Monday, March 03, 2008

CAPITULO 8
Paralelamente al discurrir de Levantina de Seguridad, la vida ultra seguía su ritmo.
En 1995, tenía plena conciencia de que Roberto era un manipulador nato y un individuo sin escrúpulos. Por mi parte, me limitaba a trabajar en su empresa lo mejor posible y a seguir el curso de los acontecimientos sociales desde un discreto segundo plano.
Pero habían pasado bastantes años desde el hundimiento de las opciones de extrema derecha tradicionales y, en el <> se apreciaban tímidos intentos de formar algo nuevo.
La Alianza para la Unidad Nacional de Ynestrillas supuso el pistoletazo de salida de los intentos por hacer resurgir lo que permanecía dormido desde hace una década. A este esbozo político se unieron otros, y aunque sabíamos que la labor sería ardua, muchos comenzamos a ilusionarnos, con el convencimiento de que, al final, alguno acabaría fraguando.
Que las organizaciones de tipo patriótico estaban de capa caída era evidente; que se encontraban profundamente fragmentadas, también. Pero lo cierto es que, después de un prolongado letargo, comenzaban a activarse.
Por una parte, las diversas ramas falangistas, inmersas en plenas batallas internas, intentaban encontrar el ansiado <> y, de paso, copar las perspectivas de la <>; por otra parte, los últimos residuos del franquismo, personificados en la perdurable imagen de Blas Piñar, entendían que cualquier nuevo partido que se ideara tendría que pasar indiscutiblemente por ellos. Y, entre tanta intriga, los únicos que obraban en silencio, ocupando posiciones, eran los veteranos dirigentes nazis de Cedade: éstos acababan de hacerse con la directiva de Democracia Nacional y seguían queriendo encuadrar a personas afines en el resto de las organizaciones <>. Después de más de medio siglo de su derrota en los campos de batalla, y conocedores de que en España algo de lo que se urdía acabaría por solidificar, tenían decidido participar seriamente en la escena política, aun a sabiendas de que les tocaría dejar el traje de lobo en el baúl de los recuerdos y mostrar a la sociedad el de apacibles ovejitas.
La segunda mitad de los noventa partía, pues, con nuevas ideas. Todas las formaciones soñaban con arrancar parte de ese 13 por ciento del electorado que, según el CIS, se encontraría dispuesto a votar alguna opción de las representadas por los partidos de la ultraderecha hispana. Para no desguarnecer ningún flanco, las iniciativas abarcaban desde las posiciones más radicales de la derecha arcaica hasta las allegadas a lo que podría entenderse como afín a la extrema izquierda social, pasando por las organizaciones católicas y las que hacían un guiño al mundo islámico. La ensalada de gustos estaba sobre la mesa, sólo faltaba esforzarse en serio para lograr frutos.
Una mañana recibí una llamada desde Madrid. Se trataba de mi amigo Fernando. Él me presentó a Ynestrillas, a García Juliá y a muchos otros. Desde su puesto en la FE-JONS, conocía a las grandes figuras ultras. Me alegré al escuchar su voz.
-¡Oye, Juan! -explicó-. Este sábado voy a estar en Valencia; tenemos una comida prevista con la delegación provincial de la Falange y acudirá el nuevo jefe nacional.
-¿El nuevo jefe nacional? -repetí extrañado-. ¿Y con Diego Márquez qué ha pasado? ¿Ya no ocupa la jefatura?
-¡Joder, tío! ¡No estás al día! A Diego lo echamos hace tiempo de su puesto, aunque sigue incordiando.
-¿Y eso?
-No supo reconocer su derrota en las elecciones internas, y se marchó con sus partidarios a otra sede. Pero con Gustavo vamos a levantar cabeza. ¡Es un tío cojonudo! -afirmó pletórico.
-¿Has dicho que se llama Gustavo?
-Sí, Gustavo Morales. Es periodista y viene de los <>, pero se trata de una persona inteligente y con ganas de hacer cosas.
Sentí sorpresa al escuchar que provenía de la Falange Española Auténtica (FEA), los <>, en nuestro argot. Los miembros de este sector falangista se enorgullecían de haber sido perseguidos por el régimen franquista y en su activismo contra éste desde la clandestinidad. Durante los duros años de la transición, ornamentaron sus locales con retratos del Che, junto al de José Antonio, y se decía que llegaron a desfilar en Cuba delante de Fidel Castro, e invitados por éste.
La FEA se trataba de una de las múltiples ramificaciones de la histórica Falange. Además, estaban la Falange Española Independiente (FEI), el Movimiento Falangista (MF), las Falanges Gallegas (FF.GG.) y una larga lista de grupos similares, alguno de ellos con una militancia mínima.
En ocasiones pensaba que, con tanta profusión de siglas, semejábamos más una aventura de <> que una opción política concreta.
-¿Gustavo es de fiar, o no será demasiado <>? -inquirí.
-Tiene sus cosas, pero es una persona íntegra. Bueno, ¿te apuntas a la comida?
-¡Venga! ¡Conforme!
-¡Estupendo! Tómate nota: a las doce del mediodía, en la esquina de la calle Garrigues con la plaza del Caudillo.
-Vale, lo apunto. ¿Puedo llevar algún amigo?
-¡Claro! ¡Y cuantos más, mejor! De acuerdo, entonces. Hasta el sábado. ¡Arriba España!
-¡Arriba siempre! –respondí, a la vez que colgaba el auricular.
<<¡Bueno! -pensé-. Parece que vuelven los viejos tiempos.>>
El día acordado llegué a la cita acompañado por Julio, un estudiante de Derecho con el que mantenía una gran amistad. A los pocos minutos, observé que Fernando se aproximaba por la acera. Venía seguido por otras tres personas. Al llegar a mi altura, se detuvo y nos dimos un abrazo. Luego se apartó y me presentó a sus acompañantes. A dos los conocía y sabía que militaban en la FE-JONS; por lógica, supuse que el tercero sería el flamante jefe nacional.
-Juan, te presento a Gustavo Morales -indicó mi amigo.
Mientras nos estrechábamos la mano, contemplé a aquel hombre de espeso mostacho, cuya edad rondaría los cuarenta y pocos. Me satisfizo: miraba directamente a los ojos.

-¡A tus órdenes, camarada! ¡Arriba España! Es un honor conocerte -articulé.
-¡Arriba Siempre! Por mi parte, también es una satisfacción. Sé de ti por Fernando. Espero que esta jornada sea fructífera y podamos encontrar, entre todos, una luz de esperanza en el futuro de la Falange. Sé lo mucho que habéis trabajado los de tu generación, y lo que han jugado con vuestras ilusiones, pero ha llegado el momento de unirnos y retomar el camino que en su día iniciara José Antonio -afirmó serenamente.
-¡Dios te oiga, Gustavo! ¡Ojalá que esta oportunidad sea la buena!
-Trabajaremos para que así sea -sentenció-. Hemos quedado con el resto de los camaradas en un local de la playa. ¿Nos acompañáis?
-¡Por supuesto! ¡Para eso hemos venido!
Subimos en un par de coches y nos dirigimos al paseo de Neptuno, a uno de los espléndidos restaurantes de la zona. Allí habían quedado con la militancia valenciana de la Falange en pleno.
-¿Conoces a Ramón? -me interrogó Fernando.
-No. ¿Quién es? Entiende que desde hace años estoy apartado del tema. De hecho ignoraba que quedaran afiliados. ¿Son muchos?
-El número es lo de menos -intervino Gustavo-. Lo importante es que los que seamos, muchos o pocos, nos comportemos de forma íntegra y seamos capaces de hacer cosas útiles. Respondiendo a tu pregunta anterior: Ramón es el que realiza provisionalmente las funciones de jefe provincial. En total, son unos diez camaradas. Todavía no lo conozco personalmente, pero hemos hablado bastante por teléfono.
Al escuchar esa cifra, se me cayó el alma a los pies. ¡Diez! Recordaba que tan sólo una década atrás, la delegación de Valencia se enorgullecía de contar con tres mil fichas, y eso sin incluir a las juventudes, que llegaron a sumar casi un millar. ¿Dónde estaba toda esa gente? Gustavo Morales percibió el desencanto en mi rostro y, como si hubiera sido capaz de leerme el pensamiento, explicó:
-Piensa que antes los ficheros no estaban al día y en ellos estaban incluidos camaradas muertos o algunos que habían cursado la baja, pero nunca llegó a tramitarse. Además, unos se han <>, otros están en sus casas, esperando que aparezca un nuevo líder por obra y gracia de Dios, y otros han sufrido una transformación total de ideas y se han metido en el PP, e incluso en el PSOE. De hecho, Ramón viene de ese partido. Los malos tiempos tienen algo de positivo: sirven para filtrar a los buenos militantes de aquellos que vinieron porque era una moda. Eso no quita que en el camino se haya perdido gente valiosa y una parte de la juventud se desgastara realizando acciones violentas, más en la línea de la extrema derecha que en la nuestra propia. Es el momento de quitarnos ese lastre e iniciar la búsqueda de los verdaderos objetivos nacional sindicalistas.
En medio de la charla, llegamos al destino. Estacionamos los vehículos y nos encaminamos al punto de reunión. Franqueábamos el umbral de una conocida casa de comidas, cuando Fernando señaló hacia una mesa con vistas al mar.
-¡Ahí están! -anunció.
Dirigí la mirada hacia donde indicaba, y contemplé por primera vez a los nuevos camaradas valencianos. ¡No conocía a nadie! Me llamó la atención que rompían los estereotipos típicos de años atrás: ninguno llevaba fijador ni cazadora negra de piel. Por el contrario, se les percibía como gente de lo más normal. La mitad eran estudiantes; el resto, hombres y mujeres de treinta y algo.
Se pusieron en pie al vernos llegar, y uno de ellos saludó a Morales con un efusivo apretón de manos.
-Encantado de conocerle. Soy Ramón.
-Mucho gusto, estoy muy orgulloso de la labor que estás desempeñando.
Posteriormente, Gustavo fue saludando al resto de los presentes. Durante la comida se habló sobre las perspectivas de la delegación y la dificultad que suponía partir de cero. En la conversación quedaron claras dos opciones diferentes de afrontar el asunto: la de Ramón y la mía.
Él creía que la forma idónea de afrontar con éxito el cargo debía basarse en captar a antiguos militantes y en seguir, punto por punto, las directrices que marcaran desde Madrid. Por mi parte, pensaba que la jefatura nacional debería darnos un cierto margen de autonomía, para así volcar todo nuestro esfuerzo en la labor política y de captación. Gustavo Morales se percató de las diversas opiniones y optó por una decisión salomónica: se realizaría, lo antes posible, una votación en la cual debería salir elegido un jefe provincial. Decidí presentarme.
Con esa determinación concluyó la pitanza. Finalizada ésta, nos despedimos de los camaradas de Madrid y quedé con los de Valencia, que, fuera cual fuera el resultado de los <>, los acataría.
Las semanas siguientes supusieron un enorme cantidad de trámites burocráticos: me volví a afiliar a la Falange, presenté oficialmente la candidatura, basándome en los estatutos, y realicé un sinfín de papeleos. El día de las elecciones, tras el recuento de apenas una docena de votos, mi opción resultó vencedora por un escaso margen. Desde ese instante, era oficialmente el jefe provincial de la FE-JONS. Por fin podría poner en práctica mis proyectos.
Uno de los primeros en felicitarme fue Roberto. Me citó en su despacho y brindó su apoyo y el de <> para colaborar en lo que hiciera falta. Le agradecí el detalle, pero lo rechacé. En política se predica con el ejemplo, y el suyo no era el mejor.
Pero mi victoria significó una ruptura en la residual organización local. Los partidarios de mi rival volcaron sus esfuerzos en captar simpatizantes para repetir las votaciones, y en Madrid, sencillamente, estaban más preocupados por asegurar el riguroso cumplimiento de los estatutos que por hacer política propiamente dicha. De una expectativa revolucionaria contracapitalista, nos habíamos transformado en un embrolloso entramado burocrático que perdía el tiempo en papeleos absurdos, en lugar de buscar estrategias de acción.
Para la jefatura nacional, el problema que se había planteado en Valencia representaba una <>. Pronto comprendí que el centralismo seguía muy arraigado y constituía una fuerte traba para avanzar en nuestra labor.
En la capital no acabó de sentar bien mi nombramiento. Para los nuevos dirigentes de Falange, mi pasado en las huestes de Piñar y en Primera Línea era un riesgo.
Varios chavales valencianos se volcaron en cuerpo y alma en la delegación y gracias al esfuerzo de Julio, Alfredo y Luis, en poco tiempo conseguimos realizar actos públicos e incrementar la militancia en más de un centenar de personas.
Una tarde Fernando informó que el próximo fin de semana estaba previsto el congreso anual de la Falange. Tendría lugar en el hotel Convención de Madrid y deberíamos enviar dos compromisarios. Se decidió que fuéramos, por Valencia, Julio y yo.
En la fecha prevista, acudimos con ilusión. Para ambos constituía una nueva experiencia, y participar nos llenaba de orgullo.
Durante dos días permanecimos enclaustrados. Cada provincia aportó dos camaradas, de modo que, junto con los alcaldes y concejales electos, sumábamos casi un centenar de asistentes. Las reuniones se desarrollaron en una de las salas de que dispone el complejo. La nuestra estaba situada en el sótano, y las deliberaciones nos ocuparon el sábado completo y el domingo hasta media tarde.
El uniforme oficial, prohibido en zonas comunes del hotel, constaba de la camisa azul mahón con el yugo y las flechas; aunque ahí fue donde realmente se percibieron las diversas tendencias: algunos la portaban marcialmente, otros, adornadas con pins del Che, y los del sector ultra progre, con el cantante de La Mode, Fernando Márquez y el hermano de Pablo Carbonell al frente, simplemente, <> de esa prenda.
Contábamos con todos los alicientes para proyectar una estrategia de futuro, pero no ocurrió así. A lo largo de todas las asambleas, se trataron asuntos triviales y se llegaron a una serie de compromisos absurdos. Se aprobó que el emblema continuase siendo el tradicional del yugo y las flechas, aunque se modificó el diseño: a partir de ese momento, sería ovalado, en lugar de estilizado. Se aprobó también que el cargo de jefe nacional no pudiera ocuparse durante más de ocho años, y alguien propuso que, en este punto, el acta debería recalcar: <>.
La lista de acuerdos alcanzados no tenía fin, pero ninguno de ellos suponía una modernización real del mensaje que pretendíamos transmitir; al contrario, cada uno pensaba distinto del otro, no existía cohesión. Con tremendo pesar, comprendí que la Falange, tal como la concibiera el Jefe y aunque nos negáramos a reconocerlo, había muerto. Lo lamentable era que, en su patética agonía, nos arrastraba a todos.
El regreso a casa fue triste, porque siempre lo es cuando vienes de un funeral. Habíamos acabado convertidos en una caricatura de lo que soñamos ser, en una especie de secta que se reunía en los sótanos para ocultarse de las miradas ajenas. El loable fin de salvar a España resultaba absurdo en nuestras manos, cuando carecíamos del poder de preservarnos nosotros mismos.
Días más tarde transmitimos a la delegación de Valencia nuestras impresiones y, tras analizarlas, optamos unánimemente por formar un nuevo partido político. Puesto que nos cortaban los caminos, crearíamos los propios.
Durante semanas nos reunimos a diario buscando la fórmula novedosa que nos permitiera implantar algo capaz de aunar voluntades y esfuerzos. No paramos hasta que presumimos encontrarlo.
La nueva organización se basaría en los siguientes puntos.
No nacíamos para dividir, sino para intentar unificar todas las personas e ideologías más o menos afines en dos ideales elementales: salvaguardar la unidad de España y la justicia social.
La base ideológica sería la que considerábamos más humana y perfecta: el nacionalsindicalismo, aunque éste serviría únicamente de núcleo, no contemplábamos apartar a nadie con otras tendencias ni competir para ver quién era el grupo más afín al discurso joseantoniano. Descartábamos de plano la violencia; queríamos entrar en el juego político siguiendo todas las normas del sistema.
Con estos planteamientos, iniciamos el proyecto. Sólo faltaba legalizarlo y comenzar a actuar.
Roberto, siempre al tanto de todo, nos proporcionó una copia de los estatutos de la FE–JONS. Con eso y las informaciones que nos facilitó el Ministerio del Interior, nos pusimos en marcha.
En primer lugar teníamos que encontrar una denominación. Se nos ocurrió llamarlo <> (FE-FNS). Lo de <>, porque necesitábamos un título que no condujera a equívocos y que nos permitiera captar en poco tiempo una base social que sirviera de eje al resto. Entendíamos que con este nombre compuesto podríamos alcanzar la meta máxima de mil afiliados. Pensábamos autodisolvernos tiempo más tarde, y renacer luego con una marca distinta. En el intervalo, utilizaríamos el término FNS.
Dicho y hecho, nos pusimos a la acción. Alfredo y Luis se encargaron de buscar jóvenes dispuestos a afiliarse. No queríamos cabezas rapadas, sino chicos normales que amaran a su patria y sintieran que los partidos actualmente en el poder no colmaban sus expectativas.
Con este propósito, organizamos varias fiestas en pubs, que atrajeron a centenares de chavales de todas las clases sociales.
Independientemente de este paso, iniciamos conversaciones con antiguos militantes de Fuerza y Falange. Ahí encontramos mayores reticencias, aunque conseguimos que algunas docenas de históricos vinieran a nuestras filas.
Faltaba la legalización y... ¡el símbolo! No resultó difícil encontrarlo. Sería algo de siempre, aunque poco conocido. Elegimos la <>. Su origen era incierto. Se contaba que, a finales de los años veinte, Ramiro Ledesma paseaba por un pueblo castellano cuando observó una imagen de piedra grabada sobre un portal medieval: la imagen mostraba la zarpa de un oso pardo, aunque, según otros, era la garra de un águila. Lo cierto fue que Ledesma quedó impresionado y, cuando, más tarde creó las JONS, la utilizó como emblema, añadiéndole como fondo el sol naciente. La simbología estaba clara: la zarpa representaba a España, situada sobre un fuerte amanecer de futuro imperial. Luego, la <>, pues así se la denominó, quedó arrinconada con la adaptación del yugo y las flechas, distintivo de los Reyes Católicos y de la unidad nacional.
Contábamos con casi todos los requisitos legales a punto; sólo faltaba el domicilio social, y emprendimos su búsqueda.
De nuevo, el jefe estaba al tanto, y me telefoneó. Quedé en su despacho en pocos minutos.
Inscripción en el Registro de Partidos Políticos del partido Falange Española Frente Nacional-Sindicalista

-Me han informado que habéis acabado los estatutos del partido. ¿Es correcto? -soltó de sopetón.
-Sí, únicamente falta el local y protocolizar la documentación.
-¿Dónde pensáis establecer la sede?
-Pues la verdad es que estamos indagando pisos modestos. Hemos visto alguno, aunque nada definitivo.
-Voy a ir al grano. Perteneces a <>, y aunque has ido por tu cuenta en este asunto, supongo que no lo habrás hecho con ninguna mala intención. Verás, las oficinas actuales se han quedado pequeñas para Levantina de Seguridad, y en breve nos trasladaremos a un enorme local que he arrendado cerca de aquí, con lo que éste quedará vacío. No pienso dejarlo, porque estoy pagando renta antigua y es un <>. Si quieres, os lo puedo ceder.
Me sorprendió su oferta, máxime sabiendo que nunca hacía algo por nada.
-Mira, José Luis -expuse diplomáticamente-, te lo agradezco, pero sabes que no causas demasiadas simpatías en el <>, y quizá tu propuesta no sea bien recibida.
-¡Coño, pues para eso estás tú! ¡Convénceles! Además, no quiero saber nada del tema. Bastante lío tengo. Confío en ti, os presto el local sin pedir nada a cambio, siempre y cuando sigas encargándote personalmente del asunto.
-Transmitiré al resto de camaradas tu oferta, y ya veremos. Haré lo que pueda.
-Conforme. De aceptarla, el piso estará disponible en un par de meses, hasta entonces podéis realizar las reuniones en el chaletito que utiliza una de mis empresas. Llamaré a Ángel Mayor y le diré que prepare la sala de reuniones.
Salí impresionado. ¿Sería capaz de hablar en serio?
Aquella noche quedé a cenar con el resto y les expuse la propuesta.
-¡Ni hablar! -dijo Rafa, ex de Fuerza-. ¡Ese tipo es un oportunista y nos dará la patada! ¡Sólo busca controlarlo todo!
Pero había opiniones divergentes, y se decidió aprobar el ofrecimiento. Garanticé que, en caso de peligrar nuestra independencia, abandonaríamos la casa.
-No hay que afiliarlo jamás, ese tipo hunde lo que toca -advirtió uno.
A la mañana siguiente, telefoneé al jefe y le comuniqué lo acordado. Se alegró, y dijo que, anticipándose al resultado, había llamado a Mayor, a fin de informarle que ese mismo viernes iríamos a realizar la primera asamblea. Evidentemente, él acudiría de observador.
Tanta prisa me desconcertó. Pensé que querría ponernos a prueba para comprobar si contábamos con un número suficiente de gente. Faltaba menos de setenta y dos horas para la cita, y nadie estaba avisado.
Ese mismo día citamos a los simpatizantes. Teníamos que demostrar lo capaces que éramos de juntar una gran cantidad de personas sin recurrir al chantaje ni a la maldita <>.
Con el último requisito completado, solicitamos hora ante el notario para formalizar el legajo. Mientras la documentación viajaba hacia Madrid, llegó el esperado viernes. Las jornadas anteriores, durante las que realizamos cientos de llamadas, supusieron un intenso ajetreo. Todos estaban emplazados, sólo faltaba que acudiesen. Y lo hicieron en masa.
Una multitud de muchachos abarrotaron el aula que Roberto puso a nuestra disposición. En ese primer encuentro, Julio, Luis, Alfredo y yo nos presentamos y expusimos las líneas del nuevo partido.
Roberto, como espectador de lujo, no perdió ripio. Al finalizar la charla, comentó lo tremendamente impactado que había quedado por nuestra capacidad de convocatoria.
A partir de ese instante, marcamos la disciplina de una reunión por semana, y un buen día acaeció lo que jamás imaginamos: un nutrido grupo de cabezas rapadas hizo su aparición en una de las asambleas. Al cabecilla lo conocía de vista: se llamaba Lucas, aunque lo apodaban el Indio. Venía de las filas de Acción Radical y desde hacía poco trabajaba en Levantina de Seguridad. Jamás lo traté, pero al hacerlo me sorprendió: pese a su apariencia externa, se trataba de un chico culto, educado y bastante formado políticamente. Entablamos diálogo y le pregunté el porqué de su presencia cuando defendíamos postulados tan diferentes.
- Roberto dijo que os reuníais aquí, y decidimos venir a ver lo que hacíais. La verdad es que estamos un poco hartos de ser vistos como una <>, y contemplamos la posibilidad de hacer algo serio -explicó.
-Aquí no cerramos las puertas a nadie, pero debes saber que rechazamos la violencia. No obstante, si queréis trabajar legítimamente, por mi parte no tengo inconveniente.
-Ya contábamos con eso. Tenemos ganas de perseverar en nuestra misión y, aunque vosotros no seáis nacionalsocialistas, sí que compartimos similar afán nacional revolucionario. Por el tema de la violencia no te preocupes, a pesar de mi atuendo skin, soy una persona de lo más tranquila y creo que mediante la palabra se convence a la gente.
Con el tiempo comprendería que Lucas no mintió en lo que me dijo. Jamás conocí a un cabeza rapada más sensato y honesto. Quizá por eso meses después abandonó su estética, que no sus ideales, y se apartó de mundo skin, que sólo podía acarrearle problemas. En Diario de un skin, Antonio Salas elogió los valores de muchos cabezas rapadas, y los lectores poco familiarizados con el mundo de la extrema derecha le criticaron por ello. Pero yo puedo dar fe de que, entre toda esa maraña de violentos descerebrados, existen jóvenes muy valiosos y lúcidos.
-Supongo que, como nazis, seréis europeístas. Te lo matizo, porque el resto, en general, somos ante todo españoles. No quisiera que existieran enfrentamientos –le advertí.
-Efectivamente, somos europeístas y creemos en la grandeza de Europa, pero estamos dispuestos a trabajar codo con codo por un proyecto de futuro. Además, este partido está germinando, y siempre supone un orgullo participar en el nacimiento de algo nuevo.
-Entonces, quiero que sepas que estaré encantado de contar con vosotros. ¡Arriba España!
-Sieg Heil! -fue la respuesta.
A partir de aquella ocasión, pude hablar en muchos momentos con los jóvenes neonazis. Anteriormente los había tratado, pero siempre en locales de ocio, o habían sido antiguos amigos reconvertidos en nacionalsocialistas. Conocerlos de cerca supuso una experiencia importante.
Comprendí que pude haber sido uno de ellos, si hubiera nacido unos años después de cuando lo hice. En mis inicios políticos, aquellos que sentíamos inclinaciones patrióticas podíamos optar por afiliarnos a Fuerza, a la Falange o incluso a Cedade, donde, salvo excepciones, los militantes rehuían el empleo de la fuerza. Ahora, sin embargo, desaparecidas estas organizaciones, sólo les quedaba la salida de transformarse en patéticos skins, desarraigados y marginales.
Pasé muchísimos días charlando en compañía de los cabezas rapadas, y charlando con ellos advertí dos tipos de personalidades totalmente diferentes: Los camorristas y los idealistas. Suscribo las opiniones de Antonio Salas en Diario de un skin. Violentos, pendencieros e idealistas patriotas conviven en la tribu urbana de los cabezas rapadas. La mayoría formaba parte de los primeros, y con ellos no había nada que hacer. Odiaban a los inmigrantes, a los homosexuales, a los rojos, a los <>, ¡a la humanidad al completo! Sus únicos temas de conversación eran la <>, la <> y el odio a lo judío. Lo curioso es que ninguno de ellos tenía la apariencia física que se atribuye a un ario puro. Es más, estéticamente eran chaparros y feos.
Al principio intenté explicarles lo absurdo de su odio hacia los musulmanes. Al fin y al cabo, no fueron pocos los profesantes de ese credo que combatieron voluntariamente, formando parte de las tropas del III Reich. También les señalé lo injustificado de su inquina contra los homosexuales. Himmler, el lugarteniente de Hitler y jefe supremo de las SS, lo era, y siempre gustaba de catar a jóvenes teutones. Pero de dónde no hay, no se puede sacar, así que decidí dejar las obras de caridad para las monjas carmelitanas, y opté por limitarme a aconsejar a los skinetes idealistas. Con la ayuda del Indio, logramos convencer a algunos de lo erróneo de su forma de lucha y de lo interesante que resultaría su integración con nosotros.
He de reconocer que a ninguno logré apartar de sus particulares creencias nazis. Puede incluso que ni lo intentara. No soy maestro de nada: mis consejos consistieron en destacar lo absurdo del empleo sistemático de la fuerza y la oportunidad que se les brindaba de luchar por unos ideales desde la más estricta legalidad, aunque ésta no fuera la que nosotros habíamos elegido.
En el primer mes y pico de reuniones, logramos captar a más de doscientas personas, la mayoría entre los veinte y los treinta años de edad.
A principios de julio volvió a llamarme Roberto. Tenía una idea genial y quería hacerme partícipe de ella. Quedamos a comer en un restaurante próximo a Levantina de Seguridad.
-Tengo una buena noticia para ti -anunció nada más verme-. Este mes nos vamos a las nuevas instalaciones. La mudanza comenzará de inmediato y supongo que dentro de un par de semanas habrá concluido.
-¡Vaya! ¡Qué bien! Nos hacía mucha falta el local. Es un fastidio reunirnos en un chalecito tan apartado.
-Sí, pero no te he hecho venir por eso, ¿Crees que para este 18 de julio estará legalizado vuestro partido?
-Pues... Supongo… Hace un mes que presentamos los papeles... ¿Y eso?
-¡Propongo que realicemos una marcha con antorchas! Tengo el sitio adecuado y la prensa se hará eco de la noticia.
Pasó a exponerme su ocurrencia.
-He estado informándome en Delegación de Gobierno, y no es imprescindible un partido político para ejercer el derecho a manifestarse. Realmente puede hacerlo cualquiera presentando un DNI. La ley únicamente contempla unos plazos para notificar a las autoridades el recorrido y demás. Es importante que se haga en esa fecha y que sea un éxito de asistencia. Por mi parte, he hablado con una periodista de El Levante, que cubrirá en exclusiva la noticia, y supongo que nos tratará bien.
-¿Es de fiar? -pregunté.
-¡No! ¡En absoluto! ¡Ningún periodista lo es! Interesa que se hable del asunto; bien o mal, pero que se hable. Pilar García del Burgo es la más roja de entre las rojas, pero una buena profesional.
-¿Dónde has pensado realizar el acto?
-En Serra. Salva Gamborino veranea allí y conoce a la Guardia Civil. Ese día harán la vista gorda.
-De acuerdo, José Luis, transmitiré tu iniciativa, y ya te digo algo...
-Pero que sea rápida la respuesta, necesitamos avisar a la gente. Si eso, encárgate de llamar a los tuyos, y yo pasaré una circular a los de Levantina de Seguridad. Tenemos menos de diez días.
Nadie puso reparos a la propuesta. Únicamente advirtieron que Roberto sería considerado como uno más, y si, por una de ésas, pretendía dirigir el cotarro, cancelaríamos el acto ipso facto.
Nos pusimos en acción e iniciamos los preparativos. Roberto acató de modo sumiso las advertencias, quizá demasiado mansamente. Mediante memorando interno convocó a sus empleados; nosotros hicimos lo mismo con los nuestros. En el fondo existía una rivalidad no declarada entre <> y nosotros, para ver quien ostentaba un mayor poder de convocatoria.
La tarde del 18 de julio una fila de coches, seguidos por un autocar, partió desde el centro de Valencia hacia el pueblo. Más de doscientas personas vestidas con camisa azul marchamos al que sería nuestro primer acto importante. En la población realizamos una cena de hermandad hasta la medianoche. Tras los postres, Pilar García del Burgo entrevistó a dos de los dirigentes del nuevo partido, entre los que estaba yo.
A continuación comenzó el recorrido con antorchas por las calles de la villa. Los vecinos observaban asombrados aquella multitud que caminaba en silencio por las principales arterias de la localidad.
-¿Qué santo se celebra hoy? -preguntó alguno.
¡No era para menos! Observar desfilando por la noche a varios centenares de jóvenes uniformados, en el más riguroso mutismo y portando hachones, llevaba a equívocos.
-¡Son los de la Falange! -musitaban otros-. ¿No ves el color de sus camisas?
-¿Pero todavía existen? -comentó alguien.
Los vecinos observaban el espectáculo entre sorprendidos y confusos. Alguno pidió que nos fuéramos a nuestras casas; más de dos demandaron afiliarse, y la inmensa mayoría sencillamente nos contempló con curiosidad.
Consumamos el lance frente a una lápida en memoria de los caídos, adosada en el muro de la iglesia. Luego de un pequeño discurso en homenaje a las víctimas de ambos bandos, entonamos el Cara al sol y finalizamos dando vítores a España. Ahí concluyó todo. Al romper filas, salimos por los bares de la localidad a charlar amistosamente con los vecinos.
La manifestación resultó un éxito, sobre todo para los que dirigíamos el nuevo partido. De la totalidad de concurrentes, menos de una docena pertenecían a Levantina de Seguridad.
Al día siguiente, el rotativo El Levante sacó un artículo donde, con el título <>, García del Burgo explicaba su visión personal sobre el evento.
Aquel reportaje nos dio publicidad y, en las semanas siguientes, me realizaron varias entrevistas en otros medios de comunicación. Una tarde llamó a la sede una

Manifestación celebrada por Falange Española Frente Nacional-Sindicalista por Valencia

periodista. Necesitaba hablar conmigo con urgencia. La cité para el día siguiente.
A la hora exacta hizo aparición. Se trataba de una chica menuda, de aspecto actual. Me percaté que se sentía incómoda en el local. Eso de entrar en una sede <> debe de resultar difícil para los profanos en el tema. Nos presentamos y empezamos directamente a tratarnos de tú.
-¡Hola! Me llamo Paula -dijo tendiéndome la mano.
Percibí el temor en sus gestos y decidí que la conversación quedaría más grata en un medio neutro.
-Encantado de conocerte, Paula. ¿Prefieres que charlemos mientras tomamos un café? Aquí cerca hay una cafetería donde los preparan bastante bien.
-¡Oh! ¡Perfecto! Sí, casi mejor... Estar aquí me resulta un poco violento -indicó señalando las banderas situadas junto a la puerta.
Nos sentamos en la terraza del bar e iniciamos diálogo.
-Bueno, Paula, tú dirás...
-Verás, pertenezco a una productora de televisión privada llamada Producciones 52. ¿Te suena?
-Pues la verdad que no... Pero, ¡vamos!, tampoco soy un experto en ese mundo -manifesté intentando excusarme.
La periodista prosiguió con su explicación.
-Supimos de vosotros por la prensa y pensamos que quizá os interesaría llegar a un acuerdo con la productora. ¿Cuántos sois en el partido?
-Unos mil -disparé tirándome un farol.
-¡Mil! -repitió-. Sois muchos, ¿no? ¿Contáis con skins entre los afiliados?
-Alguno hay... Aunque pocos. La verdad es que preferimos prescindir de ellos, salvo excepciones justificadas -manifesté.
Comenzamos a hablar sobre el partido; le conté que el 17 de julio habíamos ido por el Ministerio del Interior y que acabábamos de recibir los documentos que nos acreditaban. Expresé nuestra intención de hacer política en serio y el apoyo con que contábamos en determinados sectores.
Realmente, de las cuotas de los doscientos y pico de afiliados sacábamos menos de cincuenta mil pesetas al mes. Para poder comprar material, tuve que pedir un préstamo personal de medio millón de pesetas, en Bancaja, avalado por mi mujer, que de <> no tenía nada. Roberto prometió el oro y el moro, pero sólo aportó el rótulo luminoso que colocamos en la fachada, y cuyo precio no superaba las doscientas mil pesetas. Luego inició una campaña forzosa de afiliaciones entre el personal de su empresa, que logró reunir unas veinte mil pesetas mensuales en recibos domiciliados. En total, sumaban unas setenta mil, que se convirtieron en ciento veinte mil, cuando incrementé mi cuota mensual en cincuenta mil.
Omití contar estos detalles y vendí la idea de fortaleza que pensábamos transmitir. Paula seguía con atención todas mis afirmaciones, con la boca abierta. Finalizada mi explicación, tomó la palabra.
-Verás, Juan... La verdad es que estoy un poco sorprendida después de haberte tratado. Tenía otra idea formada sobre vosotros... Creo que lo que voy a proponerte puede resultar interesante.
-Soy todo oídos.
-Producciones 52 realiza trabajos para diversas televisiones. En Valencia, colaboramos con Canal Nou, proyectando varios programas. En este momento, estamos preparando uno que se va a llamar <>, que empezará a emitirse dentro de un par de semanas, en directo los viernes a la noche. En él mismo se tratarán, en forma de debate, temas de actualidad. Contaremos con una mesa de invitados que estará compuesta por personajes populares, y entre el público pensamos colocar a espectadores previamente seleccionados, capaces de animar el panorama generando polémica. ¿Entiendes por donde voy?
-Capto la idea. ¿Y qué sacamos nosotros de todo eso?
-Existen dos opciones. La primera es dinero. ¡No mucho, no vayas a pensar! Pero si enviáis gente que suba la audiencia, podría ser renegociado el asunto. Para empezar, pagaríamos entre quince y veinticinco mil pesetas por persona y por programa. Ten en cuenta que nos estamos refiriendo a enviar público, no a los conferenciantes.
-¿Y la segunda opción?
-Publicidad gratuita en televisión. Tenemos algo de mano, y de cara a las elecciones os colaríamos en algún debate.
-¿Y antes de las elecciones?
-Todo es negociable. A vosotros, como partido político, os interesa, y a nosotros, como productora, también. ¡Ah! Una cosa: si llegamos a un acuerdo, tiene que quedar entre nosotros. No es algo que se pueda ir contando alegremente. ¡Ah! ¡Nada de enviar a skins!
Accedí a la oferta y, al poco tiempo, me invitaron a las oficinas de Producciones 52, en la avenida del Cid. Allí hablé con Peña Navarro, la jefa de producción, con la que trabé cierta amistad.
Estuvimos un año enviando semanalmente a una o dos personas para animar los foros. Incluso en una ocasión y como adelanto de su promesa, permitieron que el responsable de comunicación del partido, Antonio Flores Balboa, participara en una mesa de debate.
Tiempo después y por medio de la citada productora, mandamos gente a polemizar en programas de Tele Madrid y ETB. Todos pertenecían al FE-FNS, aunque, por acuerdo entre las partes, jamás identificaban su procedencia política.
La relación finalizó cuando en el diario El País apareció la noticia de que la televisión pública valenciana, en manos del PP, animaba sus programas con militantes <>. A raíz de esa revelación y por deseo expreso de la productora, me tocó redactar una nota de prensa donde negaba toda veracidad a la reseña aparecida en dicho diario.
Todo tiene algo de positivo. En este caso, durante el año que estuvimos enviando afiliados, Canal Nou autorizó mi entrada para ver la emisión de algunos programas desde fuera del plató. En esas circunstancias, conocí a varias personas célebres.
Con Santiago Segura charlé una noche en los entretiempos de la publicidad, cuando salíamos a fumar un pitillo. Me sorprendió su espontaneidad y que se mostraba igualmente auténtico tanto delante como detrás de las cámaras. Pocas veces me he reído tanto como en esa oportunidad. ¡Un tipo genial!
A Jesús Vázquez lo traté en otra ocasión. Nos encontramos tomando un tentempié, después de participar en una tertulia sobre la homosexualidad. Cuando supo que yo dirigía la Falange, vino a presentarse y me explicó que, aunque no compartía mis creencias, las respetaba. A lo largo del coloquio demostró ser un lujo de persona.
Con Ricardo Bofill y Paulina Rubio coincidí en otra emisión de <>. En un descanso, se acercó él primero y me preguntó si vivía en Valencia. Al contestar yo afirmativamente, se pasó todo el rato reclamando que, cuando acabara la emisión, los llevara a conocer la noche valenciana. Fuimos a The face, discoteca de moda por entonces, donde pasamos una velada entretenida. Antes, Bofill me caía fatal, pero ese día descubrí que, al menos en lo que a fiesta se refiere, es el mejor acompañante que se puede tener.
Lidia Falcó, Juan Adriansens, Massiel, Sofía Mazagatos... fueron otros con los que traté de pasada. ¡En fin! Una experiencia más.
Pocas semanas después de la marcha en Serra, el partido comenzó a ponerse en marcha. Los reportajes en prensa, y sobre todo el vistoso rótulo en la fachada, nos hicieron conocidos para el <>, en particular y entre el resto de ciudadanía, en general. No fueron pocos los que acudieron a la sede para recabar información, e incluso a cumplimentar la afiliación.
En la jefatura nacional de FE-JONS no nos perdían de vista. Por medio de algunos integrantes, supimos que las opiniones se dividían entre quienes reclamaban un acercamiento y los que no se encontraban por la labor.
Por nuestra parte, deseábamos una unidad real entre todas las organizaciones falangistas, y ansiábamos en secreto que desde la capital nos hicieran un guiño, pero éste no se producía. Sin embargo, nuestras maniobras no pasaron inadvertidas para quienes menos imaginábamos. Una mañana me telefoneó Fernando, siempre portador de buenas nuevas. Por el tono de su voz supuse que tendría algo importante que transmitirme.
-¡Escucha! Tengo una grata noticia, ¿Puedes trasladarte a Madrid mañana mismo?
-¡Mañana! No sé, tendré que encontrar a algún compañero que pueda cambiarme el servicio... Pero ¿de qué se trata? ¿Por qué corre tanta prisa?
-¿Conoces a Eduardo Arias? -preguntó.
-¿A Eduardo? Sí, hemos coincidido en algún mitin... ¿Pero no estaba con Ynestrillas?
-Sí, por ahí va el asunto... Ha roto con él y piensa montarse otro partido político.
-¡Otro! ¡Joder, a este paso vamos a salir a partido por afiliado!
-No es lo que crees -aseguró Fernando-. Va en la misma línea que vosotros. Conoce vuestro caso y me pidió que concertara una reunión urgente. Sospecho que desea aliarse contigo. Entonces, ¿qué le digo?
-Llámame en una hora.
-Conforme. Luego te pego un toque.
Apagué el móvil con una profunda satisfacción. ¡Por fin alguien nos demandaba para crear algo compacto! Sabía que Arias emprendió su camino desde las filas de Fuerza Nueva, y siempre había estado al pie del cañón. Lo conocía desde que formó Nación Joven, grupo que se hizo popular por protagonizar diversas campañas en Madrid, sobre todo exigiendo la libertad de Ynestrillas, cuando se produjo su encarcelamiento por el atentado contra los diputados electos de Herri Batasuna. Al formalizarse la AUN, contó con Arias, que se convirtió en el alma máter de la Alianza. Su salida me causó sorpresa. En las ocasiones en que les vi juntos, creí atisbar una profunda amistad, incrementada por la ilusión del proyecto en común.
Llamé a Levantina de Seguridad, solicitando el cambio de servicio. No les hizo mucha ilusión, pero me lo concedieron. Minutos más tarde, comuniqué a Fernando que al día siguiente estaría en Madrid. Quedamos al mediodía en un restaurante cercano a la Puerta de Toledo.
Viajé con Julio, que siempre se encontraba dispuesto a lo que fuera por la causa. Llegamos puntualmente, y me jorobó tener que esperar alrededor de media hora a que los otros hicieran acto de presencia. Finalmente, los vimos acercarse por la calle. Junto con Fernando venía Eduardo y un chaval corpulento con el que no había tratado antes. Después de las consabidas presentaciones, nos sentamos en el establecimiento, dispuestos a comer y a deliberar. El tercer asistente resultó ser un ex militante de la AUN proveniente de FE-JONS. Tenía unos pocos años más que yo. Su nombre, Manolo Maqueda.
Iniciamos el parlamento tratando sobre asuntos mundanos: que si el frío en el mediterráneo es más húmedo que en Madrid... Que si el viaje es muy pesado... Que si tenemos mucha suerte en Valencia de contar con playa... ¡Vaya, vaya! En definitiva, lo típico que se comenta cuando falta confianza.
-Bueno, Eduardo, ¿qué es exactamente lo que querías tratar con nosotros? –solté, intentando romper el hielo.
-Sabrás que hemos roto con la AUN.
-Sí, algo sé.
-Realmente ha sido la culminación de un largo proceso, que se inició ante la negativa de Ricardo de buscar un acuerdo con el resto de los partidos... Bueno, entre otras cosas...
-¿Se pueden saber esas <>?
-Hay varias. Lo principal fue que estábamos hartos de su prepotencia. No niego que sea un buen patriota ni que tenga un par de huevos, pero con los cojones no se dirige un partido. Quería manejarlo todo a su gusto y se creía la reencarnación de Blas Piñar... ¡Qué de Blas Piñar! ¡¡Del mismo José Antonio!! Y él no es ninguno de ellos. Aparte de eso, existen otros asuntos que no voy a explicar por el momento, pero que son impropios de un líder patriota.
-¿Por ejemplo? -sondeé.
Sentí que Eduardo miraba a sus paisanos, dudando sobre la conveniencia de decirme lo que tan bien se guardaba para sí. Fernando le apercibió:
-¡Cuéntaselo! Tiene derecho a saberlo.
-Lo voy a contar, pero que no salga de esta mesa -indicó Arias-. Ricardo tiene un grave problema con su adicción a la cocaína... Está totalmente enganchado con esa mierda, ¿Te figuras qué fuerte si se supiera? Imagina la portada de Interviú: <<¡¡La extrema derecha tiene como líder a un drogadicto!!>> ¿No lo sabíais acaso en Valencia? ¡Porque debéis ser los únicos!
-¿Estás seguro de lo que aseveras? -pregunté.
-Es algo público en Madrid. Ricardo está acabado políticamente -decretó Eduardo.
Me sorprendió esa información, aunque tampoco quise darle demasiado crédito. En los últimos meses había llegado a coincidir en diversas circunstancias con Ynestrillas y lo veía un buen chaval. En ocasiones, Roberto había hecho comentarios sobre la posibilidad de ese vicio, pero no le creí. Era demasiado propenso a denostar a quien no tragara con sus pretensiones.
-¿Entonces qué buscas exactamente?
-Hemos formado un grupo numeroso. Nos estamos reuniendo en casas particulares, pero falta cobertura legal. Me explico: si fuéramos hippíes o <> no pasaría nada, pero somos patriotas, y eso no está permitido por el sistema. Cada vez que nos juntamos corremos el riesgo de que aparezcan los maderos y nos detengan por <> o cualquier memez de esas que se sacan los demócratas de la manga. Queremos que nos deis cobertura legal hasta que legalicemos una agrupación. ¡Y, por supuesto, buscamos trabajar juntos por España y por la unidad de las fuerzas nacionalistas españolas!
-O sea, ¿pretendes convertiros en una especie de delegación de la FE-FNS en Madrid?
-Sólo hasta que nos legalicemos, luego proseguiremos juntos con el proyecto. A fin de cuentas, los dos grupos reclamamos lo mismo, sólo que cada uno está en su ciudad. De esta forma podremos realizar más actos y llegar a muchísima gente. Tenemos militantes en Madrid, Ávila y algunas provincias andaluzas. Por lo que tengo entendido, vosotros contáis con infraestructura en Valencia y en Castellón.
-Por mi parte, estoy conforme con tu planteamiento -señalé-. Aunque habrá que pulir determinados puntos.
-¡Muy bien! -dijo Arias-. Comentaré a la militancia lo acordado. Si te parece correcto, celebraremos una asamblea para presentarte al resto de los camaradas.
-Por mi parte, encantado - contesté.
Con un apretón de manos sellamos nuestro acuerdo. A partir de entonces iniciamos una estrecha relación que se prolongaría varios años.
Desde esa fecha comencé a simultanear la jefatura en Valencia con viajes semanales a Madrid. Llevaba cerca de un mes tratando con Arias cuando una tarde recibí una llamada al móvil. En la pantalla aparecía un número con el prefijo de la capital. Apreté el botón y, tras pronunciar el consabido <>, esperé que respondiera mi interlocutor. Una potente voz me sobresaltó:
-¡De qué vas! ¿Por qué pretendes joderme pactando con unos disidentes?
Sorprendido por el tono, inquirí:
-¡Oye! ¿Con quién estoy hablando?
-¡Eres J.M.! ¿No?
-Sí, ¿Y tú?
-¡Soy Ricardo!
Permanecí unos segundos en silencio, expectante.
-¿Ricardo...? ¿Qué Ricardo?
-¡Ynestrillas! ¡¡Coño!!
-¡Ricardo! -exclamé con sorpresa-. ¡Joder, tío! ¡No había reconocido tu voz!
-Pues sí, soy yo. Y la verdad, no esperaba esa puñalada trapera por tu parte. Es la primera vez que un partido de los nuestros pacta una colaboración con los tránsfugas de otro.
-No es precisamente así. La verdad es que nunca contemplé el asunto desde esa perspectiva.
-¡Es muy fuerte lo qué has hecho! ¡Podrías haber hablado conmigo, por lo menos!
-Lo intenté en un par de ocasiones. Llamé a tu empresa y dejé a tu secretaria el recado de que me llamaras.
-Oye... ¿Estás en Madrid?
-¡No, qué va! Estoy en mi casa de Valencia.
-¿Podemos quedar esta noche a cenar en Narváez?
-¡Esta noche! -miré el reloj, marcaba las siete menos cuarto-. De acuerdo. ¿A las once te parece muy tarde?
-Está bien. Te espero y hablamos sin prisa.
Colgué el teléfono y me cambié de ropa. Al cuarto de hora marchaba hacia la capital en mi Golf. Quedaba el tiempo justo para llegar a la cita.
A la hora prevista llegué al restaurante, estacioné el vehículo y entré en el local. El comedor se encontraba casi vacío. En una mesa situada al fondo divisé a Ricardo, sentado junto a Mercedes, su secretaria y compañera de partido. Al verme, se incorporaron de sus asientos.
-¡Coño! ¿Has venido en avión?
-Casi. He tenido suerte con el tráfico. ¡Hola Mercedes! ¡Cuánto tiempo sin verte! –dije, mientras le daba un par de besos en las mejillas.
-Si no nos vemos es por tu culpa, que no te dignas visitar a los amigos cuando vienes a Madrid -dijo sonriendo.
Tendí la mano a Ricardo, que me la apartó, a la vez que me daba un fuerte abrazo.
-¡Qué cabrón que eres! Venga, siéntate y cenaremos algo. Es tarde y estarás hambriento.
Asentí en silencio, mientras escuchaba como demandaba varios platos de entrantes y un par de tablas de ibéricos. Tras la sabrosa cena, iniciamos nuestro coloquio.
-Bueno –comenzó diciendo-, ¿por qué te has aliado con el Arias?
Le expliqué el motivo, cuidando de no repetir las graves acusaciones que el otro había formulado contra él. Ynestrillas atendió a mi relato, pero al concluir fue Mercedes quien emprendió la charla.
-Eduardo no soportaba ser el segundo de la AUN. Hace tiempo que buscaba la ruptura.
-El Arias es un buen tipo -medió Ricardo-. Es cierto que existían fricciones entre ambos, pero podían haberse solucionado dialogando... Lo que nos hizo mucho daño es la forma tan barriobajera en que se ha ido. ¿Sabes que envió cartas a todos los afiliados diciendo que la AUN se disolvía?
-No, ignoraba ese detalle.
-¿Lo ves correcto? Y no sólo eso, ha corrido el bulo de que tomo drogas.
-¿Sí? No sabía nada -mentí-. Mira, ninguna de las veces que he hablado con Eduardo le he escuchado hablar mal de ti. Lo único que comentó es que no querías la unidad de las fuerzas patriotas.
-¡Eso es mentira! La Alianza para la Unidad Nacional es en sí misma un núcleo de unión: no cerramos las puertas a nadie que quiera trabajar por España.
Parlamentamos bastante tiempo y acabó comprendiendo mis verdaderos propósitos, que en el fondo eran los mismos que él buscaba desde su puesto.
-¿Y Roberto qué pinta en tu partido? -indagó intrigado.
-Nada -respondí-. Nos ha cedido un piso y paga su cuota como cualquier afiliado, pero no tiene ningún peso en la organización... No me fío de él.
-Haces bien. Es una mala persona y un manipulador nato. Para él, la política es un negocio que sólo sirve para sacar dinero. Cuando me contó lo del <>, me quedé muerto. ¡Mira que robar a sus propios empleados en la cara! El muy cabrón hizo correr el bulo de que financiaba a la AUN, ¡y únicamente dio doscientas mil pesetas para el acto inaugural! Además, ese tipejo es un confidente de la policía. ¿Te conté que durante la primera visita que hice a Valencia me llevó a comer con un montón de comisarios y altos mandos de la policía?
-No, tampoco lo sabía.
-El muy hijo de… intentó que confesara delante de todos esos maderos que me había cargado al Muguruza.
-¡No jodas!
-Como te cuento. Al final, tuve que plantarme y decirle que la justicia había proclamado mi inocencia y no tenía más que decir. Me alegro de que no tenga nada que ver con vuestro partido.
-De todas formas, ¿podemos tratar sobre la posibilidad de realizar actos conjuntos?
-Si no está Roberto de por medio, estaré encantado.
Mientras pronunciaba estas palabras, se incorporó para volver a abrazarme. Con ese gesto simbolizamos la amistad entre ambas organizaciones. Poco después telefoneó a Andrés Santos, delegado de la AUN en Valencia, y le pidió que colaborásemos en el futuro activamente. Así lo hicimos.
Después de cenar, fuimos a una discoteca cercana a la Puerta de Alcalá. El reloj marcaba las tantas cuando accedimos a la sala. Pedimos unas copas e iniciamos cháchara en un rincón de la barra. Ricardo se alejó a saludar a unos conocidos y me dejó con Mercedes. En medio de la conversación, sentimos un barullo y nos giramos buscando el origen. Lo que contemplamos nos dejó boquiabiertos: ¡Ynestrillas estaba liado a tortazos con un camarero!
Rápidamente nos acercamos, intentando mediar en la trifulca. Agarré a mi amigo y lo aparté del follón. Estaba cegado por la ira.
-¡Tranquilízate, Ricardo, no conviene que te metas en estos rollos!
Varios porteros acudieron junto a nosotros. Lo conocían del gimnasio e intentaron calmarle, pero Ricardo no escuchaba a nadie: estaba obcecado con su contrincante e intentaba escapar de nuestra vigilancia para proseguir la pelea.
Pedí a los de seguridad que lo controlaran y entré a por Mercedes. La vi discutiendo con el empleado, que resultó ser un joven brasileño que no llegaría al metro sesenta y cinco. Intenté informarme del porqué del asunto. Me arrimé al chaval y le sonsaqué que todo el revuelo se originó cuando sirvió una copa a Ricardo y éste le tiró el contenido encima.
-No lo conocía de antes... Me han dicho que es el jefe de la extrema derecha y que estuvo en la cárcel por matar a varios etarras... –expuso, con evidentes síntomas de pánico.
-Tranquilízate, si es tal y como lo cuentas, no tienes nada que temer.
En ese instante, oí abrirse con estruendo la puerta de la sala. Torné la mirada y distinguí al jefe de la AUN que corría hacia el chico con los ojos rezumando odio. El carioca demostró tenerlos bien puestos, a pesar del terror que debía de sentir, porque sin retroceder un paso, esperó a tener cerca a su atacante para estrellarle sobre la cabeza una botella de Jack´s Daniels. El castañazo resonó como un trueno en el recinto. Al recibir el impacto, Ynestrillas puso los ojos en blanco y cayó desmayado al suelo.
-¡Ahora sí que me mata! -exclamó el mulato, mirando al otro, que sangraba sobre las baldosas.
En la puerta se hallaban estacionados algunos taxis, elegimos uno y entre varias personas colocamos a Ricardo en la parte trasera, Mercedes se acopló junto al chofer.
-¿Os acompaño? -pregunté.
-No cabemos todos -contestó ella-. No te preocupes, hay un hospital cerca. Llámame luego y te cuento.
Chirriando ruedas, el taxi partió rumbo a la clínica.
Las primeras luces del día comenzaban a aparecer cuando alcancé mi coche y partí hacia Valencia. Me encontraba destrozado. Las últimas veinticuatro horas habían estado repletas de emociones.
A los pocos días, llamé al móvil de Mercedes. Fue Ricardo quien me atendió.
-Estoy bien, gracias. No recuerdo lo que pasó. Debí de haber bebido mucho, o algo me habrá sentado mal. Ahora voy con mi mujer y mis hijos a pasar un par de días a la playa. El médico ha observado una pequeña fisura en el hueso del cráneo y me ha recetado medicación. Mi móvil supongo que lo he perdido en medio del jaleo, Merche me ha dejado el suyo. Una pregunta: ¿el botellazo me lo dieron por la espalda? Alguien comentó que fue a traición.
-¡De traición nada! ¡Te lo metió de frente y en defensa propia!
-¿Me das tu palabra de que fue así?
-Tienes mi palabra, Ricardo. No miento nunca.
-Te creo. Un abrazo, y cuando vuelvas por Madrid, llámame y tomaremos un refresco. ¿De acuerdo?
-Por supuesto. Cuídate.
Omití contar a la gente los pormenores de aquella jornada. Sólo narré que habíamos quedado a cenar y que hablamos de la posibilidad de realizar actos conjuntos. Hay cosas qué es mejor ocultar en determinados momentos.
-¡No me fastidies que quedaste con Ricardito! -exclamó Eduardo Arias-. ¿Y qué te contó el drogadicto ese?
-Me dijo que eras un buen tipo y me pidió que te diera saludos de su parte.
-¿En serio? ¿No te habló mal de mí?
-Dijo que está dolido porque te aprecia, pero no te guarda rencor, y espera que las aguas vuelvan a su cauce.
-En el fondo, no es un mal tipo. Tiene sus cosas... Le llamaré a ver qué se cuenta -expuso Arias.
Había transcurrido una semana desde mi inolvidable noche con Ynestrillas y me encontraba en el flamante despacho que la gente de Arias había alquilado en una céntrica calle de Madrid. Una docena de ex-militantes de la AUN se agolpaban frente a la mesa donde su líder se afanaba en clasificar unos papeles.
-Ya hemos legalizado nuestra organización. Se llama <>. Esta misma mañana nos han llegado los documentos del Ministerio del Interior. ¿Qué más hablaste con Ricardito? -indagó Eduardo.
Le conté los puntos más importantes de la conversación, evitando aquellos detalles que pudieran enfrentarle a su ex compañero. Recalqué las alabanzas que el líder de la AUN manifestó sobre él.
-En el fondo, no es mal chaval –dijo, intentando ocultar la alegría que sentía.
Me percaté de que, a pesar de las descalificaciones mutuas, ambos se apreciaban.
-¿Ahora que estáis legalizados, se modificará nuestra relación política? -pregunté.
-¡Para nada! Lo hablado sigue en pie. Lo que resultaría interesante sería crear una nueva plataforma para profundizar la unidad.
Pactamos realizar una reunión semanal para matizar los diversos puntos a tratar. Por Patria Libre asistirían Manolo Maqueda y Eduardo Arias; por la FE-FNS, Julio Dánvila y yo. Maqueda tendría la misión de contactar a otros grupos.
Hacía falta nombre y símbolo para ese <>. Después de analizarlo mucho, decidimos bautizarlo como <> (FSE) y utilizar como emblema el águila bicéfala de los Austrias. Las bases de dicho embrión serían amplias y simples, con el fin de no alejar a nadie.
Con ese plan de trabajo iniciamos el proyecto. Teníamos ilusión y ganas. Faltaba financiación y adhesiones. Estas últimas no se hicieron esperar. A la semana siguiente recibimos la grata noticia de que otra formación se había

incorporado a nuestra propuesta. El nuevo socio era la Falange Española Nacional Sindicalista (FENS), agrupación compuesta por veteranos ex militantes de FE-JONS, que contaba en Madrid con un par de sedes y alrededor de doscientos militantes.
Esta adhesión provocó que se modifican ciertas normas del FSE. Se acordó publicar una revista mensual explicando nuestro ideario; todas las decisiones deberían tener el consenso unánime de los jefes de las organizaciones presentes; cada grupo pagaría una cuota mensual de veinticinco mil pesetas; las reuniones tendrían lugar en Madrid.
Mientras este plan cobraba forma, en Valencia seguíamos maquinando actividades públicas. Creamos las juventudes del partido, dirigidas por Luis Espert, a las que bautizamos como <>. Gracias a los esfuerzos de Luis, en seguida comenzó a incrementarse la militancia, que llegó a contar con centenares de comprometidos estudiantes.
La Junta Nacional estaba compuesta, además de por el mencionado Espert, por Alfredo Espert y Julio Dánvila, como secretarios generales; Lucas Más, como secretario de acción política; Rafael Carrión, como secretario de administración; Antonio Flores, como secretario de prensa y propaganda; Lucía Clemente, como secretaria de organización; Maria José Vidal, Francisco Montesinos y Juan Manuel Fonte, como consejeros nacionales, y yo como jefe nacional. He de decir que se trataba de una composición de lo más heterogénea, pues constaba de antiguos militantes de Fuerza o de la FE-JONS, de nuevas incorporaciones libres de prejuicios e, incluso, de un nazi.
Concertamos realizar acciones legales impactantes de cara a la opinión pública. Dada la proximidad del tradicional 20–N, planeamos resucitar una olvidada costumbre de la Falange valenciana: realizaríamos una marcha con antorchas desde el centro de la capital hasta la cruz de los caídos del Saler, distante seis kilómetros.
Sin perder tiempo, informamos del itinerario a la Delegación del Gobierno y solicitamos protección policial ante posibles agresiones de grupos radicales de ultraizquierda.
Roberto se enteró de nuestra idea y ofreció su apoyo: nos cedió una furgoneta provista de megafonía. Faltaba menos de un mes y pusimos en juego todo nuestro esfuerzo.
Por las mismas fechas recibimos una inesperada invitación de la jefatura nacional de la FE-JONS. Nos ofrecían participar en la marcha anual que realizarían desde la casa natal de José Antonio, en la calle Génova, hasta su tumba en el Valle de los Caídos. Aceptamos, pese a existir menos de veinticuatro horas de diferencia entre cada acto.
De igual manera, Eduardo Arias nos obsequió una cena que tendría lugar el sábado siguiente al 20-N. A ésta acudirían numerosas delegaciones extranjeras.
Con la agenda completa, pusimos manos a la obra. Faltaba ultimar los preparativos para que concluyera siendo un éxito.
¡Y llegó el día! Con el corazón en un puño esperábamos en la calle Poeta Querol el arribo de simpatizantes. Las últimas semanas habíamos trabajado duro, y en breves minutos confirmaríamos si nuestros desvelos habían sido provechosos.
El llamamiento resultó notorio, y centenares de personas concurrieron ilusionadas. No me gusta hablar de cifras, pero no creo arriesgado afirmar que en la parte principal del acto reunimos cerca de dos mil personas.
Al día siguiente, los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y coincidieron en señalar la ausencia total de incidentes.
Horas después y como si de una prueba a contrarreloj se tratara, partimos hacia Madrid a tomar parte en la marcha al Valle.
Gustavo Morales estaba por allí sin querer saber nada de nosotros. Supimos que la invitación para que participáramos surgió de Emilio Mariat, secretario nacional de acción política, y del jefe provincial de Madrid.
Aquella madrugada de noviembre la recuerdo fría. Vestíamos camisa azul, arremangada por encima de los codos, y estábamos reventados. Varias escuadras se turnaron toda la noche, escoltando la corona de laurel que transportábamos al lugar de reposo del Jefe. Un par de vehículos de la Benemérita abrían paso y cuidaban la solemne columna. En un momento dado, a las tantas de la mañana, un par de jóvenes guardias civiles solicitaron permiso para acompañar cinco minutos a la comitiva. Se arremangaron las camisas verdes del uniforme y, aprovechando la ausencia de ojos delatores, anduvieron junto al cortejo un kilómetro. Más tarde reconocieron que, aunque no eran falangistas y no conocían nada de José Antonio, abrigaron una gran emoción marchando junto a nosotros en esa ocasión mágica.
Conforme avanzaba la madrugada y con la impresionante cruz del mausoleo a la vista, nuestros cuerpos sintieron las bajas temperaturas de la sierra. Hablando en broma, los militantes de la FE-JONS comentaban que cada año sentían más frío que el anterior y, hartos de esta situación, la jefatura nacional quería hacer llegar a los medios de comunicación un secreto celosamente guardado durante décadas: José Antonio fue fusilado el 20 de agosto, pero la prensa franquista ocultó ese detalle e hizo pública su muerte meses después. ¡Si es que tanto frío no se puede aguantar!
Una vez que alcanzamos el Valle de los Caídos, realizamos una misa frente a la lápida donde descansan los restos de nuestro venerado líder. Finalizamos cantando solemnemente el Cara al Sol y volvimos en coche a la capital. En pocas horas acudiríamos a la cena de Patria Libre. ¡Sería un fin de semana completito!
Reposamos hasta media tarde en casa de Manolo Maqueda, con el que entablamos gran amistad. A continuación acudimos al restaurante elegido.
Al llegar, vislumbramos un ambiente totalmente diferente al de los actos anteriores. No se veían camisas azules, sino almidonados trajes de corbata y ropas informales de marca. La diferencia entre la Falange, compuesta mayoritariamente por universitarios y trabajadores, y lo que se ha dado en llamar extrema derecha era más que evidente. Como ya he dicho en alguna ocasión, formábamos parte de dos mundos antagónicos.
Dos centenares de personas nos congregábamos en el amplio comedor. Más de la mitad pertenecía a delegaciones foráneas. Compartimos el espacio con representantes del Frente Nacional francés, del homónimo inglés, del NPD alemán, de formaciones belgas, italianas, austriacas y de alguna nación que no recuerdo. Quedé impresionado por los contactos internacionales de Eduardo, jamás contemplé algo similar.
A lo largo de la velada, encontré ocasión de conversar con militantes de las diversas organizaciones, muchas de ellas con diputados en sus parlamentos de origen o en la eurocámara de Bruselas. Coincidían en un punto: abrigaban la esperanza de que cuajara en España algo de lo que se estaba conformando.
Me presentaron al líder del NPD, Udo Voight, y pasé gran parte de la noche charlando con él. Su perfecto dominio del castellano, puesto que veranea en nuestro país, posibilitó la comunicación. El jefe germano estaba al tanto de la creación de nuestro partido y del distanciamiento de Patria Libre y la AUN.
-Se veía venir -comentó-. Ynestrillas es un buen chico, pero inestable. Por el contrario, Arias y Maqueda son más maduros.
-Supongo que en Alemania será difícil organizar reuniones como ésta.
-En España lo tenéis más fácil. Es una pena que os encontréis tan divididos. ¿Sabes lo complicado que resulta en nuestra patria conseguir una cena similar?
-Supongo... -respondí.
-De entrada, no podemos contratar un comedor para doscientas personas, porque resulta sospechoso. Tenemos que acudir a una sala de convites y reservar menú con la excusa de que se trata de una boda o una comida de empresa. Por seguridad, el lugar lo mantenemos en secreto hasta la fecha exacta. Unos días antes empezamos a correr la voz que la comida será el día tal, por ejemplo, en Hamburgo, y media hora antes avisamos a nuestra gente del sitio concreto. Cuando el dueño del comedor se da cuenta de quiénes somos, ya estamos dentro y tiene que aguantar.
-¿Lo hacéis por la policía?
-No, somos un partido político legal y bastante implantado en la región de Baviera. La policía va contra los grupos neonazis que saludan brazo en alto o portan cruces gamadas; nosotros no hacemos nada de eso. Lo que intentamos evitar es el enfrentamiento con grupos antifascistas, que allí están muy organizados. Los dueños de los restaurantes temen las represalias y por eso ponen pretextos para impedir que acudamos a sus locales. Más de uno ha sido objeto de atentados por ese motivo.
-¡Qué fuerte! ¿Cómo se ve desde fuera el proceso en España?
-Con buenas perspectivas -auguró-. Es lógico que todavía no dispongáis de estructuras definidas, pero vais por el buen camino. Desde que acabó la segunda guerra mundial, tardamos cuarenta años hasta ser capaces de crear una base sólida, y otros diez en organizarla. Vosotros comenzasteis hace veinte años, cuando la muerte de Franco; lleváis dos décadas: se supone que os queda otra, por lo menos, para formarla, y una más para desarrollarla. De todos modos, debéis estar tranquilos, nuestras opciones son expectativas de futuro, y aquí en España lograréis transmitir el mensaje que os permitirá llegar a ser una de las principales fuerzas políticas. Es lo mismo que ha ocurrido en el resto de los países europeos. Si me permites un consejo, te diré que, en su día, no calquéis fórmulas de fuera, que aquí no cuajan igual. Debéis ser capaces de llevar a cabo vuestras propias inquietudes y de lograr que éstas impacten en la opinión pública.
Le agradecí la recomendación y procedí a despedirme de él. Antes de dejarme, me invitó al congreso anual que su partido pensaba realizar a principios del año siguiente en Baviera.
-Eduardo y Manolo también están convocados. Ellos ya vinieron en una ocasión -manifestó.
La cena de Patria Libre mostraba diferencias con el resto de las que se hacían habitualmente en la misma fecha. Además de delegaciones extranjeras, reconocí a históricos militantes ultras, entre los que se destacaba Ladislao Zabala, miembro del Batallón Vasco Español, bajo cuyas siglas fue condenado a prisión por el asesinato, en diversas acciones, de siete simpatizantes abertzales en los difíciles años de la transición.
Tanta profusión de fuerzas me hizo comprender que estaba viviendo un momento histórico donde se estaba conformando el panorama futuro de la ultraderecha española.
Un dato anecdótico: ninguno de los presentes, ni españoles ni extranjeros, quería saber nada de afiliar skins en sus partidos, al menos abiertamente, aunque algunos casos, como el de Lucas, eran merecedores de todo respeto.
Antes de dar por concluido el acto, tomó la palabra un representante de cada formación. Por Patria Libre habló Arias, quien explicó el nacimiento de un nuevo núcleo unificador denominado Frente Social Español. Seguidamente, por el FE-FNS, hizo su alocución Julio Dánvila, enfatizando los mismos puntos que Eduardo. Ambos invitaron a los congregados a asistir al acto público de presentación, que tendría lugar el sábado 29 de noviembre próximo.
Rematamos el evento entonando el Cara al sol. Los asistentes hispánicos se dividieron entre quienes alzaron el brazo y quienes permanecieron firmes y con los labios sellados. De las representaciones extranjeras, únicamente levantaron el brazo los italianos. Los alemanes, tiesos como palos, no dejaron vislumbrar siquiera un atisbo de emoción.
Al concluir el cántico, uno de los de Valencia, Lucas, el skin neonazi, preguntó:
-Pero ¿los del NPD no son nazis?
-No sé... Aquí tienes un montón, pregúntaselo a ellos -respondí.
Concluido el acto, faltaba el remate final, y acordamos marchar al bar de copas de un camarada para seguir con la fiesta a puertas cerradas. El pobre Indio se pasó toda la noche charlando con los germanos, intentando averiguar si se sentían o no los herederos del Führer, pero sólo consiguió arrancarles sonrisas y silencio como respuesta.
Al cabo de un par de horas, se acercó todo feliz y me dijo al oído, emocionado.
-¡Son nazis, tío! ¡Son nazis!
-¿Y eso? -pregunté.
-¿Ves a ése? –me dijo, señalando a uno de los del NPD.
-Sí. ¿Qué pasa con él?
-Hemos coincidido los dos en el servicio, y me ha dicho rápidamente, en voz baja: ¡Heil Hitler!
-Ya te dije que en Alemania les meten un año de cárcel. Aquí van con mucho cuidado.
Con esa anécdota concluimos el largo fin de semana. Al día siguiente se realizarían varias concentraciones en homenaje a Franco y José Antonio, pero decidí volver a casa. Lo que tenía que ver ya estaba visto, y lo que había que tratar ya estaba tratado. Seguir un día más para escuchar a los <> de siempre significaba perder el tiempo.
Mientras tanto, en Madrid se afanaban por ultimar los preparativos para la exhibición oficial del FSE. Los militantes de Patria Libre y de la FENS estaban poniendo toda la carne en el asador con el propósito de asegurar el brillo del evento. En los últimos días, recibimos la grata noticia de que tres nuevos grupos habían contactado con Maqueda para incorporarse al Frente Social. Se trataba de Vascos Navarros por España, Vanguardia Española y Dispar. El acto público fue convocado para la tarde del 29 de noviembre, en la plaza de Chamberí.
De Valencia marchamos un par de vehículos repletos. Lucas Más, como secretario de acción política, pronunciaría el discurso de la FE-FNS.
El sábado indicado, con los recuerdos del 20-N todavía en la memoria, comenzó el mitin. El número de asistentes resultaba difícil de determinar, por tratarse de un lugar abierto, pero dudo que hubiera más de quinientas personas.
En las distintas intervenciones, se trató sobre la necesaria unidad entre todas las organizaciones patriotas y sobre nuestro firme compromiso de dar la vida, si fuera necesario, para evitar la disgregación nacional. La semilla quedó sembrada. Faltaba esperar que el tiempo acompañara y lograra germinar.
Lo que ocultó Eduardo es que esta puesta en escena tenía la finalidad de ofrecer una imagen de fuerza a los observadores del Frente Nacional francés, presentes entre el gentío. El objetivo: recibir la poderosa ayuda económica que acababa de perder la AUN.
De regreso a casa, hicimos balance: menos gente de la esperada, aunque mucha esperanza en el proyecto.
Independientemente de las actividades del FSE, en Valencia seguíamos buscando la inspiración para retornar a la palestra pública con nuevas acciones sonadas. Curiosamente, tal oportunidad llegó por casualidad, a raíz de una reseña aparecida en prensa. La Facultad de Filología había otorgado una distinción a un alumno por escribir un poema titulado <>. Sin quererlo, nos acababan de proporcionar la excusa perfecta para volver a la calle y, de paso, comprobar nuestra rapidez de organización.
Planeamos concentrarnos frente a la puerta de la Universidad en cuarenta y ocho horas. Roberto ordenó que acudieran allí varios de sus trabajadores, haciéndose pasar por militantes del partido. Por nuestra parte, emplazamos a los afiliados a la cita, informamos a la prensa y a Delegación del Gobierno de nuestras intenciones, y procedimos a realizar la protesta.
Colocamos a dos chavales con camisa azul y portando banderas nacionales, franqueando la puerta principal, e iniciamos el lanzamiento de proclamas por megafonía. Aunque no rebasábamos el medio centenar, logramos causar gran expectación, máxime tratándose de una avenida importante y en día laborable. A los pocos minutos, miles de caras nos contemplaban a través de los cristales de las aulas.
Roberto tuvo una de sus maquiavélicas ideas: puso un chaval a <> a la gente con una vieja cámara de súper 8 sin carrete, y a otro lo mandó hacer <> con un <>. Los alumnos no sabían dónde esconderse para evitar que captáramos sus imágenes. No insultamos a nadie, pero es comprensible que esa escena de acoso causara pavor en más de uno.
Llevábamos casi una hora apostados, la totalidad de estudiantes y profesores permanecían en el interior sin atreverse a salir. En un momento dado y haciendo alarde de un valor digno de respeto, acudió la rectora a pedir que nos fuéramos:
-¡No me asusté con la dictadura y no vais a amilanarme vosotros! -gritó en nuestra cara.
Le dije que nadie les impedía salir y que estábamos ejerciendo nuestro derecho democrático a protestar, pero no me hizo caso y volvió a entrar en las dependencias. Al cabo de un rato, un agente de la Unidad de Intervención se dirigió amablemente a mí en estos términos:
-Sin intención de meterme donde no me llaman, creo conveniente decirle que ustedes están en su derecho de permanecer aquí todo el tiempo que quieran, pero varios alumnos quieren salir y tienen miedo. Creo que el motivo de su protesta ha sido comedido y correcto, aunque si se prolongara, quizá sonara a chulería y perderían los puntos que han logrado. En fin, hagan lo que consideren oportuno. Hemos venido a protegerles, porque lo han solicitado. Ustedes deciden.
Comprendí que el policía tenía razón y ordené desmantelar el tinglado, ante las protestas de Roberto, que se encontraba como pez en el agua. Conseguimos lo que pretendíamos, sin pensar siquiera en utilizar la fuerza. La cosa marchaba por buen camino.
Los informativos de la jornada contaron lo sucedido. Fiel a sus compromisos, la televisión autonómica no vertió descalificaciones hacia nosotros.
Varios alumnos de filología se afiliaron esa misma tarde al partido.
Después de realizar el mitin fundacional, las reuniones semanales en Madrid seguían realizándose, aunque sin lograr objetivos concretos. Eduardo se encontraba más ocupado en tratar de conseguir subvenciones Lepenistas que en ahondar en la unidad. Por otra parte, Maqueda abandonó el partido debido a problemas personales, y las charlas no llegaban a ningún fin concreto. Una de las últimas actividades conjuntas que realizamos fue una concentración donde se produjeron incidentes con la policía, frente a la Audiencia Nacional, cuando procesaron a los responsables de Herri Batasuna.
Mientras tanto, Roberto comenzaba a meter las narices más de la cuenta. Se encontraba contento con el despegue del partido, aunque eso de estar relegado a un segundo plano empezaba a molestarlo. Decidió implementar una estrategia para desplazarme del mando, ya que no podía enfrentarse directamente, al menos de momento. Sabía que la mayoría de la militancia apoyaba mi gestión y que a él lo aborrecían, y optó por mantener la calma y desbancarme según los mismos estatutos del partido. En medio año tocaba ratificarme en el cargo mediante elecciones internas. Si conseguía afiliar a parte de sus empleados, se llevaría el triunfo en las urnas.
Con esta finalidad prosiguió la campaña forzosa de afiliación en Levantina de Seguridad. Mediante circulares internas advirtió de la obligación de afiliarse a todos los que quisieran progresar en <>. Medio centenar siguió sus indicaciones y formalizó la relación, aunque la mayoría jamás llegó a pagar cuotas ni acudió a ninguna de las asambleas semanales. Por nuestra parte, no nos preocupaba demasiado su actitud. Éramos conscientes de que nunca lograría igualar nuestro porcentaje de votos. Lo realmente preocupante era qué sucedería cuando él se percatara de lo mismo. Debíamos prepararnos para ese momento.
Las motivaciones que Roberto tenía para intentar participar de nuevo activamente en política no respondían, ni mucho menos, a motivos altruistas. Ya contaba con cuantiosa fortuna: el fondo social de sus empleados y los tejemanejes contribuyeron a crearla; pero le faltaba una autoridad que ansiaba. Es cierto que contaba con doscientos empleados dispuestos, en gran parte, a acatarle ciegamente, pero eso no era suficiente cuando estaba en juego ser la <> de la futura tercera fuerza política. Roberto no tiene un pelo de tonto y es consciente de que jamás podrá ser la cabeza visible de nada: demasiados trapos sucios empañan su vida. Su obsesión consiste en manejar los hilos del partido, sueña con el 13 por ciento de esperanza de voto y sabe que la extrema derecha europea espera ese resurgir en España.
Jean Marie Le Pen, conoce la importancia del dinero para lograr despegar. A principios de los ochenta, el Frente Nacional francés que dirige era el hermanito pobre de otras organizaciones del viejo continente, como Fuerza Nueva o el MSI italiano. Pero la recepción de una herencia millonaria, legada por un afiliado, giró la tortilla. Dinero trae dinero, y el partido galo se alzó y rozó las estrellas. Ahora su interés consistía en financiar partidos hermanos en el resto de Europa.
Se sabía que los jerarcas del FN nos miraban desde hacía años con optimismo. El primer paso lo dieron sufragando a Ynestrillas con su Alianza para la Unidad Nacional. Es interesante señalar que gran parte de los actos que este partido realizó sólo pudieron llevarse a cabo gracias al dinero galo. Pero la experiencia de la AUN resultó una ruina calamitosa para los gabachos, que no vieron satisfechas sus esperanzas. Subvencionaron a Ricardo para que transmitiera el mensaje que a ellos les reportó beneficios: <>, dirigido a los votantes de izquierda. Por el contrario, Ynestrillas y su gente ahondaron en el problema de la ETA, volcando sus esfuerzos en captar a víctimas del terrorismo y a antiguos militantes ultras. Además, las cuentas no cuadraban y, hartos de tanto desenfreno, los inversionistas políticos de Le Pen decidieron prescindir de aportar nuevo capital a esta organización. La ruptura de Eduardo con la Alianza implicó el definitivo cese de relaciones entre el FN y la AUN.
Arias conocía estos extremos y quiso vender a los franceses la idea de fuerza y unidad que demandaban. Su unión con nosotros tuvo la oculta finalidad de conseguir ese soporte económico vital para dar el paso definitivo en la escena política. Pero no contaba con que los galos estaban tan hastiados de la gestión realizada por los dirigentes de la AUN que renunciaron a soltar un solo franco más. Seguirían objetivamente cualquier intento serio y, en todo caso, aportarían material publicitario, pero ni un duro.
Desde otros partidos españoles afines, entendieron claramente la indirecta y volcaron sus mensajes hacia el tema de la inmigración. Democracia Nacional aspiraba a alcanzar el beneplácito de Le Pen y, desde Valencia, José Luis Roberto, también.
El 13 de junio de 1997, Juan García Sentandreu, actual líder de Coalición Valenciana, convocó una multitudinaria manifestación en defensa de la lengua valenciana. Tres semanas después, nosotros teníamos prevista otra diferente. Para ésta se contrataron los servicios de <>, y Roberto decidió que fuera yo quien organizara la seguridad. Serviría como ensayo para la que la FE-FNS tenía prevista.
Al inicio de la manifestación coincidimos con G. T., antiguo militante de Fuerza Nueva asesor de Eduardo Zaplana.
Saludó a Roberto y le comentó que estaba al día de la creación de nuestro partido. Fuimos presentados y, tras intercambiar nuestros móviles, quedamos en llamarnos. Tenía una oferta interesante para hacerme.
El barrio de Ruzafa, de origen musulmán, es uno de los más tradicionales de la ciudad del Túria. Sus orígenes se pierden en el tiempo, pero se sabe que en la Edad Media los árabes lo convirtieron en un edén plagado de jardines. En sus lindes capituló el rey moro la rendición de Valencia frente a Jaime I el Conquistador; aunque no se marcharon, y permanecieron varios siglos conviviendo con los cristianos.
Actualmente, muy poco tiene de vergel. Sus estrechas calles, cuajadas de vetustos edificios, se han trasformado en focos de delincuencia. Ciertas vías resultan intransitables, incluso a plena luz del día, y muchos de los vecinos de siempre se han tenido que marchar.
Yo conocía las alegrías y tristezas ruzafinas. Desde pequeño me crié por sus calles, viví sus fallas y sentí desde dentro las tradicionales fiestas en honor del patrón del reino, san Vicente Ferrer.
Siempre me he sentido parte del barrio, y me dolía que se hubiera convertido en refugio de especuladores inmobiliarios y otra chusma. Algunas calles estaban tomadas por magrebíes, y aunque muchos de ellos eran gentes honrada y digna, justo es decir que otros vivían del robo y el trapicheo.
Aquel año, la Policía Nacional realizó varias batidas con la intención de acabar con la creciente delincuencia que empezaba a adueñarse de todo. Y porque quería a Ruzafa decidí que sería precisamente allí donde realizaríamos nuestro próximo acto público en defensa del barrio y contra los mangantes sin distinción.
Así lo propuse en la junta del partido, y con esa finalidad se aprobó una manifestación. Antes de nada, comenté la idea con varios vecinos, incluso con algún amigo marroquí. Creyeron que se trataba de una gran idea, aunque partiera de <>; aún así comprometieron su asistencia.
Buscamos un itinerario que recorriera las callejuelas más olvidadas y los puntos con mayor índice de delitos. Una vez realizado, lo presentamos a la Delegación del Gobierno, indicando que la fecha prevista sería el 30 de junio.
Al día siguiente, los titulares avisaban: <>. Lo primero que hice fue emitir un comunicado de prensa desmintiendo la noticia, pero cayó en saco roto. Interesaba el morbo y éste encontró rápida salida.
Durante semanas estuvo abierto un intenso debate, cientos de artículos y tertulias de radio se cebaron contra nosotros. Viendo que el motivo principal se estaba desviando, organicé una asamblea para posponer la marcha. A la misma acudió gran parte de la militancia y Roberto con sus machacas. Al escuchar mis argumentos, Roberto advirtió que el acto se tenía que hacer por cojones y punto.
-Si no tenéis lo que hay que tener, buscaré otros grupos con más valor para que ocupen este local -amenazó.
Al concluir la reunión, éramos conscientes de que la apacible alianza con Roberto estaba llegando a mal término. Aun así, decidimos realizar el acto, aunque informando a la opinión pública de nuestros verdaderos propósitos. Los camaradas de la FENS abrieron una página web explicando los motivos que nos movían. Durante semanas recibimos miles de correos, a favor y en contra, de muchos países del mundo.
En la sede de la Gran Vía seguíamos impresionados ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos. El único que reía feliz en su despacho era Roberto.
Por mi parte, estaba intranquilo. La mayoría de los e-mails recibidos provenían de organizaciones neonazis y grupos de cabezas rapadas que nos apoyaban en nuestra lucha <>. No quise erigirme en jefe espiritual de los skins, y opté por no volver a convocar ni un solo acto que condujera a equívocos.
Roberto decidió tomar las riendas en este asunto y, por miedo a perder mi empleo, agaché cobardemente la cabeza y accedí.
Se anunció una rueda de prensa en la sede, y se programó que la diera un empleado suyo de nacionalidad marroquí, que, para más inri, era votante del PSOE. El mencionado, Abdeslam Benlenkadem, leyó un comunicado ante la cantidad de reporteros que abarrotaban la sala de juntas y se despidió sin contestar a las preguntas que querían formularle. Todo ello obedeció a órdenes puntuales de Roberto; no podía arriesgarse a que una metedura de pata llevara al Delegado del Gobierno, Carlos González Cepeda, a prohibir la cita.
Durante los días anteriores, la inmensa mayoría de los militantes y vecinos se desmarcaron del acto, que amenazaba con convertirse en una confrontación abierta entre neonazis eskinetes y grupos antifascistas.
La tarde prevista, acudí por compromiso, y me arrepiento de ello. Todo lo que alcanzaba a ver fueron furgonetas de la policía, que parecían los auténticos manifestantes, rodeados de dos centenares de radicales de uno y otro signo. Comenté a la prensa mis impresiones, que no tenían nada que ver con las de Roberto, quien, altavoz en mano, disfrutaba de lo lindo lanzando proclamas insolentes.
Al finalizar, me apenó contemplar el resultado de lo que contribuí a crear. Habíamos convertido el barrio en un campo de batalla repleto de personas ajenos a él. Esa situación provocó en la organización una brecha que no cicatrizaría jamás.
Después de aquella experiencia, se enfrió la relación con el capo y durante semanas no supe nada de él, hasta que coincidimos nuevamente en Serra, en la celebración anual del 18 de julio. Durante aquella velada, Roberto me llevó aparte y expuso seriamente:
-Cuando comenzaste con el partido, no tenía intención de participar en él, pero luego de ver el desarrollo, he cambiado de parecer. Me dolió la debilidad que demostraste en Ruzafa, y aunque quiero que sigas dirigiéndolo, te aviso de que después del verano crearé una junta provincial que será la que gobierne realmente el asunto. Para entonces deberás prescindir de todos aquellos que no sean leales a la <>.
-¿A quién piensas colocar en ese consejo?
-Sus nombres no están decididos. No quiero idealistas, sino gente a la que tenga agarrada por la barriga y dispuestos a acatar ciegamente las órdenes que les dé. Es la única forma de hacer algo útil.
Escuché sus planteamientos sin intención de aceptarlos. Desde que comenzamos, supuse que algo similar acabaría ocurriendo, aunque no esperaba que fuera tan pronto. Intentaría buscar una solución con la ayuda de los militantes y, de paso, debería ponerme a buscar un nuevo empleo. Jamás lograría nadie volver a hacerme agachar la cabeza cuando tuviera razón. Lo hice en Ruzafa y me avergonzaba de ello.
Recién concluido el verano, recibí una llamada de Roberto.
-Acaba de llamarme G. T. y me ha pedido tu número de móvil. Te llamará en unos minutos -informó.
A los pocos segundos de cortar esta comunicación, el teléfono volvió a entonar la melodía. Alguien estaba llamando desde un número oculto.
-¿Dígame? -contesté.
-Buenos días. ¿Es usted Juan Manuel Crespo?
-Sí, soy yo.
-Soy G. T. No sé si me recuerda. Nos vimos en la manifestación de defensa del valenciano.
-Por supuesto que lo recuerdo. Dígame.
-Preferiría hablar personalmente con usted. Supongo que sabrá donde se encuentra la puerta principal del edificio de la Generalidad.
-Sí, claro que lo sé.
-¡Perfecto! Justo enfrente hay una especie de taberna inglesa llamada: Sherlock Holmes. ¿Le parece bien esta noche a eso de las diez?
-Muy bien, ahí estaré.
No hacía falta ser un lince para suponer lo que pretendía transmitirme. ¡Desde luego, para afiliarse no me llamaba! La única razón lógica debía de ser para llegar a algún acuerdo político, económico, o de ambos tipos. Esa noche saldría de dudas.
Al cabo de un rato, recibí un nuevo toque del Roberto.
-¿Te ha llamado G. T.?
-Sí, hemos quedado esta noche a las diez.
-¿Te ha dicho si acudiría con Zaplana?
-Pues la verdad es que no.
-¡De acuerdo! Pásate a las nueve por la empresa e iremos juntos.
-Muy bien, ahí estaré.
Faltaban dos horas para la medianoche cuando llegamos al lugar escogido. Se trataba de una cafetería-taberna-bar decorada al estilo británico, donde se apreciaba mucho nivel.
-¿Conoces a Juan Carlos Gimeno? -preguntó Roberto.
-Me suena de oídas.
-¡Sí, hombre! Debes de conocerlo... Es diputado autonómico del PP, estuvo de presidente de la asociación de vecinos El Plantío y fue la famosa <> en el tema de las escuchas de la Diputación.
-¿Qué ocurre con él?
-Nada, es el dueño de esto. Me invitó a la inauguración hace unos meses. ¡Una cosa! Si pregunta, le dices que tienes afiliadas a mil personas.
-¿Crees que intentará llegar a algún tipo de compromiso económico?
-De eso estoy seguro. Le interesa quedar bien conmigo.
-¿Y eso?
- “Suponte que en la prensa aparecieran unas fotos del asesor de Zaplana con una borrachera de tres pares y colocando carteles de Fuerza Nueva, ¿crees que le gustaría?
-¿Tienes esas fotografías?
-Te he dicho cien veces que <>. Lo que menos puede interesarle es un escándalo así. Tú, tranquilo, y déjame hablar a mí como abogado del partido.
Entramos en el local buscando con la mirada a G. T. No estaba, y tomamos asiento en una mesa situada en un rincón. Al cabo de un cuarto de hora lo vimos penetrar en el local. Vestía de negro riguroso. Vino directo hacia los dos.
-Perdonad la espera. Salgo de una reunión con Eduardo y se me ha ido el santo al cielo.
-No te preocupes -dijo Roberto-. Acabamos de llegar. Bueno, tú dirás.
-Realmente estoy impresionado con la publicidad que estáis consiguiendo para el partido. Parece que os va bien.
-¡Y tanto! -repuso José Luis-. Estamos recibiendo algunas ayudas de parte de empresarios y organizaciones extranjeras.
Seguimos departiendo sobre la expectación que se había creado en el Parlamento valenciano ante nuestra entrada en escena.
-Habéis elegido una buena época para organizar el partido. Muchas personas empiezan a estar hartas de ver siempre las mismas caras y escuchar los mismos discursos.
-Contamos con más de un millar de afiliados -soltó Roberto-. Y sabes que eso podría implicar un mínimo de tres mil votos sólo en la capital. Quizá esa cantidad pueda resultaros ridícula, pero es suficiente para haceros perder las elecciones en unas autonómicas. Estamos dispuestos a tratar este asunto con vosotros y a llegar a un acuerdo. Además, ¡a mí me gusta tu jefe! De hecho, en las pasadas elecciones pedí el voto para él.
-Es interesante lo que dices. Muy bien. Éste ha sido un primer contacto. Mañana mismo hablaré con Eduardo e intentaré concertar una cita. A partir de ahora, siempre quedaremos aquí. No hay que dar pistas por teléfono.
-¿Quién va a espiaros si los tengo a todos en nómina? -bromeó el de Levantina de Seguridad.
La reunión duró menos de una hora. La voz cantante la llevó Roberto, que de eso sabía un rato. Sólo faltaba esperar que contactaran de nuevo.
Esas situaciones de dar dinero a cambio de posibles votos no eran nuevas. Desde la llegada de la democracia había sido una práctica habitual, por lo menos entre los grandes partidos de la llamada extrema derecha.
La cuestión consistía en vender la idea de que se contaban con unos miles de votos, en ocasiones no más de dos mil, y que eso podía suponer un concejal o un diputado. Cuanto más ajustados estuviesen los posibles resultados, mayor cantidad de dinero podía sacarse. Las aportaciones se efectuaban con el compromiso de que el partido retiraría su candidatura o no la presentaría. En ocasiones, la oposición intentaba financiar precisamente para que acudiéramos con nuestras listas a las urnas, entonces el asunto se convertía en una puja a ver quién daba más. El efectivo no solía exceder los dos millones de pesetas, cantidad más que suficiente para abonar los gastos completos de una sede durante dos o tres años.
Todavía recuerdo las cenas a las que invitaba el jefe provincial de la FE-JONS, José Luis Martínez Morán, cada vez que el PP aflojaba la cartera.
Días más tarde, Roberto volvió a emplazarme en su despacho. Se le veía contento. Probablemente estaría comiéndose el conejo antes de cazarlo. Por mi parte, haría lo imposible para que se le indigestara.
-¿Julio Dánvila estudia Derecho? -escupió José Luis.
Quedé sorprendido por la pregunta. Jamás llegaron a tratarse demasiado.
-Sí, está acabando la carrera.
-Se le ve un chaval despierto y serio -afirmó.
-Sí, lo es. ¿Y tu pregunta a qué se debe?
-Sabes que se comenta que hago trabajitos para el Cesid, ¿no?
-Sí, siempre se ha dicho.
-Y yo siempre lo he negado.
-Cierto.
-Lo que tratemos aquí no saldrá de la puerta, ¿Comprendido?
-Perfectamente.
-Unos amigos del Cesid me han pedido ayuda para infiltrar algún chaval de plena confianza en las asambleas que los grupos antisistema realizan en las facultades valencianas. Quieren tenerlos controlados, no sea que se les desmadren, y de paso corroborar posibles contactos con gentuza afín al entorno etarra. He pensado en Julio. Si le interesa, se contemplará la posibilidad de darle una compensación económica, e incluso un pequeño empujoncillo en la carrera.
-Se lo diré pero no creo que quiera.
-Vale. Pero hazlo -matizó.
Más tarde quedé con mi amigo y le comenté el tema.
-¡Para José Luis, ni agua! -fue la respuesta de Julio.
Transmití textualmente el mensaje a Roberto. No le hizo mucha gracia.
-¡A ver si estoy pagando el alquiler de la sede para nada! -protestó.
Después de que nos negáramos a trabajar de chivatillos, Roberto organizó una junta provincial compuesta por los pelotas más redomados de Levantina de Seguridad. En algunos casos, llegó a utilizar a personas con ideologías totalmente opuestas.
El ambiente en la sede era insoportable, y propició que se crearon dos camarillas: unos lo tenían a él como líder, y los demás, a mí. Con esa crispación a flor de piel faltaba la gota que colmara el vaso, y ésta surgió con motivo de la celebración del 20-N.
Un mes antes de aquella jornada, Roberto me citó.
-Faltan pocas semanas para el 20 de noviembre, y este año he decidido organizar personalmente la marcha al Saler. Hay muchas cosas en juego como para arriesgarnos a que algo salga mal y se eche a perder. He ideado hacerlo por todo lo alto, y para eso cuento con el asesoramiento de una empresa de publicidad, propiedad de Juan José Roca, un concejal del PP de una población cercana a Valencia. Así le haremos un guiño a Zaplana de cara a la reunión que tenemos pendiente. ¡Ah! ¡Una cosa! He notado el ambiente muy tenso entre los militantes del partido. Te advierto que al menor comentario que me entere que se hace contra mí o contra Levantina de Seguridad, tomaré cartas en el asunto. Tenemos la posibilidad de llegar a un acuerdo importante con el PP y no pienso tolerar nada que lo ponga en peligro. ¿Entendido?
-¡Sí, alto y claro! -solté con sorna.
-Espero que sea verdad. No eres tonto, y sabes que te conviene llevarte bien conmigo. No pretenderás estar toda la vida trabajando de vigilante.
Al salir de su despacho, me sentí indignado. ¿Qué podía hacer?
Roberto creía que si un año antes nosotros, sin medios y casi sin infraestructura, fuimos capaces de organizar algo serio, él, que disponía de eso, lo tendría más fácil. Alquiló varias furgonetas provistas de megafonía, para que no quedara un solo rincón que no conociera la existencia del acto. Del mismo modo, empapeló las paredes de carteles y lanzó miles de octavillas por las vías. Finalmente, emplazó a todos sus empleados a asistir a la marcha y organizó el servicio de seguridad empleando a los machacas habituales. En teoría, debería ser un rotundo éxito.
Faltaba menos de una semana para el evento cuando volvió a llamarme al móvil.
-Esta noche tenemos que quedar a cenar. Me ha vuelto a llamar G. T. Ha organizado una cena con Zaplana para dentro de diez días. Hay que ultimar detalles. A las ocho pásate por la empresa.
Durante la cena se mostró radiante y comenzó a hacerme partícipe de sus ideas.
-Hemos quedado en el mismo lugar de la otra vez. G. T. ha organizado una cena con Zaplana, a la que también asistirá Juan Carlos Jimeno. Esa noche el local estará cerrado al público y nosotros entraremos por una puerta distinta, no sea que haya algún mirón y ate cabos. Yo llevaré la voz cantante como letrado del partido, y he decidido que no vamos a pedirles dinero. Tengo una idea mejor.
-¿Sí? ¿Qué idea?
-Vamos a requerirles que nos concedan servicios para Levantina de Seguridad mediante concursos públicos. Hay mil fórmulas para lograr que hagan las bases ajustadas a nosotros. Como contrapartida, cogeré a mis nuevos empleados de una bolsa de trabajo que crearemos en el partido y que, de paso, servirá de aliciente para que la gente se afilie. A ti te daré el empleo de subinspector y seguirás de cabeza visible en la organización. ¿Qué te parece?
Escuché atónito sus razonamientos. Cuando finalizó su monólogo, le repliqué:
-¿De verdad crees que estamos trabajando altruistamente en la sede, dejándonos ahorros y sacrificando nuestras vidas para que tú cojas servicios para Levantina de Seguridad? ¡De eso nada! Es más, creo que ese dinero está podrido y, particularmente, no quiero saber nada de él. Por mi parte, puedes anular la cena con esa gente.
Las facciones de Roberto comenzaron a mudar, y una intensa ira invadió su rostro.
-¡Se hará lo que yo diga y punto! -escupió.
-No es justo y lo sabes. Por mi parte, no cuentes con apoyo. Además, hasta la fecha sigo siendo el responsable de la FE-FNS, y todo compromiso precisa de mi autorización -repliqué.
Roberto permaneció en silencio, mirándome. Entendía que tenía razón.
-Piénsatelo mejor y lo hablaremos con más tranquilidad. Aún queda tiempo -dijo.
Los preparativos para el 20-N seguían su curso, pero esta vez los militantes nos sentíamos al margen.
El día de la marcha acudimos puntualmente, aunque con ganas de finalizar. Tuve mis serias dudas sobre si debía o no asistir. Finalmente, opté por ir para no hacerles el feo a aquellos que de verdad lo sentían. Pero muy poco tenía que ver éste con actos pasados. De entrada, había gran cantidad de cabezas rapadas, y los machacas de Levantina de Seguridad dirigían el cotarro como si de una exhibición de halterofilia se tratara. Roberto danzaba en el medio de la calle, dando órdenes a diestra y siniestra. Se le veía excitado y henchido de satisfacción. En un lateral, aprecié aparcada una enorme limusina blanca con los emblemas del partido. Me acerqué y le pregunté por ella.
-Me he quedado una empresa de alquiler de coches de lujo. He decidido traer la limusina, porque creo que puede ser un golpe de efecto increíble -explicó.
Me quedé lívido. Fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia.
-Sabes perfectamente que la Falange no apoya al capitalismo, ¿Cómo se te ocurre traer uno de sus símbolos como imagen del partido? ¿Te has vuelto loco?
-¡Mira, estoy empezando a hartarme de tus chorradas! ¡La limusina está aquí porque me sale de los cojones! ¡Si no te gusta, te vas!
No hizo falta que me lo dijera dos veces. Busqué a la gente y les expuse el asunto. Todos decidieron acompañarme.
La marcha siguió sin nosotros. Únicamente un par de camaradas que no fueron avisados alcanzaron el final. Para ellos, mis más sinceras disculpas por el mal trago que pasaron rodeados de la gente del Roberto.
Nuestra retirada supuso que participara menos gente en el acto, y éste resultó un fracaso. No se puede comprar los corazones por mucho dinero que se tenga.
Al día siguiente, el teléfono no paraba de sonar. Finalmente, me decidí a cogerlo. Era José Luis:
-¡Te quiero en cinco minutos en mi despacho! -ordenó.
Comparecí, dispuesto a lo peor.
-¡Eres un impresentable! -fue el modo como me saludó-. ¡Lo de ayer no tiene nombre! ¡Me pusiste en evidencia delante de todos! Escucha con atención: la semana que viene tenemos la cita famosa. ¡Como pretendas joderme, el mundo será pequeño para ti! ¡Sabes que te tengo pillado por la barriga! Por la cuenta que te trae, no intentes fastidiarme -amenazó.
El fatídico momento había llegado, tenía que pensar algo, y pronto. En la sede todo eran caras largas. Para colmo, Roberto nos había puesto a un tío para controlarnos. Quedamos para cenar al día siguiente.
-Esto es inaguantable -dijo Luis-. Las juventudes nos apoyan y prefieren reunirse bajo un puente antes que ver todo el día al desgraciado ese.
Todos los demás estaban de acuerdo. La idea primigenia que tuvimos al crear un partido en plan soñador había fracasado. Éramos militantes de una organización pequeña y estábamos enfrentados por el maldito poder y el sucio dinero. Con mucho dolor de corazón decidimos hundir el barco que habíamos creado con tantos desvelos e ilusión. No queríamos que nuestras siglas constituyeran la referencia de los cabezas rapadas y los <> de Roberto. Algunos de nosotros trabajábamos en Levantina de Seguridad desde hacía años y nos tocaba elegir entre vivir con vergüenza o marchar con la cabeza bien alta. Preferimos la segunda opción. Sabíamos que de esta manera nos enfrentábamos a un poderoso enemigo, pero el no hacerlo implicaba dejar de ser personas para convertirnos en peleles. Acordamos abandonar la sede el martes siguiente, justo el día anterior a la esperada cena con Zaplana. Sería nuestra venganza.
Las horas previas a la fecha fijada resultaron intensas.
El lunes, Roberto llamó a mi mujer y la citó en la empresa con el pretexto de que le había procurado un trabajo. Una vez allí, le ofreció empleo en las oficinas de Levantina de Seguridad, con la condición de que le facilitara información sobre cualquier aspecto desconocido mío, para poder someterme. Ella se quedó con la boca abierta ante aquel despropósito y, muy sutilmente, lo mandó a freír espárragos.
Por lo que a mí respecta, comencé a buscar trabajo como un desesperado y, gracias a un amigo <>, conseguí firmar un contrato de vigilante jurado con Protecsa, actualmente absorbida por Prosegur. Aparte de eso, y para redondear el jornal, las tardes me empleé de portero en un pub, y por las noches, como seguridad en Suso´s, una conocida sala de fiestas.
El martes comuniqué a Eduardo Arias nuestro problema y, tras aconsejarme que <>, optó por quedarse junto a Roberto para dirigir la delegación de <> en Madrid.
Después me llamó G. T. para recordarme la cita. Le dije que, debido a serias discrepancias con Roberto, se anulaba la cena por los siglos de los siglos. Aprovechando que no se encontraba el jefe en las oficinas, pasé por Levantina de Seguridad y dejé dos sobres. Uno lo dirigí a la atención del jefe de personal, manifestando que causaba baja voluntaria; otro lo dirigí a José Luis, con un texto muy lacónico:
-He anulado la cena con Zaplana. G. T. está al día. Nos vamos con el partido a otra parte. No te confundas: no todos los hombres tienen un precio. ¡Arriba España, camarada!
En aquel instante dejé atrás el lugar donde trabajé durante más de diez años. Cerca de treinta mil horas portando el uniforme de <>, cientos de juicios, más de cincuenta detenciones practicadas, alrededor de una docena de intervenciones contra delincuentes armados y, sobre todo, muchos compañeros con los que compartí grandes momentos. Todo ello empezaba a formar parte del pasado. Sin mirar hacia detrás, enfilé hacia la sede.
Esa noche, un centenar de personas acudimos por última vez al piso de la Gran Vía. Descolgamos el gigantesco rótulo y, tras coger lo que era nuestro, marchamos a iniciar una nueva vida en libertad.