Thursday, August 18, 2005

Capítulo 9: Cazadores de hombres

El éxito en la conquista del alma popular se logra cuando al paso que libramos la batalla política en pro de nuestros propios fines, destruimos también a quienes se nos oponen.
Adolf Hitler, Mi lucha
El corazón me golpeaba en el pecho corno si fuese un ariete, inten­tando abrirse paso hacia el exterior. Bombeaba sangre tan deprisa que dolía y me embriagaba a la vez. Como si toda la cerveza que había bebido antes, durante y después del partido se me subiese ahora a la cabeza.
La camiseta de las Waffen‑SS se me pegaba a la piel por el sudor que manaba a borbotones de todos los poros de mi piel, Caía por mi cráneo afeitado al cero, entrando en mis ojos y escociéndome. Pasaba por mis labios y me revelaba que el miedo es salado.
Y la cámara oculta rebotaba en mi cuerpo mientras corría Caste­llana abajo, pasando de un grupo a otro de skinheads que busca­ban alguien a quien propinar una paliza. Si se me caía la cámara en medio de uno de esos «comandos» y la descubrían mis camara­das, estaba perdido. Si me encontraba yo solo, al pasar de un grupo a otro, con un conjunto de «antifascistas» o de «guarros», estaba perdido. Si era sorprendido por la policía, antidisturbios o de paisa­no, que ignoraba que yo era un infiltrado, estaba perdido.
Definitivamente, el miedo duele mucho más, y es mucho más pesado, cuando trabajas solo. Y durante todo aquel día, un día da­ve en rni investigación, había sentido miedo. Sabía que se me acaba­ba el tiempo y tenía que obtener pruebas sobe la violencia skinhead de la que tanto había oído hablar. Mis camaradas me habían sopla­do que esa noche «arderían las calles», y que muchos «guarros a morder el asfalto». Así que había que jugárselo el todo por el todo, aun a riesgo de ser descubierto.

En realidad esa noche no estaba completamente solo. Llevaba meses integrado en la comunidad skinhead y ya conocía sus rutinas, lo que me permitía. ‑hasta cierto punto‑ predecir sus movimien­tos. Así que, a primera hora de la tarde, varios compañeros del equi­po de investigación para el que trabajaba en ese momento se apos­taron en la azotea de un edificio estratégicamente situado, en la Calle Marceliano Santamaría. Desde esa atalaya podían vigilar las puertas 40 Y 42. del Santiago Bemabéu y al mismo tiempo el bar Moai ‑que hasta hacía unas semanas se llamaba Mr. Raf‑, donde había conocido a Ocha meses atrás. En el Moai, el cabecilla de Ultrassur continuaba colocando su puesto de venta de productos cada día de par­tido. Llaveros, pegatinas, bufandas, gorras y demás merchandising de la marca Ultrassur, que suponen un lucrativo negocio para Odia.
Tuve que pasar meses integrado en la comunidad skin, convertir­me en un nombre y un rostro familiar para los ultras, y hacerme miembro de la peña Ultrassur ‑mi camet tiene el número de socio 1016‑, para poder ganarme la confianza de Ocha y conseguir que me vendiese alguno de los pases que facilita el Real Madrid. Ahora tenía las pruebas de aquel antiguo mito, que inerodeaba en tomo al mundo ultra, en relación a que eran vendidas clandestinamente para sub­vencionar a la peña. Son las rnismas invitaciones en las que se especP fica «No aptas para la venta» que la Guardia Civil incautó a Alvaro cuando fue detenido con el Gordo y otros ultrassur, en los distur­bios de Las Rozas. Sólo que ahora no podrán decir que se trata de una calumnía de periodistas que «no saben de qué hablan». Nadie me lo contó. Yo pagué 2.ooo pesetas por esa entirada <~no apta para la venta». Cuando salía del Moa¡ con mi invitación ‑regalada por el club y comercializada por Ocha‑ mi cámara oculta grabó un elocuente comentario que hacía uno de mis compañeros de Ultrassur: ‑Guarda la entrada, si ves que vas a tener peligro de que te puedan detener o algo, la rompes y la tiras para que nadie vea que es invitación. Pero si no, y la quieres guardar de recuerdo, la guar­das bien y ya está. Después de comprar las invitaciones a Ocha, varios ultrassur nos dirigimos al estadio. Nuevas angustias. Había entrado en el Bernabéu en otras ocasiones con la cámara oculta para grabar a los ultras desde la parte alta de la grada, pero siempre me las había apañado para cruzar solo los controles. En algunos partidos espe­cialmente conflictivos, la policía registra a los hinchas con aspecto más sospechoso. Y mí pinta era cualquier cosa menos inspiradora de confianza. Si la policía me registraba, buscando bengalas, nava­jas o puños americanos, herramientas habituales de los ultras, podrían descubrir mi cámara oculta, por eso siempre me las había arreglado para quedar con ellos dentro del estadio y cruzar los tor­nos sin ultras cerca. Pero en esta ocasión no había escapatoria. Había comprado la entrada a Ocha con ellos, y con ellos tenía que enfrentarme a los controles de acceso al estadio. Es una de esas terribles situaciones en las que no hay alternati­va, ni escape posible. Habría sonado demasiado sospechoso que me negase a entrar junto con ellos en el Bernabéu. Eran mis cama­radas nazis y compañeros de peña, y me estaban esperando para entrar juntos y acomodamos en la grada joven para animar al equi­po blanco. Desde que derribaron una portería, en un partido de Copa de Europa, los ultrassur habían sido desplazados desde el Fondo Sur del Bemabéu ‑su territorio privado desde hacia lustros‑ a la grada joven, hacia la que ahora me dirigía con ellos. Mientras me acercaba a la puerta de acceso al estadio, miré de reojo a la azotea del edificio. Allí asomaba el objetivo de la cámara con la que mis compañeros seguían mis pasos. Sabía que si la poli­cía me registraba, en la puerta de acceso, y me descubrían la cárna­ra delante de los ultras, iba a tener muchos problemas y ellos no tendrían tiempo para bajar a ayudarme, pero aunque parezca una estupidez, el hecho de saber que alguien amigo estaba vigilando mis pasos me tranquilizaba un poco. Tomé aire al llegar a la entrada. Varios policías escogían al azar entre los ultras y procedían a registrarlos. Yo me encomendé a Odín y entregué mi invitación al portero. Después agaché la mira­da y entré esperando que algún agente me detuviese. Gracias a los dioses, no me registraron. Tuve suerte. Una vez en la grada, me acomodé con mis compañeros en la primera fila. Había llegado a donde Santi B., fundador del equipo de investigación, me había dicho que era imposible llegar. ‑Si llegas a conseguir entrar en el estadio con ellos, date con un canto en los dientes si puedes sentarte en la grada donde se sientan ellos y conseguir que te hable algún rapadillo. Son como una secta y ni siquiera los que pertenecen a la peña desde hace tiempo pueden estar con Ocha o los cabecillas en las primeras fflas. Pero allí estaba yo, y mi cámara oculta, a apenas unos centírne­tres del mismísimo Ocha. Y allí estaban también el Gordo y Álvaro. La Santa Trinidad de Ultrassur. Los líderes legendarios de la peña ultra más violenta del fútbol español. Esa tarde el Real Madrid jugaba contra el Osasuna. Y en cuanto los hinchas del club rival hicieron su aparición en el Bemabéu, los gritos e insultos estallaron en la grada joven: ‑¡Todos a una, puta Osasuna! ¡Guarros, etarras de mierda! ¡Eus­kal Presoak, cámara de gas! En las gradas del Bernabéu había algo más que un enfrentamiento entre peñas futboleras. Los Indar Gorri (Fuerza Roja), ultras del Osasuna de ideología izquierdista, hondeaban ikurriñas vascas en el Fondo Norte del Bemabéu, provocando las iras de los ultrassur que no dejábamos de vociferar insultos y amenazas. Raúl B. ., nacido el *****, de *****, de 19*****,, con DNI *****,.... es paisano, íntimo colaborador de Ocha y responsable de la anima­ción en la grada con el megáfono, alentaba a nuestro grupo: ‑Vamos a callar a esos rojos de mierda... La violencia que después del partido se desataría en las calles de Madrid se estaba gestando en aquella grada. Creciendo minuto a minuto hasta convertirse en una bestia desbocada. Para mi asom­bro y perplejidad, los españolistas de Ultrassur respondimos a la provocación de los Indar Corrí poniéndonos en pie, con el brazo derecho en alto y cantando el Cara al sol en la grada joven del San­tiago Bemabéu. Era como retroceder en el tiempo a la época fran­quista. Pero nos encontramos ya en el siglo xxi. Y ahí estaba yo, brazo en alto, con mi cabeza rapada, cantando el famoso himno fascista español... Durante ese partido también realizamos un tifo, coreografías de animación y cantamos sin cesar durante todo el encuentro. Previa­mente me había estudiado las letras de algunos de sus cánticoq más importantes, para poder pasar por un ultra más en las gradas: Vamos, campeones, hoy tenéis que ganar, con dos cojones. Lucha, con huevos, antes que ser del Barça yo me muero. Porque aquí estamos todos te venimos a ver. Te llevamos muy dentro no podemos perder. Vamos, campeones, hoy tenéis que ganar con dos cojones... Una vez más, la gran ventaja de la cámara oculta es que roba fragmentos de realidad. Congela pedazos de tiempo con todos sus detalles y, al examinar las cintas de vídeo, posteriormente, descu­bría mil detalles que no había registrado conscientemente en el momento de las grabaciones. Como los insultos espontáneos que sur­gian a mi alrededor hacia los propios jugadores del Real Madrid, de raza negra: «macaco», «mono», «kuritakinte»... Digan lo que digan los expertos, mi experiencia personal me indica que estos ultras no son jóvenes apasionados por el fútbol que se dejan influir por malig­nos individuos aislados de ideología filonazi», sino auténticos neo­nazis que expresan su agresividad con la excusa del fútbol. Aquellos insultos a los jugadores negros del Real Madrid dejan claras las prioridades ideológicas de los ultras que me rodeaban en la grada del Bernabéu. Primero está la ideología racista y después el club blan­co. «Y eso que dice la gente, que somos borrachos, vagos, delin­cuentes. No les hago caso, voy a todos lados. Yo soy ultrassur, soy un descontrolado....» Nuestros himnos seguían sonando en la gra­da del Bernabéu a voz en grito. En algunos momentos nuestros cánticos y gritos se dirigían a] portero del Osasuna, que estaba a pocos metros de nosotros, con objeto de ponerlo nervioso y desconcentrarlo: «Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, esto no es un portero es una puta de cabaret ... » ¿El club del Real Madrid apadrina un grupo nazi? En ese momento Raúl B. apareció en la grada portando una gigan­tesca bandera de España. Sus dimensiones eran extraordinarias y si esa bandera hubiese sido introducida en el estadio por algún ultras­sur, yo la habría visto. Le pregunté a uno de mis camaradas y su respuesta me dejó perplejo. La bandera estaba guardada en la ofici­na que Ultrassur tiene dentro de las instalaciones del Bernabéu. En otras palabras, el club no sólo le cedía entradas a Ocha, que éste comercializaba, sino que les había facilitado un almacén propio para que pudiesen guardar sus pancartas, banderas, etc. dentro del propio estadio. Poco después la cámara oculta registraría esa ofici­na de Ultrassur en el Bernabéu. Pero hay más: ‑Lo que es la polla es cuando nos venimos nosotros con las lla­ves al estadio para preparar alguna pancarta o tifo y nos bajamos al campo a darle unos toques al balón... ¿te imaginas lo que es tener todo el Bernabéu para ti? No daba crédito. Que el Real Madrid facilitase a Ocha algunos cientos de invitaciones, que él comercializaba en el Mr. Raf, ahora Moai, era grave. Que los ultras neonazís del club blanco tuviesen sus propias instalaciones en el interior del Bernabéu, era peor. Pero que los responsables les dejasen a los ultrassur las llaves del esta­dio, para que ellos campasen a sus anchas por todo el recinto, resul­taba inverosímil. Me imaginaba a Ocha, Cadenas, Reyes, javito, Nando o el Chopi correteando por el césped del terreno de juego, pasándose la pelota, y la escena se me antojaba increíble. ‑Joder, o sea que nos trata bien la directiva ¿no? ‑pregunté. ‑¡Buah!, nos trataba mejor este tío. Éste sí que era un presidente. Mi interlocutor me señalaba un ejemplar de la revista oficial de Ultrassur: En el fondo hay sitio, que se edita casi para cada partido del Real Madrid en casa. En el número 15, del año , correspon­diente al encuentro entre el club blanco y el Osasuna, se incluía una entrevista hecha en 1997 a Ramón Mendoza, anterior presidente del Real Madrid, y fallecido pocos días antes. En esa entrevista, para mi sorpresa, Ramón Mendoza se deshacía en elogios a los ultras: ‑Yo, si tuviera ahora veinte años, sería ultrassur. las respuestas de Mendoza, al entrevistador, no dejaban lugar a dudas sobre su apoyo incondicional al grupo presidido por Ocha y por Álvaro: ‑¿Qué relación tuvo con ellos? [con los ultrassur] ‑Extraordinaria siempre, porque cuando yo todavía no era pre­sidente del Madrid, me acuerdo que tuve que intervenir siempre a favor de ellos. Me llamaban «Menduqui», que me hacía mucha gra­cia, y siempre conecté muy bien con ellos; me costó muchos dis­gustos, fui acusado de ser instigador de todas las cosas malas de este mundo, pero me trajo sin cuidado y siempre he hablado bien de ellos. Creo que el estadio Santiago Bernabéu, sin los ultrassur, hubiera sido entonces un cementerio. ‑tuvo cosas que recriminarles durante su mandato? ‑Un día que un ultrassur enseñó el culo. Me dejó a mí el mío al aire. ‑¿Cree que la prensa ha maltratado a Ultrassur? ‑Sí, bastante e injustamente. Y Ultrassur hace también, de vez en cuando, cosas que no tenía que hacer. Ese «hace también, de vez en cuando, cosas que no tenía que hacer» imagino que hace referencia a las brutales palizas, apuñala­mientes, agresiones y actos vandálicos que han conferido a Ultras­sur su leyenda negra, confesados por ellos mismos en la autobio­grafía incluida en su web. Insisto, lo dicen ellos mismos, no yo. Pero ese conato de sutil regañina se diluye al final de la entre­vista, con las últimas palabras de Ramón Mendoza: ‑Me acuerdo cuando decían: «Hola Fondo Norte, hola Fondo Sur, y hola presidente.» Y os repito una vez más: yo soy ultrassur. La insólita entrevista se ilustraba con una fotografía aún más increíble, publicada en la página 7 de la revista en blanco y negro (poco después yo conseguiría una copia en color de esa foto, así como de otras fotos de Mendoza apoyando a la peña, con elocuentes dedi­catorias), en la que un sonriente Ramón Mendoza aparece ostentando una gran bandera de Ultrassur. Aluciné con el documento. Pero no era más que el principio: ‑Joder, Tiger, ¿tú no te enteraste del follón que han montado los putos «periolistos» con las entrevistas que nos han dado los jugadores y sus fotos? En ese instante no sabía a qué se refería el ultra. Lo averigüé al localizar el diario El País del 21 de marzo de 2001, en el que se denunciaba la colaboración que los jugadores del Real Madrid ofre­cían a la peña; cediéndoles su imagen, concediéndoles entrevistas, fotografiándose con sus bufandas o banderas y dándoles camisetas o balones dedicados para sus rifas, etc. Finalmente, conseguí todas esas entrevistas, en las que jugado­res como Guti, Figo, Iván Campo, Iker Casillas o Raúl alababan a los ultras del Real Madrid, posando con los productos que Ocha vendía en el Moai. En el caso de Raúl es más grave porque, a pesar de haber homenajeado a Aitor Zabaleta ‑‑el joven asesinado por los ultras neonazis del Español‑ en el pregón que dio en Madrid el 18 de diciembre de 1998, había cantado las maravillas de Ultras­sur en una entrevista publicada en En el fondo hay sitio, no 8, 5 de febrero de 2oo1. Y volvía a hacerlo en otra entrevista, publicada después de la polémica denunciada por El País, en el número 21, del año , correspondiente al 29 de septiembre de 200I, de la misma publicación ultra. Los jugadores del Real Madrid, ídolos de miles de jóvenes en todo el mundo, se deshacían en elogios a los ultras. Ni una palabra de reproche, ni una mención a sus símbolos nazis, a sus esvásticas, o que pudiésemos cantar libremente el Cara al sol en las gradas de su estadio. Lo que, por otro lado, me parece un «ejercicio de tole­rancia» extraordinario. Sobre todo, cuando he visto cómo reacciona­ban los mismos skinheads que Hondamente se quejan de la cen­sura de la que son víctimas, al encontrarse con un joven izquierdista que cantaba La Internacional... Sólo go minutos después, al termi­nar el partido, yo mismo participaría en las palizas a jóvenes izquier­distas cuyo terrible delito era llevar el pelo largo, una bufanda del Osasuna o una camiseta del Che Guevara... Pero supongo que eso a los jugadores o directivos del Real Madrid, se la trae al pairo, mientras las agresiones, o incluso los apuñalamientos, se den fuera del estadio. Las declaraciones de los jugadores a los ultrassur no tienen des­perdicio. Y la campaña publicitaria con la que obsequian a los neo­nazis ultras, posando con sus banderas, bufandas o revistas, sim­plemente no tiene precio. Guti, Figo, Casíllas o Raúl, cobran millones por posar con cualquier otro producto comercial. Pero estoy seguro de que posan con los productos de la marca Ultrassur, cuyo segun­do solicitante en el Registro de la Propiedad es el mismísimo Ocha, totalmente gratis. Pero, ¿por qué? ¿Por qué ese apoyo desmedido e incondicional, por parte del club y los jugadores, a una peña plagada de neonazis organizados y activos componentes del movimiento neofascista internacional? 290 La respuesta es muy sencilla, aunque yo mismo tardé tiempo en comprenderlo. Me resultaba increíble que un club de fútbol pudie­se permitir en sus gradas, y menos aún apoyar hasta estos extre­mos, a un grupo fidoríazi. Mi conclusión es que esa colaboración entre ultras (no sólo Ultras­sur) y clubs de fútbol se debe a los siguientes motivos: 1: Apoyo. La labor de «guerra psicológica» que cualquier grupo ultra desarrolla en las gradas de su estadio es importantísima. Nos dejábamos la voz ‑literalmente‑ animando al Real Madrid duran­te todo el partido. Hasta el extremo de que puedo prometer que yo he salido del Santiago Bemabéu, tras una jornada de animación en las gradas, absolutamente afónico y sin saber si habíamos ganado o perdido el encuentro. Azuzados por Raúl B. y su megáfono, no dejábamos de animar y cantar ni un segundo. Supongo que ese apoyo psicológico es especialmente efectivo cuando se trata de insul­tar o asustar al portero del equipo contrario, con objeto de descon­centrarle. 0 cuando el equipo juega fuera de España, lejos de los aficionados de siempre, y sólo los ultras animan. ¿Pero qué ocum­ría si toda esa energía se volviese contra el club o contra el presidente? 2: Miedo. Poco después de ese partido, el diario Marca denunciaba que uno de sus redactores y un jugador del Atlético de Madrid habían sido agredidos a la salida del estadio por ultras del Frente Atlé­tico que reprochaban al futbolista no haber contribuido con un donativo al desplazamiento de los ultras para asistir a un partido en mis islas. Y puedo garantizar que la imagen de un grupo de skin­heads amenazantes puede infundir el suficiente temor como para que cualquier deportista de elite ceda unas camisetas, balones o botas dedicadas, o incluso haga aportaciones económicas a la peña, vícti­ma de un vil chantaje. ‑¡Qué coño!, con la cantidad de míllones que ganan gracias a nosotros, que suelten un poco ‑me decía un ultrassur al respecto. Además, y esto también es importante, un grupo de ultras des­bocados puede cerrar un campo de fútbol o propiciar graves sanciones al club. Cuando en abril de 1998, minutos antes de iniciar­se el Real Madrid‑Borussia de Dormund, ultras radicales derribaron la portería, el club fue multado con 6o millones de pesetas y aquel partido de la liga de Campeones tuvo que ser retrasado varias horas. Evidentemente, digan lo que digan los «expertos», los ultras tienen un cierto poder tanto fuera como dentro del estadio. 3: Política. El diario El Mundo destapaba el 7 de julio del año 2,ooo, el enésirno escándalo de la peña. El mismísimo Ocha, líder del grupo, acudía a las oficinas de Lorenzo Sariz, en la séptinra planta de cierto edificio de la Castellana, para colaborar en su carn­paña electoral a la presidencia del Real Madrid. Ocha utilizaba a los miembros de Ultrassur, que además eran socios del Real Madrid, para apoyar la candidatura de Sanz y desde sus oficinas en Caste­llana telefoneaba a sus ultras, pidiéndoles el voto para Sariz. El mismo Ocha rellenaba las papeletas y luego se reunía con los socios de la peña, en un pub cercano al Bemabéu, para que las fir­masen. Evidentemente, para los directivos de cualquier club, es mucho mejor tener a los ultras contentos, sean neonazis o ultraizquierdis­tas. Y si no que se lo pregunten a Alfonso Ussía, que osó presen­tarse a las elecciones para la presidencia de Real Madrid, sin contar con los ultrassur. Su oficina electoral sufrió todo tipo de actos van­dálicos, apareciendo frecuentemente decorada con grafitis y pinta­das nazis de corte amenazante. Parece que los ultras, de uno y otro pelaje, quieren dejar claro a los clubs quiénes son realmente los que mandan en el estadio. Y muchos directivos aceptan ese pacto no escrito. Les facilitan una oficina propia en el recinto deportivo ‑Jesús Gil también lo hacía‑, les facilitan invitaciones y entradas para la venta clandestina, les otorgan privilegios que están muy por encima de los de cualquier otro aficionado. Y si, en el exterior del estadio, se dedican a apalear o asesinar negros, indigentes, judíos o miembros de otras hincha­das... basta con cerrar los ojos y decir «yo no sabía». Al inicio de la temporada 2001‑2002, y tras permanecer en el exilio de la grada joven desde la famosa caída de la portería en el 98, el club prernió el «ejemplar comportarniento» de Ultrassur, devolviéndoles su histórica ubicación en el Fondo Sur del Berna­béu. Si es que en el fondo son buenos chicos... un poco nazis, pero buenos chicos. La caza Termina la primera parte del partido entre el Real Madrid y el Osa­suna. Los ánimos están cada vez más caldeados. Los insultos y amenazas hacia los hinchas del equipo rival son más violentos a cada minuto que pasa. Entre los cánticos de apoyo al equipo blanco y los insultos a los rojos, comienzan a mezclarse consignas nazis coreadas por toda la grada. Era realmente alucinante. ‑¡Real Madrid, ale, ale! Sieg Heill Evidentemente muchos de los cientos de ultras que me rodea­ban en la grada del Bemabéu sentían verdadero fervor por el Real Madrid. Algunos de ellos, como Antonio A. ‑‑durante años vice­presidente de Ultrassur‑, habían participado en la campaña de venta de bufandas decoradas con la leyenda: «Juanito Maravilla^ que se realizó tras el fallecirmento del legendario futbolista. El dine­ro recaudado por la peña, 500 pesetas por bufanda, fue entregado a la familia de Juanito en un gesto que les honra. Pero todo el méri­to de ese gesto queda deslucido cuando los mismos instigadores de campañas como ésa se dedican a apalear a hinchas rivales negros, moros, travestis, mendigos o «artarkistas», en el nombre del «honor de España^ o por «limpiar las calles de Madrid». ‑Pásame tu entrada ‑me espetó Lolo en la grada, rescatándo­me de mis pensamientos. Una ráfaga de angustia me azotó en el pecho y sentí que se me hundía el suelo bajo los pies. Creí que me habían desciibierto y que me pedían la invitación que había comprado clandestinamente a Ocha para que no tuviese ninguna prueba de esas ventas ilegales. Empecé a calcular probabilidades de salir de aquella grada, repleta de cientos de ultras, ileso. Y mi conclusión era la de que tal preten­sión era imposible. Entonces pensé en las vías de escape menos malas. Evidentemente la única salida era bordear a Gordo, a Ocha y a los otros cabecillas y saltar al campo para intentar llegar has­ta algún policía y pedirle protección identificándome como infiltra­do. Probablemente tendría que golpear a dos o tres de aquellos enormes skinheads que me cerraban el paso hasta la barrera para poder saltar al terreno de juego... ‑¡Que me pases tu entrada, coño! ‑volvió a decir Lolo. Di un paso atrás instintivamente, mientras me cerraba la bom­ber del todo para evitar que se me cayese la cámara al suelo si tenía que propinar una patada y un puñetazo a los dos skinheads de menos tamaño que tenía entre la valla y yo. A mi derecha Ocha se había girado hacia mí también. Pensé en apuntar la patada a los testículos y el puñetazo a la nariz y calculé el salto que debería dar por encima del primero para salir corriendo... Iba a tener que ser el primero en golpearles para tener alguna posibilidad de escapar, porque si era uno de ellos el primero en pegarme y me hacía perder el equilibrio entre los asientos de plástico de la grada, no tendría ninguna posibilidad de salir de allí sano y salvo... Y en ese instante me di cuenta de que los ner­vios me estaban traicionando de nuevo. Tanta tensión acumula­da termina por afectar a la mente. Waffen llegó en mi auxilio proverbialmente. ‑La de Tiger déjasela, joder, que seguro que se la quiere quedar de recuerdo, ¿verdad? Asentí con la cabeza, con cara de estúpido. No entendía por qué uno de los ultrassur me había pedido mi invitación y ahora empe­zaba a pedir sus entradas a otros hinchas de la grada, 294 ‑¿Quieres salir a beber algo? Nosotros vamos a llevarles entra­das a los camaradas que están afuera para que entren a la segunda parte. Si quieres vente, o si no te traemos una cerveza o algo... Así descubrí que, por si todo lo expuesto no fuese bastante, en aquel momento el club blanco permitía la salida del estadio en el intermedio, levantando los tornos de las puertas. Esto hacía que muchos ultrassur pudiesen salir con las invitaciones de otros corn­pañeros para repartirlas entre los ultras que aguardaban afuera. De esta forma en la segunda parte del partido, la presencia de la peña se duplicaba o triplicaba en las gradas. Además, en ese momento podían meter en el estadio bebidas alcohólicas, armas o cualquier otro objeto sin ningán tipo de control. Sabía que fuera, desde la azotea, mis compañeros estarían gra­bando la entrada y salida de los ultras en el intermedio, como si el Bernabéu fuese suyo, así que le pedí a Dani que me trajese una lata de cerveza y me excusé diciendo que tenía que ir a mear. Debía cambiar la batería y la cinta de la cámara antes de que comenzase la segunda parte del encuentro. Y así lo hice. Tenía suficiente autonomía para grabar el resto del partido y la salida del estadio. Tras lo cual, todos los ultrassur volvi­mos a reagrupamos en el Moai. Más cerveza, bravatas y conatos de pelea entre los mismos ultras. Mis compañeros grababan desde la azotea y yo a ras de suelo. El ambiente estaba ya muy caldeado cuando Dani se puso a hablar con Víctor, otro skinhead de la peña. Me pegué a ellos para grabar su conversación, que no tiene desper­dicio. ‑Bueno, qué, yo me voy a subir para arriba... ‑¿A qué? ¿A apedrear? ‑A apedrear lo que sea. ‑Es que tú vas así vestido. Te cambio la cazadora por la bom­ber... ‑No te jode. ‑Je, je. Hay que ir de casual. No te pasa na... ‑Tú no eres skin, de qué vas a ir si no. ‑De rompecabezas... Nueva sorpresa de la noche: los casuals. Había oído hablar de ellos en Zaragoza, donde los Ligallo Fondo Norte practican esta táctica. Los casuals son los más inteligentes, y por tanto peligrosos, del gru­po. Muchos de ellos eran skinheads que ya habían tenido muchos problemas con la policía anteriormente y habían desarrollado una estrategia para pasar desapercibidos en las agresiones. Álvaro, supuesto número dos de Ultrassur, pero en mi opinión verdadero líder de la peña, era un ejemplo perfecto de casual. Se habían deja­do crecer un poco el pelo y sustituían la llamativa estética neonazi, las bomber y Doc Martens, por cazadoras o camisas normales. De esa forma, sería más dificil que fuesen cacheados por la policía, al no delatar por su aspecto la ideología violenta que profesan. ‑A mí no me gusta que me den la vara. A mí en el fútbol, por­que cuando vino la policía nos cachearon a todos, me pillaron con un puño americano... ‑Es que eres subnormal. Tú cómo te vas a un partido de segun­da B con un puño americano... Llevaban gorras y bufaridas para intercambiárselas antes y des­pués de cada agresión y así poder evitar que hipotéticos testigos presenciales pudiesen atribuir las palizas o apedrearnientos a los skinheads. Con lo cual, las estadísticas que cada año realizan los movimientos antifascistas, en torno a las agresiones skis, deberán multiplicarse, ya que en muchas ocasiones los agresores, neonazis hasta la médula, pueden parecer chicos «normales» al utilizar la técnica de los casuals. Iban a empezar los apedrearnientos de autobuses navarros, así que estaba claro que la violencia ultrassur estaba a punto de desa­tarse en Madrid. Tenla que cambiar la cinta y batería de la cámara lo antes posible si quería no perder detalle de lo que estaba a pun­to de ocurrir. El baño del Moa¡ estaba lleno de ultras. Salí de nuevo a la calle e improvisé sobre la marcha. En la acera de enfrente al Moai había un cajero automático, aunque desgraciadamente era externo. Me pegué a él, como si estuviese sacando dinero, y a tientas cam­bié la cinta y la batería mientras telefoneaba a mis compañeros en la azotea, Santi me informó de que les habían descubierto y llama­ban por el telefonillo del portal a la casa en cuya azotea se encon­traban, amenazando de muerte a los propietarios. Por esa razón se habían visto obligados a abortar la grabación y a buscar una nueva ubicación para la cámara. Ya no podían garantizarme ninguna cober­tura, así que a partir de ahora me quedaba de nuevo solo. Dudé, creo que es lógico. Aquella noticia quebraba completamente la ficticia tranquilidad que podía inspirarme el saber que unos ojos amigos me miraban desde las alturas. Aun así sabía que tanto San­ti como Antonio, futuro coordinador del equipo de investigación, con­tinuarían en la zona e intentarían por todos los medios no perder­me de vista. Aunque sólo fuese para llamar a la policía en caso de que yo fuese interceptado por los neonazis. Inspiré hondo, pegué un buen trago al «mini» de cerveza y me uní de nuevo a los ultrassur, que estaban a punto de comenzar «la caza». En la puerta del Moai, el Gordo nos explicaba que había visto a varios policías de paisano, advirtiéndonos que anduviésemos con ojo y no nos fiásemos de ninguna cara que no fuese conocida. Álvaro nos dio la señal, varios ultrassur que patrullaban la zona habían visto a hinchas del Osasuna en tomo al párking del Palacio de Congresos, situado en la Castellana, y hacia allí salimos. Formábamos comandos de cuatro a ocho personas. Nos comu­nicábamos a través de los teléfonos móviles. Rodeamos el estadio y justo cuando la primera incursión llegaba a la Castellana, vi que los ultras se detenían o daban la vuelta regresando a la calle Marcelia­no Santamaría. Me crucé con Alvaro y le pregunté qué pasaba. ‑Cuidado, unos greñotas que se han chivado a los maderos... Unos jóvenes de cabello largo, suficiente para ganarse la antipa­tía de los neonazis, habían alertado a la policía, pero los agentes de uniforme se habían contentado con hacer un par de pasadas con la furgoneta por la calle de los ultras. Al marcharse, iniciamos una nueva incursión. De nuevo varios comandos de ultras, perfectamente organizados, se comunicaban a través de los móviles para rodear la zona donde se encontraban los objetivos a los que agredir. Crucé la Castellana uniéndome a un grupo de Ultrassur encabe­zados por José Carlos F., uno de los hammerskins que había cono­cido en La Bodega semanas atrás, y con los que había realizado pintadas y graffitis nazis por las calles de Madrid. Nacido el *****,de *****, de 19*****,, con DNI *****,..., José Carlos encabezaba el «coman­do» que ahora rodeaba el párking del Palacio de Congresos, donde Álvaro nos había indicado que había posibles «objetivos». ‑Ojo, mirad, mirad, ahí están... Era la señal. Tenía que descolgarme del grupo justo antes de que empezasen la paliza. De lo contrario yo tendría que participar en la agresión o me delataría como infiltrado. Y bajo ningún con­cepto estaba dispuesto a llevar mi papel de skihead hasta el extre­mo de agredir a alguien inocente. El día, a la hora y en el lugar equivocado, Sergio y su hermano David', bajaron las escaleras del párking del Palacio de Congresos de Madrid, pletóricos de alegría. Su equipo, el Fútbol Club Osasu­na, había perdido por dos a cero, pero la emoción del partido y aquella primera visita a la capital de España compensaban el esfuer­zo del viaje. Además, la imponente y colosal grandiosidad del San­tiago Bernabéii había impresionado a los dos jóvenes navarros, eclipsando el disgusto de la derrota. Cuando salieron del estadio, tras el partido, se dirigieron direc­tamente al aparcamiento para recoger su coche y enfilar la autopis­ta del Norte. Querían hacer noche en casa y tenían muchos kiló­metros por delante. No hablaron con nadie. No provocaron a nadie, mucho menos el odio que se estaba gestando contra ellos. Apenas tuvieron tiempo para descender hasta el primer descan­so por aquellas escaleras cuando, de pronto, David sintió un poten­te golpe en la espalda. José Carlos F., uno de los miembros más activos de la peña madridista Ultrassur, se había acercado sigilosa­mente a ellos, propinando una brutal patada al joven navarro a trai­ción. José Carlos disparó su bota, que se hundió en la columna verte­bral de David, haciéndole perder el equilibrio y caer de bruces con­tra la pared de enfrente. La sangre del joven salpicó el suelo del aparcamiento cuando su ceja derecha se abrió por el golpe. Casi al mismo tiempo otros tres componentes de Ultrassur se unieron a José Carlos en la feroz agresión. David no era capaz de comprender lo que ocurría cuando una tormenta de golpes se cebó con su frágil cuerpo. Y como única defen­sa posible se acurrucó en el suelo intentando proteger la cabeza con las manos, mientras la lluvia de puñetazos y patadas granizaba sobre él. Sergio tuvo más suerte. Consiguió esquivar los primeros golpes de los skinheads del Real Madrid y echó a correr escaleras arriba buscando auxilio, mientras su hermano recibía el odio de los neo­nazis de Ultrassur. Los gritos de socorro de Sergio resonaron en el párking subte­rráneo de la Castellana, provocando un instante de confusión en los skinheads, que dudaron entre seguir masacrando a David o per­seguir a su hermano. Y ese segundo de indecisión tal vez salvó la vida al joven navarro, que cegado por la sangre que manaba a borbo­tones de su ceja, oído y labios rotos, echó a correr a tientas, guiado tan sólo por el instinto de supervivencia. Tuvo mucha suerte. Por fortuna huyó escaleras arriba. Si lo hubiese hecho hacia el interior del subterráneo habría sido atrapado por los ultrassur en un calle­jón sin salida y no habría podido escapar. Subiendo las escaleras de tres en tres consiguió alcanzar la calle, pero allí le esperábamos otros grupos de skinheads y cuatro o cin­co de mis compañeros lo rodearon justo en la esquina de General Perón con Castellana, rematando la faena iniciada por José Carlos. De nuevo David procuró salvar su vida acurrucándose en el suelo e intentando que las patadas y puñetazos no le destrozasen la cara...más que lo imprescindible. Yo estaba paralizado por el horror. Sabía que si intervenía para proteger a David me delataría como infiltrado, y ni mi cabeza com­pletamente rapada ni mi cazadora bomber cubierta de esvásticas ni mis botas militares me protegerían. Pensé en gritar ¡que viene la poffi, pero mi garganta estaba tan petrificada como todo mi cuerpo. Y no pude. Ojalá David pueda perdonarme algún día por aquel pánico paralizante. De pronto vi a otros ultras agazapados en los semáforos de la Castellana y me uní a ellos, intentando que mi cámara oculta no perdiese detalle. ‑Cago en la puta. ‑Le voy a romper toda la luna de atrás. ‑¿Dónde están? ‑Colócate por ahí. ‑Si nos ponemos aquí en el semáforo pillamos a más de uno. ‑Álvaro decía que en el aparcamiento. ‑Ya, pero tú espérate aquí, que cuando bajen ya... Naturalmente yo no apedreé ningún coche ni a ningún peatón navarro. (ya ya...) Pronto una docena de skinheads y ultras se unieron a nosotros. Los comentarios que hacían entre ellos no dejaban lugar a dudas. Varios de aquellos skins habían agredido ya a varios afi­cionados del Osasuna en lo que iba de noche. ‑Estaban metidos en un coche, con matrícula de Bilbao... ‑Pero, ¿dónde? ‑Han salido corriendo... ‑Ahí han salido corriendo, joder. ‑Han salido corriendo a llamar a los maderos. ‑Que no han colocado a nadie, no vaya a ser que ahora por cebar­nos un poquito más nos jodan... ‑Hombre, pero si tampoco tenemos necesidad de bajamos allí, según salen... 300 ‑Claro, yo estoy diciendo de esperarles aquí en los semáforos. ‑Ahí, en esa esquina. Ha salido un coche con matrícula de Nava­rra y han puesto una bufanda del Madrid. Y uno de los tíos era el que iba con la mano en la cabeza y el otro está todavía metido ahí... ‑Mira, mira. ‑¡La poli! Me sentí aliviado al ver dos coches de la policía local que cruza­ban la Castellana, pero los ultras más veteranos no demostraban ningún temor al 092, y «la caza» continuó... ‑Si son los municipales, ¡joder!... ‑¿Sabes lo que tenemos que hacer?, quedamos por ahí a ver si salen, todos tienen que ir para abajo por huevos, ¿no? ‑No, si tienen que dar aquí la vuelta y subir para arriba... ‑No hace falta pillarles más lejos, donde estábamos hace un momento... ‑¿Y Álvaro y éstos dónde están? ‑Álvaro dijo que iba para el párking. De pronto dos coches con matrículas navarras salieron del apar­camiento. Estábamos estratégicamente situados para controlar todas las salidas. Todos cogieron piedras de los jardines que fianquean la Castellana. El estrépito de los cristales rotos inundó la Castellana mientras gritábamos «Sieg Heil, Sieg Heil!». A pocos metros de mí, Waffen me observaba. No me había visto golpear a nadie todavía y empezaban a sentir una incómoda desconfianza. Me di cuenta, así que yo también cogí una piedra y la arrojé contra uno de los vehí­culos a los que estábamos persiguiendo mientras gritaba con todas mis fuerzas «¡hijos de puta!, ¡rojos de mierda!». Apunté bajo deli­beradamente y mi pedrada apenas rozó la carrocería del coche. Waf­fen y los demás sonrieron. «Si se bajan del coche los matamos.... guarros de mierda.» De nuevo cambié de grupo, pero, al ir de un comando a otro, temía cruzarme con algún grupo de hinchas del Indar Gorri que pudiese agredirme en venganza por las palizas, o con algún policía que me tomase por un verdadero neonazi. Y de grupo en grupo de skinheads recopilé todo tipo de declaraciones incrimi­natorias, a cual más pintoresca. Algunos hinchas del Osasuna habían intentado escapar al odio de los ultrassur disfrazándose con gorras o bufandas del Real Madrid, luego supe que ninguno de los agredidos pertenecía a la peña ultra, todos eran simples afi­cionados. Ahora era Adrián M., otro rapado al cero, quien guiaba el grupo. ‑Se ha metido, el del Toledo se ha metido otra vez en el par­king y ha salido con la camiseta del Madrid el hijo puta, ¿sabes? ‑Que soy de Osasuna... ‑Que soy del Madrid, ¿no? ‑Que soy de Osasuna ha dicho, se le ha escapado [Risas]. ‑El acojone, tío... Cruzamos de nuevo la Castellana. Uno de los skinheads tararea­ba una canción de Estirpe Imperial, cuyo estribillo reconocí inme­diatamente: Guerra en las calles, el asfalto se tiñe de rojo otra vez. Sal a la calle y recuerda, morir o vencer... Eso es lo que intentaban hacer los neonazis de Ultrassur. justi­ficar sus actos de violencia gratuita como una guerra urbana. Una guerra en la que, inevitablemente, habría víctimas inocentes. Daños colaterales. Pero en el fondo ellos estaban luchando por una causa. Corno cuando agredían a un mendigo, que ensucia las calles con su presencia; a un inmigrante, que viene a España a robar puestos de trabajo y subvenciones oficiales que pertenecen a los españoles; a travestis y homosexuales, que entorpecen la evolución y la procrea­ción de la raza blanca; o como en este caso, «rojos» simpatizantes de ETA ‑ideología que suponían intrínseca a cualquier ciudadano vasco o incluso, como ahora, navarro‑ y por tanto enemigos de la unidad de España, y merecedores de toda la ira de los erguerreros de la noche». En otras palabras, ninguna de aquellas agresiones y brutales palizas se ejecutaba gratuitamente. Todas ellas estaban justificadas‑absurdamente‑ de una u otra forma. Como si en el fondo de sus conciencias necesitasen tener un pretexto razonable para poder patear la cara, romper las costillas o apuñalar a un desconocido. Un desconocido al que, a pesar de no haber visto en su vida, odiaban con todas sus fuerzas. El odio. Un odio irracional, absurdo e irrefrenable nos embarga­ba a todos. Nos envolvía, como un banco de niebla espesa. Nos impregnaba, como el olor del tabaco en la sala de espera de un paritorio. Se nos adhería a la piel, como el sudor en una sala de saunas. No podías eludirlo. Te empapaba. Yo no entendía de dónde venía. No podía verlo, olerlo ni tocarlo. Pero estaba allí. Abrazándonos fuertemente y creciendo a medida que duraba la «cacería». Aquel odio extraño y misterioso nos unía a todos los «guerreros arios» como el vínculo secreto de una her­mandad. Tan sólo en esa noche, los componentes de Ultrassur pro­pinamos más de medio centenar de palizas en los alrededores del Santiago Bemabéu. Borregos con piel de lobo Todo en Ultrassur está empapado en salsa neonazi. Empezando por su símbolo. El emblema que cada domingo preside el Fondo Sur del Santiago Bernabéu es sólo un síntoma de ese cáncer. El hacha de doble filo, la esvástica, la cruz céltica o las runas vikingas son algu­nos de los símbolos que utilizan infinidad de grupos nazis en todo el mundo. El hacha de doble filo es el símbolo de Ultrassur, pero también la usa el grupo Avanguardia italiano (no cofundir con el órgano de información de la Coordinadora Nacional Revolucionaria Vanguarda, de los skinheads portugueses) y el Frente Sindicalista de la juventud. Además es el símbolo de la revista granadina Orden Nuevo; da el nombre a la distribuidora (Doble Hacha) de los Lobos Negros, escindidos de Bases Autónomas; emblema de la distribuidora La Camisa Negra de Almería o de la Hermandad Nacionalso­cialista Armagedón, cuyos miembros fueron detenidos por la poli­cía valenciana en el año 2002. Y como en cualquier organización neonazi de estructura pirami­dal, los líderes del grupo ostentan un rango de jerarquía superior. Cuando noté que los skinheads empezaban a sentirse incómodos al no verme agredir a nadie, decidí volver al Moai. Allí Alvaro me salió al paso para preguntarme si le había pegado a alguien, ante mi cámara oculta: ‑¿Le has dado a alguno o qué? ‑Hemos tirado piedras ahí, a un buga con matrícula de Nava­rra, pero vinieron dos coches de maderos ahora al párking... ¿Los viste? ‑No, yo me he ido antes. Además de Álvaro, allí estaban también Ocha y el Gordo , la Santa Trinidad de Ultrassur. Y como si de un grupo paramili­tar se tratase, los diferentes agresores se iban presentando ante los tres líderes para dar cuenta de sus «hazañas», En ese instante descubrí algo más. Tras cada paliza, los neonazis hurtaban algu­na prenda personal de la vietirna; una bufanda, una mochila, una cazadora, etc. Esos objetos eran el trofeo que presentar ante los líderes del grupo, demostrando así su lealtad al ideario neo­nazi. Me pegué a Alvaro, Ocha y el Gordo como una lapa para gra­bar cómo uno a uno los agresores se iban presentando ante ellos para narrarles las palizas que acababan de propinar y mostrarles sus tro­feos. Desde mi cámara oculta y desde la cámara de la azotea, regis­tramos las sonrisas complacidas de los líderes de la peña, cada vez que un skin o un casual daba cuenta de sus fechorías. Uno de los primeros en llegar fue El Loco, uno de los ultrassur más veteranos, presurniendo del heroico honor de haber apaleado a un hombre, en presencia de su mujer, para robarle la bufanda del Osasuna, la mochila y el forro polar: ‑Mira, El Loco se ha transformado... No parece ni él. ‑El Loco, mírale. Está fashion, fashion. ‑No le ves que viene por ahí, y no parece ni él. ‑Fashion, fashion. ‑Ven aquí, guapo. ‑¿De quién es eso? ‑¿Y esto de quién es? ¿Te lo ha regalado? ‑Sí, me lo ha regalado. [Risas.] ‑Son como los vascos, ¡a por ellos!... ‑¿Qué dices? ‑Les venimos siguiendo José Carlos, otro chaval de aquí y yo, has­ta abajo. Llegando ya al parque de... [ininteligiblel nos encontramos a E*****, que viene bajando... Y la mujer: «Que mi marido es extranjero, que no es de aquí ... » Digo: «¿Que no es de aquí?» ¡Purn!, la bufanda y la mochila. ¡Pum, Pum ... ! Me he jodido todo el empeine... ‑Muy bueno. ‑Joder ahora si cualquiera se arrima... ahora ya ni moverse. ¿Has visto qué dispositivo? ‑No, ya nada, ahora ni moverse. ‑Mira la marca del Osasuna... ‑Y de la Real... ‑Pues te queda de puta madre, macho, parece que te lo hubie­ras comprado tú y todo... ‑Super disco fashion... Me hubiese gustado hacer algo, decir algo. Explicarle que las palizas propinadas cobardemente, y por la espalda no tenían nada de heroico. Que no eran guerreros arios luchando por una causa, sino una puta pandilla de matones traicioneros y cobardes... pero habría sido un suicidio. Lo único que podía hacer ahora era mantener el corazón dentro del pecho, la sangre fría y grabar todas las pruebas posibles. Ante mi cámara los ultras estaban haciendo una confe­sión completa y sincera de sus formas de actuación. Por de pronto El Loco me dejaba claro que las agresiones no eran espontáneas. Escogían un objetivo, lo seguían y aguardaban el momento oportuno para atacarlo, apalearlo y robarle. No tardó en llegar José Carlo F., luciendo los trofeos que habían robado a Sergio y David. ‑¿Qué, nada? Hemos triunfado. Por arriba no, pero por aquí‑‑­Hemos triunfado como una... [ininteligible]. Hemos pillado a unos ahí, y les hemos dado una mano, pero que... ‑Arriba también... ‑Hemos ido al párking y justo unos tíos que habíamos encalo­mado esta tarde, cuando el Paje se ha roto el pie, ¡coño!, pues a esos les hemos trincado yendo a por el coche. Y según baja las escaleras del párking le he metido una patada en la boca que se ha comido toda la pared... pero, o sea, toda la pared... [Risas.] Ese tio te digo yo que está una semana a base de... comiendo con pajita... [Más risas.] ‑Y según salía por donde salen los coches, bajaban éstos y les hemos pisoteado. Y los de ahí abajo, ya bueno... Pedía un taxi, «por favor, ¡ay, ay, ay!» ‑Nos hemos estado partiendo el culo, colega... ‑Hay guantazos para todo el que lo pide y para el que no lo pide... ¡Qué bueno, colega! El agresor se refería a que Sergio, el hermano de David, cuando consiguió salir del párking, gritó a un taxista pidiendo socorro para que le llevase a una comisaría de Policía en busca de ayuda. El taxista se negó a dejarle entrar en el automóvil, con lo cual David tuvo que huir Castellana abajo, pidiendo ayuda desesperadamente para su hermano que estaba siendo brutalmente golpeado por los segui­dores neonazis del Real Madrid. Me encantaría que hubiesen estado allí Miguel Serrano, Ramón B. o cualquiera de los ideólogos del CEI o de CEDADE para contemplar el fruto de su obra. No importa que intenten convertir el nacionalso­cialísmo en una fflosofia de vida ética. No importa que aboguen por la música clásica antes que por el RAC, por el cabello cortado a cepillo antes que por el rapado al cero, por los trajes de marca antes que por las bomber... Aquellos ultrassur leían Mundo‑NS, Bajo la Tiranía y La Voz del Pueblo; frecuentaban los chats de Hispania gothorum y ResistenciAria en internet; daban su voto a Democracia Nacional, AUN o al MSR, y en esos libros, revistas o programas electorales es donde encontraban ¿? las justificaciones pseudopolíticas para considerar como algo lícito y razo­nable apalear a todos los «subhumanos» ¿?, alimentada y argumentada por los ideólogos del nacionalsocialismo (en ninguna de esas publicaciones puede haber leido tales cosas), quieran ellos o no. Esa noche, según cálculos de los propios ultrassur, propinaron unas 5o palizas. Y sólo se produjeron dos detenciones. Tres neona­zis estaban propinando una brutal paliza a Endika ‑un joven con el que me reuniría días después al seguir su pista hasta Pamplo­na‑, cuando dos miembros del Grupo de Violencia en el Deporte del cuerpo nacional de Policía ‑los agentes que tienen que sufrir en primera fila la rudeza de los ultras en cada partido‑, los sor­prendieron in fraganti. Aun así, y a pesar de que ante la colosal for­taleza fisica de un gigantesco skinhead de Parla uno de los policías se vio obligado a encañonarlo con su arma, el neonazi continuaba propinando golpes e intentando estrangular al agente. Los dos policías pudieron detener a dos de los agresores. El tercero, un hábil casual, se cambió de cazadora ~ consiguió escapar, llegando hasta el Moai para dar el parte a los líderes del grupo. Allí le esperaban ocha, Alvaro y el Gordo... y también el objetivo de mi cámara oculta. ‑Los han mandado ahora mismo a Orense, ahora mismo... El madero le ha puesto la pistola en la cabeza al Willy y al otro. Les han puesto la pistola en la cabeza, tío... ‑¡Eh!, que les han puesto la pistola... ‑Le decía, sepárate, que... [Ininteligible.] ‑A mí no. A mí me ha dado el alto y yo me he quedado quie­to. Y yo me he escaqueado. Yo he dicho, qué va, yo aquí... qué te pasa chaval, no sé qué... Y me he podido escaquear. Pero a los otros les han encañonado y les han dicho: «¡Al suelo!» ‑Pero no son mendas de los que estaban ahí trabajando, un melenudo... ‑Sí, un melenudo... ‑ ¡traca!, y me la he puesto aquí. Si no también. Los han llevado a la comisaría de Orense, a los dos, al Willy y al de Parla...
Vídirnas: los grandes olvidados
Costó mucho, muchísimo trabajo, convencer a Endika, el joven agredido por los dos skinheads detenidos y por el casual que consi­guió escapar de la policía, para que me narrase su versión de los hechos. Tenía miedo. Como todos los demás agredidos. No impor­taba que ya estuviesen a salvo y a cientos de kilórnetros de Madrid. Continuaban sintiendo pánico al hablar del tema. Y de todos, tan sólo Endika había tenido el valor de presentar una denuncia. Los demás preferían no remover más el asunto por temor a nuevas represalias de los neonazis. El miedo es la tarjeta de crédito, sin límite, de la que disfrutan los skinheads.
‑Fuimos en coche a Madrid, había también autobús pero noso­tros fuimos en coche como la mayoría ‑explica Endika‑. Pasa­mos allí el día y fuimos al campo. Al salir el autobús, que iba escol­tado, ningún problema, pero el resto, las 700 personas que habíamos ido en coche nos quedamos vendidos en la calle. Estaba tomado todo por los nazis, gente normal no quedaba, todo grupos de nazis organizados con móviles, daba miedo aquello y nosotros solos como corderos que nos soltaron allí. Daba miedo aquello...
»Aquello fue... nada más salir empezaron a gritar: «¡Chiss, chiss!, etarra.» La gente empezó a asustarse y a correr. Todo el mundo empezó a correr, todo el mundo del Osasuna; padres con los críos de cuatro años...
»Yo llevaba 40 metros corriendo, cuando al final me alcanzaron. Me tiraron al suelo, ni les vi la cara. Entre cinco o seis me apalearon con las botas de acero. Yo, fisicarnente, no podía levantarme porque entre la carrera que me había pegado y la somanta de hostias que me habían dado no podía levantarme. Pero sabía que tenía que levantarme en ese momento, porque si no, sabía que de aquélla no salía. Les ola gritar: «Es un etarra, ¡mátalo! que es un etarra.» Yo no daba un duro por mi vida. Entonces, cuando llevaba un minuto de paliza, apareció la policía milagrosamente y así se acabó mi historia.
Inmediatamente Endika fue trasladado a un centro hospitalario donde se encontraría con muchos otros agredidos por los hinchas del Real Madrid aquella noche.
‑Yo te puedo decir que cuando estuve en el hospital la gente del Osasuna caía como moscas. Yo vi por lo menos una docena. Vi a uno con la oreja cortada, otro con una brecha en la frente, a gen­te con collarín, dos con muletas... un paseo triunfal de las hazañas de Ultrassur. Yo tenía un traumatismo craneal y golpes por todo el cuerpo, todavía tengo marcas y ya hace un mes de la paliza, una semana de baja laboral... Yo he tenido suerte y salí de allí, pero hay gente que no la ha tenido, como Aitor Zabaleta u otros ¿no?

Aitor Zabaleta, joven hincha de la Real Sociedad asesinado en Madrid a manos de un grupo de neonazis, no fue víctima de los ultras del Real Madrid, sino del Atlético de Madrid. Ricardo Gue­rra, condenado como autor material del homicidio, pertenecía a Bastión, una de las secciones del Frente Atlético. Skinheads y neonazis que leían los mismos libros, escuchaban los mismos discos y votaban a los mismos partidos políticos que Ultrassur. Al margen del fútbol, más allá de los estadios y tras finalizar el partido, unos y otros neonazis profesan la misma ideología. Y en esa ideología, y no en los colores del equipo por el que rebuznan cada domingo en las gradas, está la semilla del odio. Un odio utilizado hábilmente por los cerebros políticos, culturales, discográficos o editoriales que, al final, se benefician económica, política o personalmente del movi­núento sIcinhead.
Endika tuvo suerte. Salió vivo. Corno suerte tuvieron otros muchos agredidos aquella noche de «caza», con los que me reuní posteriormente. Sergio y David U., Gonzalo G. R., Luis M. V., etc. Hasta 5o víctimas cuyo único delito fue cruzarse en el camino de los ultras. Sus informes clínicos y partes hospitalarios resultan estremecedores.
Esa noche tocaban «guarros». Otras noches la «caza» busca espe­cies diferentes para saciar el odio y la sed de violencia: negros (como Didier C., el joven francés agredido meses atrás ante mí), judíos, moros, homosexuales, etc. Y muchos de ellos no pudieron sobrevi­vir. Tal vez la intención de los cabezas rapadas que los agredieron no era matarlos. Quizás sólo querían darles una lección. 0 tal vez intentaban demostrar ante los camaradas su compromiso con la causa. Puede que únicamente intentasen ser consecuentes con su ideologia, o realmente pensasen que apaleando a irurrigrantes con­seguirán una España homogéneamente blanca. Pero creo que hay más.
Éstas son algunas de las agresiones protagonizadas por skin­heads en los últimos años:

‑ 22 de noviembre de 1992. Un bailarín egipcio es atacado por jóvenes skinheads en el Templo de Debod (Madrid), mientras mira­ba por un catalejo. Le fracturaron ambas piernas.
‑ 12 de enero de 1994. Tres sIcinheads alemanes graban una cruz gamada en la cara de una joven rninusválida de 17 años, en silla de ruedas, que se negó a gritar «Heil Hitler!>, y «Mutilados a la cáma­ra de gas».
‑ 15 de junio de 1995. Una turísta brasileña, de raza negra, es vejada, violada y arrojada desnuda a la Castellana, no muy lejos del Santiago Bemabéu, por tres hombres. Uno de ellos skinhead.
‑ 8 de junio de 1998. Durante las fiestas patronales de Getafe (Madrid), tres skinheads prenden fuego a una adolescente de sólo 16 años, con un lanzallarrias de fabricación casera, que le produjo quemaduras graves en cara y brazos.
‑ 23 de junio de 1998. Cuatro jóvenes skinheads, de entre 17 Y 2o años, rocían con gasolina a un mendigo mientras dormía, en una calle de La Coruña, y le prenden fuego...

Éstos son los nobles guerreros arios. (no lo son, pero este parrafo es sensacionalismo puro y duro) Los audaces soldados de asfalto. Los valerosos exponentes de la raza aria. Los herederos de las Waffen SS. La elite de la nación. Los cachorros del Reich. Los caba­lleros blancos. Es fácil entender, ante estas incomprensibles muestras de sadismo, que una sección del movimiento neonazi ‑quizás no tan marginal como pretenden los nazis «éticos y serios»‑ abrace corrientes satánicas, más allá del paganismo indoeuropeo.

Los salvajes y cobardes que cometieron esos actos vestían en las mismas tiendas, escuchaban la misma música, asistían a los mismos conciertos, leían las mismas revistas yfanzines, votaban a los mismos partidos y profesaban la misma devoción a la esvástica y el divinizado Adolf Hitler. Y justificaban sus injustificables acciones gracias a la «metraHa salvífica» ‑como decían mis camaradas del Ku Klux Klan‑ y a los argumentos racistas, históricos y políticos que encuen­tran en los libros y artículos de sus ideólogos.

Tal vez algún día esos ideólogos consigan consolidar las aso­ciaciones neonazis, como el Círculo de Estudios Indocuropeos, o Blood & Honour, que ya han conseguido legalizarse en España. Tal vez algún día partidos políticos como Democracia Nacional o el Movi­miento Social Republicano consigan triunfar en unas elecciones democráticas. Tal vez algún día BataBón de Castigo, Estirpe Imperial o División 25o alcancen las listas de los discos más vendidos. Pero en el camino hacia su triunfo se habrán quedado muchas víc­timas inocentes. A los citados anteriormente les prendieron fuego, violaron, rajaron cruces gamadas en la cara o les dejaron inválidos. Pero «tuvieron suerte». Otros no podrán decir lo mismo.

‑ Federico Rouquier, un hincha del Español ‑tan culpable como los hinchas del Osasuna agredidos por Ultrassur en mí presencia‑, murió apuñalado por un skinhead de los Boixos Nois del Barcelona el 13 de enero de 1991.
‑ Lucrecia Pérez, una inmigrante dominicana, murió el 13 de noviembre de 1992,, asesinada a tiros por un guardia civil neonazi en compañía de varios skinheads.
‑ Hassan Al Yahamí fue asesinado por un skinhead el 14 de noviembre de 1992 en Majadahonda (Madrid), acusado del delito de pisar suelo español sin el permiso de los neonazis.
‑ Guillén Agulló, joven antifa de 18 años, falleció apuñalado por un cabeza rapada el 2 de abril de 1993 en Castellón.
‑ jesús Sánchez Rodríguez, joven toxicómano madrileño, pere­ció a manos de cuatro sIcins que hundieron su cráneo a golpes con barras de hierro, el 12 de noviembre de 1993.
‑ David Furones fue asesinado el 2o de febrero de 1994 en Valla­dolid por un grupo de rapados que pintaron una cruz céltica en el lugar de su muerte.
‑ Gabriel Doblado Sánchez, anciano alcohólico de 6o años, fue asesinado a palos por un grupo de «heroicos y valientes guerreros arios», el 3 de agosto de 1995.

Desgraciadamente, la lista es muy larga. Juan José Rescalvo, Susa­na Ruiz, Aitor Zabaleta, José Herrería Mingriñán, Ricardo Rodríguez García, Eduardo Carcía, David Martín Martín y un largo etcétera. Por no hablar de esa siniestra lista de víctimas sin nombre; los indigentes sin papeles ni identidad asesinados por sknheads «en prácticas». Son los less‑dead («menos muertos»), definidos así por el profesor de justicia Criminal en la Universidad de Illinois Steven A. Egger. Este concepto hace alusión a las víctimas más infravalo­radas por la sociedad; mendigos, prostitutas y otro tipo de indivi­duos marginales, en los que algunos skinheads han concentra
sus agresiones, sabedores de que la policía, los jueces y
dad en general archivarán esos crímenes con mucha maldad. Cruel, siniestro y casi satánico. Pero tan real como la vida misma.
Y como la muerte misma.
Ninguno de ellos sabrá diferenciar si las esvásticas que lucían sus asesinos eran producto de una moda pasajera, de una opción política, de una satánica crueldad, de una creencia religiosa, de una convicción racialista o de una filosofía «ética y seria». Un grupo, casi nunca un individuo aislado, con el cráneo rapado y el cerebro rabioso le quitó la vida a golpes. Y diga lo que diga Hitler, ninguna ideología tiene más valor que una vida humana, Sobre todo si esa ideología es un fraude con el que manipular a unos borregos dis­frazados de lobos.

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