vendía una especie de «amuletos mágicos», dos de los cuales me facilitó. Al abrirlos, descubrimos que en aquel saquito de tela tan sólo había unas fotocopias de un libro de magia, una página de la Biblia y unas semillas. Pero la bruja le había cobrado a la joven, quien por cierto en Colombia había ganado un premio de Miss Turismo y había realizado varios spots televisivos, la friolera de 20.000 pesetas por cada uno, además de cobrar aparte los rituales y las ceremonias mágicas. Aún no tenía ni idea de que, muy cerca de allí, en Vigo, existía una vidente que había llegado a crear una especie de secta compuesta únicamente por prostitutas, a las que llegaba a estafar sumas millonarias...

La esclava de Cambre

De todos modos, mi recopilación de horrores en aquel viaje todavía no había concluido, el mayor espanto estaba por llegar. Aproveché mi estancia en la ciudad para entrevistarme con David Vidal, presidente de la organización no gubernamental llamada INMIGRA.COM. Su nombre había salido a colación en varias ocasiones durante mis conversaciones con prostitutas o con especialistas en el fenómeno de la prostitución.
David Vidal lleva años trabajando a favor de los inmigrantes y por su asociación han pasado los casos más terribles y dramáticos.
Hemos charlado juntos durante muchas horas a lo largo de los diferentes viajes a Galicia y por él conocí todo tipo de anécdotas, como, por ejemplo, aquella ocasión en que incluyó una encuesta en su página web en tomo a las soluciones que se podría dar al problema de la inmigración ilegal.
—Recibí miles de e-mails de grupos neonazis amenazándome con todo tipo de cosas. Y el contador de la página se volvió loco con la cantidad de visitas que tenía esos días para votar en la encuesta. Naturalmente, todos votaban que habría que expulsar a todos los inmigrantes de España, de forma inmediata. La verdad es que les debo a los neonazis la mayoría de visitas a mi página.
Evidentemente, David no sabía que estaba hablando con uno de los neonazis que había participado en aquella campaña, porque durante mi infiltración en los skinheads había recibido, de grupos como CEI o Nuevo Orden, la indicación de entrar en aquella página web todas las veces posibles, para votar a favor de la expulsión de los inmigrantes. Incluso había aprovechado su foro para dejar algún mensaje que reforzase la identidad de Tiger 88 de cara a los camaradas que sabía visitaban la página frecuentemente. Lo que nunca pude imaginar es que llegase a conocer al propietario de aquel portal de Internet, aunque por razones bien distintas.
De entre todos los casos terribles que David me relató sobre el mundo de la prostitución, uno de ellos destaca merecidamente. Se trata de la historia de la esclava de Cambre.
La esclavitud fue oficialmente abolida en España el 13 de febrero de 188o. Pero sólo oficialmente. Históricamente, hasta ese día, España había sido, junto con Portugal y Holanda, uno de los principales responsables de la trata de esclavos que poblaron de africanos las plantaciones de azúcar y algodón de las colonias americanas. Durante siglos, los barcos negreros exportaban mano de obra y muñecas sexuales para los civilizados y educados hombres blancos, católicos y pudientes, del Nuevo Mundo. Lo que no aparece en los libros de texto que educan a nuestros niños es que en la España del siglo XXI la esclavitud sigue existiendo. La terrible historia de Grace M. A. es una prueba fehaciente de ello.
—Grace nació en Benin City —me explica David Vidal mientras compartimos una taza de café en su domicilio coruñés—, como la mayoría de nigerianas que terminan ejerciendo la prostitución en España. Vino siendo ya un poco mayor. Normalmente las mafias las traen más jóvenes, incluso siendo menores, pero ella tenía treinta y un años cuando llegó a España. Aunque nunca quiso tocar el tema, como ocurre con la mayoría de las supersticiosas nigerianas, seguramente tuvo que pasar por los trámites habituales, es decir, someterse a una terrorífica sesión de vudú donde le arrancaron vello pubico, uñas, sangre y todo lo que utilizan para fabricar el body, con el que después su sponsor y más tarde su madame o su master la tendrían controlada. El caso es que aceptó el compromiso de tener que pagar a la mafia que la trajo una deuda de 30.000 dólares, unos cinco millones y medio de pesetas. Las pobres se creen que en Europa el dinero cae de los árboles y que en un par de meses trabajando como prostitutas podrán pagar la deuda y ser libres. Pero todas están engañadas.
—¿Entró en patera? —No, en esto tuvo más suerte que muchas compatriotas. Ella hizo el viaje en avión, en 1996. Su connection-man se ocupó de conseguirle un pasaporte falso, un visado y un billete de avión. Una vez en España, la pusieron a trabajar, como a todas, de prostíbulo en prostíbulo, y así la conoció Carlos López.
Carlos López Touzón, según averiguaciones posteriores, era un putero tan veterano como Paulino o Jesús. Nacido en Monforte de Lemos, provincia de Lugo, a sus cincuenta y tantos años conocía perfectamente cómo funcionaba el mundo de la prostitución, y era un personaje apreciado por los propietarios de los burdeles gallegos. Se dejaba mucho dinero en rameras e incluso había trabajado como relaciones públicas en los de los clubes de la zona Teixeiro-Santiago. Ya había tenido roces con la justicia, lo que siempre inspira confianza a los traficantes, y al menos en dos ocasiones, había sido detenido por apropiación indebida. Así que cuando, en igg8, conoció a Grace, que utilizaba el nombre de Mery en los ambientes de alterne, sabía perfectamente lo que tenía que hacer para conseguir su esclava personal.
Según mis averiguaciones, se conocieron en un prostíbulo de Lugo en 1998. Para entonces, ella ya había pagado unos 16.800 dólares de su deuda. Carlos López se encaprichó de Mery y convenció al proxeneta para que se la vendiese. Como era un conocido del club de hacía muchos años, no tuvo ningún problema. Una vez que compras a una nigeriana, eres su dueño para hacer con ella lo que quieras... y eso mismo hizo él. Parece que consiguió engatusarla haciéndola creer que iba a darle su libertad, porque ella llegó a solicitar una partida de nacimiento en la embajada de Nigeria en Madrid, con la intención de contraer matrimonio. Pero era todo mentira. Cuando se aburrió de Mery, la puso a trabajar en un burdel de Arteixo, el Barón, pero como Carlos era un tipo muy conflictivo, un chulo de los de la vieja escuela, acabó teniendo problemas con el dueño del garito que terminó echándolos.
—En el año 2000 —prosigue David— Carlos alquiló un bar en Cambre llamado La Orensana. En realidad, anteriormente ya había alquilado otro llamado Monforte, al lado de la estación de trenes de A Coruña, pero siempre estaba lleno de puteros y de gente problemática y el dueño terminó echando a Carlos a la calle; aunque antes de aquello, Mery hizo amistad con una chica keniata que fue, junto a su novio, quien denunció su situación. En definitiva, Carlos alquiló La Orensana y allí tenía a su esclava encerrada en la cocina, como un animal. Cuando le apetecía echar un polvo, lo hacía, aunque ella al final ya estaba muy débil y apenas podía soportarlo. Alguna vez algún vecino de Cambre la veía de reojo en la trastienda del bar, ya que apenas la dejaba atender en la barra.
—¿Y cómo descubristeis el asunto? —En realidad, una pura casualidad. Conocimos a una pareja de amigos de la víctima, en la calle, los cuales, tomando un café, manifestaron el temor de que ésta estuviese en peligro.
La amiga keniata que fue a visitarla la encontró un día medio muerta. Al parecer, Carlos le quitaba con frecuencia el pasaporte y amenazaba con matarla si se escapaba, pero desde el mes de abril, la chica se encontraba fatal, estaba muy enferma y apenas comía. Cuando la amiga de Mery y su novio avisaron a INMIGRACOM, David se puso en contacto con la Guardia Civil de Oleiros, y una vez que sus amigos hubieron prestado declaración, fueron a liberarla.
Podía sentir, a medida que David profundizaba en su relato, cómo mi corazón latía cada vez más y más deprisa. Cómo se aceleraba mi respiración al tiempo que crecía mi indignación y mi rabia. Por desgracia, todavía existen muchos Carlos López en España.
—Cuando llegamos allí con la Guardia Civil, yo fui el primero en entrar. La encontramos tirada en la cocina del bar, un cuartucho sin ventanas, sucio y de no más de seis metros cuadrados. Dormía en unas planchas de poliespán colocadas sobre tres sillas en fila, que le servían de cama. Se cubría con una manta mugrienta, sin sábanas. Y cuando entramos, apenas podía hablar ni tampoco caminar sola. A mí me recordó al zulo donde tenía ETA a Ortega Lara. Daba miedo. Se la llevaron en ambulancia rápidamente al servicio de urgencias del Hospital Juan Canalejo. Días más tarde, el médico que la atendía me dijo personalmente que si hubiésemos tardado unos días más, probablemente habría muerto.
—¿Y en qué quedó la historia? —Te puedes imaginar el escándalo que se montó aquí. Salimos en todos los periódicos y televisiones del país, a pesar de intentar escondemos. Pero Carlos salió mucho mejor parado de lo que pensábamos. El juez le puso 500.000 pesetas de fianza, las pagó y salió a la calle. Y mientras Mery estaba todavía ingresada, según ella nos dijo, mandó a un amigo de confianza para que la visitase en el hospital, haciéndose pasar por un conocido de la chica. No sabemos lo que le dijo, quizá la asustó, o la amenazó, no lo sé. Pero al salir del hospital, volvió con él.
—¿Qué?
—Que volvió con él. Tiene cierta lógica. Piensa que estas chicas vienen a Europa solas, sin conocer el idioma, la cultura ni las costumbres. No tienen amigos ni dinero. Son carne de cañón. La inmensa mayoría están condenadas a la desgracia en cuanto pisan Europa. ¿A qué otro lugar podía ir? Se demostró que los servicios asistenciales de la Xunta no estaban preparados para una contingencia así. Y Carlos, con todo, parecía ser un alma gemela en cierto sentido fatalista. Una esclava pero, eso sí, por paradójico que parezca, un tipo de esclava de las que parecen necesitar a un amo. Aunque nunca llegué a entenderlo, recuerda al binomio macarra—prostituta de la vieja escuela, formando una simbiosis de la ayuda entre marginales o desesperados.
Para cuando dejé Galicia, camino de Barcelona, no podía sacar de mi mente la terrible historia de Grace M. A., alias Mery. Más tarde supe que Carlos López había muerto de sida poco tiempo después, pero nadie pudo decirme qué fue de su esclava una vez fallecido su dueño. Tal vez continúe ejerciendo la prostitución en algún tugurio de carretera. Quizá haya conseguido emparejarse con algún español que la trate un poco mejor que su amo y la deje dormir en una cama, y no en una plancha de poliespán en la cocina. 0 tal vez haya muerto, en silencio, como vivió. Sin hacer ruido para no llamar la atención. Atorada por el miedo. Como decía la Pisano: «... Sin una oración, sin una flor, de la peor de las maneras ... ».
Lo peor de todo es que España está repleta de Graces y yo iba a conocer a muchas de ellas. Maldije al género masculino, y sentí vergüenza de ser hombre. Todavía la siento.

Friday, March 03, 2006

Capítulo 4: Buscando a Susy desesperadamente


El que, directa o indirectamente, promueva, favorezca o facilite el tráfico ilegal o la inmigración clandestina de personas desde, en tránsito o con destino a España será castigado con la pena de cuatro a ocho años de prisión.

Código Penal, art. Y8 bis, i.

(Modificado según Ley Orgánica 11/2003, de 29 de septiembre)


Era un disparate. Cruzar el país de punta a punta, en busca de una joven a la que jamás había visto, y de la que no tenía ninguna referencia. Sin embargo, mientras conducía de camino a Murcia junto a mi compañero Alberto, algo en mi interior me decía que estaba haciendo lo correcto. De Susana tan sólo sabía su edad, unos veinte anos, su origen nigeriano y que tenía un hijo de dos años en poder de su proxeneta. No era mucho, pero al menos era más que nada. Según Loveth, Susy hacía la calle, así que lo primero que tenía que localizar era la zona de las prostitutas callejeras en Murcia.
No fue difícil. Tras establecer la «base de operaciones» en un céntrico hotel, alojamiento que repetiría a lo largo de mis sucesivos viajes a Murcia durante los siguientes cuatro meses, consultamos al recepcionista. Como es un personal acostumbrado a este tipo de preguntas, rápidamente supo orientarnos sobre la zona en la que Podría encontrar a las chicas de la calle: los alrededores del centro comercial Eroski. Sobre un plano, el recepcionista del hotel me indicó la ruta más corta para llegar a «la calle de las putas». Debíamos subir por la calle de la Gran Vía hasta llegar al puente viejo, después girar a la izquierda en la avenida del Teniente Floresta y pasar tres puentes bordeando el río, para luego girar a la derecha.
Al cruzar al otro lado del río, nos toparíamos de frente con el centro comercial y a su alrededor encontraríamos por fin a los grupos de busconas haciendo la calle. Y hacia allí partimos con la intención de realizar una prospección sobre el terreno, para familiarizarnos con la zona y buscar un buen punto de grabación antes de que anocheciese.
Según mi costumbre de estudiar el lugar donde va a desarrollarse una parte importante de la investigación buscando, realizamos varias pasadas, arriba y abajo por las calles que rodean el centro comercial para reconocer y evaluar, entre otras cosas, los riesgos que encerraban. Y puesto que siempre contábamos con el peligro que corríamos si las prostitutas, sus chulos o los clientes descubrían a un periodista grabando con una cámara de vídeo, convenía tener muy claras las rutas de escape posible para cuando las cosas se complicaran.
El Eroski es una gran superficie comercial. Durante el día transitan miles de personas, a veces familias enteras, con intención de hacer sus compras o de disfrutar de un rato de ocio. Pero al caer la noche, las calles son tomadas por docenas de jóvenes nórdicas, sudamericanas o africanas, que ofrecen sus cuerpos, a veces casi adolescentes, a precios de saldo, para aplacar la lujuria de los varones murcianos. Calles como ésta, desafortunadamente, existen en todas las ciudades del mundo. Desde la Vía Veneto de Roma a la Casa de Campo de Madrid, pasando por el Bois de Boulogne de París, cientos de miles de mujeres soportan los calores del verano y los fríos del invierno, mostrando su mercancía carnal a los ojos lujuriosos de los hombres. Empresarios, albañiles, profesores, sacerdotes, médicos, políticos, periodistas, jueces, taxistas, abogados, fontaneros, ebanistas, policías, arquitectos... cualquier estrato social y cualquier nivel cultural acceden por igual a los placeres de las fulanas, aunque varias de ellas señalan a los abogados, médicos y jueces como los clientes más pervertidos.
Evidentemente, las chicas jóvenes y hermosas lo tienen más fácil que las mujeres más maduras y menos agraciadas. A éstas sólo les queda la posibilidad de ofrecer servicios más denigrantes y vejatorios que los «normales» que conceden sus compañeras más guapas, tales como felaciones sin preservativo, sexo anal, sadomasoquismo, humillación, cuadros lésbicos, etc. Lugares como la Casa de Campo madrileña o los alrededores del Eroski murciano acogen a hombres de toda condición, que peregrinan a esas mecas sexuales con el solo objetivo: eyacular. Y no puedo evitar relatar una anécdota muy gráfica a este respecto.
Antes de que anocheciese, exploramos toda la zona, buscando un lugar desde el que, ya de madrugada, pudiésemos disponer de un buen tiro de cámara para obtener algunos planos de las prostitutas, y sobre todo, de los proxenetas que presuntamente las vigilarían. Queríamos grabar las matrículas de sus coches, lo que nos daría la posibilidad de averiguar sus nombres y avanzar en la investigación. Finalmente llegamos a la conclusión de que tan sólo existía un punto, un descampado en la parte alta de la calle, desde el que se podrían grabar buenas imágenes. Encontramos un camino de tierra que bordea el río y que nos permitiría llegar por la noche hasta aquel descampado, sin ser vistos por las fulanas ni por sus chulos, y así lo hicimos.
Al caer la noche, rodeamos todo el polígono del Infante Don Juan Manuel para entrar por la parte de atrás del Eroski. Una vez en el camino de tierra, apagamos los faros del coche y seguimos circulando, a oscuras, con toda prudencia hasta el descampado. Allí aparcamos el automóvil y nos arrastramos entre los arbustos hasta encontrar un lugar desde el que poder grabar, sin ser vistos, el trabajo que las prostitutas efectúan cada noche. Y allí las pudimos ver: docenas de pretty women buscando un Richard Gere que las rescate de las calles.
Filmamos sin problemas cómo las chicas se acercaban a los vehículos que circulaban lentamente por la zona y ofrecían sus encantos a los conductores que devoraban con los ojos a todas aquellas mujeres, sin terminar de decidirse por una u otra. Y ¡bingo!, entre el grupo de las jóvenes de color se paseaba un negrazo enorme, que conducía un Ford Sierra, matrícula MU-4221... Yo aún no lo sabía, pero aquel coche pertenecía a un tal Superior N., con NIE—Número de Identificación de Extranjería equivalente al DNI español—: hijo de la hermana mayor del traficante de mujeres «propietario» de Susy.
Teníamos activada la función de infrarrojos en las cámaras, lo que nos permitía ganar mucha luminosidad en la filmación, sin tener que utilizar ningún foco de luz que, obviamente, delataría nuestra presencia entre los arbustos. Esa función convierte la cámara de vídeo en una especie de visor nocturno, que nos permite percibir, a través del objetivo de la cámara, lo que nos resulta invisible a simple vista, gracias al emisor de infrarrojos. Y de pronto, mientras me giraba arrastrándome por el suelo para obtener otro tiro, pude ver en la pantalla un plano cercano del suelo. Me detuve para apreciar con más detalle lo que me parecía haber visto de reojo al girar la cámara. Enfoqué al suelo y... ¿condones? ¿Aquello eran condones? Pues sí. Estábamos rodeados por centenares, quizás miles de preservativos usados. No hacía falta ser un lince para deducir que precisamente aquel descampado era uno de los lugares donde las mesalinas seleccionadas consumaban el servicio sexual en el coche del cliente y se deshacían después de la «prueba del delito» arrojándola por la ventanilla. Y por si aún nos quedaba alguna duda, de pronto nos cegaron los faros de un coche. Un vehículo entraba en ese momento en el descampado y nos vimos obligados a arrojamos al suelo y a quedamos completamente petrificados temiendo que fuésemos descubiertos. El automóvil se detuvo al fin a pocos metros de nosotros, mientras mi compañero y yo conteníamos la respiración. Desde nuestro escondrijo pudimos ver cómo el diente entregaba el dinero a una joven africana, para después reclinar el asiento y dejarse hacer por la profesional. No quiero ni pensar qué habría ocurrido si la joven nos hubiese descubierto y se hubiera puesto a gritar pidiendo ayuda a los chulos y proxenetas que patrullan la zona. Sabíamos que era muy fácil cerramos el paso y damos caza en aquel descampado, por lo que optamos por quedamos completamente paralizados mientras aquel tipo consumía sus diez minutos de gloria. ¿He dicho diez minutos? A nosotros se nos hizo interminable, pero dudo que aquel individuo aguantase tanto.
Y como afortunadamente el polvo no duró mucho, en cuanto el cliente llegó al clímax, un nuevo preservativo salió disparado por la ventanilla y cayó a pocos centímetros de mis narices. Aunque el tipo aquel salió del coche para volver a subirse los pantalones y los calzoncillos, no nos descubrió. Por cierto, su aspecto era de lo más ridículo.
De todas formas, el susto había sido suficiente como para que decidiésemos volver hasta nuestro automóvil, arrastrándonos como serpientes por entre los arbustos del descampado, en cuanto el diente desapareció. Una vez en nuestro vehículo, ya más calmados, volvimos a rodear el polígono para reaparecer en el Eroski como uno más de los coches que visitan cada noche la zona para contratar los servicios de alguna profesional. Sin embargo, nuestra intención era diferente. Intentábamos encontrar una aguja en un pajar, una meretriz entre miles. Además, las dos prostitutas a las que preguntamos desde el coche si conocían a una chica nigeriana llamada Susy nos dieron la misma respuesta: «¿Sois polis? ¡Que os den por culo!».
Dicen que a la tercera va la vencida y aunque no pudo orientarnos sobre el paradero exacto de Susy, otra chica de color supuso que Alberto o yo éramos clientes suyos, y nosotros se lo confirmamos. «Ella y su prima hoy venir aquí, estar trabajando en un club o en un piso, pero no sé en cuál.»
Al menos ya teníamos un dato. En un arrebato de locura, iniciarnos una trepidante peregrinación por los burdeles de toda la provincia, en busca de una chica negra a la que no había visto nunca y cuyo aspecto desconocía totalmente. Desde el club Cocktail, en Puente Tocinos, hasta el Máximo de Orihuela, pasando por santuarios del sexo murciano como el Star's, El Pozo, Pasarela Murcia, Ulises o el conocido Pipos, que sus camareros promocionan como el prostíbulo más grande de España —claro, que hay media docena de burdeles que dicen exactamente lo mismo—, todos fueron recorridos por Alberto y por mí en un frenesí que nos hacía sentirnos como los personajes de la película Airbag, saltando de prostíbulo en prostíbulo, en busca de una mesalina concreta. Estaba claro que las posibilidades de éxito eran prácticamente nulas. Sin embargo, el recorrido no fue en vano.
En los burdeles murcianos hice algunos contactos interesantes que orientarían mi investigación ocho meses después. Ya había aprendido a moverme con cierta soltura en aquellos ambientes, e incluso me atrevía a hacerme pasar por el propietario de varios prostíbulos en Marbella o Bilbao, en los que supuestamente había mucho trabajo, para despertar el interés de las meretrices. Evidentemente, me prestaban más atención cuando creían que yo era un empresario que les podía ofrecer trabajo, con lo que también, frecuentemente, se les soltaba un poco la lengua.
Aunque en la mayoría de los locales de alterne las copas se cobran cuando te marchas, yo me habitué a pagarlas siempre por adelantado, tal y como me había enseñado Juan. «Acostúmbrate a pagar en cuanto te sirvan —decía—, por si estás siguiendo a un tío que se va de repente, o simplemente, por si tienes que salir de pronto del local y no puedes entretenerte esperando que vengan a cobrarte.»
Aprendí también a utilizar otra estrategia de ese profesional de la información, que a él le daba buenos resultados. Cuando una fulana se me acercaba para pedirme que la invitase a una copa, le proponía darle directamente el dinero de la consumición, en lugar de pagarle el trago. Eso hacía que ella se quedase con todo el importe, en lugar de con un porcentaje. Evidentemente, la inmensa mayoría aceptaban el trato, lo que me permitía poder sentarme con ellas y charlar durante más tiempo, ya que sólo les entregaba el dinero cuando consideraba que el interrogatorio había concluido. Para las chicas resultaba más gratificante económicamente, y yo hacía una gamberrada a los propietarios del local al burlarles la comisión, lo que, dicho sea de paso, me satisfacía personalmente.
De esta forma empecé a recopilar anécdotas sorprendentes sobre los clientes famosos que acudían a los burdeles, y no sólo del ámbito murciano. Dentro del mundo de la prostitución existe un concepto tradicional de «plazas» que todavía sigue en vigencia en muchos burdeles españoles. Valérie Tasso me lo había explicado con elocuentes ejemplos:
—En las agencias de alto standing, las prostitutas trabajan aunque tengan la menstruación. Cuando nos bajaba la regla, y para que el cliente no se diese cuenta, nos metíamos un trozo de esponjita marina dentro de la vagina, para que absorbiese la sangre. Así el diente, que va a lo suyo, no se daba cuenta. Sin embargo, tradicionalmente los ciclos de trabajo de las chicas, en los locales de alterne, eran de 21 días. A eso se le llamaba «hacer plaza». 0 sea, estaban 21 días trabajando en un prostíbulo y transcurrido ese tiempo, cuando les venía la regla, aprovechaban los días de la menstruación para cambiarlas de local. Y así, iban viajando por todo el mundo, haciendo turnos de 21 en 21 días, de burdel en burdel y de ciudad en ciudad. La clave de un negocio de prostitución es la variedad, o sea, renovar a las chicas el mayor número de veces posible. A los hombres les gusta, por encima de todo, la variedad, por eso las «plazas» funcionaban muy bien, ya que cada tres semanas había chicas nuevas.
Y Valérie tenía razón. Todavía hoy, en las secciones de anuncios de muchos periódicos, se encuentran avisos de «Hotel—Plaza que busca chicas». También ANELA ha recuperado esta tradición. Desde luego, tienen muy clara la importancia que tiene la renovación de chicas en los burdeles. Evidentemente lo que buscan, por encima de todo, personajes como Paulino o Jesús es caras y cuerpos nuevos. Por esa razón, cualquiera de las prostitutas que conocí en Murcia antes había estado trabajando en diferentes ciudades españolas, o francesas, o italianas, o alemanas... Las rameras son consumadas viajeras, aunque sus rutas turísticas se limiten al cuerpo de sus clientes y a las cuatro paredes del burdel. De hecho, resulta fascinante escucharlas opinar sobre cómo fornican los italianos en comparación con los ingleses, los franceses, los nigerianos, los rumanos, o los españoles. Parece que cada nacionalidad, o más bien cada tipo de putero, lo hace de una forma diferente. Y, paradójicamente, las prostitutas rumanas opinan que los rumanos son los mejores amantes del mundo, mientras que las rameras cubanas opinan que son los cubanos los que mejor fornican, aunque las colombianas dicen eso mismo de los colombianos, las rusas de los rusos y las brasileñas de los brasileños. Tras haber dialogado con decenas de ellas, llegué a la conclusión de que las furcias de un país creen que los mejores amantes son sus paisanos, porque antes de ejercer la prostitución sin duda tuvieron relaciones sexuales con alguno de ellos, pero sin una transacción económica por el medio. Es decir, hicieron el amor voluntariamente, que no es lo mismo que dejar que entren en ti por dinero. Y sin duda, lo primero resulta más gratificante y deja mejor recuerdo... Aunque esto no significa necesariamente que los españoles no seamos tan torpes, egoístas y groseros en la cama como el resto de los varones.
Aquellas chicas no supieron indicarme dónde encontrar a la tal Susy, pero sí me confiaron historias sorprendentes sobre famosos del cine, la política o la televisión, que pedían todo tipo de «servicios extraños». De todas las anécdotas que recogí en mil burdeles españoles, las que se referían a los jugadores de fútbol de primera división resultaban las más extraordinarias. Algunos nombres de astros del fútbol profesional se repetían en mis conversaciones con fulanas que conocí en Madrid, Valencia, Marbella, Murcia o Barcelona, lo que me hacía concluir que si chicas distintas, sin relación entre ellas, me contaban las mismas cosas sobre los mismos personajes, es que algo de cierto debía de haber.
Sin embargo, entre aquellas primeras confidencias, recogidas mientras buscaba a Susy desesperadamente, hubo otras que me sorprendieron especialmente. Me refiero a las que hablaban de los propietarios de los prostíbulos. Y es que no sólo la familia del Le Pen español está metida en el negocio de la prostitución. En el Pipos, una de las chicas a las que estaba interrogando de pronto hizo un comentario que me dejó perplejo. «¿Que si vienen famosos por estos sitios? Claro y hasta son los propietarios. Imagínate que una amiga mía trabajaba en un club que era de uno de los de Gran Hermano, o algo así ... »
Reconozco que di un brinco. Aunque mi objetivo en esta investigación eran los traficantes de mujeres, no hace falta ser un lince para darse cuenta de que aquella afirmación tenía un gran morbo periodístico. Por aquellos días, el concurso Gran Hermano arrasaba con sus índices de audiencia, y además en la misma cadena, Tele 5, para la que yo trabajaba. Si uno de los concursantes o algún familiar cercano, era propietario de burdeles, tal vez a través de él pudiese acercarme a los mafiosos. Y si no era así, no dejaba de ser un tema interesante, aun a pesar de que tirase piedras contra mi propio tejado, ya que evidentemente a mis jefes no les iba a hacer mucha gracia que pudiese involucrar a algún concursante de su programa estrella con las mafias de la prostitución.
Pese a ello, a mí me parecía que aquél era un gran ejemplo para ilustrar la inmensa y vergonzosa hipocresía de la sociedad española para con las rameras. Hipocresía que no se limita a los ultraderechistas que se manifiestan contra la inmigración ¡legal y luego se lucran con las inmigrantes que ejercen la prostitución. Quería averiguar si realmente los sonrientes, alegres y simpáticos muchachos de Gran Hermano, tan queridos por la audiencia, podían estar también implicados en el negocio del sexo. Pero a pesar de mi insistencia poco más pude averiguar de aquella dominicana: «Yo no sé más, habla con mi amiga. Ella ahora está en el Riviera de Barcelona y se llama Ruth. Yo estaba con ella un día viendo Gran Hermano y me señaló a un hombre que salía en la tele y me dijo que era su jefe, no sé nada más».
En aquel momento ignoraba que el Pipos de Murcia, los Lovely y Flower's Park de Madrid y el Riviera de Barcelona estaban empresarialmente hermanados. Anoté el nombre en mi lista de tareas pendientes —«Ruth en el Riviera»—, y me marché del local después de dejarle a la chica los 3o euros de la copa y todo mi agradecimiento. Sin embargo, continuaba sin tener ni rastro de Susy.
Al día siguiente, lo intenté en varios pisos de Murcia, donde se ejerce la prostitución. Los pisos clandestinos son la gran competencia de los clubes de carretera. En ellos es posible encontrar a prostitutas españolas que han sido desplazadas de los burdeles por la ingente afluencia de inmigrantes. Las extranjeras trabajan más y por menos dinero y además, la mayoría de españolas que ejercen la prostitución temen ser reconocidas en un burdel, donde están a la vista de todos los dientes, por algún vecino, amigo o familiar que descubra su vida secreta. Aunque no sé quién debería estar más avergonzado de sí mismo, si la mujer que vende su cuerpo en un serrallo, o el cliente que paga por utilizar ese cuerpo.
En los pisos ellas pueden ver al cliente antes de que él las vea a ellas. En muchos de ellos, hay cámaras y micrófonos ocultos, o mirillas por las que evaluar si se abre o no la puerta al desconocido, dependiendo del aspecto que tenga. Incluso, tal y como me había confesado Valérie Tasso, en algunos de ellos se graba a los clientes durante los servicios. Me consta que existen archivos con multitud de cintas que recogen los encuentros sexuales de los españolitos que acuden a los burdeles, lo que, por otro lado, me parece fenomenal. Sus tristes actuaciones, con sus calvas relucientes y sin sacarse los calcetines, resultan francamente patéticas, pero podrían obtener un buen índice de audiencia si se emitiesen en algún programa nocturno de hora punta. Al fin y al cabo, a diario podemos ver basuras similares en televisión.
Me sorprendió encontrar una cantidad increíble de anuncios en la prensa murciana donde se ofertaban todo tipo de servicios sexuales. Solamente en la sección Relax incluida en las páginas 52 Y 53 del periódico La verdad de Murcia me encontré ¡241 anuncios! Más de doscientas ofertas de servicios sexuales, sólo en uno de los periódicos de una ciudad, no especialmente grande, como es Murcia. En ese instante, empecé a ser consciente, aunque mínimamente aún, de las colosales dimensiones del mundo en el que me estaba metiendo. ¡241 anuncios que ofrecían en algunos casos hasta ocho o diez chicas diferentes!
Taché todos los anuncios que ubicaban los servicios fuera de Murcia capital, ya que en La Verdad se incluyen avisos de prostíbulos de Cartagena, San Javier, Lorca, etc. Después eliminé todos los anuncios de travestís y de gigolós, y también los que escondían teléfonos eróticos. Finalmente, desestimé los anuncios que ofertaban chicas que no encajaban con las características de Susy, y me quedé sólo con los que ofertaban pisos y burdeles con varias jóvenes disponibles, sin especificar si incluían prostitutas africanas. Aun así me quedaban 32 anuncios que podían encajar con el perfil de Susana.
Pedí al servicio de habitaciones que subiesen un café y un bocadillo, me acomodé en el escritorio de la habitación y empecé a telefonear a todos ellos. En un primer momento, sentí vértigo. Iba a resultar muy difícil localizar a Susana, pero aun así, hice las llamadas telefónicas desde el hotel. En todos los casos una voz femenina, extremadamente sensual, descolgaba el auricular con gran amabilidad. Para mi sorpresa en la mayoría de los casos, me aseguraban que tenían chicas negritas, pero no podían darme su nombre. «Tú pásate por aquí, nos ves sin compromiso y si encuentras lo que buscas, te quedas ... » De nuevo, Valérie Tasso ya me había advertido sobre este tipo de comportamiento. Nunca le agradeceré bastante sus consejos.
—No te fíes, Toni, en este mundo se miente por encima de todo y a todo el mundo. A mí, en cuanto entré en la agencia, me dijeron que mintiese sobre mi nombre y sobre mi edad, siempre quitándole años. A los hombres les gustan muy jovencitas. Y a todos los clientes que llamaban preguntando si teníamos un tipo de chica o un servicio en concreto se les decía que viniesen a vemos porque esa información no podía darse por teléfono. La encargada decía que lo importante era conseguir que los tíos viniesen.
—¿Y cuando llegaban a la agencia y veían que no teníais a la chica que le habíais descrito?
—Una vez en el piso, después de ver a las chicas, siempre elegían una aunque no les gustase del todo; les daba más vergüenza irse sin estar con ninguna, y a la casa, al fin y al cabo, lo único que le importaba era que se dejasen el dinero. La mayoría de los hombres no son tan selectivos y lo que quieren es estar con una mujer. Se les decía que esa chica que se les había descrito estaba con otro cliente, o que había salido a hacer un servicio a un hotel y ya está.
Tuve que confiar en mi intuición y finalmente escogí tres de las agencias murcianas que se anunciaban y que telefónicamente me habían garantizado que tenían chicas africanas, que se llamarían Susy o como a mí me apeteciese. Sus anuncios en La Verdad no podían ser más elocuentes: «ABANDERADAS. Somos las ocho chicas más sexys de Murcia, realizamos todos los servicios, francés completo, lésbicos, cubanas, griego, strip—tease, para despedidas de soltero. También hacemos salidas hotel-domicilio. Estamos a tu disposición las 24 horas del día. Chalet de máxima discreción, disponemos de jacuzzi con hidromasaje, barra para tomar copas. «968 64 58 CHICAS SUSAN 2. Te ofrece lo que siempre has buscado. Belleza, elegancia, clase, discreción e higiene. Ocho señoritas hermosísimas, jóvenes y complacientes. Ven a visitarnos, escoge la o las que más te gusten y pide el servicio que más te apetezca, serás complacido. Esto no es una casa de citas vulgar y corriente. Es privado, discreto y elegante. Consulta nuestros precios y mira la calidad que te ofrecemos, quedarás sorprendido. Visa. 968 64 58»
«CHICAS LORENS. Apartamento céntrico privado, lujoso y climatizado. Siete señoritas para todos los gustos y deseos, diosas del amor y el sexo. Belleza, clase y estilo. 24 horas. Lencería fina y erótica. Nos gusta chupar, nos da morbo el griego. Hacemos tríos y siempre estamos calientes. Ven y relájate, sin prisas y a tu rollo. Hotel-domicilio. Somos la mejor compañía. Telf 968 21 03 ... »
La agencia Loren resultó estar en pleno centro, muy cerca de mi hotel; la agencia Susan, en el jardín Floridablanca, y la agencia Abanderadas, en la urbanización Los Vientos, concretamente en la calle de la Rosa. En todas ellas, el ritual era muy similar. Una señora o señorita, la encargada, me abría la puerta invitándome a pasar, con tono amable y cordial. A continuación, me invitaba a sentarme en un salón o en una de las habitaciones y poco a poco, iban desfilando ante mi cámara oculta las chicas disponibles, como los animales en una feria de ganado, para que yo pudiese escoger el ejemplar que más me complaciese. Pude ver a cuatro chicas de color, dos de ellas sudamericanas y dos africanas, pero ni rastro de Susy. Me disculpé en todas las agencias, diciendo que no encontraba nada que me convenciese y que volvería otro día, y me sorprendió ver que las reacciones en las tres agencias eran similares: estaban perplejas. Tal vez era la primera ocasión en que un cliente despreciaba a todas las señoritas y se marchaba sin acostarse con ninguna. Valérie y Juan me confirmaron que lo normal es que los dientes se queden con cualquiera de las fulanas una vez están en el piso y que mi comportamiento podía haber parecido sospechoso. Pero yo no era un diente.
Pese a todos nuestros intentos, mi primer contacto con la prostitución murciana resultó un total fracaso. No fui capaz de encontrar a Susy, así que tendría que buscar nuevas pistas para localizarla. No obstante, no podía detener toda la investigación en Murcia por mi incompetencia para llegar a la amiga de Loveth, así que volví a Madrid para abrir otras vías de trabajo.

Las creencias al servicio de las mafias

La calle de la Montera, entre la Gran Vía madrileña y la Puerta del Sol, es un expositor callejero de prostitutas. Todos los días infinidad de chicas dominicanas, colombianas, brasileñas o africanas patrullan cada esquina o cada farola intentando que sus cuerpos puedan despertar el deseo de los transeúntes. Si hay suerte y alguno pica, lo acompañará a cualquiera de los hostales de mala muerte cercanos para disfrutar de un rato de placer forzado, por poco más de 5.000 pesetas. Y subrayo lo de forzado porque, diga lo que diga ANELA, ninguna de las chicas que ejerce la prostitución, en ninguna parte del mundo, al menos de las que yo he conocido, permite que un cerdo seboso, sudoroso y baboso se introduzca en su cuerpo y profane su alma, a 30 euros el polvo, por vocación. Haya o no haya mafias de por medio.
El plan para entablar conversación con una de las prostitutas africanas de la calle de la Montera no podía ser más sencillo, aunque no exento de riesgos. Bastaría con que me acomodase en una de las terracitas situada al lado del sex shop Mundo Fantástico, como la cafetería Lucky en el número 24, para tomar un café y mirar fijamente a cualquiera de ellas. El único problema es que el sex shop, que terminaría frecuentando posteriormente en busca de las fotos originales de las falsas lumis de Internet, y que pertenece a la cadena donde Valentín Cucoara colocaba a Nadia y sus compañeras previamente secuestradas en Moldavia, está situado en el número 3o de la calle de la Montera. En el número 32, o sea, a pocos metros de la terraza en la que me encontraba, se esconde la sede del Círculo de Estudios Indoeuropeos, la organización neonazi más importante de España y heredera de CEDADE. De nuevo había que considerar que, en el supuesto de que pudiesen reconocerme, el hecho de que Tiger88 estuviese tomándose un café tranquilamente a escasos metros de la sede del CEI podía ser interpretado como una provocación por parte de los neonazis.
Pero aunque eso no resultaba tranquilizador, afortunadamente, gracias a que muchos nazis piensan lo contrario, mi identidad está a salvo, lo que me ha permitido hacer temeridades como las que se narran en estas páginas, o como la de regresar al Bernabéu para grabar unas imágenes destinadas a un reportaje elaborado por Tele 5 sobre Diario de un skin y volver de nuevo para realizar otras fotografías de promoción al aparcamiento de la Castellana donde comienza dicho libro. Estaban demasiado convencidos de haber identificado a Tiger88 y confieso que yo alenté esa convicción para poder seguir haciendo mi trabajo.
De este modo podía atreverme a interrogar a prostitutas en una terraza situada junto al local de la primera organización neonazi legalizada en España como asociación cultural. En una ocasión, incluso, pasaron a mi lado dos miembros del CEI, con uno de los cuales había coincidido en manifestaciones de Democracia Nacional en Alcalá de Henares, durante mi infiltración entre los skins. Supongo que si hubiera descubierto mi verdadera identidad, habría sido imposible hacer este tipo de cosas.
Aquella tarde escogí una mesa que me permitiese sentarme con la espalda pegada a la pared. Con el tiempo, y a fuerza de acumular tensiones, me resulta muy incómodo sentarme en un local y no controlar lo que ocurre tras de mí. Necesito ver lo que pasa y saber que no puedo llevarme una sorpresa por la espalda. Así, mientras removía el azúcar en el café, escogí una mesalina de ébano al azar, y la miré fijamente. No tardó ni un minuto en acercarse a mi mesa.
Por un instante, pensé que lo único que enfurecería más a los nazis que encontrarse a Antonio Salas apostado a pocos metros de su local sería encontrarlo en compañía de una inmigrante ¡legal que era, encima, negra.
—Hola, guapo. ¿Tú querer follar? —Depende. ¿Quieres beber algo? Hacía calor y aquel bochorno jugaba a mi favor. La joven se sentó a mi lado y pidió una coca-cola.
—¿Un cigarrillo? —No, gracias. ¿Tienes chicle? —Sí. Toma. ¿De dónde eres? —Sierra Leona.
Sabía que mentía. La inmensa mayoría de las prostitutas africanas que ejercen en España son de origen nigeriano, pero sus proxenetas las han instruido sobre lo que deben decir a los blancos curiosos que preguntan por su nacionalidad. Prácticamente ninguna reconoce su verdadero origen y todas dicen ser de lugares en conflicto como Sierra Leona o Liberia, donde no podrían ser extraditadas en caso de ser detenidas, debido a la situación de guerra de dichos países africanos. Sonreí con escepticismo.
—Sierra Leona... ya. Oye, ¿quieres comer algo? —Sí, thank you. Una hamburguesa. Tal vez fuese una apreciación subjetiva, pero me pareció que aquella muchacha realmente tenía hambre, y no pude evitar el recuerdo del testimonio de Loveth, que tanto me impresionó. Devoró la hamburguesa en un santiamén, sin darme apenas tiempo a desarrollar mi plan. Sabía que mientras estuviese sentada a mi mesa podría charlar con ella, pero se bebió el refresco y se comió la hamburguesa antes de que pudiese profundizar demasiado en la conversación. Apenas llegamos a charlar diez minutos sobre cuestiones intrascendentes: el intenso frío que hace en Madrid en invierno y el calor del verano; lo tacaños que son los españoles a la hora de pagar y lo malos que somos en la cama; la cantidad de competencia que hay en la calle de la Montera, y lo mucho que protestan los propietarios de los comercios de esa zona... En realidad, todo eran rodeos para llegar a un objetivo. Había estado revisando la entrevista que había mantenido con Isabel Pisano y sus comentarios sobre los ritos de vudú a que son sometidas las chicas nigerianas por parte de los traficantes que las traen a Europa. Como ya dije, cuando me entrevisté con la autora de Yo puta acababa de regresar de Nigeria y todavía tenía muy frescas las cosas que había vivido en África.
—El ritual de vudú es horrible —me explicaba Isabel—. Les quitan pelos de pubis a toda la familia. Entonces los entierran, con un muñequito y qué sé yo... Esto es un pacto para toda la vida. Para alguien que cree, no sé, es como una factura, como una brujería. El vudú es una cosa que te convierte en zombi; el vudú tiene una fuerza enorme...
Sin embargo yo no acababa de estar satisfecho con aquellas explicaciones. Tenía que haber algo más. Intuía que ese tema era la clave criminológica de ese tipo de mafias, ya que los colombianos, los rusos o los chinos tienen que estar cerca de sus fulanas para controlar que trabajan y que no les denuncian y esto no ocurre en las mafias nigerianas, en las que, como en el caso de Loveth, los proxenetas podían estar a muchos kilómetros de distancia y no por ello sus chicas dejaban de trabajar. Luego supe que esa situación se mantenía por unos extraños rituales. Pero ¿en qué consistían? ¿Cómo podían ejercer un control tan extraordinario sobre las voluntades de aquellas muchachas?
Por fin me armé de valor y mientras estaba pagando la cuenta, solté a bocajarro la pregunta: «¿Dónde puedo aprender algo de vudú?». La reacción de la negrita de la hamburguesa fue espectacular y totalmente desproporcionada. Sus ojos se abrieron como platos y se levantó de golpe tirando la silla de plástico al suelo. Negaba con la cabeza y temblaba de arriba abajo. Me costó verdaderos esfuerzos tranquilizarla. «Vudú no, yu-yú no ... » Fueron casi las únicas palabras que conseguía pronunciar. Pero justo antes de marcharse, calle arriba, se giró, levantó la mano derecha y señaló en una dirección. Sólo dijo: «Allí». Después, desapareció para siempre de mi vida.

Dicen que no hay ciego más estúpido que el que no quiere ver.

Y yo me sentí verdaderamente idiota cuando descubrí hacia dónde había señalado la joven africana. A pocos metros del lugar en el que me encontraba había un cartel enorme que no podía resultar más elocuente: Santería La Milagrosa. Me sentí como un necio. Era como si estuviese en medio de la Casa de Campo preguntando dónde podría encontrar una prostituta, o como si en pleno Vaticano interrogase a alguien buscando un sacerdote. Así que, sin más demora, crucé hasta la esquina de la calle de la Montera con la de San Alberto y entré en la tienda de brujería que se encuentra en el número i. Así conocí a Rafael Valdés.
Rafael Valdés nació en La Habana en 1973. Sin embargo, ha vivido buena parte de su vida en África, donde se convirtió en un verdadero experto en las religiones animistas. Sus estudios sobre las prácticas religiosas tradicionales en Tanzania, Congo, Kenya, Sudáfrica y Nigeria lo convertían en la mejor fuente a la que acudir para comprender mejor la relación entre el vudú y las mafias del tráfico de mujeres. Además de su trabajo en las tiendas de la Santería La Milagrosa, sobre el que prefiero no pronunciarme, preside desde 1997 la Asociación de Cultura Tradicional Bantú. Por eso fui a él, porque en ese momento, lo que yo necesitaba era información.
Creo que entre nosotros hubo una empatía natural. En cuanto le expliqué lo que estaba haciendo, Rafael se puso a mi disposición, facilitándome varios libros, vídeos y revistas sobre la cultura tradicional africana y su complejo entramado de creencias. En pocas semanas me convertiría en un auténtico experto en la brujería y el vudú. Pero además, Rafael sabía exactamente de lo que le estaba hablando porque, para mi sorpresa, muchas de las prostitutas que ejercen en Madrid acuden precisamente a sus tiendas para buscar remedios mágicos, amuletos y protecciones esotéricas con las que defenderse de los supuestos hechizos a los que creen estar sometidas por los mafiosos. Podría parecer ridículo si no fuese tan dramático.
Valdés respondió pacientemente a todas mis preguntas, ofreciéndome una información que me resultaría fundamental posteriormente, al tomar contacto con algunos mafiosos nigerianos y con las chicas de su propiedad. De hecho, es posible que alguna de esas chicas hoy esté viva y libre gracias a aquella conversación.
—En África se vive inmerso en la magia, no es algo exterior, aditivo a la persona. Todo pasa por la magia. Nada hay, nada, más importante que la magia y el dictamen de un brujo o de un adivino. Todo lo importante, el momento de casarse, la primera menstruación de la mujer, todo pasa por la magia. Yo no voy a la magia, yo vivo en la magia. Desde que me levanto hasta que me acuesto, incluso durmiendo, vivo inmerso en la magia. De ahí la importancia que dan a ese rito vudú. Porque saben de su efectividad y creen en su efectividad cien por cien, porque han vivido desde que nacieron en estos rituales.
—¿Y ellas se prestan voluntarias? —No es que se presten voluntarias, es que ellas lo que quieren es salir a Europa a prostituirse por problemas sociales y tal. Y la garantía que ponen los traficantes es el rito vudú. No es que ellas digan: yo te voy a pagar, hazme un rito vudú. No. Es el traficante el que dice: yo te voy a hacer un rito vudú porque es mi garantía de que tú me vas a pagar. No te puedo hacer firmar un papel, o llevar a un banco, pero sabe de la importancia, y también cree en esa importancia. Pero es un delincuente y no creo que lo haga por un problema de fe. Lo hace porque conoce el entramado social y sabe que es una garantía de pago. Y él seguramente no crea en nada de eso, o sí. Pero lo usan únicamente como un mero mecanismo de presión. Exclusivamente, no porque crean en eso, porque si lo supiesen, sabrían que en la sociedad bantú el rito no está concebido para eso, sino para protegerte. La magia africana está concebida para protegerte, no para atacar.
Esas afirmaciones me llamaron poderosamente la atención. Según el experto, los traficantes probablemente no creyesen en el poder mágico del vudú, pero sí conocían el poder de sugestión que tenía sobre las chicas que habían crecido en una sociedad bantú, empapadas en las creencias mágicas durante toda su vida. Que el lector tenga presente este dato.
—Es como la gente que va a misa —continúa explicándome Rafael—, pero el brujo tiene más poder que el cura. Porque el cura tiene poder sobre los feligreses pero no sobre la Iglesia, sobre el Papa. Pues en África cada cura es un Papa. Y cada brujo es un cura. Por tanto, lo que diga un brujo va a misa, es como lo que dice el Papa. Si el brujo dice esto es así, es como si el Papa lo dijera a los católicos.
No uses preservativo, no se usa; no hay aborto, no hay aborto. Es lo que dice el Papa. Pues exactamente así es lo que dice el brujo. Si yo te digo que tienes un daño y que te vas a morir, es que te mueres, porque lo crees tan fielmente que te mueres. Y si te digo que poniéndote las manos te vas a curar, por el efecto placebo, te curas.
—¿Vienen por aquí chicas nigerianas? —Sí, en efecto, la mayoría de las chicas que vienen, por problemas de vudú, y por la deuda, son africanas. Vienen muchas nigerianas, y de toda África, pero nigerianas bastantes. Y son las que más. Por el sistema africano y más concretamente nigeriano, que fue cuna de una civilización que fue la civilización yoruba, se encuentra más, digamos, unido a la tradición africana que otros países que son más musulmanes o catolizados. Y las chicas nigerianas que vienen, vienen desesperadas. Porque están en un agobio minuto a minuto, porque no saben en qué minuto va a hacerse efectivo ese vudú que dejaron hecho. Más que a morir, temen que el vudú pueda dejarlas ciegas, paralizarlas, y estropearles la vida a ella y a sus familias. Y con una desesperación de película, de llanto. Algunas vienen muy mal, muy mal. Y no tienen otra opción: o rompen ese hechizo y se liberan o seguirán pagando años y años.
Aquella conversación con Rafael Valdés fue fundamental. Por fin comprendía el mecanismo de aquellos rituales, o eso creía. En África, cuando los mafiosos decidían traer a Europa un grupo de chicas, con frecuencia menores, éstas aceptaban una deuda económica millonaria que tendrían que abonar al traficante con su trabajo como prostitutas. Para garantizar el pago de esa deuda y el control psicológico sobre las muchachas, el traficante las hacía ir a un brujo, el cual las sometía a espeluznantes rituales mágicos, utilizando para ello vello pubico, sangre menstrual, uñas, piel, etc., de las muchachas. Con esos elementos, confeccionaba una especie de fetiche mágico que entregaba al traficante, a través del cual, según la creencia bantú, podía controlar a distancia a sus rameras.
También entonces descubrí que si quería conocer por dentro el mundo de las mafias nigerianas, debería aprender seis conceptos imprescindibles para todo traficante de mujeres:
Body: nombre técnico del fetiche elaborado con prendas íntimas, pelos, sangre, etc., de las mujeres traficadas por las mafias, y que debe obrar en poder del mafioso.
Yu-yú: ceremonia ritual a que son sometidas las mujeres traficadas y durante cuya celebración se sella el pacto de obediencia para con los mafiosos.
Sponsor, la persona encargada de gestionar el viaje de las mujeres traficadas desde el país de origen al de destino.
Master: el hombre poseedor de las mujeres traficadas, que las obliga a trabajar en el país de destino.
Madame o Mamy: es el femenino del master. En muchas ocasiones, se trata de ex prostitutas que han pagado su deuda o han comprado su libertad, y se convierten a su vez en traficantes.
Connection-man: personaje secundario en el entramado de las mafias que se ocupa de pequeños trabajos como la obtención de visados, sobornos, documentos falsos, etc.
Pero, como ocurre en todas las infiltraciones, la formación teórica no es suficiente, así que pedí a Rafael su colaboración para poder asistir a alguno de aquellos rituales, y contactar así con alguna de las prostitutas nigerianas que acuden a sus tiendas en busca de protección. Afortunadamente, aceptó. De esta forma, pocos días después me encontraba en una de las tiendas de la Santería La Milagrosa, disfrazado como un dependiente más. Resultó toda una experiencia. Ignoraba que muchos de nuestros famosos fuesen tan supersticiosos. Digo esto ya que, mientras hacia mi papel en La Milagrosa pude ser testigo de cómo algunos conocidos actores y presentadores de televisión acudían a aquellos brujos en busca de ayudas mágicas para sus carreras profesionales o para sus problemas personales. En una ocasión, incluso, estuve a punto de tener que ser yo quien atendiese a la presentadora Silvia Fuminaya, y habría sido muy embarazoso tener que inventarme las respuestas a sus preguntas, mientras le echaba los buzios, las cartas del tarot o el okuele. La hermosa modelo y presentadora no sabe lo cerca que estuvo de ser grabada accidentalmente por mi cámara oculta.
Y por fin llegó el día esperado. Vestido con el «uniforme» de la tienda y con media docena de collares de santero al cuello, debería hacerme pasar por uno de los brujos de La Milagrosa. De esta forma, tendría la posibilidad de grabar a dos chicas nigerianas que habían pedido cita para una de las ceremonias de protección.
Antes de iniciarse el ritual, y naturalmente con el permiso del santero, había acomodado mi cámara oculta en la sala de ceremonias. Después sólo me quedó esperar, paseándome por la tienda como si realmente estuviese ordenando estantes, colocando libros, etc. Dos horas después, Rafa Valdés me avisó para que entrase en la sala y esperase. Aproveché para activar, además de mi cámara, otra que era propiedad de La Milagrosa, con la que Rafael me había pedido que grabase el ritual para sus archivos.
Dos jóvenes extremadamente bellas entraron en la habitación. El miedo que transmitían sus ojos quedó inmortalizado en la cinta de vídeo, con una elocuencia irrefutable. Valdés, totalmente vestido de blanco, llevó adelante la ceremonia, mientras yo me esforzaba por no perder detalle de la misma. Sus letanías en yoruba, sus pases mágicos y los efectos con fuego y pólvora que aderezan la ceremonia resultaban de lo más efectista. Y el temor de las jóvenes, que prácticamente no hablaban español, no dejaba lugar a dudas. A pesar de que el ritual de Rafael supuestamente era de protección, la sola pronunciación de la palabra vudú, o yu-yú, las hacía estremecer.
Cuando terminó el ritual, pude conocer a su proxeneta. Había venido a recogerlas para llevarlas de nuevo a Alcalá de Henares, donde las tenía trabajando, así que el destino terminaría por hacerme volver, en varias ocasiones, a la meca del movimiento skin en España.
La verdad es que yo no sabía si aquel hombre era uno de esos mafiosos o probablemente tan sólo un connection-man. Creía que las chicas habían acudido a hacerse una consulta de futuro y cuando terminó el ritual, pude acercarme a él con mi cámara oculta. Era un tipo alto y de complexión atlética, con una pequeña perilla y bigote. Negro como el carbón’ vestía una camisa floreada y pantalones claros, y como a muchos de los africanos que conocería posteriormente, le gustaba lucir anillos y cadenas de oro. Respondía al nombre de Johnny y su teléfono era el 696 674... Me dejó muy claro, cuando me interesé por una de las jóvenes, que si quería estar con ella, tendría que tratar directamente con él. Según nos explicó, las chicas llevaban muy poco tiempo en España. Una de ellas, la más hermosa, apenas un par de semanas. Según averigüé, sólo una estaba colocada en un burdel; la recién llegada hacía servicios sexuales a hotel y domicilio.
No sé qué me ocurrió, pero de repente me embargó una incontenible sensación de odio hacia aquel negro. Como si de pronto volviese a meterme en la piel de Tiger88. Por un instante volví a sentirme como un skinhead. 0 tal vez era tal la indignación que me producía aquel traficante, al hablar de aquellas dos muchachas como mera mercancía, que por un momento estuve a punto de perder el control de la situación. Rafa se dio cuenta y rápidamente se interpuso entre Johnny y yo, cambiando de tema. Se había percatado de que mis ojos se inyectaban en sangre y de que estaba apretando los puños hasta que mis nudillos empezaron a enrojecer. Creo que si no hubiese intervenido, es posible que no hubiese podido contener mi ira. Estaba claro que todavía me quedaba mucho que aprender para poder entrevistarme con los traficantes de mujeres sin delatarme, y el rapapolvo de Rafael fue completamente merecido: «¡Tú estás loco, chico! ¿Quieres que te peguen un tiro y a mí me quemen el local? ¿Qué pensabas hacer, liarte a hostias con el negro dentro de la tienda?».
La verdad es que el santero tenía toda la razón del mundo. Tendría que aprender a contener mis accesos de rabia, viese lo que viese. Al final aprendería a tragarme la ira, pero las continuas indigestiones de odio terminaron por producirme un cáncer de alma.
Después de mi experiencia en la tienda, los libros que me facilitó el cubano me fueron de una enorme utilidad. Sin embargo, había algo más que había aprendido en mis conversaciones con Rafael Valdés: muchos traficantes ni siquiera creen en el vudú. Incluso utilizan trucos de ilusionismo para convencer a las muchachas de sus supuestos poderes mágicos. Así que en cuanto salí de La Milagrosa, me encaminé hacia la escuela de magia y prestidigitación de Juan Tamariz, llamada Magia Potagia, que está situada en la calle de Jorge Juan, no 65. También fui a la escuela Magia Estudio, de Luís Ballesteros, en la calle de San Mateo, N. 17. Empezaba a intuir una posible vía de acceso para acercarme a las mafias nigerianas. Quería convertirme en un poderoso brujo vudú y las escuelas de ilusionismo de los famosos magos españoles iban a conferirme los poderes mágicos que necesitaba para hacer creíble mi papel...
En unas pocas semanas, no sólo me sabía de memoria todos los dioses del panteón yoruba, llegando a considerar a Ogún, Changó, Eleguá y Obatalá personajes familiares para mí, sino que me convertí en un pequeño Harry Potter, con los suficientes conocimientos en magia y prestidigitación como para convencer a cualquier profano, en este caso profana, de mis poderes «sobrenaturales»... Por absurda que pueda parecer esta estrategia, los resultados que me dio fueron desproporcionados. Una de las mayores beneficiarias de mis «poderes» resultaría ser Susy, la nigeriana de la que me había hablado Loveth, cuya búsqueda retomé en Murcia poco tiempo después...

Susana: madre, prostituta y mujer traficada

Harry es un negro delgado y pequeño. Eso me tranquilizaba. Su hermana era una de las prostitutas del Eroski, que resultó ser una vieja amiga de Loveth, con la que había coincidido en la Casa de Campo de Madrid al poco de llegar a España a través de las mafias. Le dije que me había hablado de él la amiga de su hermana y que podíamos ayudarnos mutuamente. Le expliqué que yo tenía dos clubes de carretera en Marbella y Bilbao y que iba a abrir otro próximamente en Murcia, razón por la cual estaba buscando chicas para la inauguración, por lo que en seguida se ofreció a ayudarme.
—Loveth me ha dicho que tú te mueves bien por aquí y que conoces a muchas chicas. Me gustan las negritas, así que quiero dos o tres para empezar. En mi club van a cobrar más que en la calle y tú puedes llevarte una comisión por polvo. ¿Qué te parece?
Los ojos de Harry empequeñecieron hasta convertirse en una línea fina, mientras sus dientes blancos asomaban enmarcados por unos enormes labios carnosos. Aquella sonrisa significaba una respuesta afirmativa.
—Tú ve buscándome dos o tres negritas, pero una tiene que ser Susy. ¿La conoces?
—¿Por qué Susy? ¿Tú conocer? —respondió el negro con evidente tono de desconfianza.
—Tranquilo. Loveth me habló de ella y sé que es amiga suya y que lo está pasando mal, así que quiero ayudarla. Además, Loveth me enseñó una foto y está muy buena, por eso quiero tenerla a mano.
Evidentemente yo no había visto ninguna fotografía de Susy, pero que tuviese ganas de acostarme con ella es la mejor razón que entienden los proxenetas para que un hombre busque a una mujer. Y Harry tragó el anzuelo, el sedal y la caña.
—Sí, yo conozco. Pero yo no puedo presentar a ella. Ella tener ya su hombre, y a Sunny no gusta blancos. Si tú querer trabajar Susy para ti, tú tener que hablar con Sunny. Ella antes en club, pero ahora trabajar en la calle de Sunny.
Ésa fue la primera vez que escuché el nombre de Sunny y en aquel momento, yo no podía suponer que aquel personaje se convertiría para mí en un eje fundamental de esta investigación durante los meses que siguieron. Un objetivo que llegaría a obsesionarme a medida que fuera conociendo su papel en la prostitución murciana y en el tráfico de mujeres hasta obnubilar completamente mi mente, haciéndome llegar a fantasear con la idea del asesinato, como una alternativa para acabar con los proxenetas.
—¿Sunny? ¿Y quién coño es Sunny? —Bufff, Sunny es hombre importante. Él, boxeador en Nigeria. Muy fuerte. Él, jefe de asociación Edo en Murcia. Tú mejor no problemas con él. Él muy peligroso.
En aquella primera ocasión no conseguí obtener más información útil sobre el tal Sunny, salvo que había sido boxeador en Nigeria, que lideraba una especie de asociación de delincuentes africanos y que, según Harry, era el jefe de muchas de las chicas que ejercían la prostitución en las calles murcianas. Puestas así las cosas, decidí concentrarme en localizar a Susy y, tras soltar un incentivo económico por adelantado, acordé con Harry que él me marcaría a la nigeriana citándola en la cafetería de la gasolinera situada a pocos metros del Eroski.
Mi plan era el siguiente: Harry debería indicarme cuál de todas las nigerianas que hacen la calle en el Eroski era Susy. Una vez identificada, yo debería convencerla para que me acompañase al hotel, alegando que no me gustaban los servicios en el coche. Si todo iba según lo planeado, en cuanto llegásemos al aparcamiento del hotel, yo utilizaría el botón de rellamada de mi móvil para advertir a mi compañero Alberto, que aguardaba escondido en mi dormitorio con dos cámaras ocultas listas para grabar mi conversación con la nigeriana. Una vez allí, debería arreglármelas para que ella no sospechase de mí por no querer tener relaciones sexuales y contratar sus servicios sólo para hablar. Si el plan funcionaba, esa misma noche podríamos tener una primera entrevista con Susy y quizá avanzaríamos un paso hacia su traficante, el tal Sunny.
Al filo de la medianoche, hora pactada con el negro para que se encontrase con Susana, yo ya había aparcado mi coche frente a la gasolinera, al otro lado de la avenida del Infante Don Juan Manuel. En realidad había acudido una hora antes para buscar el mejor punto de observación. Afortunadamente fui con tiempo, porque tardé más de lo previsto en localizar un lugar desde el que pudiese vigilar las dos entradas de la cafetería ubicada en dicha gasolinera. Esa cafetería permanece abierta toda la noche, y con frecuencia, algunas de las prostitutas que hacen la calle a pocos metros acuden allí para aliviar el frío de la madrugada con un café caliente. Así que Susy no tenía por qué sospechar nada cuando Harry la invitó a reunirse allí con él, para tratar un asunto familiar.
No sé lo que le contó el negro, ni me importa, pero cumplió su palabra. Poco después de las doce y cuarto de la noche, y utilizando el zoom de la cámara de vídeo como teleobjetivo, reconocí su rostro. Había entrado acompañado de una hermosa joven alta y delgada, que no podía ser otra que Susy. Eran las primeras imágenes que grababa de aquella muchacha, cuya vida ha sido castigada por mil desgracias y sinsabores, un tormento constante desde que salió de su Nigeria natal. Aquella noche vestía un top naranja y unos pantalones piratas. No sería difícil identificarla después, en la zona donde se reúnen las prostitutas nigerianas. Como ocurre en la Casa de Campo de Madrid, las nigerianas, nórdicas, sudamericanas, travestís, etc., tienen sus respectivas zonas y nunca se mezclan entre ellas.
Según lo pactado, tras el café Harry salió con Susy del local y allí mismo se separaron. Con las luces apagadas, y circulando muy despacio a una prudente distancia, seguí a Susana hasta la parte alta del Eroski, donde se reunió con otra decena de chicas de color, ofreciéndose a todos los conductores que recorren aquella calle en busca de carne fresca para saciar sus fantasías eróticas.
Detuve el coche y decidí tomarme un minuto para tranquilizar el corazón que empezaba a desbocarse dentro de mi pecho. Nunca había pasado por una experiencia similar. No sabía qué es lo que dicen los clientes de una prostituta callejera, ni tenía la menor idea de cómo convencerla para que viniese a mi hotel. Sabía, porque Harry me lo había contado, que las fulanas del Eroski realizan sus servicios en el coche del cliente, o todo lo más, en un hostal situado apenas a cien metros del centro comercial.
Por eso, que me acompañase a un hotel en el centro de Murcia parecía más que improbable. Además, yo no era un cliente conocido.
Aproveché esos momentos para telefonear a Alberto e informarle de que, por el momento, el plan evolucionaba según lo previsto. «Alberto, soy Toni, ya la tengo localizada, voy a ver si consigo convencerla para que se venga al hotel. Si me manda a la mierda te llamo para decírtelo, pero si no te llamo en cinco minutos es que ha aceptado y vamos hacia ahí. Ten preparados los equipos y si recibes una llamada perdida desde este número ponlos a grabar y escóndete ... »
Seguidamente encendí la cámara oculta que habíamos montado en el coche y me dirigí hacia el grupo de africanas. En cuanto vieron que mi automóvil circulaba a poca velocidad en dirección a ellas, entendieron que buscaba compañía y una joven negra de enormes pechos se acercó a la ventanilla. Con toda la cortesía posible, pero enérgicamente, desatendí sus elocuentes ofertas sexuales. Le dije que me gustaba la chica del top naranja e inmediatamente Susy se acercó a mi coche. Las primeras palabras que escuché de sus labios resultaron tan directas como las de su paisana.
—Treinta euros follar y chupar. —¿Pero podemos ir a mi hotel? —mientras decía esto, le tendí la tarjeta del hotel en el que me encontraba, para que comprobase que no intentaba nada extraño.
Susy dudó un momento. Me observó de arriba abajo en silencio, mientras yo exhibía mi mejor sonrisa. Y por fin, ella también sonrió. Pactamos 110 euros por sus servicios, e inmediatamente, abrí la puerta del coche invitándola a entrar. Después, arranqué en dirección al hotel. La cámara oculta del coche grabó nuestra primera conversación.
—Estoy muy nervioso. —¿Por qué nervioso? —Porque sí, porque es la primera vez que he venido aquí. —Tu nombre? El mío, Julieta... Como esperaba, Susy me estaba mintiendo. Julieta no era su verdadero nombre, pero no podía esperar que me dijese la verdad nada más conocemos. No obstante, me conmovió que hubiese escogido precisamente ese nombre para ejercer la prostitución. Susy era una Julieta con mil Romeos de pago.
Todos los expertos a los que había consultado mi plan me habían advertido que Susy no debía saber, en ningún momento, que yo era un periodista. En primer lugar, porque, de saberlo, evidentemente no hablaría conmigo bajo ningún concepto. Y en segundo lugar, porque si los mafiosos que la habían traído a España sospechaban por un instante que había colaborado conscientemente con nosotros, tomarían severas represalias contra ella. Por eso, y aun a costa del sentimiento de culpabilidad que sentiría una y otra vez, y que en algunas ocasiones casi me ahogaba, ninguna de las prostitutas a las que acudí supo nunca que yo era un periodista infiltrado, por lo que ninguna colaboró conscientemente en esta investigación, y por lo tanto debo insistir una vez más en que ninguna es responsable de que yo consiguiese llegar a contactar con los traficantes.
Durante el trayecto entre el Eroski y nuestro hotel, charlamos de cosas sin importancia: el clima, la gastronomía, etc. Al entrar en el parking, con todo disimulo, pulsé el botón de rellamada en mi móvil. Si todo iba bien, Alberto debía poner en marcha los equipos de grabación mientras yo cogía la llave en la recepción, ante la sonrisa de complicidad del recepcionista, que recorrió con mirada libidinosa toda la anatomía de mi acompañante.
A medida que nos acercábamos a mi habitación, crecía mi nerviosismo. Si Alberto no había tenido tiempo para ocultarse, o no había puesto los equipos en marcha, todo sería inútil. Abrí la puerta del cuarto y franqueé el paso a Susy, que se sentó sobre la cama’
Le Ofrecí una copa, que rechazó, y me senté frente a ella. Hizo un amago de desnudarse, pero le pedí con un gesto que se detuviese. Tenía una historia preparada para que mi intención de no acostarme con ella resultase convincente.
—No, no quiero follar, sólo hablar. Acabo de separarme y de venirme a Murcia para trabajar y no conozco a nadie. Llevo todo el día encerrado en el hotel y sólo me apetece hablar con alguien.
Creo que sonrió aliviada. Probablemente era la primera vez que un cliente le pagaba casi el cuádruple de lo que suele cobrar por un servicio para no hacer nada con ella. Aproveché el agradecimiento que rebosaba su sonrisa para entablar la conversación que transcribo directamente de las cintas, respetando todo su contenido, aun a pesar del torpe castellano de la africana.
—Tú siempre estás en la calle o vas a clubes? —No, yo no en club. Yo no quiero —Susy volvía a mentirme, pero ya se lo esperaba.
—¿Por qué? ¿No es mejor? —Sí, cuando tú en club... Cuando yo no trabajo, me voy a casa y durmiendo...
—Y en el club tienes que estar allí todo el tiempo, ¿no? —Sí, todo el tiempo allí. Y pagando, cuando no trabajas, pagando... —¿Aunque no trabajes tienes que pagar? —Sí. Cuando tú en club... por ejemplo, trabajas hoy, y esperando, ninguno cliente, y mañana pagando. Y ahí a la calle voy igual a casa, sin dinero, y comiendo bien...
Otras prostitutas me habían explicado anteriormente que en la Mayoría de los clubes, como en las «plazas», las chicas deben pagar una suma diaria, que puede oscilar en torno a los cuarenta o sesenta euros, consigan o no consigan clientes. A eso se refería Susy en su pésimo español, que a veces me costaba entender.
—¿Cuesta lo mismo en un club que en la calle? —Igual. En club, por ejemplo, media hora sesenta euros, y en la calle, también sesenta ——de nuevo mentía.
—Y si alguien te dice en la calle que quiere ir a un hotel, ¿tenéis alguno?
—Sí, muy cerca donde yo trabajo hay y pagamos treinta euros. —En invierno pasas frío, ¿no? —Cuando frío, pongo éste para frío y no pasa nada —dice señalando mi chaqueta.
—¿No os piden cosas muy raras, la gente, los tíos? —Mira, cuando yo voy con gente como tú, mucha gente es normal. Y cuando hablamos, tranquilamente, bien. Pero cuando chico malo, tú también mala y eso no bueno. Y cuando tú malo, y YO estar bien, pensar cosas buenas. No que quiere golpear, robar... tú no pensar eso. Muchos chicos venir, decir, loca, y tú también loco... insultar.
—¿Siempre lo hacéis en el coche, allí en la calle? —Sí, en coche. Pero tú venir ahora y yo decir, «coche treinta», y tú ha dicho, «no por favor, yo querer cama, mi casa». Yo pensar y mirar, dudar, y mi corazón ha dicho tú bueno, yo contigo. Cuando mi corazón ha dicho no tú dame un millón y si mi corazón dice «no puedo yo contigo» no puedo yo contigo.
—Te fías de tu corazón? —Sí. Me gustas a mí y mi corazón... Hablamos, y voy con, éste, y no problema, no pasa nada. Si tu cara muy fea, muy feo, tú corazón dicho «ve con él», y no pasa nada. Siempre así. Y cuando mi corazón ha dicho «no tú con él», mirar dinero, yo querer este dinero, y muy mal...
Confieso que sus palabras me conmovieron. Susy se dejaba llevar por el corazón a la hora de decidir si aceptaba o no a un cliente nuevo. Y al parecer, su intuición le había dicho que podía fiarse de mí y acompañarme al hotel. En ese momento, me sentí como un judas. Al fin y al cabo, y a pesar de mi promesa a Loveth, en el fondo yo estaba utilizando a Susy para poder Regar hasta su traficante y eso me hacía sentirme culpable. Pero no existía otra manera de acceder al tal Sunny. Tenía que ganarme la confianza de Susy, aunque fuese ocultándole mi verdadera identidad.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en esto?
—Cinco meses.
—Llevas poquito. —Sí, poquito. Yo quiero sólo ganar dinero para mi país y salir, ahora otras cosas...
Nueva mentira. Yo sabía que Susy llevaba al menos dos años en España, ejerciendo la prostitución al servicio de su proxeneta, como otras muchas nigerianas del Eroski, pero era lógico que me engañase. Todas las rameras saben que legalmente no pueden pasar más de seis meses en España, con un visado de turista —en realidad tres meses prorrogables a seis—, así que cuando algún cliente les pregunta cuánto tiempo llevan en nuestro país, suelen decir que menos de medio año.
—Tienes familia en África? —Sí.
—¿A quién tienes allí? —Mi padre, mi madre, allí, mi hermano... —¿Qué hacen, trabajan? —No.
—¿Y dónde están? —Sierra Leona.
—¿Y cómo te viniste para aquí? —Hummm.
—No te quiero molestar, ¿eh? —Hummm.
Susy de nuevo me engañaba. Como todas las nigerianas, decía ser de Sierra Leona o Liberia, países a los que no podrían ser extradita das por encontrarse en situación de guerra. Pero cuando mis preguntas empezaban a hacerse incómodas, se revolvía y tan sólo gruñía negándose a contestar. Tenía que tener mucho tacto para que no se enfureciese con mis preguntas y saliese de la habitación dando un portazo. Pero el tiempo pasaba y en aquellas circunstancias, lógicamente, Alberto no podía salir de su escondite para cambiar las cintas ni la batería de las cámaras, así que decidí intentar otra estrategia.
En los meses anteriores ya había aprendido que podía aprovechar mis viajes para iniciar el acercamiento a las prostitutas extranjeras. Durante años, mi trabajo como reportero me ha hecho dar la vuelta al mundo y conozco bastante bien algunos de los países de origen de las prostitutas que ejercen en España tales como Rumania, República Dominicana, Cuba, Rusia o, por supuesto, el África subsahariana. Mis conocimientos sobre esos países, adquiridos sobre el terreno, siempre me resultaron una excelente forma de romper el hielo, al entablar conversación con una prostituta extranjera, que en general no conoce a muchos clientes que hayan recorrido su país. Y con Susy funcionó también extraordinariamente. Aproveché su pregunta sobre a qué me dedicaba para decirle que viajaba mucho y que precisamente acababa de regresar de África, así que le enseñé varias fotografías que había tomado durante otros reportajes que había realizado en diferentes países centroafricanos anteriormente. En una de ellas, aparecía rodeado de niños negros y creo que aquella imagen la conmovió. Era una oportunidad excelente para intentar conseguir que me hablase de su hijo, supuestamente utilizado por su traficante como elemento de presión. Para ello, le expliqué que yo acababa de separarme de mi esposa, que era también de color, y que tenía un niño pequeño, de unos dos años, al que no podía ver. Se lo dejé en bandeja y no pudo evitar seguirme la corriente.
—Yo también. —Tú también tienes un hijo? —dije poniendo cara de sorpresa, pero entusiasmado porque mi truco hubiese funcionado, permitiéndome sacar el tema de su hijo, supuestamente secuestrado por el proxeneta.
—Sí, igual que tú, de dos años. —Pero si tú eres muy joven. ¿Cuántos años tienes? —¿YO? 23. —¿Qué signo eres? ¿Cuál es tu día y mes de nacimiento? —¿Yo? En marzo, el 29. —¿Cómo se llama tu hijo? —Albert. Por fin empezaba a obtener datos concretos sobre Susy, que me serían muy útiles posteriormente, a la hora de reconstruir su biografía. Era el momento de experimentar si mi aprendizaje como brujo y como ilusionista resultaban convincentes.
—En tu país hay mucho vudú, ¿no? —Oh, sí, vudú. No bueno. —Pues, ¿me crees si te digo que yo soy babalao y que tengo a Changó?
Susy se quedó petrificada. No sabía si reír o echarse a gritar. Pero mis fotos en África demostraban que al menos había viajado por su continente. Lo que ocurrió a continuación me da cierto pudor. Realicé varios trucos de magia que pretendían demostrar mis poderes psíquicos, algo que siempre he denunciado, pero que en ese momento se me antojaba como la única forma de conseguir la confianza de Susy. Lo que no podía imaginar es que aquellos trucos de magia terminarían siendo el pasaporte a la libertad de aquella joven.
En Magia Potagia, la tienda y escuela de Juan Tamariz, regentada por su hija, había aprendido a «leer el pensamiento», a «mover objetos con la mente», a «invocar a los espíritus» y todo tipo de maravillas «sobrenaturales», y desplegué todos mis conocimientos mágicos para conseguir fascinar a la joven. La estrategia no había podido funcionar mejor.
—¿Dónde tú aprender esto? ¿En qué parte de África? —me pregunta fascinada.
—¿Conoces el Sahara? —Sí, yo sabe Marruecos. —¿Estuviste en Marruecos? —Yo pasar Marruecos, mucho tiempo, ocho meses.
—Muy brutos los marroquíes, ¿no> —Uff, mucho, muy malos. —¿Qué hacías tú en Marruecos? ¿Fue al venir para España? —Sí. —Fue muy duro el viaje, ¿no? ¿Cuánto tiempo duró? —Un año.
—¡Un año! —Sí.
—0 sea, que entraste en patera... —Sí, muy malo. —¿Y pasaste miedo? —Ufff, mucho miedo, y yo embarazada. —0 sea, que te embarazaste en Marruecos... —Sí. Mis supuestos poderes mágicos habían conseguido soltar la lengua de Susy de una forma inesperada. Ya sabía que había llegado a España en patera, después de recorrer la ruta terrestre desde Nigeria, en un atroz viaje de un año. Me la imaginé hacinada en los campos de refugiados de Ceuta, violada o prostituyéndose por un plato de comida, hasta quedarse embarazada.
—Oye, ¿y ahora tienes que volver al Eroski o te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?
—En Rincón de Seca, pero ahora vuelvo a trabajar. —¿Hasta qué hora? —Las seis o las siete. —¿Y estáis toda la noche? joder, es que es un mogollón de horas, desde las once de la noche hasta las siete de la mañana...
—Sí. —Y a esas horas, a las siete de la mañana, ¿va algún hombre?
—Sí, mira, viernes y sábado yo voy a mi casa y chico venir a las nueve.
—¡A las nueve de la mañana! —Sí.
Durante una hora conseguí que Susy, sin saberlo, me facilitase muchísima información que encauzaría de nuevo la investigación hasta poder contactar personalmente con Sunny. Sin embargo, aquello no había hecho más que empezar, y en aquel primer encuentro había conseguido mucho más de lo que me podía esperar. Así que, en cuanto terminó el tiempo, acompañé a Susy hasta el Eroski —me parecía mal pedirle un taxi—, y la dejé exactamente en el mismo lugar en el que la había recogido. Antes de despedimos, le pedí su número de teléfono, por si quería volver a llamarla otro día.
Pero se negó a dármelo. Me dijo que no podía llamar a su casa porque su primo —en realidad se refería a Sunny— podía enfadarse. Así que me dio el teléfono de Gloria, otra nigeriana compañera de Susy en la calle del Eroski. El contacto estaba hecho y una de mis líneas de investigación hacia las mafias estaba abierta.
Alberto pudo salir de su escondite en cuanto nos fuimos y comprobar con entusiasmo que las cámaras habían grabado perfectamente toda la conversación... y mi lamentable demostración de ilusionismo vudú... Soporté durante semanas el cachondeo que se traían en Tele 5 a costa de mis poderes paranormales cada vez que alguien veía aquella cinta. Gajes del oficio.